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Desde la prisión de Nafha (Israel)

Las cárceles israelíes como universidades revolucionarias

Fuentes: Electronic Intifada

Traducción para Rebelión de Loles Oliván

Permítanme que comience diciendo que el papel del movimiento de presos palestinos en la educación de sus cuadros y, con ello, la contribución a la «educación nacional» palestina es una cuestión importante y digna de mucho más debate e investigación.

Como prisionero político palestino que ha pasado los últimos 20 años en las cárceles de Israel me gustaría destacar algunas de las características generales de la lucha del movimiento de presos para construir un sistema autodidacta y de educación colectiva como parte central del desarrollo de una cultura patriótica y revolucionaria que pueda ser un pilar del movimiento de liberación.

Empecé a comprender la ocupación y el hecho de estar bajo ocupación a una edad muy temprana. Algunas de mis primeras interacciones con la ocupación tenían que ver con las conversaciones que oía en mi familia, por ejemplo, acerca de cómo a mi hermano no se le permitió entrar en Jordania debido a su «expediente de seguridad» con la ocupación. Aprendí el significado de la ocupación en los demasiado frecuentes días de toque de queda impuestos en nuestro campamento de refugiados. Cualquier pregunta que formulase acerca de estos tiempos difíciles hallaba siempre la misma respuesta: «es Israel, es la ocupación». Poco a poco aprendí el significado de Palestina a través de las historias narradas por mi padre y por la abuela sobre al-Nakba y los difíciles primeros años de exilio y refugio. Me enamoré de Palestina a través de las historias de «al-balad» (la tierra), los recuerdos de los tiempos antes de al-Nakba, o «la vida real», como mi abuela solía decir. En esos días de buceo en las historias de mis mayores -a finales de los años 70- no tenía otra fuente a través de la cual aprender sobre Palestina que no fuese en esas historias y en las pocas palabras secretamente pronunciadas por un maestro que se arriesgaba a perder su puesto de trabajo y su medio de subsistencia a manos del comandante militar del distrito si éste se enteraba.

A comienzos de los 80, la sociedad palestina se transformó en un volcán de protestas contra el intento del régimen israelí de imponer las «ligas de pueblo», una especie de liderazgo político que reemplazaría a los dirigentes municipales electos y a la Organización para la Liberación de Palestina. Este período de protestas cambió mi vida. Me convertí en una parte activa del creciente movimiento popular. Mi activismo no se limitaba a participar en huelgas, manifestaciones y protestas sino que comencé el proceso de autoeducación política que duraría toda la vida. Esto era más difícil de lo que parece. La búsqueda de libros sobre la historia política palestina y la colonización sionista de Palestina requería un gran esfuerzo y discreción; Israel había prohibido todos esos libros y el ejército había quemado o confiscado la mayoría de ellos. Era muy difícil encontrar un libro sobre Palestina o los palestinos, incluso aunque se tratase de una novela de Ghasan Kanafani o un libro de poemas de Mahmud Darwish. Bebía los vientos por aquellos textos de libros secretos y folletos que, les sorprenderá saber, no eran manuales de instrucciones para fabricar explosivos sino escritos de Historia, de Literatura y de Política de diversos autores palestinos e internacionales que nos pasábamos en secreto de unos a otros. Si un soldado israelí te cogía con uno de esos textos lo más probable es que acabases en la cárcel.

En aquellos años alimenté mi fervor revolucionario con canciones patrióticas. Ansiaba especialmente las composiciones de Marcel Jalife y Ahmad Qaabur, y la voz de al-Muzaffar Nuwwab recitando su propia poesía. Las cintas con grabaciones de música patriótica, al igual que sus letras escritas, también eran ilegales por lo que se refiere a los israelíes. Grabábamos esas canciones en cintas de canciones de amor extranjeras por si acaso un soldado decidía registrarlas. Fue a través de estas canciones y poemas prohibidos como aprendí el significado de la lucha por la libertad, el sentido de la solidaridad internacional y de cómo una victoria para uno puede ser una victoria para todos.

A pesar de la dureza y la dificultad de aquellos días, los echo de menos. Hoy, después de dos décadas de aislamiento en la cárcel, me digo a mi mismo «si pudiera revivir esos días!».

Fui encarcelado en 1982 a la edad de 16 años. En la cárcel me encontré con lo que no esperaba encontrar: hallé allí lo que no podía tener fuera. En la cárcel me encontré con la universidad política nacional y revolucionaria de Palestina. Fue en la cárcel donde me di cuenta de que el conocimiento es lo que allana el camino a la victoria y a la libertad.

En la cárcel, y a través de una larga y ardua lucha, el movimiento de los presos ha sido capaz de ganar y mantener el derecho a una biblioteca. A los miembros del movimiento de presos se les ocurrieron ideas ingeniosas para que llegaran libros de contrabando a las cárceles israelíes que los métodos de los guardias de la prisión israelí nunca fueron capaces de descubrir. El movimiento organizaba sistemáticamente talleres, seminarios y cursos dentro de la prisión para educar a los presos en cada uno de los temas pertinentes que se puedan imaginar. Cada día, el preso que tenía el cargo de «bibliotecario» pasaba a través de las diferentes celdas y secciones y los presos cambiaban el libro que acababan de terminar por el que estaban a punto de comenzar. El bibliotecario llevaba un «libro de la biblioteca,» un registro de los libros disponibles en la biblioteca, y una lista de los libros que cada prisionero había solicitado.

Hablar de esto me recuerda uno de los momentos más memorables que pasé en la cárcel. Habíamos descubierto que el movimiento había logrado introducir de contrabando Hombres al sol, de Ghassan Kanafani, en la prisión de Nablus. Corrimos todos para incluir nuestros nombres en la lista de personas que querían leer el libro y la espera duró semanas. En varias ocasiones recurrimos a hacer copias de libros codiciados como este. Por supuesto, las copias se realizaban con lápiz y papel; y recuerdo que yo copié El Movimiento Nacional Palestino, de Nayi Alloush, del que hicimos cinco copias escritas a mano. Recuerdo que todos corríamos tras los escritos de Gabriel García Márquez y Jorge Amado, de Tolstoi y Dostoievski, de Hanna Mina, de Nazim Hikmet, y de muchos, muchos otros.

A través de la voluntad y la perseverancia de los presos, la cárcel se transformó en una escuela, una verdadera universidad que impartía educación en Literatura, idiomas, Política, Filosofía, Historia y mucho más. Los graduados de esta universidad destacaron en varios campos. Todavía recuerdo las palabras de Bader al Qawasmah, uno de mis compatriotas que conocí en la vieja cárcel de Nablus en 1984, cuando me dijo, «antes de la cárcel yo era un portero que no sabía leer ni escribir. Ahora, después de 14 años en prisión, escribo en árabe, enseño hebreo y traduzco del inglés». Recuerdo las palabras de Saleh Abu Tayi (un refugiado palestino en Siria que fue preso político en cárceles de Israel durante 17 años antes de ser liberado en el canje de 1985) contándome historias reales de las aventuras de los presos que hacían contrabando con libros, con pedazos de papel e incluso con los bolígrafos de tinta.

Los presos se transmitían lo que sabían y lo que habían aprendido de manera organizada y sistemática. En pocas palabras, el aprendizaje y la transmisión del conocimiento y el entendimiento, tanto sobre Palestina como en general, se ha considerado un deber patriótico necesario para garantizar la constancia y la perseverancia en la lucha por la defensa de nuestros derechos contra el sionismo y el colonialismo. No hay duda de que el movimiento de los presos políticos palestinos ha jugado un papel de liderazgo en el desarrollo de la educación nacional palestina.

Khaled al Azraq es un refugiado palestino que vivía en el campamento de refugiados de Aida (Belén) antes de ser capturado y encarcelado por Israel. Es preso político desde hace 20 años; en la actualidad se encuentra recluido en la prisión de Nafha (Hadarim) al sur de Palestina. Este artículo fue publicado originalmente en la edición de otoño de 2009 de Al-Majdal, la revista trimestral de Badil, Centro de Recursos para los Derechos de Residencia y de los Refugiados (http://www.badil.org/).

Fuente: electronicintifada.net/v2/article10936.shtml