Nadie esperaba grandes cambios en estas últimas elecciones. Todo el mundo sabía que Netanyahu sería reelegido y que las opciones de una remontada de centro-izquierda (Kadima y el Partido Laborista) eran mínimas. Sin embargo, una vez más, el electorado israelí ha vuelto a sorprender a los llamados expertos y ha desmentido todas las encuestas: la […]
Nadie esperaba grandes cambios en estas últimas elecciones. Todo el mundo sabía que Netanyahu sería reelegido y que las opciones de una remontada de centro-izquierda (Kadima y el Partido Laborista) eran mínimas. Sin embargo, una vez más, el electorado israelí ha vuelto a sorprender a los llamados expertos y ha desmentido todas las encuestas: la extrema derecha en el poder -el bloque Netanyahu-Lieberman- así como el partido fascista Israel Beitenuhan ha recibido un severo castigo y han pasado de 46 a 21 parlamentarios (de 120); una derrota que nadie había previsto. Pero no echemos las campanas al vuelo demasiado pronto: una parte de esos votos perdidos han servido para reforzar el partido religioso de extrema derecha HaBayit HaYehudi (La casa judía), que pasa de 3 a 12 diputados. Así pues, la derrota de la derecha es bastante relativa.
En estas elecciones la gran sorpresa ha sido el resultado obtenido por Yahir Lapid -un presentador de TV muy popular- y su nueva formación política, Yesh Atid (Hay Futuro): 19 diputados para un partido que no existía hace unos pocos meses y que… no dice nada, nada de nada. Si las movilizaciones del verano de 2011 fueron caracterizadas como «un movimiento social y no político» (es decir, que no tiene opinión sobre el conflicto árabe-israelí), el partido de Yahir Lapid, que ha aprovechado la ola de la voluntad de cambio que expresaba este movimiento y la aspiración de la juventud israelí a romper con la política al viejo estilo, ni es ni política ni es social: Ni-ni. Eso es lo que resume el programa electoral de Yesh Atid: ni derecha ni izquierda, ni guerra ni paz, ni por la colonización, ni en contra.
Yahir Lapid es la expresión del Israel de 2013 o, mejor dicho, de las clases media askenazis y no religiosas de Tel Aviv y sus alrededores, sectores sin ideología y cuyos únicos valores son la modernidad occidental, el éxito social y el consumo. Yair Lapid es el escapismo por excelencia y el desprecio declarado hacia la gente pobre. Un desprecio que apenas lo camufla bajo la apariencia de anti-clericalismo.
El único eslogan electoral de Yesh Atid fue: «Por la distribución equitativa del esfuerzo», que en hebreo-israelí significa: servicio militar obligatorio para todo el mundo (incluso para los ultra-religiosos) y reducción de las ayudas sociales a los más pobres. Contrariamente a lo que dicen determinados comentarios hechos a la ligera, Yair Lapid representa la derecha social sin complejos y lo realmente triste es que mucha gente del movimiento Indignados del verano pasado le hayan votado. En relación a la ocupación colonial y al conflicto árabe-israelí o ante el riesgo de una guerra preventiva contra Irán, Lapid no se sitúa ni a la derecha ni a la izquierda, sencillamente son cosas que no le interesan. Evidentemente, esto es lo que explica por qué no ha tenido ningún problema en aceptar participar en el gobierno de extrema-derecha de Netanyahu-Lieberman.
Pero esto no acaba aquí. Al contrario: o bien Lapid agua su programa y acepta la presencia de partidos ultra-religiosos en el gobierno (corriendo el riesgo de perder legitimidad ante sus electores), o bien impone a Netanyahu que rompa con sus aliados tradicionales, en cuyo caso Israel sufrirá, por segunda vez en su historia, una fractura social grave. Porque la cuestión no está en la religión sino en que los partidos religiosos representan a las capas más pobres de la población judía.
Si el Shas (religiosos sefardíes) y Yahadut Hatora (religiosos askenazíes) se van a la oposición, Netanyahu y Lapid no tardarán en hacer la experiencia, dolorosa, de una oposición popular que se moviliza en la calle para defender sus conquistas. Una movilización dura ante la cual la movilización de las y los indignados del verano de 2011 parecerá un happening simpático e inofensivo. Netanyahu ha prometido reformas estructurales (es decir, restricciones presupuestas dolorosas para las capas populares) a los oligarcas de las finanzas que le han apoyado. Y para hacer tragar la píldora tendrá necesidad del apoyo de los partidos religiosos. Y, en ese caso, Yair Lapid, a pesar de sus 19 diputados, podría convertirse en un lastre.
Traducción: VIENTO SUR