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Ladrones e Ignorantes

Fuentes: Al Ahram Weekly

Traducido del inglés por Sinfo Fernández

Si los Estados Unidos siguen actuando desde la convicción de que tras su fracaso en Iraq y Afganistán necesitan anotarse un tanto en Líbano, aniquilando a la oposición mediante la aplicación de resoluciones internacionales, y otro tanto en Palestina, alimentando a Cisjordania y dejando morir de hambre a Gaza con la esperanza de forzar a los palestinos a aceptar lo que Israel esté dispuesto a ofrecerles, lo único que van a conseguir será lanzar a esos dos países a la guerra civil y a la destrucción.

En todos esos países, es el momento de esplendor de amigos y aliados de EEUU. Si tuvieran tan sólo un ápice de patriotismo, se pondrían a trabajar en la posibilidad de una reconciliación nacional y en una serie de acuerdos que ahorraran muerte y devastación a sus países. Podrían también dar a los estadounidenses algún consejo sensato. Podrían decirles que ningún montón de apoyo o dinero exterior va a resolver los conflictos domésticos, que un Hamas lo suficientemente desesperado como para iniciar la resistencia en Cisjordania, por ejemplo, frustrará todos los posibles proyectos que diversos institutos de investigación hayan podido diseñar para crear una red de seguridad social financiada por Occidente que sustituya a las sociedades filantrópicas dirigidas por Hamas, además de todas las iniciativas económicas que hayan podido concebirse en el curso de una convención de hombres de negocios en Tel Aviv. Podrían decirles que lo único que puede funcionar es la reconciliación, que los equilibrios locales de poder son una cosa y el equilibrio de poder en el Consejo de Seguridad otra, y que forzar a que los primeros sean una réplica del segundo sólo triunfará a base de infligir a la región un sin fin de desastres.

Desde luego, por muy útil que puedan ser esos consejos, uno tendría que ponerse unas anteojeras de color rosa para imaginar siquiera que esos amigos y aliados de EEUU vayan a ofrecérselos a Washington; es más, tendría que ponerse anteojeras de una textura más alucinógena si toda esa gente pensara que todavía hay tiempo para cambiar el curso de actuación de unos impetuosos EEUU bajo la égida de un presidente temerario frente a las ventajas de sus agendas domésticas. También, naturalmente, no mencionamos aquí la necesidad de que los aliados y amigos de Siria e Irán en esos países susurren consejos similares en Damasco y Teherán, puesto que ambos han manifestado ya su posición respecto a la necesidad de una reconciliación nacional en Palestina y de una unidad nacional en Líbano.

Ha sido una larga costumbre árabe señalar con el dedo hacia al extranjero o hacia «ciertos elementos» para evitar la ruptura entre ellos. En la fase posterior a la independencia, desde la época en que los golpes de estado fueron terminando y los regímenes se fueron asentando, hasta la alienación del régimen de Saddam Husein tras la guerra para liberar Kuwait, hubo una especie de acuerdo no escrito entre los regímenes árabes para mantener su mutua causticidad sin sobrepasar los límites de sus intereses colectivos y la preservación de la estabilidad. La vía utilizada para conseguirlo fue evitar culparse directamente los unos a los otros. Por eso, cuando clamaron al unísono contra la conspiración «imperialista, sionista y reaccionaria árabe», como si fuera un monstruo de tres cabezas, y mantuvieron esa trinidad responsable ante el último estallido de violencia dentro de Palestina o durante la reciente reanudación de los tiroteos en las calles secundarias de Beirut, nadie parpadeó. Incluso Israel negó la acusación y aceptó la pretensión universal de que todo eso no es sino una serie de rimbombantes frases revolucionarias y el medio de que se servían los regímenes árabes para barrer sus problemas bajo la alfombra.

Pero el fenómeno va mucho más atrás. Data al menos del Acuerdo Sykes-Picot, que proclamó que las preocupaciones nacionalistas árabes no podían existir y que los conflictos domésticos en el mundo árabe tenían que reflejar o ser parte de los conflictos internacionales. Por eso, cuando en aquel crepúsculo de la era otomana, las fuerzas políticas árabes fueron alineadas a favor o en contra de las Grandes Potencias y de otros poderes externos, quienes se dedicaban a hacer clasificaciones locales de los rencores a soportar contra ciertas fuerzas nacionales no hicieron distinción entre éstas, algunas de las cuales se habían colocado junto a uno u otro de los poderes exteriores por diversas razones internas suyas y por las actuales vulnerabilidades en la seguridad, es decir, que los individuos estaban actuando de forma activa en nombre de o conspirando con esos poderes. Uno era o bien «árabe, a pesar de todo lo demás» y, por tanto, parte de esa gran familia árabe que fue emplazada a unirse contra el colonialismo, o bien «hombre de paja» o «espía».

No me preocupa aquí definir quién podía ser clasificado como posible vulnerabilidad de la seguridad o como «agente» al servicio de una potencia extranjera. Baste con decir que el concepto podía incluir a aquellos individuos sobre los que leímos en libros elaborados por antiguos funcionarios estadounidenses (como Ross y Tenet); individuos que demostraron que habían tenido algo que ver en el proceso estadounidense de toma de decisiones, bien porque eran la fuente de la información, debería añadirse que una información muy cuidadosamente seleccionada, proporcionada a los EEUU en vísperas de la guerra contra Iraq para mostrar que el régimen de Saddam estaba lo suficientemente maduro como para ser desollado vivo, o en la víspera de Camp David II para mostrar que Yaser Arafat estaba preparado para aceptar cualquier cosa que se le ofreciera mientras Bill Clinton hiciera funcionar su mágico encanto. No hace falta comentar las muy desastrosas consecuencias que produjo tal información.

Lo que me preocupa aquí son esas fuerzas que miran a sus intereses a la hora de aliarse con EEUU y que están actualmente estudiando la posibilidad de una alianza con Israel. A esas fuerzas no podemos clasificarlas como una «vulnerabilidad en la seguridad» porque representan los intereses y actitudes del régimen e incluso a algunos estratos sociales relativamente estrechos. Es demasiado fácil hacerlas pasar por débiles o pretender que son débiles, estúpidas o crédulas. Esas valoraciones son simplistas y llevan inevitablemente al disparate. El mundo árabe tiene toda una nueva generación de políticos que se suscriben al concepto de estado-nación sub-regional y a la necesidad de situar sus intereses (más a menudo identificados con los intereses del régimen existente) sobre todas las demás consideraciones. Para ellos, si eso requiere una alianza con EEUU, incluso a costa de las relaciones de esa nación con otros países árabes, sea entonces. La causa palestina, en su opinión, es sencillamente otro asunto nacional, a diferencia de un asunto nacional árabe. Desde luego, los árabes tienen que ayudar a resolver este problema. Pero no se requiere necesariamente una solución justa, ni siquiera aunque ese problema continúe creando una fuente de preocupaciones y de potencial inestabilidad, ya que arma constantemente a las fuerzas de la oposición doméstica con argumentos para mantener su rabia contra el régimen y su resentimiento por su alianza con Occidente y por los intentos sin fin de deslegitimar los marcos de referencia supranacionales como el pan-arabismo o el Islam.

Algunos demócratas árabes, especialmente aquellos que tienen un historial de inclinaciones izquierdistas, habían prendido sus esperanzas en el intervencionismo estadounidense con la excusa de llevar a cabo reformas democráticas. ¡Qué engañados estaban! Cualquier inmunidad que alguna vez hayan tenido ha sido barrida por una política imperialista que ellos ayudaron a acomodar mediante su estridente hostilidad incluso hacia esos elementos modernistas del nacionalismo árabe que equipararon con los regímenes anteriores. Supongo que siempre se situaron en esa posición, En el pasado, cayeron en la esclavitud de la revolución internacional. Más recientemente, fueron captados por la democracia globalizada. En ambos casos, el poder exterior siempre tenía la llave.

Pero esos no son quienes tengo en mente cuando hablo de fuerzas actualmente aliadas con EEUU. Estoy hablando más bien de diversos gobernantes y sus pandillas de parientes, amigos, nuevos hombres de negocios riquísimos e intelectuales «neo-liberales». Esos no han estado nunca cerca de la izquierda y nunca ha habido un lugar en sus corazones para la democracia, los derechos civiles y el liberalismo. El liberalismo significa para ellos privatización económica y desregulación para alimentar su pequeño círculo de ricos y privilegiados, que está incluso muy lejos de lo que se supone que tiene que ser el liberalismo económico. Por desgracia, esa es la única política que está teniendo éxito sistemáticamente en medio de la devastación de Iraq. Mientras que en el pasado uno consideraba como alternativas la democracia, la dictadura y la monarquía, hoy el mundo árabe debería añadir un nuevo término a su glosario político: «cleptocracia», o el gobierno de una banda de ladrones.

Esos cleptócratas neo-liberales no son simples marionetas en la cuerda; se han convertido en el componente más fuerte de las ecuaciones de Washington para Oriente Medio tras su intervención en Iraq. Tan dependientes de ellos se han hecho los EEUU que hace tiempo ya que eliminaron de sus cabezas el arma de la democratización y de la reforma política. No persiguen más que sus propias agendas y, justo ahora, están trabajando para asegurar la fuerza de la superpotencia mundial a fin de que esas agendas puedan avanzar a nivel doméstico y regional. Y tienen su forma propia de considerar las cosas, que generalmente implica una percepción irreal, basada en nociones de información selectiva asimilada a través de un laberinto de prejuicios y de eslóganes de segunda mano del viejo orden árabe, y mediante la impresión, alimentada por los medios, de que Israel está listo para hacer la paz, y de la noción, igualmente propagandística, de que es conveniente hacerlo así porque los árabes no van a tener otra oportunidad igual.

En algún momento del pasado reciente, conceptos tales como «la batalla del arabismo» y la «lucha por la supervivencia» árabe contra Israel se convirtieron en objeto de irrisión, una especie de broma adolescente entre muchachos que acaban de descubrir las señales de la pubertad y que muestran ya señales de que nunca van a ser capaces de madurar. Sin embargo, el hecho es que esos eslóganes no eran insignificantes sino más bien la percepción árabe de un peligro que en la fase actual ha llegado a ser más amenazante que nunca. Esa percepción fue ignorada por todos aquellos para quienes la «liberación nacional» no fue nunca más que un eslogan, que trataron de vender siempre el pragmatismo de cualquier acuerdo con Israel y que culpan a los palestinos por seguirlo manteniendo. Por desgracia, su lectura de la realidad, su conocimiento de Israel basado en esa lectura y su total dependencia de las buenas intenciones de Israel, han funcionado sólo para abrir el apetito de Israel de emprender cada vez más extorsiones. Su percepción de la realidad les permite operar a partir de la asunción de que EEUU está dispuesto a utilizar su influencia para conseguir que Israel ceda y que Israel está dispuesto a ayudarles a salvar la cara cuando sea necesario. Es una percepción que ciertamente no se basa en hecho alguno, porque los hechos y la información no son el fuerte de esta generación. Es más, sugeriría que la generación de Gamal Abdel-Nasser y los viejos baazistas estaban mucho más informados, eran mucho más realistas e inconmensurablemente menos corruptos.

Ciertas partes significativas árabes no sólo se sienten felices de verse libres de las presiones estadounidenses en el mismo momento en que necesitaban enfrentarse a sus opositores para un proceso de paz ficticio; también les encanta tener la oportunidad de arremeter contra ese campo árabe que no comparte sus valoraciones de la realidad y las opiniones que por consiguiente propugnan. Por eso, sus expertos en opinión hacen sonar la alarma contra el «creciente chií», a pesar de los hechos y, por tanto, indiferentes a la verdad. Otros, por el momento, están despotricando contra Damasco, con retóricas sobre las capacidades de Siria y su papel regional que se han convertido en algo insoportable. Siria debe aprender realmente cuál es su lugar. Es muy lógico que quieran que les devuelvan los Altos del Golán, pero sólo si Siria neoliberaliza su economía (en el sentido cleptócratico, por supuesto). Entonces se situarán en apoyo de Siria, del mismo modo que se han situado tras los dirigentes palestinos tras su ruptura con Hamas, y le ayudarán a lograr ambos objetivos. Pero si Siria se olvida por un momento de que no tiene ningún papel que jugar en Iraq, Líbano o Palestina y no se transforma en el tipo de país que quiere resolver su disputa fronteriza con Israel, entonces tendrá que ser aislado y recibirá un par de duras lecciones. No tengo duda que esas partes están, en este preciso momento, susurrando algún consejo muy urgente acerca de Siria en la oreja de Washington, del mismo modo que lo hicieron acerca de cómo tratar con Iraq y cómo tratar con Arafat.

Incluso apostaría que alguna de esas partes se ofreció voluntaria para explicar a Condoleeza Rice la historia sobre las diferencias sirio-iraníes y que ella se fue de allí dispuesta a construir un prometedor escenario para un enfrentamiento total entre los dos países. Asimismo, sin duda alguna, alguien sugirió que se bloqueara la entrada de alimentos, medicinas y fuel en Gaza, para mantener así atareado a Hamas llevando suministros a los palestinos para que pudieran satisfacer las necesidades más esenciales mientras se rociaba de ayuda a Cisjordania y de privilegios a sus dirigentes y dejar muy claras las ventajas de negociar en vez de dedicarse a hacer declaraciones de principios.

Pero si yo fuera esa gente, o al menos me encontrara entre aquellos que les escuchan, tendría cuidado. Por alguna razón se percibe siempre que sus análisis, como tales, se fundan en evidencias e impresiones dispersas, confeccionadas para adaptarse a una hipótesis. Y al igual que fue un fracaso cuando se intentó convertir a Iraq en un satélite estadounidense y amigo de Israel, y del mismo modo que Hizbollah rechazó achantarse ante Israel, también esas fantasías del colapso del régimen sirio se convertirán en nuevas pesadillas. Tampoco tengo sombra de duda de que el único camino para evitar más pesadillas en Líbano y Palestina pasa por que la gente allí ponga sus pensamientos en la reconciliación nacional y en resolver las diferencias domésticas.

Enlace con el texto original en inglés:

http://weekly.ahram.org.eg/2007/861/op12.htm