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¿Un nuevo Pacto de San Sebastián?

Las dificultades y los dilemas para la construcción de una oposición para la alternativa

Fuentes: Rebelión

Para Julio Anguita, lúcido, perseverante y radical constructor de la Unidad para la Alternativa. Parecería que estamos ante una ley histórica: cada vez que se habla de unidad, más aparece la división, la fragmentación y hasta la ruptura en la izquierda. Cuando, además, se hace en contextos electorales, la lucha por la unidad se convierte […]


Para Julio Anguita, lúcido, perseverante y radical constructor de la Unidad para la Alternativa.

Parecería que estamos ante una ley histórica: cada vez que se habla de unidad, más aparece la división, la fragmentación y hasta la ruptura en la izquierda. Cuando, además, se hace en contextos electorales, la lucha por la unidad se convierte en parte de la estrategia de campaña, o de la precampaña, de cada una de las fuerzas políticas para obtener votos y legitimidad, acusando al oponente de ser menos o nada unitario y, en definitiva, de ser el culpable de que la ansiada y necesaria unidad no se dé. La respuesta de las personas suele ser la frustración, la resignación o simplemente el rechazo.

A estas alturas, deberíamos encontrar nuevos fundamentos y nuevas vías para las políticas unitarias que nos hicieran salir del bloqueo y de la frustración. La unidad es muy importante siempre y, en las actuales condiciones, decisiva: sin unidad nada será posible. El problema, como nos demuestra la vida una y otra vez, es que las formulas simples y bienintencionadas, no son capaces de hacer avanzar realmente el proceso unitario de movilización, compromiso político y convergencia para la acción, más allá y más acá de las elecciones. Deberíamos, con perseverancia e inteligencia, repensar un procedimiento adecuado que haga posible lo necesario, es decir, construir sólidamente la unidad de las fuerzas alternativas.

Una aproximación realista debería partir de algunos principios. Primero, hay razones objetivas y subjetivas para la existencia de organizaciones políticas diferenciadas de la izquierda. Sin este reconocimiento no se avanzará, creo. Acusar a unas u a otras que sigan existiendo y que no se disuelvan, no tiene demasiado sentido, mucho menos, para ponerlas al servicio de estrategias que no comparten, sin olvidar, que estamos en un Estado plurinacional con fuerzas políticas extremadamente celosas de su autonomía, sobre todo, cuando acuerdan y pactan con fuerzas estatales.

Segundo, se comprenda mejor o peor, las alianzas políticas son extremadamente difíciles y requieren mucha tenacidad y prudencia. Se trata de concebirlas como un proceso que tiene ritmos, concreciones políticas y formulaciones organizativas diferenciadas. Lo fundamental: la unidad electoral y de gobierno no son las únicas factibles, hay otras fórmulas que, al final, pueden llevar a una alianza de carácter estratégico. La tensión entre lo necesario y lo posible va a tener momentos muy complicados, salvados, muchas veces, en el último minuto. La formulación, muy usual, de ir todos juntos a las elecciones, encontrar un liderazgo carismático capaz de conducirnos y así convertirnos en una fuerza política determinante, puede estar bien como idea y hasta como propuesta pero poco dice de las dificultades de todo tipo que tiene su plasmación práctica. Se lleva intentando desde hace años y no ha conducido demasiado lejos. De esto se puede y se debe hablar en serio.

Presentarse a las elecciones y tener representación es muy importante. Estaría bien, seguramente, que esto no fuera así y que la insaculación o el sorteo pudieran ser fórmulas viables. No parece en este momento posible. Las coaliciones electorales se basan en un programa común, candidaturas que reconozcan las pluralidades existentes (políticas, de género, de edad) y personas que hagan campaña, es decir, organización, mucha organización y recursos, muchos recursos. El trabajo, en lo fundamental, es voluntario. Hace falta miles de interventores y apoderados, que lo son porque creen el proyecto y se siente partícipes de una identidad compartida. Esto obliga a un trabajo tenaz, no siempre exento de contradicciones: las fuerzas políticas, todas, insisto, todas, tienen intereses, posiciones, ideas y creencias, que quieren ser reconocidas y tomadas en cuenta a la hora de confeccionar las listas. ¿Electoralismo? es posible, pero de todas, las pequeñas y las grandes formaciones, también de los y de las independientes.

Cuarto, la pluralidad, los derechos de las minorías y la cuestión central del género no se pueden realizar con sistemas electorales mayoritarios, es decir, así solo se pueden elegir las cabeceras de las listas. Las primarias pueden ser un excelente mecanismo de participación y hay mucha demanda social reclamando (auto) reformas de las fuerzas políticas, pero no solo esto: quieren más radicalidad, coherencia entre lo que se dice y se hace, ejemplaridad en el ejercicio de lo público, estricto cumplimiento de las promesas electorales. La política, como siempre, lo primero.

En todo esto no hay demasiada novedad, pero conviene recordar las cosas y partir de la experiencia. Sin embargo, el mayor error que podíamos cometer sería no relacionar, no subordinar la estrategia unitaria a la concreta y precisa fase política por la que pasa nuestro país. ¿Cuál es la línea de fractura fundamental de la fase? El conflicto entre restauración y ruptura. Entender esto es lo decisivo y debería determinar las políticas de alianzas de las fuerzas de izquierda. La cuestión se podría exponer del siguiente modo: guste o no, independientemente de la opinión que se pueda tener del régimen surgido de la llamada transición democrática, se constata, no solo su crisis sino, es lo básico, la progresiva emergencia de un nuevo sistema político que para abreviar llamaríamos de democracia «limitada y oligárquica», es decir, una enésima restauración borbónica.

Ante esto solo cabe organizar un sujeto democrático-popular capaz de convertirse en poder constituyente e iniciar la revolución política. Somos conscientes de las enormes dificultades y de los obstáculos que tendremos que vencer. No queda otra, mejor dicho, hay otra: aceptar negociar la Restauración. Tampoco en esto debemos engañarnos demasiado: a la hora de la verdad, como siempre, el PP y el PSOE estarán juntos, con la suma de la derecha vasca y catalana. Si la crisis se agrava y la lucha social se intensifica, lo más probable será un gobierno de coalición que organice la restauración; si no, se seguirán escenificando «profundas y radicales diferencias» entre los grandes partidos, desde un acuerdo básico: respetar la hegemonía política de los grandes grupos de poder económico. El programa-marco está ya establecido: los tratados de la Unión Europea y la férrea intervención de la troika.

Este es, a mi juicio, el territorio del acuerdo: proceso constituyente y ruptura democrática. Un pacto así sería claro, políticamente factible y de amplia base social. Daría un fundamento estratégico a las luchas sociales, permitiría trenzar solidas alianzas con los movimientos sociales y encontrar marcos democráticos a los conflictos nacionales del Estado español. ¿Cómo concretarlo? ¿Cómo hacerlo operativo políticamente?

En las próximas elecciones europeas, que abren un ciclo electoral de tres años, IU intenta ampliar el marco de alianzas ya existente. Su gran desafío es engarzar acuerdos estables con las izquierdas nacionalistas, incorporar dirigentes sociales y dar una señal clara que se está contra la Europa alemana del euro. Ahora bien: ¿esta Izquierda Unida que intenta ampliarse e ir más allá de sus límites representa a todo el potencial de cambio y de transformación? No, claramente no. ¿Qué hacer? Seguir luchando por la unidad y la convergencia.

La unidad electoral no es la única posible, esta es un proceso y hay otras formas capaces de crear condiciones para que avance la convergencia, me refiero, en lo concreto, a un tipo de acuerdo político amplio y plural que asegure una salida democrática y rupturista a la crisis del régimen monárquico. Un grupo de organizaciones políticas, sociales y culturales, personas significativas, deciden ponerse de acuerdo para luchar por un proceso constituyente que permitan a la ciudadanía definir y decidir su futuro. Este podría ser un acuerdo más allá de las elecciones y definiría todo el ciclo político y social.

Las organizaciones y partidos seguirían siendo independientes y podrían presentarse a las elecciones en las condiciones que ellas decidan. Lo fundamental, lo verdaderamente importante, es que en su programa lleven la propuesta de proceso constituyente y su compromiso de luchar por la soberanía popular. Sería mejor, insisto, una alianza electoral y hasta de gobierno, pero si esto no es posible todavía, escenifiquemos un gran acuerdo, una gran iniciativa unitaria que envíe a la ciudadanía un mensaje claro de que hay fuerzas capaces de guiar y organizar un cambio de Régimen.

Para vencer a la Restauración que avanza, la clave está en fortalecer el protagonismo popular y para ello la unidad es básica. La convergencia unitaria, entendida, insisto, como proceso, permitiría que los contenidos se amplíen y maduren, que las campañas políticas decididas y acordadas cumplieran su papel de motor político del cambio e impulsaran el protagonismo del sujeto popular para, es la clave, convertirlo en poder constituyente. Muchos pensamos que empiezan a darse condiciones para reeditar, bajo nuevas formas, un nuevo Pacto de San Sebastián a la altura de los desafíos de una sociedad, de un país como el nuestro. ¿Crear condiciones sociales y políticas para elecciones constituyentes?

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.