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Gramsci y la sociedad intercultural, tercera aproximación

«Las aventuras del pensamiento de Gramsci en el ‘mundo grande y terrible’ de hoy»

Fuentes: Rebelión

Publicado por la editorial Montesinos en 2014, Giaime Pala, Antonio Firenze y Jordi Mir Garcia fueron sus editores, Gramsci y la sociedad intercultural es un libro que, como señalamos en nuestra anterior aproximación, debería -¡debe!- merecer nuestra atención. Aproximarnos a él es el objetivo de estas notas. Tras el índice y la presentación, abre el […]

Publicado por la editorial Montesinos en 2014, Giaime Pala, Antonio Firenze y Jordi Mir Garcia fueron sus editores, Gramsci y la sociedad intercultural es un libro que, como señalamos en nuestra anterior aproximación, debería -¡debe!- merecer nuestra atención. Aproximarnos a él es el objetivo de estas notas.

Tras el índice y la presentación, abre el volumen un escrito de Francisco Fernández Buey, «Sobre culturas nacionales y estrategia internacionalista en los Cuadernos de la cárcel de Antonio Gramsci», uno de sus últimos escritos. Sigue a continuación: «¿Traducido o traicionado? Las aventuras del pensamiento de Gramsci en el «mundo grande y terrible» de hoy» de Guido Liguori [GL]. Liguori enseña Historia del Pensamiento Político en la Università della Calabria, Italia. La traducción del italiano es de Francisco Amella Vela.

Esta intervención no pretende ofrecer una panorámica exhaustiva de las interpretaciones actuales de Gramsci en el mundo, señala GL. No sólo porque en las últimas décadas, «sobre todo fuera de Italia y en primer lugar en el mundo anglófono», se ha dado un incremento exponencial en la difusión, la lectura y los usos de Gramsci «sino porque tampoco el objetivo que me propongo hoy aquí es reconstruir orgánicamente el conocimiento de Gramsci en el mundo». No es eso.

La intervención de GL quiere «plantear un problema: la reciente y enorme difusión del estudio de Gramsci en el mundo». El siguiente: » ¿en qué medida aleja de un conocimiento efectivo de nuestro autor, de lo que Gramsci pensó y dijo efectivamente?». Más aún: «¿en qué medida el planteamiento global del pensamiento de Gramsci autoriza los actuales usos que de él se hacen?». El problema, nos advierte GL, no es de naturaleza estrictamente filológica, académica si se quiere, «por más que, en su inmediatez, sea también un problema de conocimiento y hermenéutica correctos de los textos». La pregunta que plantea el autor es más general: «¿no se corre hoy en día el riesgo de traicionar a Gramsci tratando de traducirlo?». Ni más ni menos. El texto que comentamos de Francisco Fernández Buey en la segunda aproximación transitaba por el mismo sendero.

GL no se refiere, sin negar importancia a estas cuestiones, al problema de la traducción de los textos de Gramsci de una a otra lengua o a la falta de traducciones completas que aún persiste en muchos casos, o que una parte de los estudiosos que no dominan la lengua italiana, en particular los ingleses, recurran a antologías (¿Y qué ocurre en España, perdón, en el «Estado español»?). Tampoco quiere referirse únicamente al hecho de que la misma escritura fragmentaria de los Cuadernos, así como las circunstancias de publicación póstuma, sin la supervisión de su autor, «facilitan su uso rapsódico, episódico, proclive a recurrir a la parte, a la cita, al fragmento, sin tener siempre en cuenta el contexto», razón por la que, señala, a menudo se obvian las advertencias del propio autor «acerca de los pensadores asistemáticos publicados por otros, advertencias hechas por Gramsci en primer lugar a propósito de Marx y de la relación entre Marx y Engels», pero también, probablemente, a propósito de sí mismo y del destino «de sus propios escritos, tratando de curarse en salud respecto a los usos que la posterioridad habría de hacer de su opus carcelario».

Todos ellos, sin duda, son problemas interesantes. GL se refiere, sobre todo, al tema de la traducción en sentido gramsciano, «al concepto gramsciano de traducción, a la traducción de una cultura a otra, de una época a otra, de una situación histórica y política a otra». En definitiva, con mayor claridad analítica, «de un lenguaje a otro y no sólo de una lengua a otra».

Ante los múltiples usos que se hacen de Gramsci parece adecuado afirmar, «que a Gramsci se lo traduce, y que se lo debe traducir, en otras culturas, lejanas no sólo en lo lingüístico, sino también en lo político y en lo teórico». Pero entonces una pregunta se impone: «¿en qué momento el traductor se convierte en traidor?». El asunto no es nuevo por supuesto. Se siente la tentación de preguntarse si algunas traducciones de Gramsci, en el sentido señalado, no serán en realidad, traiciones al pensamiento real de Gramsci. «Y en un segundo momento se siente la tentación de preguntarse si hoy en día no hay más uso posible de Gramsci que el descontextualizado y «posmoderno», alejado del contexto histórico y teórico real en el que concibió sus categorías, formuló sus análisis y alimentó sus esperanzas». Ni más ni menos.

En otras palabras, «uno se siente tentado de preguntarse si no habremos dejado definitivamente atrás el mundo y el pensamiento de Gramsci, si no habrán declinado ya las coordenadas profundas de su «concepción del mundo», si no habrán cambiado los elementos «de época»» y, por lo tanto, no es poco lo que señala GL, «si el pensamiento de Gramsci no es más que el de un gran clásico al que hay que desmontar -conforme a un uso posmoderno, precisamente- para vender sus fragmentos en el supermercado de la industria cultural y dejar que se pierda la vena profunda que inspira su pensamiento, poniendo en juego puzzles académicos más o menos interesantes». O bien, esta sería la alternativa, «si por el contrario se trata de traducirlo sin que haya que traicionarlo, sin que tenga que perderse su enseñanza fundamental».

GL no quiere dar una respuesta definitiva a estas preguntas sino plantear dudas. Abrir discusiones; herencia gramsciana en estado puro.

No resumo, no puedo resumir aquí, tampoco discutir, la argumentación y tesis del autor. Les dejo el ejercicio enriquecedor de su lectura. Unas consideraciones sobre el apartado 4 del escrito.

Otro capítulo que convendría abrir, al hilo de las traiciones de Gramsci, señala GL, es el referido al concepto de «intelectual». «Gramsci ha encarecido el papel del intelectual, pero al tiempo que redefinía radicalmente su perfil -y ello tanto desde una perspectiva analítica como desde el que podríamos definir como punto de vista «prescriptivo»». El intelectual según Gramsci no es un sacerdote de la «religión de la verdad». No es un intelectual segregado, no es un clérigo diferente del pueblo, ajeno a él. Además, como se recuerda, a lo largo de los Cuadernos, «Gramsci problematiza ampliamente el concepto de verdad, y lo hace precisamente sobre la base del nuevo concepto gramsciano de ideología». No entramos en este punto básico. Sacristán habló en diversos escritos. También Fernández Buey.

Para Gramsci, apunta GL, «el intelectual no tiene un estatuto privilegiado». Concretamente el intelectual orgánico a las clases subalternas, «el intelectual que quiere crear contra-hegemonía es un militante que lleva adelante su lucha con una instrumentación técnica particular». No es, en ningún caso, un sacerdote de la verdad con una misión muy especial que lo coloca por encima y más allá de las clases en liza. Más allá de la lucha y el mal. No, desde luego que no. Pero, sin embargo, «¿no es ésta la imagen del intelectual que nos ofrece un autor tan importante y digno de admirar en tantos aspectos, e interesado en Gramsci, y fundamental para los estudios poscoloniales como es Edward Said?». El cometido del intelectual, pregunta GL dialogando con Said, «¿verdaderamente no es otro que el de «decir la verdad» -como reza en italiano el título de un célebre libro suyo (Representation of the Intellectual)?»

El discurso de Said sobre los intelectuales descansa sobre la contraposición «intelectuales/poder», categorías ambas metahistóricas e indeterminadas, señala GL. «Empieza subrayando, acertadamente, que Julien Benda y Antonio Gramsci defienden dos ideas diversas y opuestas de intelectual». Gramsci, según Said, considera que los intelectuales orgánicos están involucrados activamente en la sociedad. «Quienquiera que opere en un campo vinculado con la producción o la difusión del saber hoy es un intelectual en sentido gramsciano». En el extremo opuesto, también según el autor de Orientalismo, se halla la definición de Julien Benda: «los intelectuales son un puñado de reyes filósofos superdotados que, siguiendo su propio imperativo moral, constituyen la conciencia de la humanidad […] Los verdaderos intelectuales constituyen un orden restringido, en efecto, ya que defienden los principios eternos de la verdad y la justicia que no son, propiamente hablando, de este mundo».

Pues bien, señala GL, si ésta es la alternativa, sorprende que la elección del gramscista-gramsciano Said sea la siguiente: «Y sin embargo, está fuera de toda duda, por lo menos en lo que a mí se refiere, que la imagen del verdadero intelectual que traza Benda ejerce una fuerte atracción». Es el intelectual que «se mantiene a parte», pero que «no duda en decirle la verdad al poder». Ahí tenemos la dicotomía intelectual / poder: los intelectuales son los que «le dicen la verdad al poder». Se diría, prosigue GL, que en este panorama no hay sitio para el «intelectual colectivo». Tampoco para fuerzas histórico-políticas reconocibles, históricamente dadas. «Para Said y para muchos de los escritores en quienes han influido sus valiosos escritos, ¿cuáles son los sujetos de la contra-hegemonía?»

La hipótesis que aventura GL: «en el panorama trazado por Said son precisamente los intelectuales los principales sujetos del antagonismo contra la hegemonía dominante». Una respuesta que a él le parece profundamente antigramsciana, una respuesta que viene a coincidir con otra de las afirmaciones de Said: «No está en mi naturaleza adherirme o afiliarme a ningún partido».

El intelectual tradicional, también el progresista, también el de izquierdas, también el que se siente «revolucionario», señala GL, «al situarse por vocación al margen y por encima de los partidos, se sitúa en realidad por encima de la clase, del pueblo, de la masa». No sólo porque es el único que comprende, o mejor, cree comprender; «también, porque es el único facultado para «cantarle la verdad al poder»».

Así pues, resume GL, por un lado, una determinada corriente de los Cultural Studies y de los Subaltern Studies considera que el sentido común posee las armas para combatir a la hegemonía dominante. Por otro, Edward Said considera que sólo el intelectual sabe ver y decir la verdad. Dos respuestas igualmente no gramscianas en su opinión. «En el segundo caso en particular, vuelta a Benda y a la concepción liberal del intelectual. ¿Qué había sido el partido para Gramsci, entre otras cosas, sino el lugar en que intelectuales y «simples», al unirse, crecían juntos y juntos creaban el desafío de una nueva hegemonía?». No hay sitio para el «intelectual colectivo» en esta visión del intelectual, que, en principio, para Said, desafía él solo, en la soledad del corredor de fondo, al poder.

¿Es esa la concepción gramsciana del intelectual? No, por supuesto que no.

Hay más, mucho más. No se lo pierdan.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.