Traducido del inglés por Atenea Acevedo, miembra de Rebelión, Tlaxcala y Cubadebate.
Sobre el muro de una bulliciosa calle se lee la siguiente pintada en hebreo: «moda = promiscuidad». Para las mujeres en algunas comunidades israelíes esta idea no es simplemente un fatuo graffiti, sino una advertencia que, cada vez con más frecuencia, va acompañada de amenazas de violencia física.
Los judíos ultraortodoxos de Israel, fundamentalistas religiosos que consideran más importante seguir su propia interpretación de los preceptos divinos que acatar las leyes israelíes, prefieren vivir en barrios y poblados apartados, casi siempre cerca de los lugares sagrados de Jerusalén.
Conocidos localmente como haredim (literalmente, «personas que temen a dios»), constituyen la comunidad de más rápido crecimiento en Israel y ya conforman una décima parte de la población. Se reconoce a los hombres por el atuendo: un uniforme de sombrero o casquete negro, camisa blanca y traje negro que data de las raíces ancestrales de la comunidad proveniente de Europa del Este.
Pero ante lo que consideran la amenaza de la cultura moderna, algunos grupos de haredim exigen el cumplimiento más riguroso de la halakha o normativa religiosa judía. Varios grupos de hombres ultraortodoxos se han convertido en escuadrones de vigilancia con la etiqueta «patrullas del recato»; su principal blanco son las mujeres haredi cuya conducta encuentran inapropiada.
El número de notas sobre mujeres atacadas en las calles o en sus casas se multiplica constantemente en los medios locales.
En un caso ampliamente difundido en el verano y que se atribuye a miembros de una patrulla del recato, se arrojó ácido al rostro de una joven de 14 años de Upper Beitar, gran colono ultraortodoxo en Cisjordania, al sur de Jerusalén.
La joven le dijo a uno de los paramédicos que había recibido amenazas constantes antes de que se consumara la agresión. Según los medios, llevaba pantalones holgados cuando fue atacada.
Varios rabinos han calificado a las mujeres que usan pantalones de impúdicas. Shlomi Aviner, uno de los rabinos más prominentes, sentenció el mes pasado: «En general, una mujer siempre debe llevar ropas recatadas, incluso cuando se encuentra sola y en la oscuridad».
Elhanan Buzaglo, ultraortodoxo, fue acusado la semana pasada al ser sospechoso de irrumpir, con seis cómplices, en el hogar de una mujer armados con un bate y gas lacrimógeno en un barrio ultraortodoxo de Jerusalén. La mujer, divorciada de un haredi, fue golpeada y amenazada de muerte a menos que abandonara la zona.
Según las acusaciones: «El demandado y las otras personas empujaron a la demandante, la arrojaron al suelo, la golpearon, azotaron su cabeza contra el suelo y patearon todo su cuerpo».
Muy pronto vieron la luz otras demandas en contra de Buzaglo, entre ellas un intento de arrollar a una joven con su auto.
Inat Horvi, del Centro de Acción Religiosa, vinculado al movimiento liberal de judaísmo reformista, señaló que probablemente las patrullas del recato han formado parte de la vida haredi desde hace décadas.
Sin embargo, añadió que el extremismo religioso muestra una tendencia creciente entre los grupos ultraortodoxos y, de manera general, en la sociedad israelí. «Las mujeres mayores ultraortodoxas denuncian que sus hijas no pueden vestir el tipo de ropas que ellas mismas usaron a su edad», afirmó.
Dijo que en la mayoría de las comunidades haredi los hombres y las mujeres permanecen estrictamente separados en público, e incluso hay segregación marcada en tiendas y aceras.
Además, las patrullas del recato han lanzado una campaña en contra de los reproductores MP3, amenazan a los dueños de las tiendas que los ofrecen y, en algunos casos, las han quemado.
No todas las comunidades están tomando con tranquilidad esta creciente ola de «vigilancia». En Beit Shemesh, un poblado al oeste de Jerusalén cuya población mixta está conformada por judíos ortodoxos menos estrictos y por haredim, 1 500 personas protestaron en contra de las patrullas del recato a fines del año pasado, y exigieron medidas a la policía y las autoridades municipales.
La manifestación se produjo después de dos incidentes con las patrullas. En el primer caso, cinco varones ultraortodoxos atacaron a un hombre y a una mujer por sentarse juntos a bordo de un autobús; en el segundo, una familia fue amenazada porque desde la calle alcanzaba a verse la pantalla de su televisor. Varias mujeres han denunciado advertencias de no salir a trotar por la ciudad.
El campo de batalla clave de las patrullas del recato ha sido la segregación de hombres y mujeres en autobuses públicos, conocidos como líneas mehadrin o «kosher». Las patrullas del recato insisten en que las mujeres ocupen únicamente los asientos posteriores de los autobuses.
El Centro de Acción Religiosa ha presentado una demanda ante la Corte Suprema para que se obligue a Egged, la empresa nacional de autobuses, y al Ministerio de Transporte a poner fin a su cooperación oficial en 30 rutas donde se observan estas prácticas. Muchas otras rutas tienen prácticas de segregación informal, cuyo cumplimiento queda en manos de los propios pasajeros ultraortodoxos.
«En principio, no cuestionamos el derecho de los haredim de solicitar autobuses segregados dentro de sus comunidades», señaló Inat Horvi. «Nuestra demanda está diseñada para impedir que Egged y el ministerio de transporte sigan usando recursos públicos para hacer cumplir la segregación en servicios abiertos al público en general».
Los funcionarios del Ministerio se han lavado las manos con el pretexto de que, según ellos, las líneas mehadrin son resultado de acuerdos establecidos entre Egged y los haredim. No obstante, la corte ha ordenado que tanto Egged como el Ministerio de Transporte respondan a la demanda antes de que termine el mes.
Inat Horvi afirmó que en años recientes un creciente número de rutas de autobús entre las ciudades más importantes se ha sumado a la segregación a partir de las exigencias de los pasajeros ultraortodoxos, aunque ninguno lleva un letrero que así lo indique.
«La gente de Egged ha cedido porque saben que la convicción de los haredim es tan sólida que dejarán de usar los servicios y crearán sus propias líneas de autobuses aunque no estén autorizadas. Saben, también, que en la mayoría de los casos el público que no es haredi no tiene opción: tienen que seguir usando las líneas, aun cuando haya segregación».
Una docena de mujeres que han sido víctimas de amenazas o golpizas son partes en la demanda judicial. Una de ellas, Naomi Ragen, escritora de 58 años de edad, se refiere a las rutas segregadas como «líneas talibán».
Hanna Pasternak, judía ortodoxa y feminista de 58 años, dijo haber sufrido una serie de confrontaciones humillantes con varones ultraortodoxos cuando ha decidido sentarse en la parte delantera del autobús.
«En una ocasión, un hombre exigió que me sentara en la parte de atrás, pero me negué a hacerlo», comentó. «El viaje duró una hora y él no dejó de gritarme ni un minuto. Me insultó, me dijo de todo».
Después se dirigió al resto de los varones y les habló en yiddish, la lengua de los judíos mayores de Europa Central. «No se dio cuenta de que yo entendía todas y cada una de sus palabras; lo oí decir que los hombres harían bien en averiguar dónde vivía para darme una lección. Me bajé del autobús aterrada».
No todos los rabinos están de acuerdo con el nuevo énfasis en el recato.
Israel Rosen, rabino y líder de colonos, criticó la tradición haredi de omitir los nombres femeninos de los periódicos y las invitaciones: «¿Acaso no hay una relación psicológica entre la hipocresía de ocultar un nombre y ocultar un rostro debajo de un velo estilo talibán?»