(Congreso Internacional sobre Sionismo y Racismo, Bagdad, noviembre de 1976) Traducido del inglés por Beatriz Morales Bastos
El imperialismo es necesariamente un fenómeno racista en la medida en que es un sistema político económico internacional basado en el concepto de desigualdad moral y material de las naciones, lo que conlleva la sumisión y la explotación de los gobernados por parte de los gobernantes a través tanto del uso opresivo de la fuerza como de otros medios. Los antecedentes históricos del imperialismo por todo el mundo lo confirman y sin este punto de vista básico no es posible una lectura correcta del racismo y de la historia moderna.
Las pruebas históricas indican el hecho de que el sionismo, tal como lo conocemos, nació en el marco de las ideas y planes imperialistas de las primeras décadas del siglo XIX europeo y fue abrazado con entusiasmo por algunos intelectuales y activistas judíos que estaban influenciados por los frecuentes chauvinismo e ideas racistas de la última parte del siglo. El común denominador era el interés por encontrar soluciones para los problemas y necesidades europeos a costa de otros pueblos, los árabes en este caso. El uso del término ‘alianza’ se refiere a la asociación y a la naturaleza del vínculo entre ambas partes y no a ninguna apariencia de paridad entre ellas, ya que es bastante obvio que el sionismo es meramente una de las ramas del árbol de la ideología imperialista. Las peculiaridades de la ideología e identidad sionista tienden más a reafirmar que a negar su carácter racista.
El sionismo como un credo político moderno y como movimiento organizado eficaz sólo se puede concebir correctamente como una solución artificial o temporal a tres desafíos interrelacionados a los que se enfrenta Europa en el siglo XIX, en el auge del imperialismo occidental.
1. El crecimiento y expansión del imperialismo europeo, que necesitaba buscar nuevas fuentes de materias primas y mercados para los productos acabados, además de asegurar las líneas de las comunicaciones comerciales y militares. La importancia de las tierras árabes como puerta de África y puente hacia Asia quedó absolutamente patente con las campaña de Napoleón (1797-1799) y los «peligros» del intento de Mohammed Ali de formar un Estado independiente que incluyera Egipto y los Estados Árabes. Así, la necesidad de sofocar cualquier Estado independiente naciente, doblemente más amenazante para el imperialismo en los inicios de la extensión del sentimiento nacionalista árabe, se hizo cada vez más persistente mientras el «Imperio Otomano», el «hombre enfermo de Europa», avanzaba hacia la desintegración.
2. El fracaso del liberalismo europeo y de las ideas de igualdad y democracia para incorporar y asimilar a los judíos unido a la crisis capitalista en Europa del este. La adopción de la industrialización llevó a una pérdida de vocación para un gran número de judíos que no pudieron adaptarse fácilmente a la transformación del sistema económico feudal. Es importante señalar que el «mantenerse aparte» de los judíos en el pasado fue un factor que contribuyó al fenómeno del anti-judaísmo.
3. La difusión del nacionalismo expansionista agresivo y chauvinista en Europa que acentuó la base racial del Estado nacional así como la superioridad racial y la necesidad de expansión (Lebensraum) se desvió a las colonias y posesiones de ultramar. Se mantuvo la superioridad, la explotación y la dominación como una misión de civilización bajo de noción de la «carga del hombre blanco».
El primero de estos dos retos se conoció como la «cuestión oriental» o la «cuestión siria» y la «cuestión judía». Las rivalidades inter-europeas y las riñas por las colonias precipitaron las guerras y revoluciones mundiales, y se transformó en la «cuestión colonial». La primera cuestión provocó que las principales figuras imperialistas propusieran la idea de crear un Estado de colonos judío y cliente en Palestina, diseñado fundamentalmente para bloquear la realización de la unidad y la independencia es esa importante zona del mundo y para servir a los intereses de sus patrocinadores. Los acontecimientos de la última parte del siglo fueron propicios para la creación de un consenso de opinión entre los imperialistas y los políticos occidentales, con la cooperación de millonarios judíos occidentales y anti-semitas de todas partes a favor del sionismo y de la emigración judía a un Estado judío en Palestina, así como a favor del establecimiento de este Estado. La interacción de los retos y la persistencia de los problemas y de las cuestiones se introdujeron en los planes imperialistas y llevó los acontecimientos a encontrar soluciones a expensas de los pueblos del tercer mundo.
El crecimiento de la influencia occidental
Hacia finales del siglo XVIII se intensificó el interés de las potencias occidentales en la zona árabe al tiempo que el anticuado Imperio Otomano se hacía cada vez más dependiente de las potencias europeas que obtenían privilegios, puntos de apoyo y esferas de influencia dentro del propio Imperio. Estas potencias trataban de establecer relaciones directas con las diferentes poblaciones y sectas religiosas en la zona. Así, Francia se convirtió en la protectora de las comunidades católicas en Siria, Líbano y Palestina, mientras que los cristianos ortodoxos quedaron bajo la protección rusa.
Fue durante su campaña palestina (1799) cuando Napoleón, motivado por sus necesidades de guerra y, más tarde, por su ambición de atraerse la lealtad de los judíos como agentes por todo el mundo, hizo público su llamamiento a reconstruir el Templo de Jerusalén y al «retorno» de los judíos a Palestina por motivos políticos. La propia campaña de Napoleon había suscitado el interés británico por Palestina ya que suponía una amenaza para la ruta terrestre británica a India. Cuando durante las primeras décadas del siglo XIX Mohammed Ali (Al-Kabir) de Egipto emprendió su ambicioso plan de modernizar Egipto y construir un sólido Estado independiente que comprendiera Egipto, la Gran Siria y la Península Arábiga, el gobierno británico adoptó un curso de intervención militar directa y desempeñó un papel decisivo en llevar a los ejércitos Ibrahim Pasha (hijo de Mohammed Ali) de vuelta a Egipto.
El avance de Mohammed Ali en Siria abrió la cuestión Siria (una cuestión que todavía permanece ya que es sinónima de los esquemas y esfuerzos occidentales por impedir la unidad árabe). Se formularon nuevas políticas británicas. Una de las claves del nuevo enfoque fue Palestina y los judíos una parte fundamental de su punta de lanza. En 1838 los británicos decidieron instalar un agente consular británico en Jerusalén y al año siguiente abrieron el primer consulado europeo en esta ciudad. Durante las décadas de los cuarenta y cincuenta del siglo XIX el gobierno británico, que no tenía sus propios protégées, estableció una conexión con los judíos en Palestina (unos 9.700 en total), los drusos en Líbano y las nuevas iglesias protestantes. «Tras la protección de minorías comerciales y religiosas yacían los principales intereses políticos y estratégicos de los poderes» [l].
Desde su inicio la presencia británica se asoció a la promoción de los intereses judíos. «Sin embargo, esta cuestión de la protección británica a los judíos se convirtió, y lo siguió siendo durante muchos años, en la principal preocupación del consulado británico en Jerusalén»[2]. La formulación y marco de la política imperial en la zona fue mejor diseñada por su artífice, el primer ministro vizconde Palmerston. En una carta al embajador británico en Constantinopla explicando por qué el Sultán otomano debía fomentar la inmigración judía a Palestina, Palmerston escribió: «… si el pueblo judío retorna bajo la autorización y protección del Sultán, e invitados por él sería un cheque respecto a cualquier malvado plan futuro de Mohammed Ali o de su sucesor»[3].
Hay que destacar, además, que Palmerston utilizó el término «pueblo judío» en referencia a la unidad racial-religiosa como si no hubiera otros vínculos entre los judíos en aquella época cuando incluso destacados judíos hablaban de «comunidades judías» y cuando hacía progresos el movimiento asimilacionista judío, el Haskalah. También vale la pena señalar el uso de la palabra «retornar» en referencia a una errónea ascendencia racial – como si la historia hubiera permanecido inmóvil durante doscientos años – y tomando recuerdos religiosos como un título concedido con completo desprecio (aún es más, en una estudiada oposición directa) a los deseos de los habitantes de esta tierra. Todo esto precedió en más de medio siglo a la conversión del padre del sionismo al sionismo y al nacimiento oficial del movimiento. El concepto de Palmerston tampoco fue un relámpago en el cielo de la política imperial británica. Esta particular idea de erigir un Estado de colonos judíos en Palestina para servir a los intereses británicos y a una serie de pedantes morales la compartieron varios de los más destacados primeros ministros, hombres de Estado, dirigentes militares y aventureros imperialistas británicos. Entre ellos se incluían Palmerston, Shaftesbury, Colonel Gawler, Disraeli, Rhodes y el coronel C.H. Churchill, Lawrence Oliphant, Joseph Chamberlain, General Smuts,4 A.J. Balfour y W. Churchill, por nombrar unos pocos.
Muchos de estos patrocinadores del sionismo no eran filo-semitas, como a veces se asume comúnmente. La postura pro-sionista de Balfour fue iniciada por el argumento de Herzl ante la Comisión Real Británica sobre la inmigración de los judíos a Gran Bretaña (1902) de que desviar a los judíos hacia Palestina era la solución al problema británico. Lawrence Oliphant proporciona un caso claro de contradicción entre las pretensiones morales e idealistas de sionistas gentiles y su actual motivación imperialista. Según el biógrafo de Lawrence, el hombre «compartía mucho del anti-semitismo fácil de su época» [5]. Un ejemplo más reciente lo proporciona el presidente Richard Nixon que proporcionó más armas y dinero a Israel que todos los anteriores presidentes estadounidenses juntos y que, según reportajes de la prensa sobre las cintas de la Casa Blanca, era muy capaz de hacer comentarios irrisorios sobre los judíos en sus consejos privados.
Las semillas del imperialismo británico no brotaron inmediatamente y tuvieron que esperar a las lluvias de unos intereses imperialistas más amplios en la zona, la apertura del Canal de Suez en 1860 y la ocupación británica de Chipre y Egipto en la década de los setenta y ochenta respectivamente. Un impulso adicional fue la extensión del anti-semitismo en el oeste de Europa y después en el este.
El crecimiento de la influencia occidental «hizo que las comunidades judías occidentales desempeñaran un papel cada vez más importante en Tierra Santa» [6]. Este papel se concibió dentro de los confines de estos intereses bajo la protección de los privilegios (capitulaciones) garantizados por el Sultán a las potencias occidentales. Fue financiado y dirigido por ricos judíos occidentales estrechamente asociados a las clases dirigentes en el oeste.
Las primeras organizaciones que promovieron el programa de colonización propuesto fueron británicas y estaban inspiradas por la línea de pensamiento de Palmerston-Shaftesbury: la Asociación Británica y Extranjera para la Promoción del Restablecimiento de la Nación Judía en Palestina, la Asociación para la Promoción de los Asentamientos Judíos en Palestina, la Sociedad para la Promoción del Trabajo Agrícola Judío en Tierra Santa. Se estableció la Crónica Judía y se convirtió en «un importante vehículo para la popularización en círculos judíos de la colonización de Palestina» [7]. En 1861 la Sociedad Hebrea de Londres para la Colonización de Tierra Santa y la Alianza Francesa establecieron la escuela agrícola de Mikveh Israel cerca de Jaffa, obviamente con el objetivo del asentamiento a gran escala de judíos en Palestina. Richard Stevens explicó este aumento de los intereses franceses: «Tras la Guerra de Crimea en general hubo un renovado interés por ampliar la influencia francesa por el Levante y varios escritores politicos defendieron no sólo la protección de una provincia de Líbano cristiana y autónoma, sino también una provincia autónoma de Palestina» [8].
En aquel momento varios escritores británicos escribieron panfletos promoviendo la idea de un asentamiento judío en Palestina. Las Melodías hebreas de Byron, Daniel Deronda de George Eliot and Tanored de Disraeli transmitieron un toque romántico y estimularon la aceptación pública de la idea inspirada en los intereses británicos de un «retorno» judío a Palestina.
Estas actitudes y esfuerzos occidentales proporcionaron los antecedentes necesarios para la emergencia del sionismo. Como se ha indicado antes, dos acontecimientos europeos en la segunda mitad del siglo XIX proporcionaron las condiciones necesarias para el nacimiento de la idea sionista concebida por el imperialismo y la implantaron en las mentes judías como si fuera un hecho natural judío y motivado interiormente. El primero fue el resultado directo e indirecto del crecimiento intelectual y político del nacionalismo chauvinista europeo. No fue casual que el primero en proponer la idea nacional judía como un credo moderno, Moses Hess, titulara su libro Roma y Jerusalén (1862) haciendo referencia directa al movimiento nacionalista en Italia y en el que abrazó los conceptos racistas y las teorías racistas pseudo-científicas del siglo XIX. Hess insistió en que los judíos debían evitar la asimilación reafirmar su singularidad «reconstituyendo su centro nacional en Palestina». Debido a sus intentos de lógica, Hess, como la mayoría de los pensadores sionistas, traiciona las supersticiones intrínsecas y los rasgos mesiánicos en que, a menudo, es sionismo no religioso cuando habla de la inminente victoria de la idea judía presagiando así el «Sabbath de la Historia». Lo que es de una importancia histórica primordial no es el inmediato impacto de Roma y Jerusalén sino más bien el clima político e intelectual que lo produjo. Para los fundadores intelectuales y políticos del sionismo la realpolitik de los hombres de Estado europeos fue de tremenda influencia, la de Bismarck una inspiración real.
El segundo acontecimiento europeo que empujó la idea del sionismo a un lugar preponderante fueron los pogromos rusos en 1881. Estos pogromos provocaron un éxodo masivo de judíos a Europa oriental y occidental, y ocasionaron el colapso de los movimientos de asimilación del Haskalah. Su lugar lo ocupó un nuevo movimiento, Hibbath Zion (el amor de Sion), inspirado en el panfleto de Leo Pinsker, Auto-Emancipación (1882). Se formaron sociedades en centros judíos para discutir la cuestión del asentamiento en Palestina como una perspectiva inmediata y práctica, y el restablecimiento del hebreo como una lengua viva. La primeras colonias judías pertenecieron a una organización de estudiantes judíos rusos, conocida como Bilu, que se formó en Kharkov con el propósito específico de colonizar Palestina.
Herzl y el crecimiento del sionismo
A pesar del brote de organizaciones judías orientadas a la colonización, no surgió un liderazgo central. El flujo continuo de inmigrantes judíos a Europa occidental trajo el anti-semitismo e intensificó el interés de destacados judíos occidentales por el destino de los judíos en Europa del este. Una famosa familia judía, los archi-ricos Rothschild, financiaron un intento de minimizar la inmigración judía desviándola a Palestina; así se evitaron las nefastas consecuencias del anti-semitismo y el judaísmo se alineó junto a los intereses expansivos imperialistas en Oriente Próximo en la era post-Suez era [9]. Un joven judío vienés, periodista de profesión, llamado Theodor Herzl iba a proporcionar el liderazgo político y organizativo al nuevo movimiento.
El caso Dreyfus de 1894 fue lo que convirtió a Herzl de indiferente hacia el judaísmo en un sionista activo. En 1896 su Der Judenstaat (El Estado judío) suscitó el interés de los activista judíos de diferentes partes de mundo occidental. El libro trataba la situación de los judíos y argumentaba que sólo se podía solucionar la cuestión judía logrando la categoría de Estado en una tierra que les perteneciera estrictamente. Durante el año siguiente Herzl fue capaz de convocar el Primer Congreso Sionista en Basle (agosto de 1897) y de crear la Organización Sionista Mundial. Herzl fue elegido presidente y su programa cuidadosamente trabajado estipulaba que el objetivo del sionismo era «una patria segura legalmente, públicamente reconocida en Palestina» que se consiguiera por medio de la organización, colonización y negociación bajo el paraguas de las potencias imperialistas.
Sería difícil exagerar la importancia de las ideas de Herzl y el efecto que tuvieron sus esfuerzos en el movimiento sionista. Como padre fundador, dejó su impronta en todo el molde de este movimiento y se puede decir que ha influenciado en éste más que ningún otro dirigente. Un lectura de sus trabajos y el seguimiento de marco de pensamiento y de referencia de acción, así como un análisis del Congreso de Basle son muy reveladores, especialmente a la luz de sus meticulosos y cándidamente recogidos Diarios [10]. Sus ideas, estrategias y métodos tuvieron un tremendo impacto en el pensamiento y acción sionista, incluso hasta el punto de convertirse en característicos del movimiento.
El sionismo de Herzl es un resultado de la cuestión judía y su visión de su solución dentro del marco de la alianza con las potencial imperialistas dominantes y según fue modelado por las ideologías de las sociedades y movimientos nacionalistas-con-racismo europeos. Para Herzl estas sociedades eran permanentemente incapaces de tolerar a los judíos que estaban alienados por su diferencia e inconformismo, y esto era la base tanto del anti-semitismo como de la falta de raíces de los judíos. La solución posiblemente no podía ser reformar a estas sociedades por medio de nociones como libertad e igualdad, ni la pérdida de la identidad y diferencia judía, sino más bien la realización de la conformidad sobre «una base nacional» y el alineamiento del propuesto Estado nacional judío, que se iba a establecer sobre una tierra puramente judía y con las potencias europeas, bajo cuyo paraguas y patronato era necesario estar para llevar a cabo el Estado, así como también era necesario que lo protegieran a partir de entonces a cambio de los servicios rendidos contra terceras partes.
La relación entre las potencias europeas y el propuesto Estado de colonos sionista se concibió sobre una base imperialista-colonial. A pesar de este hecho subyacente, el colonialismo sionista tienen sus propios matices que, a cambio, lo hacen más anómalo y extremo. El primero de estos matices era que mientras los colonialistas europeos eran una extensión de una realidad y de un Estado nacionales ya establecidos, los colonialistas judíos soñaban con forjar una nación o una identidad nacional a través del propio acto de colonización. A diferencia de otros movimientos en busca de nación éste se basaba en la religión, ya que no compartían una lengua ni tenían normas sociales y una experiencia histórica continuada en común [11]. Para hacerlo más viable a la mentalidad europea, el sionismo reivindicó así la unidad racial de los judíos añadiendo pseudo-cientifismo al anacrónico concepto de construir una nación Estado religioso. Otra característica fue que, al tiempo que intentaba por todos los medios el entusiasta patrocinio de las potencias occidentales más poderosas o con más intereses, el sionismo se basó hasta la médula en el consenso de las potencias imperialistas y occidentales. Trató de beneficiarse, y lo logró, de la competición imperialista interna en contradicción con otros Estados de colonos. El último de estos matices era uno de tipo ideológico, a saber, los sionistas trataban de expulsar a los «nativos» como su estrategia básica para un Estado nacional puramente judío.
Cualquier examen de los escritos y de las líneas maestras de la teoría y acción sionista revelaría el impacto preponderante y dinámico del pensamiento y modus operandi imperialistas, así como la influencia racista dominante de la Europa del siglo XIX. Para ilustrarlo proponemos establecer el punto de vista y métodos de Herzl en relación a los conceptos y problemas básicos implicados en la alianza imperialista-sionista con referencias ocasionales a sus sucesores para señalar la coherencia y continuidad de la estrategia y las tácticas sionistas. Hay que señalar lo influyentes y cruciales que fueron en relación al Estado de colonos judíos en Palestina las propuestas y pensamientos de Palmerston y, posteriormente, el clima de imperialismo británico y de pensamiento racista europeo.
Punto de vista de Herzl
Los conceptos fundamentales que apuntalan el pensamiento de Herzl y el punto de vista sionista están en su libro Der Judenstaaf. «Suponiendo que Su Majestad el Sultán nos diera Palestina, nosotros a cambio podríamos ocuparnos de regular todas las finanzas de Turquía. Deberíamos formar ahí una porción de las murallas de Europa contra Asia, un puesto avanzado de la civilización opuesto a la barbarie. Como Estado neutral, deberíamos permanecer en contacto con toda Europa, la cual tendría que garantizar nuestra existencia» [12]. El mismo tema se repite, de manera bastante apropiada, en la ponencia de Herzl en el Primer Congreso Sionista: «Cada vez es mayor el interés de las naciones civilizadas y de la civilización en general en que se establezca una estación cultural en el camino más corto a Asia. Palestina es esta estación y nosotros, los judíos, somos los portadores de cultura que estamos dispuestos a dar nuestras propiedades y nuestras vidas para realizar esta creación»[13].
Veintiún años después, el más destacado sucesor de Herzl, Chaim Weizmann, iba a explicar al estadista imperialista británico más dispuesto a asociarse con el sionismo, Arthur James Balfour, el previsto plan sionista: «una comunidad de cuatro a cinco millones de judíos en Palestina … desde donde los judíos podrán irradiar hacia el Cercano Oriente…. Pero todo esto presupone el desarrollo libre y sin restricciones del hogar nacional judío en Palestina y no meras facilidades para la colonización»[14]. Este concepto no sólo se hacía eco de la propuesta de Palmerston, sino que también respondía a las nacientes necesidades occidentales en la zona tras la apertura del Canal de Suez, la ocupación británica de Egipto y la Primera Guerra Mundial. Lo esencial del pensamiento estratégico británico se formuló en un memorandum hecho por el Estado mayor en el Departamento de Guerra: «La creación en Palestina de un Estado Judío que sirva de parachoques, aunque en sí mismo este Estado sea débil, es deseable estratégicamente para Gran Bretaña»[15].
Estrategia básica
El programa Basle, formulado por el Primer Congreso Sionista, determinó que «el objetivo del sionismo es crear un hogar en Palestina para el pueblo judío garantizado por ley pública». Tanto la lectura de los diarios de Herzl como el examen de la acción sionista posterior revelará que el término «ley pública» se refiere al patrocinio de las potencias imperialistas. Este patrocinio se consideraba necesario en más de un sentido. Herzl buscaba una concesión colonial con un respaldo imperialista público y explícito ya que esto tanto establecería su propia credibilidad entre los judíos [16] como aseguraría viabilidad y protección a la empresa. Previó que las potencias europeas respaldarían el sionismo por uno de tres motivos principales: (1) el interés del imperialismo; (2) librarlas de los judíos y del anti-semitismo (en el caso de Europa, del oeste evitar la influencia de los inmigrantes judíos de Europa del este), y (3) utilizar la influencia judía organizada para combatir los movimientos revolucionarios y otros factores internos.
Herzl se dirigió primero al Kaiser alemán, «el hombre que entendería mi plan»[17], no sólo por la influencia cultural alemana entre las filas del sionismo, sino también porque Alemania se había propuesto empujar su camino imperialista hacia el este: «La política alemana ha adoptado una carrera hacia el este y en más de un sentido hay algo simbólico en el viajes del Kaiser a Palestina. Por consiguiente, estoy más convencido que nunca de que nuestro movimiento recibirá la ayuda de donde he estado esperando pacientemente durante los últimos dos años. Ahora está claro que el asentamiento de una ruta más corta hacia Asia por un elemento nacional neutral (entre los europeos) también puede tener un cierto valor para la política oriental de Alemania» [18].
En una carta dirigida al Kaiser Herzl explicó más tarde que el objetivo sionista y su utilidad para la política oriental alemana era que los judíos eran los únicos colonialista europeos dispuestos a asentarse en Palestina, y deseosos de hacerlo, ya que la tierra era pobre, y que Palestina tenía que ser colonizada porque ocupaba una posición estratégica. Europa, añadía, «estaría más dispuesta a permitir el asentamiento de los judíos. Quizá no tanto debido al derecho histórico garantizado por el más sagrado libro de la humanidad sino debido a la inclinación, presente en la mayoría de los sitios, de dejar marchar a los judíos» [19].
Este último argumento fue su salvoconducto para acceder a M. de Pleuwhe, el anti-semita ministro del Interior ruso que en 1903 aprobó la idea sionista [20].
Era inevitable que Londres se convirtiera en el centro de gravedad [21]. Gran Bretaña era la potencia imperialista más interesada en el futuro de Palestina ya que tenía posesiones en países vecinos, así como un interés en la ruta terrestre a India. Allí Herzl contactó con el archi-imperialista Secretario Colonial Joseph Chamberlain, por medio de los buenos oficios de Lord Rothschild, a quien Herzl describió como «la fuerza más eficaz que nuestro pueblo ha tenido desde su dispersión» [22]. Durante la entrevista con Chamberlain en octubre de 1902, la voz de Herzl tembló mientras le explicaba su propuesta de una asociación anglo-sionista que implicara concesiones coloniales para los judíos en Chipre, el Arish y la Península del Sinaí para servir como «un punto de unión para el pueblo judío en las inmediaciones de Palestina» [23] (Más adelante se hará referencia a la lógica imperialista-colonialista utilizada por Herzl). Herzl explicó a Chamberlain y a Lord Lansdowne, el secretario de Asuntos Exteriores, que patrocinando el empeño sionista el Imperio Británico no sólo «será mayor gracias a una colonia rica» sino también diez millones de judíos: «Todos nosotros llevaremos a Inglaterra en nuestros corazones si por medio de este hecho se convierte en la potencia protectora del pueblo judío. De un solo golpe Inglaterra tendrá diez millones de sujetos secretos pero activos en todos los ámbitos de la vida por todo el mundo. A una señal, todos ellos se pondrán al servicio de la magnánima nación que les proporciona la largo tiempo deseada ayuda…. Inglaterra tendrá diez millones de agentes para su grandeza e influencia. Y los efectos de este tipo de cosas se suelen expander desde lo político hacia lo económico» [24].
Aquí subyace el quid pro quo sionista: los judíos se ofrecen como agentes al poder que asume ser el protector universal y ofrecen también el Estado de colonos judío como un Estado cliente.
Los esfuerzos de Herzl en Inglaterra incluían solicitar el respaldo de las principales figuras colonialistas. La principal de ellas era Cecil Rhodes y en una carta dirigida a Rhodes Herzl explicaba que aunque el proyecto no implicaba a África sino sólo un parte de Asia menor, «pero si hubiera estado en su camino, usted mismo ya lo habría hecho» [25]. El dirigente sionista le preguntó retóricamente que por qué Herzl se había dirigido a él, la respuesta fue «porque es algo colonial» [26]. Lo que Herzl buscaba era un certificado de Rhodes de la viabilidad y conveniencia colonial. «Yo, Rhodes, he examinado este plan y lo encuentro correcto y practicable» y muy bueno para Inglaterra, para Gran Bretaña. Es más, para Rhodes y su asociación había beneficios si se unían a él.
Rhodes murió antes de que Herzl consiguiera lo que quería de él. Quince años después el sucesor de Herzl, Weizmann, obtuvo del imperialismo británico lo que posiblemente Herzl no pudo haber obtenido de sus simpatizantes británicos, a saber, la protección del patrocinio imperialista para un hogar nacional judío en la forma de la Declaración Balfour del 2 de noviembre de 1917. De otros poderes siguieron avales internaciones (ley pública) y la Declaración fue incorporada al Mandato Palestino en contra de los deseos del pueblo árabe palestino que constituía la aplastante mayoría de la población de Palestina [27].
Más adelante los sionistas obtuvieron la patrocinio estadounidense para la categoría de Estado refrendada por la «ley pública» en la forma del Plan de Partición de Palestina (1947) seguida de la Declaración Tripartita (1950), en la que las principales potencias imperialistas (Estados Unidos, Gran Bretaña y Francia) garantizaban el dilatado Estado sionista. La resolución de Naciones Unidas de noviembre de 1975 referente al sionismo como forma de racismo es el inicio de la rectificación de esta situación anómala.
Tácticas básicas
El sionismo buscaba el auto-cumplimiento por medio de la movilización de los judíos, de negociaciones con las potencias imperialistas y de las colonización. La primordial fuerza de movilización a favor del sionismo fue el anti-semitismo, que, como hemos visto, atrajo a políticos gentiles hacia el redil sionista. Herzl explicó: «No se necesitará un gran esfuerzo para estimular el movimiento de inmigración. Los anti-semitas ya se están ocupando de eso por nosotros» [28]. Es más, un destacado sionista «espiritual» – Ahad Ha’am – describió el sionismo de Herzl como «el producto del anti-semitismo y es dependiente del anti-semitismo para existir» [29]. El gran duque de Baden dijo a Herzl que «la gente considera el sionismo como una especie de anti-semitismo» [30] y Herzl informó de ello sin presentar objeción. Siempre que el anti-semitismo era débil o inexistente, el movimiento sionista trataba de provocar el «sentimiento nacional judío» por medio de la incitación y de la propaganda, u organizando actos violentos anti-judíos por medio de agentes especiales, como ocurrió en Iraq después de 1948.
Otro medio de movilizar a la opinión pública judía era apelar a los complejos judíos por medio de ciertas nociones judías, el más destacado de los cuales era el de «pueblo elegido». En el clima racista de la Europa del siglo XIX esto se transformaba para que pareciera como la noción de la «carga del hombre blanco» y vinculado al concepto de «tierra prometida» y a la promesa de «retorno», a pesar del hecho de los dirigentes sionistas fueran o bien no religiosos o completos agnósticos. Moses Hess mantenía: «cada judío es un Mesías en ciernes, cada judía una Mater Dolorosa». Ahad Ha’am afirmó: «nos sentimos los aristócratas de la historia». Herzl declaro: «nuestra raza es más eficaz en cada cosa que la mayoría de los demás pueblos de la tierra» [31]. En 1957 Ben Gurion afirmó la misma ides: «Creo en nuestra superioridad moral e intelectual para servir como modelo de redención para la raza humana» [32].
La segunda táctica – las negociaciones con los imperialistas – implicaba insistir en los intereses comunes contra terceras partes sobre la base de la asociación, el uso del engaño y el chanchullo. Durante sus negociaciones con Chamberlain sobre la colonización judía de Chipre, Herzl traicionó su punto de vista y su método colonialista: «Una vez que establezcamos la Compañía Judía Oriental, con un capital de cinco millones de libras, para colonizar el Sinaí y El Arish, los chipriotas empezaran a querer también esa lluvia dorada en su isla. Los musulmanes se irán, los griegos venderán encantados sus tierras a un buen precio y emigrarán a Atenas o Creta» [33].
La táctica de colonización era un rasgo aún más elocuente de la naturaleza del sionismo ya que explica su naturaleza colonial, su dependencia del imperialismo y sus actitudes racistas respecto a los nativos árabes así como su deliberado papel reaccionario en la zona. Los nombres y propósitos de los primeros instrumentos de creación de una nación y colonización hablan de la naturaleza del movimiento sionista: el Trust Colonial Judío (1898), la «comisión de colonización» (1898), la Compañía Palestina de Desarrollo de la Tierra. Desde el principio los colonialistas sionistas trataron de adquirir tierras en localizaciones estratégicas, de expulsar a los campesinos árabes y de boicotear el trabajo árabe; todo ello estrechamente relacionado con la esencia del sionismo, la creación de una nación judía sobre tierras «puramente» judías, tan judía como Inglaterra era inglesa, por usar su famosa expresión [34]. La misma noción estaba claramente implícita en el concepto de Palmerston de un Estado colonial judío barrera.
Estos aspectos del sionismo se hicieron más pronunciados mientras se desarrollaba la invasión colonial sionista. También aquí estas tradiciones sionistas debieron sus orígenes a Herzl y a su mente dominada por el colonialismo-racismo: «La expropiación voluntaria se llevará a cabo por medio de nuestros agentes secretos … entonces venderemos sólo a judíos y todo el negocio inmobiliario se tratará sólo entre judíos» [35].
¿Qué pasa con el destino de los nativos? «Trataremos de hacer desaparecer a la población que no tiene un céntimo a través de las fronteras procurándoles empleo en los países de tránsito, al tiempo que se les niega el empleo en nuestro propio país …. Los dueños de propiedades vendrán de nuestra parte. Tanto el proceso de expropiación como la expulsión de los pobres se deben llevar a cabo discreta y cautamente» [36].
Pero antes de hacerlos desaparecer, Herzl tenía un trabajo para ellos: «Si nos mudamos a una zona en la que hay animales salvajes a los que los judíos no estamos acostumbrados – grandes serpientes, etc…. – usaré a los nativos, antes de darles empleo en los países de tránsito, para exterminar a los animales»[37]. Cuando más tarde descubrió que las colonias sionistas necesitaban operaciones de drenaje a gran escala, decidió utilizar a los árabes; unas fiebres habían atacado a los trabajadores y no quería exponer a los sionistas a estos peligros [38].
Pero, ¿qué ocurría si los árabes se negaban a que los hicieran desaparecer del país que ellos consideraban naturalmente el suyo? Posiblemente Herzl no podía haber ignorado lo que todas las empresas coloniales y colonialistas poseen como condición previa para su empresa: «Fuera de este proletariado de intelectuales formaré el personal general y los cuadros del ejército que se necesitan para buscar, descubrir y conquistar la tierra»[39]. Este proyectado ejército incluiría «una décima parte de la población masculina; menos no bastaría internamente»[40]. Es más, la vida en su propuesto Estado sionista tendría que ser paramilitar: «Organizar cuanto sea posible los batallones de trabajo junto con las filas militares «[41].
Nadie puede acusar a Herzl de no llevar a cabo las conclusiones lógicas de este plan: expulsar a los nativos sería una tarea formidable y la insólita ración de una décima parte de la población masculina para propósitos internos era lo indicado. El trabajo reglamentado es el corolario para un Estado-guarnición, la ciudadela avanzada de la «civilización» occidental en lo que Herzl consideraba los «mugrientos rincones» [42] de Oriente.
El uso de la fuerza es lo que las bayonetas imperialistas británicas tuvieron que hacer en Palestina para hacer respetar el hogar nacional judío sionista tras el nefasto matrimonio anglo-sionista declarado el 2 de noviembre de 1917. Weizmann no perdió tiempo al enfrentar a los británicos con los hechos de la vida imperialista en Palestina tan pronto como en 1919: «¿Aplicarán los británicos la auto-determinación en Palestina, que está a cinco horas de Egipto, o no? Si no, tendrá que ser por la fuerza … Sí o no: equivale a eso» [43]. En este punto, como en otras muchas cuestiones, Weizmann se encontró a sí mismo en la misma tribuna que los principales politicos imperialistas [44].
Expansionismo sionista
Los anales de la historia sionista están repletos de dirigentes sionistas que superan a otros dirigentes sionistas en la importancia del poder militar y el papel de la acción militar y del terror en la construcción y salvaguarda del Estado sionista: Joseph Trumpeldor, Vladimir Jabotinsky, Menahem Begin, Ben Gurion y todos los generales transformados en políticos. En algunos de sus escritos y revelaciones los dioses de la máquina de guerra terrorista afirman que la violencia y la coacción son la columna vertebral del plan para hacer cumplir el programa sionista, además de su adulación por el poder en reacción a la debilidad judía en la historia europea. Esto era así necesariamente porque los sionistas habían invadido el país, expulsado a la mayoría de su población y conseguido esto por medio del uso de la fuerza y del terrorismo [45] y seguían llevando a cabo sus esquemas expansionistas por medio de guerras y ocupación militar. El Estado- guarnición tenía que expander el dominio de la ciudadela como un mecanismo interno (económico, política y psicológico) así como intimidar a los árabes a beneficio de los planes imperialistas en la zona.
El expansionismo no era ajeno a Herzl, un admirador tanto del expansionismo alemán como del imperialismo británico: «Pedimos lo que necesitamos – cuantos más inmigrantes, más tierra»[46].
La historia de la expansión sionista es una larga historia [47 ], basta con leer la declaración que reproducimos a continuación a la luz del objetivo sionistas de la reunión de todos los judíos del mundo y recordar las palabras de los principales dirigentes de Israel en 1956 y 1967 que en esencia reflejan otro de los lemas de Herzl: «Área: desde el nacimiento del Nilo al Eúfrates»[48].
Estas actitudes forman parte del sionismo. Jay Gonen, un académico israelí, escribe sobre «el problema árabe»: «Desde los mismos inicios del empeño sionista la mayoría de los sionistas hicieron gala de un punto débil en su visión de los árabes, un punto débil que era una falta total de visión y que más tarde se convirtió en una visión distorsionada»[49]. Insultaban a los árabes con insultos racistas y estaban convencidos de que «sólo entendían el lenguaje de la fuerza, una visón sesgada que persistió durante muchos años y que se hizo especialmente pronunciada después del Holocausto» [50]. Además, los israelíes estaban convencidos de que «la fuerza física es la única realidad política tangible que tiene peso y es significativa en los asuntos de las naciones … la actual visión política israelí está mayoritariamente conceptualizada en términos de tanques, bombarderos» [51].
No es accidental la preponderancia del complejo de Massada o fortaleza israelí. Tampoco lo era la absurda retórica de Golda Meir cuando el 15 de junio preguntó 1969 con seguridad «Los palestinos … ¿dónde están? No existe esa cosa» [52]. El informe Koenig [53] es meramente la manifestación más reciente, en modo alguno la más extrema, de las actitudes sionistas respecto a los árabes de Palestina.
Sin embargo, sería tanto erróneo como peligroso pensar que las actitudes racistas-colonialistas sionistas respecto a los árabes palestinos están divorciadas del más amplio contexto de la actitud imperialista-sionista respecto a la unidad árabe y al futuro árabe en su conjunto. En varias ocasiones Herzl trató de presentar el sionismo como el punto de encuentro entre el cristianismo y el judaísmo en su postura común contra el islam y la «barbarie» de Oriente. Una lectura concienzuda de Herzl revela que tanto para él como para otros imperialistas el término «islam» se refiere a los árabes y no a otros pueblos islámicos. Esto se hizo más evidente cuanta los sionistas se aliaron con la Revolución Otomana en 1908 «en su batalla común contra el incipiente movimiento nacional árabe e independencia árabe» [54]. En 1919 en una reunión secreta a la que asistieron Weizmann y varios oficiales británicos de alto rango se discutió el tema de manera muy franca. Ormsby-Gore, que más tarde se convirtió en el secretario colonial y, por consiguiente, en el gobernante real de Palestina, estaba a favor de animar a los no-musulmanes, europeos y judíos a desarrollar y estabilizar el Oriente Cercano con vistas al hecho de que el islam era el peligro principal. Desde entonces la Organización Sionista proporcionó el elemento humano necesario para ocuparse del puesto avanzado palestino en la lucha de Europa contra el islam: «Es del interés de Inglaterra ayudar a la Organización Sionista y a cualquier otra organización que pueda cooperar con ellos en el desarrollo práctico de la colonización en Palestina» [55].
La idea de la balcanización se implementó en la división de la nación árabe de después de la Primera Guerra Mundial. Sin embargo, el sionismo continuó trabajando para la creación de Estados sectarios más pequeños, esta vez en cooperación con los imperialistas franceses. Durante los años treinta [del siglo XX] tuvo lugar un acercamiento de los sionistas a los dirigentes maronitas pro-franceses. En 1941, mientras los sionistas empezaban a presionar para que se declarara su Estado, un asociado de Ben Gurion, Berl Katznelson, afirmó: «Debemos decir a los pueblos árabes: en nosotros, judíos, ustedes ven un obstáculo en su camino hacia la independencia y la unificación. Nosotros no lo negamos» [56].
Después de 1948 el Estado sionista trabajó en la creación de una «nacionalidad drusa» por medio de la legislación estatal y de la segregación de otros sectores de la población árabe en Palestina. En 1965 el más destacado portavoz sionista, el entonces ministro de Asuntos Exteriores Abba Eban escribió un importante artículo en Foreign Affairs, que presentaba una correcta y edulcorada versión del pensamiento y estrategia sionista. Eban reiteró la oposición sionista a la unidad árabe afirmando que la zona es un mosaico y que, por consiguiente, el Estado judío es una parte natural del escenario. Más recientemente los sionistas han estado muy activos en la guerra civil libanesa. Su apoyo a los aislacionistas maronitas ya no es un secreto.
Desde el punto de vista imperialista la oposición sionista a la unidad árabe es la razón de ser de Israel; desde el punto de vista sionista es un sine qua non. Visto en el más amplio contexto imperialista, Israel es esencialmente una herramienta, una apuesta, contra la liberación, la unidad y el progreso árabes. Históricamente el sionismo buscó aliar judíos y gentiles imperialistas contra y a expensas de los árabes. Buscaban causar el conformismo judío adoptando las mismas nociones reaccionarias que agravaron la situación judía en Europa. El sionismo acepto y emuló (en otros lugares) las nociones de los enemigos europeos de los judíos: nacionalismo chauvinista, anti-semitismo y gobiernos reaccionarios. Con la ayuda del occidente imperialista recrearon el ghetto en oriente en la forma de una nación-estado agresiva ajena y reencarnaron el papel tradicional de ser un agente del señor feudal convirtiéndose en el agente de la potencia imperialista dominante, sólo que esta vez, para variar, pudieron desempeñar el papel de opresor. Ésta es la razón por la que el sionismo consideraba el anti-semitismo como unos de sus mejores amigos porque constituyen dos caras de la misma moneda: el sionismo representa un movimiento escapista reaccionario, un veredicto negativo sobre las sociedades humanas y su incapacidad para tolerar al judío meramente porque es diferente.
En tanto que Israel es una regresión de la idea de la religión como base para una nación-Estado, es un anacronismo. En tanto que es una invasión de la tierra árabe aliada con occidente, es otra cruzada condenada al fracaso. En tanto que es un Estado racista-colonial, es un enemigo del espíritu de la época de la liberación y de la igualdad. Así, los pueblos del Tercer Mundo han empezado a moverse en la dirección de negar al sionismo la legitimidad internacional de la que injustamente disfruta desde la declaración de su Estado. En tanto que está naturalmente aliado a las potencias imperialistas en su lucha contra los derechos de los árabes y el futuro árabe, se derrumbará con el fracaso del imperialismo en la tierra árabe como fue derrotado en otros lugares.
El veredicto de la historia es claro: en el siglo que vienen no hay lugar para el racismo, el sionismo y el imperialismo. Los pueblos del Tercer Mundo reivindicarán sus derechos y se liberarán, y con ello liberarán a todas las sociedades del peso de la desigualdad y de la opresión .
Notas:
1 – Albert Hourani, «Ottoman Reform and the Politics of Notables», en Beginning of Modernisation in the Middle East: The Nineteenth Century, ed. William Polk and Richard Chambers (Chicago, 1968), pp. 41-68.
2 – Albert Hyamson, The British Consulate in Jerusalem in Relation to the Jews of Palestine, 1838-1914 (londres, 193941) pt.l, p. xxxiv.
3 – Viscount Palmerston a Viscount Ponsonby, 2 de agosto de1840, P.O. 78/390 (No 134), Public Record Office.
4 – Véase el excelente estudio de Richard Stevens, Weizmann y Smuts (Beirut, 1976).
5 – Véase Philip Henderson, The Life of Lawrence Oliphant, Traveller, Diplomat, and Mystic (Londres, 1956).
6 – Ben Halpern, The Idea of a Jewish State (Cambridge Mass., 1961), p. 107.
7 – A. Taylor, The Zionist Mind, (Beirut, 1974).
8 – Richard Stevens, Zionism and Palestine Before the Mandate (Beirut, 1972), p. 6.
9 – Los propios Rothschild estuvieron muy implicados en el Canal de Suez. Fue Disraeli, con dinero de los Rothschild, quien adquirió la parte británica de la compañía de Suez que más tarde provocó la invasión británica de Egipto.
10 – Raphael Patai, ed. y Harry Zohn, trans., Diaries of Theodor Herzl (New York and London, 1960).
11 – Para una completa discusión sobre el tema, véase Godfrey Jansen, Zionism, Israel and Asian Nationalism (Beirut, 1971), pp. 12-79.
12. Patai, ed., Diaries p. 213.
13 – Citado en Jansen, Zionism, p. 83.
14 – «Note on the Interview with Mr. Balfour», 4 de diciembre de 1918, P.O. 371/ 3385, PRO.
15 – «The Strategic Importance of Syria to the British Empire», General Staff, War Office, 9 de diciembre de 1918, P.O. 371/4178, PRO.
16 – Patai, ed., Diaries, pp. 223, 240-41 and 445.
17 – Ibid., p. 187.
18 – Ibid., pp. 63940.
19 – Ibid., p. 642.
20 – Ibid., p. 1535.
21 – Ibid., p. 276.
22 – Ibid., p. 1302.
23 – Ibid., p. 1362.
24 – Ibid., pp. 1365-66.
25 – Ibid.,p. 1194.
26 – Ibid.,
27 – Para una historia detallada de la resistencia árabe palestina al sionismo y al imperialismo, véase Abdul Wahhab Kayyali, Tarikh Falastin al-Hadith [Modern History of Palestine] (Beirut, 1970).
28 – Patai, ed., Diaries, p. 152.
29 – A. Hertzberg, The Zionist Idea (New York, 1959), p. 24.
30 – Patai, ed., Diaries, p. 657.
31 – Citado en Junsen, Zionism, pp. 33-34.
32 – Véase Patai, ed., Diaries, pp. 70, 322, 568 etc.
33 – Ibid., p. 1362.
34 – Véase Kayyali, Tarikh Falastin.
35 – Patai, ed., Diaries, p. 89.
36 – Ibid., p. 88.
37 – Ibid., p. 89.
38 – Ibid., p. 740-741.
39 – Ibid., p. 28.
40 – Ibid., p.38.
41 – Ibid., p.64.
42 – Ibid., p. 1449.
43 – 10 de mayo de 1919, Central Zionist Archives, Z/16009.
44 – Véase Balfour al primer ministro, 19 de febrero de 1919, P.O. 371/4179.
45 – Para un informe detallado del terrorismo sionista, véase Who Are the Terrorists, (Beirut, 1974).
46 – Patai, ed., Diaries, p. 701.
47 – Para un informe detallado, véase al-Matame al Sahhiyoniyyah al-Tawsuuyyah [Zionist Expansionism] (Beirut, 1966).
48 – Patai, ed., Diaries, p. 711.
49 – Jay Gonen, A Psychohistory of Zionism (New York, 1975), p. 182.
50 – Ibid., p. 180.
51 – Ibid., p 181.
52 – Previamente la propaganda sionista había hecho circular el completamente falso lema de «Una tierra sin hombres para unos hombres sin tierra» en referencia a Palestina y los judíos.
53 – Al Hamishmar, 7 de septiembre de 1976.
54 – Véase Kayyali, Tarikh Falastin, cap. 2.
55 – 10 de mayo de 1919, C.Z.A. Z/16009.
56 – Gonen, Psychohistory, p. 186.
Enlace con el original: http://www.al-moharer.net/mohhtm/kayyali_book2.htm