La militarización de la sociedad israelí ha adquirido nuevas dimensiones con la recogida de esperma de los cuerpos de soldados fallecidos para su «reproducción póstuma». De este modo, los soldados se convierten en la encarnación colonial de la masculinidad nacional israelí.
El sábado 7 de octubre por la noche, en medio de los preparativos de Israel para sus incursiones más violentas en la Franja de Gaza, se desarrolló una peculiar escena en un hospital israelí. Las familias de tres soldados caídos llegaron con una petición inusual: extraer esperma de los cuerpos de sus hijos fallecidos. Este procedimiento, conocido como aprovechamiento de esperma, ha ido ganando adeptos en Israel a lo largo de los años. La investigación científica sugiere la posibilidad de recuperar esperma hasta 72 horas después de la muerte, permitiendo lo que médicamente se denomina reproducción asistida póstuma (RAP). En el contexto israelí, a diferencia de cualquier otro lugar, la RAP se ha asociado predominantemente a individuos afiliados al ejército. Tras los sucesos del 7 de octubre el ejército israelí se encargó de informar a todas las familias de un soldado caído sobre esta opción y de facilitar el contacto de la familia con las partes necesarias para llevar a cabo el procedimiento. Desde entonces los hospitales israelíes han extraído esperma de los cuerpos de numerosos militares caídos.
Los atolladeros éticos que rodean a esta forma de reproducción no son nuevos, pero en Israel el fenómeno adquiere una dimensión única y profundamente militarizada. Trasciende las fronteras nacionales y refleja la profunda militarización de la nación. Los militares son venerados como la encarnación de la masculinidad nacional, y el acto de paternidad póstuma se percibe como un homenaje a estos soldados caídos, un medio de garantizar que su legado perdure. Una sorprendente manifestación de esta transformación de lo íntimo a lo nacional se ejemplifica en los casos en que los soldados no tenían pareja. En estos casos las familias suelen buscar voluntarias, muchas de las cuales nunca se han cruzado con el fallecido, para que puedan gestar a sus hijos. Sorprendentemente, reclutar a estas voluntarias ha resultado ser menos difícil de lo esperado. De hecho, cuando las familias buscaron voluntarias o anunciaron su búsqueda a través de los medios de comunicación y las plataformas sociales, se encontraron con una respuesta abrumadora. El primer caso registrado se remonta a 2002, Keivan Cohen, un soldado israelí asesinado en la Franja de Gaza. Apenas una hora después de anunciarlo, su familia recibió 200 respuestas.
Esta inclinación entre las mujeres y parejas israelíes a elegir esperma de soldados no es sorprendente. La militarización de la reproducción y la masculinidad cuenta con un largo historial en Israel. Sin embargo, lo que resulta especialmente llamativo es que estas preferencias se intensifican durante periodos de violencia extrema contra los palestinos. En 2014, durante la guerra israelí contra Gaza que se saldó con la muerte de más de 2.000 palestinos, en su gran mayoría civiles, los bancos de esperma israelíes registraron un aumento de la demanda de semen de soldados que servían en unidades de combate. Desde entonces, los bancos de esperma han incorporado activamente los antecedentes militares de los donantes en sus perfiles, y algunos bancos incluso rechazan donantes que no hayan servido en el ejército.
Durante mi investigación sobre la RAP en Israel seguí varios casos de soldados caídos cuyas familias buscaban públicamente voluntarias. Pero uno de los que más me llamó la atención fue el de Barel, un soldado israelí muerto en la frontera de Gaza en 2021, donde actuó como uno de los francotiradores responsables de la muerte y las heridas de cientos de manifestantes civiles. El año pasado su madre recurrió a su cuenta de Facebook en busca de una voluntaria dispuesta a concebir el posible hijo de su hijo. Su mensaje rezaba así:
“Este es mi hijo. Un terrorista nos lo arrebató trágicamente hace unos seis meses. Busco a una mujer que pueda comprometerse de todo corazón con el propósito de nuestra familia, cuidar de mi nieto y convertirse en una parte integrante y cariñosa de nuestra familia». En los últimos seis meses, la familia y los amigos de Barel se han unido en torno a un único objetivo: llevar adelante su legado».
En la página de Facebook de la madre, junto a su petición de una voluntaria para llevar al hijo de su hijo, había una foto de ella de pie junto a lo que parecía ser un vehículo militar cubierto con la imagen de Barel. Más tarde descubrí que, tras la muerte de Barel, se fundó una «milicia civil» con el único propósito de preservar su nombre. Bautizada como Sayeret Barel (en hebreo, «Los comandos de Barel») y descrita por varios medios de comunicación israelíes como un grupo de extrema derecha, la Sayeret Barel es, según su sitio web, «un grupo de soldados civiles que prestan apoyo al ejército y a la policía». Apoyados por el gobierno local de Beersheba y la policía, los estudiantes de la ciudad meridional reciben cuantiosas becas a cambio de alistarse en este grupo militar. La creación de la milicia se atribuye a Almog Cohen, miembro de la Knesset asociado al partido Otzma Yehudit, dirigido por Itamar Ben-Gvir, ampliamente reconocido como una de las figuras más extremistas de Israel. Cohen aboga abiertamente por la expulsión de los palestinos y, durante un debate público en Israel sobre el papel de esta milicia, declaró: «Si Barel estuviera vivo, no habría esperado a que actuara la policía».
«La conexión entre las dos campañas -una destinada a concebir un hijo de Barel y la otra a establecer una milicia en su nombre para perpetuar su legado- no es casual. Varios comentarios sobre la foto compartida por la madre subrayan que tanto un niño como una milicia paramilitar sirven a su continuidad. Mientras que las preferencias reproductivas en una sociedad profundamente militarizada producen y mantienen constantemente formas de masculinidad hegemónica, la continuidad buscada no es únicamente la de un individuo como miembro de la familia, hijo o incluso hombre, sino principalmente como soldado en una unidad de combate.
Como han argumentado los expertos, a las mujeres que buscan esperma para ser madres la información sobre los antecedentes militares del donante sirve como indicio de la personalidad potencial del futuro hijo. Tal y como lo describen los investigadores en este campo, el donante guerrero es a la vez el proveedor del producto y el producto básico en sí, y su semen se considera el portador material de su esencia espiritual. Esta esencia espiritual se percibe como su papel militarista a la hora de proporcionar seguridad a la nación y llevar a cabo sus misiones nacionales. En el caso israelí, estas preferencias se han militarizado profundamente, especialmente cuando se trata de la reproducción póstuma. Como tal, la creencia de que el Estado debe a las familias de los soldados fallecidos el acceso a esta forma de reproducción representa una perspectiva peculiar exclusiva de Israel.
Esta práctica arroja luz sobre el complejo papel de la institución médica dentro de un orden colonial, un papel subrayado por acontecimientos recientes como la petición firmada por numerosos médicos instando al ejército a atacar los hospitales de Gaza. Pero lo que es más significativo, ilustra una forma única de militarizar la reproducción, en la que la medicina, la masculinidad y el militarismo se entrecruzan, fomentando en última instancia una fantasía colonial en la que la violencia contra la población indígena no sólo se busca, sino que está estrechamente vinculada al futuro previsto de la nación de colonos.
Desde el establecimiento de Israel sobre las ruinas de la sociedad palestina no sólo se ha considerado la fertilidad palestina como una amenaza, sino que las capacidades reproductivas judías se han visto como una fuente de seguridad y sostenibilidad para la nación. En consecuencia, el futuro colonial definitivo se concibe a través y en torno a las capacidades del musculoso hombre judío, en contraste con «el débil judío exiliado», y las fértiles mujeres judías. Esta perspectiva es evidente en la normativa israelí sobre tecnologías de reproducción asistida, ya que el país está considerado uno de los mayores mercados mundiales de dichas tecnologías. En Israel, la distribución de las clínicas de fertilidad que prestan servicios gratuitos demuestra este pronatalismo selectivo, ya que las clínicas existen exclusivamente en zonas habitadas predominantemente por residentes judíos.
Estas preferencias militaristas han dado forma a las propias nociones de feminidad y masculinidad en Israel. Como explican investigadores israelíes como Nitza Berkovitch, no sólo la maternidad es una misión nacional en Israel, sino que la formulación de la feminidad en Israel se basa en considerar a las mujeres judías como madres más que como ciudadanas o individuos.
En este contexto en el que las mujeres expresan su pertenencia a la nación exclusivamente como madres (potenciales), la virilidad israelí, como sugiere uno de los sociólogos más destacados de Israel, Baruch Kimmerling, se construye en torno al concepto del hombre luchador «pionero» que desflora la tierra indígena «virgen». En estas representaciones nacionales de género, como insinúa Kimmerling, no se puede negar que estos combatientes masculinos y las figuras maternas son colonos inmigrantes. El guerrero masculino lucha para proteger la nación colonial que siempre permanecerá en peligro, y a la mujer se le asigna la misión de parir y revivir la nación.
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