Recomiendo:
0

La vaca sagrada de Wall Street

Fuentes: Diagonal

La primera piedra de la Basílica de SantaMaría del Fiore fue colocada en 1296, la última en 1469. Giotto casi logró terminar el campanario mayúsculo antes de morir; Andrea Pisano tuvo que interrumpir la continuación de la obra a causa de la peste negra entre 1347 y 1353. La construcción de la cúpula octogonal se […]

La primera piedra de la Basílica de SantaMaría del Fiore fue colocada en 1296, la última en 1469. Giotto casi logró terminar el campanario mayúsculo antes de morir; Andrea Pisano tuvo que interrumpir la continuación de la obra a causa de la peste negra entre 1347 y 1353.

La construcción de la cúpula octogonal se demoró aún varias décadas: nadie sabía cómo acometerla. El arquitecto de los planos originales, Arnolfo de Cambio, había imaginado la cúpula más grande de la cristiandad con la esperanza de que el futuro, y no él, se encargaría de levantarla.

Para este propósito tuvo lugar en 1419 un concurso de arquitectos en Florencia. Ganó el modelo de cúpula presentado por Filippo Brunelleschi, pero no sin controversia ni el sarcasmo de su máximo competidor: Lorenzo Ghiberti. Al parecer, la maquinaria elevadora necesaria para llevar a cabo el proyecto debía asimismo inventarse. Como Arnolfo de Cambio, Brunelleschi volvía a apelar a la capacidad del tiempo para proveer soluciones, a la idea de que toda creación ha de nacer primero en la imaginación o de que lo imaginable ya es de alguna manera existente.

Sabía que sin docta ignorancia, sin la ceguera que palpa, aferrados sólo al archivo de lo conocido, nos condenamos a la repetición infinita y estéril de lo ya vivido. Crear es creer en que algo acabará sucediendo a condición de que uno no se limite al horizonte ya interpretado: no saber aún lo que somos.El futuro llegó en 1469 y, Brunelleschi muerto, la cúpula de la Basílica fue rematada con una grúa diseñada por Leonardo da Vinci.

170 años fueron necesarios para construir una estatua de lo imposible.

Apenas 90 días han bastado para que el movimiento Occupy Wall Street haya derivado en una dinámica que sólo erigirá la posibilidad apenas de una estatua.

Demasiados de sus integrantes ya saben cómo se hace lo que hay que hacer; pocos parecen interesados en pensar nuevas grúas; muchos dictaminan sobre lo que ya sabían antes de que lo inesperado ocurriera. El pasado se ha comido el futuro. La cúpula que iba a abarcar al 99% de la ciudadanía se ha convertido en una sucesión de minaretes donde individuos otra vez aislados rezan a nadie. Los neoyorquinos han regresado a su vicio favorito: hablar solos.

Desocupado Zuccotti Park, el movimiento se encuentra en una fase muy difícil de sintetizar: acciones múltiples, ramificación de eventos, asambleas generales más o menos concurridas, ocupaciones temporales y simultáneas, manifestaciones y boicots, 131 grupos de trabajo con más de 7.000 miembros inscritos.

Sin duda el movimiento ha triunfado como revuelta, en absoluto como revolución transformadora -pero éstas nunca triunfan, acaecen como necesidad- de las estructuras y los valores que nos sostienen.

Muy al contrario, la imitación del lenguaje burocrático y del poder, la supremacía blanca que acapara el movimiento -y el paralizador sentimiento de culpa consiguiente-, el paso de la convivencia multitudinaria inicial a una suerte de sociabilidad laxa para muchos ya satisfactoria en una sociedad tan atomizada como la americana, el ejercicio de recuperación de un imaginario de los ’60 tras 40 años en ausencia de narraciones colectivas, la apropiación del movimiento por parte de los activistas y los intelectuales, ha restado protagonismo a la sociedad, ha reinstaurado un adentro y un afuera del movimiento -especialistas vs opinión pública- y se ha mostrado incapaz de devenir el 99%.

No se trataba de una tarea fácil, desde luego. Como sólo entre los escombros se abren senderos transitables, seremos todos siempre los menos indicados para crear un evento que desenmascare nuestras retóricas y haga patente los límites de nuestras técnicas. Por ambas razones, lejos de la visión adánica que a veces se nos quiere dar del movimiento -lo ‘genuino’, lo ‘transparente’, lo ‘horizontal’ de sus procesos-, convendría seguir incidiendo en los síntomas más irritantes.

A veces pareciera que los consensos dependen de un par de reuniones, de persistir en el diálogo voluntarioso para superar los pequeños problemas de mera comunicación. Luego resulta que esa pequeñez, a falta de otro nombre mejor, es la ideología: aquello que pensamos y hacemos y decimos sin saber por qué lo pensamos ni hacemos ni decimos, los impensados que permiten que mi posición individual sea coherente con el estado de lo ya existente.

No debería extrañar que un movimiento nacido para rebatir la ideología única acabe definiendo el escenario perfecto para que ésta -que sobrevive de esconderse, de hacerse naturaleza- se haga visible y muestre su insidiosa capacidad para reproducirse en el mismo espacio donde se cuestiona.

La derrota del cinismo duró unas semanas. Existió. Hubo alegría. Para recuperarla, hoy urge la desaparición del patrimonialismo activista, el desaprendizaje intelectual, la política despolitización, la resistencia a los mecanismos que nos exaltan y la entrega a los que nos prohibimos: urge la inmadurez. Cuando nadie parece dispuesto a sacrificar su identidad, desde esta página nos burlamos del discurso del saber, demandamos un suicidio colectivo real ya y la entrega incondicional de nuestras armas: el mito conservador de la equidistancia o visión exterior al sistema, el mito de la contracultura y el del activismo trasgresor.

Nuestros sueños repulsivos han sido ya aplastados bajo la presión distraída y constante de tantos miles de pies inevitables. Bienvenido Bob, diremos algún día. Bienvenido al nuevo paradigma donde todo el mundo está invitado menos tú.

Porque somos pobres en más de un sentido, para concluir quizás valga la pena infligir la lógica de las historias singulares dentro del movimiento y contra los nuevos discursos únicos.

Escuchen: esta mañana asistí a una asamblea sobre asuntos globales. Agenda estricta, buen facilitador, 20 personas en un círculo de sillas. De forma inevitable advertí que una llevaba puesta una cabeza de vaca. No una máscara. La cabeza entera.

Empezó la conversación y el individuo ni participaba ni cambiaba de postura. La incomodidad general iba en aumento. Luego llegaron dos tipos más y se sentaron a ambos lados de la vaca. Sacaron dos consoladores y comenzaron a penetrar a la vaca por vía oral y anal. La reunión continuaba pero todo era ya inútil. Rígidos, solemnes, maduros, podridos habitantes de las ciudades, carecíamos de lo imprescindible para solventar la situación, hablar con la vaca penetrada, para dejarla hablar. Algo así no habría sucedido hace unas semanas, cuando el escándalo éramos nosotros. ¿Qué nos falta? ¿Tú lo sabes?

Fuente: http://www.diagonalperiodico.net/La-vaca-sagrada-de-Wall-Street.html