Hacia el abismo. Confusamente, se percibe que los sufrimientos padecidos por los palestinos, las solidaridades cada vez más audaces que ese tormento les atrae en Oriente Próximo, y las violentas reacciones de defensa de Israel, corren el riesgo de llevar al mundo hacia el abismo. El enfrentamiento entre dos poblaciones, la palestina y la israelí, […]
Hacia el abismo. Confusamente, se percibe que los sufrimientos padecidos por los palestinos, las solidaridades cada vez más audaces que ese tormento les atrae en Oriente Próximo, y las violentas reacciones de defensa de Israel, corren el riesgo de llevar al mundo hacia el abismo.
El enfrentamiento entre dos poblaciones, la palestina y la israelí, que con razón o sin ella se temen mutuamente, no puede durar. Porque este miedo «justifica» una escalada represiva por una parte y el recurso a la violencia de los grupos radicales por la otra.
En uno y otro campo, según lo confirman las encuestas, la mayoría de los ciudadanos aspira a la paz. Pero también en uno y otro campo se incrementan los odios y los extremismos. Ambas partes hablan ya de «guerra a muerte» y de «aniquilamiento total».
La no derrota de las milicias del Hezbolá libanés el verano pasado ante las tropas israelíes, y la no victoria de las fuerzas estadounidenses en Irak frente a los insurgentes, devolvieron la esperanza a los grupos palestinos, que vuelven a creer en las posibilidades de una «guerra popular prolongada». Después de capturar al soldado Gilad Shalit el pasado 25 de junio (al que todavía retienen) esos grupos multiplican los lanzamientos de cohetes sobre Sderot y Ashkelon. En seis años mataron a seis personas. En el mismo periodo la represión en los territorios ocupados provocó 4.500 muertos.
Pero la amenaza de los cohetes incentiva el deseo de represalia de los israelíes. El campo de los «duros» en el poder, alentado por la pasividad internacional, parece tener carta blanca para castigar sin límites a la población palestina.
En los últimos cinco meses las fuerzas israelíes, a las que ya nada parece frenar, abatieron a más de 400 personas, la mitad de ellas civiles. El pasado 3 de noviembre los militares no vacilaron en matar a mujeres desarmadas en Beit Hanun. La misma ciudad donde cinco días más tarde obuses israelíes matarán a veinte civiles, entre ellos varios niños.
Ese crimen, resultado de un exceso según las autoridades israelíes, ha conmocionado a la opinión pública en todo el mundo. Y, a instancias de Francia, llevó a la Asamblea General de las Naciones Unidas a adoptar por 156 votos contra 7 una resolución que reclamaba el fin de las operaciones israelíes en Gaza y el cese de todos los actos de violencia.
Seguimos muy lejos de tal situación. El Gobierno de Ehud Olmert no vaciló recientemente, a pesar de la valiente renuncia del ministro de Cultura, el laborista Ophir Pines-Paz, en recibir en su seno con el rango de viceprimer ministro a cargo de la cartera de «Amenazas Estratégicas» a Avigdor Lieberman, jefe del partido extremista Yisrael Beytenu (Israel Nuestro Hogar), cuyos militantes son en su mayoría emigrados procedentes de la antigua Unión Soviética, a menudo acusados de xenofobia.
El ingreso en funciones de Lieberman en un gabinete desorientado y tentado por el recurso desordenado a la fuerza representa un peligro para el conjunto de la región. En primer lugar para Israel y sus poblaciones. Los grandes medios de comunicación europeos, más dispuestos a denunciar la llegada de otros extremistas a los Gobiernos de la Unión, no lo han subrayado suficientemente.
Más lúcidos, algunos diarios israelíes como Ha’aretz lanzaron enseguida una advertencia: «Elegir al dirigente más irresponsable y desprovisto de contención para ocupar la función de ministro de Amenazas Estratégicas constituye en sí misma una amenaza estratégica. La falta de moderación de Lieberman y sus declaraciones intempestivas, sólo comparables a las del presidente de Irán, corren el riesgo de provocar un desastre en toda la región» (1).
En cuanto al politólogo israelí Zeev Sternhell, historiador del fascismo europeo, fue muy claro: a sus ojos, Lieberman tal vez sea «el político más peligroso de la historia de Israel», porque representa «un cóctel de nacionalismo, autoritarismo y mentalidad dictatorial» (2).
El contexto regional empeora el riesgo. La reciente derrota electoral de George W. Bush y la constatación del fracaso militar en Irak podrían llevar a un vuelco de la política de Estados Unidos en la región. Ya parecen esbozarse contactos con Siria (a pesar de las acusaciones que pesan sobre Damasco después del reciente asesinato de Pierre Gemayel). E incluso con Teherán, cuya contribución podría resultar decisiva si Washington quiere retirarse del atolladero iraquí. Por último, en Palestina parece aproximarse la perspectiva de un gobierno de unidad nacional.
Nada de esto cuenta en Israel para quienes, como Lieberman y sus amigos, siguen apostando por el enfrentamiento y la supremacía de la fuerza. No cabe excluir un gesto irresponsable de su parte. Perciben que en las cancillerías internacionales se impone poco a poco una evidencia: no habrá paz en la región si los palestinos no salen de su laberinto.
Notas: (1) Ha’aretz , Tel Aviv, 24 de octubre de 2006. (2) The Scotsman , Edimburgo, 23 de octubre de 2006.