“Tenemos que construir una infraestructura de confrontación para resistir la próxima embestida de Israel contra Cisjordania. El primer paso es cimentar la autosuficiencia y exigir la soberanía alimentaria”.
El fin de juego sionista en Cisjordania nos acecha. Los últimos once meses no dejan lugar a dudas: los colonos siguen acelerando la despoblación de las comunidades palestinas, secuestrando y torturando a jóvenes y estableciendo nuevas colonias. El ministro israelí de Seguridad Nacional, Itamar Ben-Gvir, alardea abiertamente de querer construir una sinagoga sobre el recinto de la mezquita de al Aqsa.
Nada de esto debe entenderse como una fase nueva del colonialismo de asentamiento sionista; es más bien su recrudecimiento, la salida a la luz de su forma más impúdica. Lo que está ocurriendo en Gaza puede ocurrir y ocurrirá en cualquier lugar de Palestina. No porque los contextos o las condiciones sean idénticas sino porque enraízan en la misma lógica supremacista y en el mismo sistema de dominación colonial.
Es un error creer que un alto el fuego, sea el que sea, devolverá el genio a su botella. No volveremos al statu quo anterior al 7 de octubre ni seguiremos con nuestras vidas hasta el siguiente bombardeo contra Gaza. Lo que el 7 de octubre ha demostrado es lo mal preparada que está Cisjordania para lo que se nos viene encima debido en parte al obstinado autoengaño alimentado durante las últimas tres décadas: la idea de que puede existir alguna apariencia de vida normal bajo la ocupación a cambio de obediencia.
¿Cómo, si no, se explica la construcción de torres comerciales de frágil cristal en ciudades bajo ocupación? No es esa la infraestructura para una sociedad que opone enfrentamiento o que tiene previsto luchar. Mientras tanto, a apenas unos kilómetros, los asentamientos se diseñan como si fueran fortalezas aunque no estén bajo ocupación militar. Están proyectados para servir a su función, que es colonizar tierras palestinas, lo que invita a preguntarse: ¿qué función desempeñan hoy las distintas comunidades palestinas de Cisjordania?
Dominación y resistencia
No es que Cisjordania haya permanecido impasible. En los últimos años han emergido diferentes grupos de resistencia sobretodo en los campamentos de refugiados; centenares de palestinos y palestinas han sido martirizados. Son organizaciones que han desarrollado sus capacidades y han hecho frente al colonialismo sionista hasta tal punto que el régimen israelí ha restablecido los bombardeos aéreos sobre Cisjordania, algo que no recurría desde la Segunda Intifada.
Aunque no todos podamos resistir activamente por igual, todos somos responsables de crear las condiciones para la resistencia. En este sentido, Cisjordania aún podría hacer más, sobre todo a nivel popular. Quizá uno de los ámbitos de lucha más urgentes y en el que cabe mayor participación popular sea el económico, pues es una de las principales vías por las que Israel mantiene su control sobre palestinos y palestinas y dificulta todo tipo de resistencia.
De-desarrollar la economía palestina y reducir la población rural palestina a mano de obra cautiva proletarizada dentro de la economía colonial han sido herramientas clave para la desmovilización y la domesticación de los y las palestinas. Los medios de subsistencia palestinos son rehenes del régimen israelí, lo que impone un precio muy elevado a la resistencia. Parafraseando a Ismat Quzmar en una conferencia sobre la política económica de la ocupación desde el 7 de octubre, los y las palestinas siempre quedan atrapados entre sus necesidades materiales inmediatas y su interés nacional a largo plazo. Por eso es clave dar la batalla para debilitar y desmantelar este sistema de dominación, para reforzar la firmeza palestina sobre el terreno y para establecer un orden político y económico más beligerante.
En pocas palabras, si no podemos alimentarnos, no podemos liberarnos. Si no podemos mantener de forma independiente la infraestructura de la vida, esa misma infraestructura se utilizará para enjaularnos. Tras la ocupación de Cisjordania, Moshe Dayan dijo que si Israel pudiera “echar el cierre” y dejar sin recursos a las ciudades palestinas sería un mecanismo de control más eficaz “que mil toques de queda y dispersión de disturbios”.
No son ideas raras ni nuevas: la autosuficiencia conformó la base de una economía de resistencia antes y durante la Primera Intifada. Proyectos como los “Jardines de la Victoria” vieron cómo las parcelas y los patios de las casas se convirtieron en huertos productivos para procurar la autosuficiencia y la independencia. Ello contribuyó a que las ciudades y aldeas palestinas pudieran soportar cierres y asedios durante periodos prolongados garantizando que por mucho que se deterioraran las condiciones, los y las palestinas no pasaran hambre.
Tras la firma de los Acuerdos de Oslo, bajo el pretexto de la “construcción del Estado”, estas iniciativas de autosuficiencia se abandonaron gradualmente. En su lugar, se incentivó a los campesinos palestinos, privados de sus derechos, para que se dedicaran a cultivos comerciales como el de flores, para exportar a los mercados europeos e integrarse en la economía mundial. Junto con las anexiones de tierras y el trabajo en la economía colonial, estas transformaciones han dejado a los agricultores palestinos en una situación desesperada: solo un 26% confirma que la agricultura es su principal fuente de ingresos. Lo cual se ajusta al concepto de seguridad alimentaria por el cual los alimentos se obtienen a través del comercio o la ayuda. Lo que este enfoque no tiene en cuenta, sin embargo, es cómo se producen y se comercializan los alimentos, los monopolios sobre las semillas y otras relaciones de poder que determinan quién puede comer. Tampoco tiene en cuenta que los y las palestinas sufren el colonialismo de asentamiento, que están sujetos al aislamiento del mundo exterior, y que dependen de la arbitrariedad de los arrogantes políticos israelíes.
Soberanía alimentaria en Palestina
El concepto de soberanía alimentaria se impuso para cuestionar las deficiencias del paradigma de la seguridad alimentaria. Se enfoca en los pequeños agricultores y pretende construir una producción alimentaria local sostenible. Así mismo se centra en reclamar tierras y recursos, en crear una producción organizada comunitariamente y en construir la infraestructura necesaria para dar apoyo a la resistencia. Adoptar tal paradigma ayudará a crear alternativas para liberar mano de obra palestina de la economía colonial, apoyar la permanencia firme de los agricultores en sus tierras y repeler la invasión de los colonos.
Nuestra estrategia de resistencia económica debería desvincularse de motivaciones puramente lucrativas y poner mayor énfasis en el valor estratégico de controlar nuestra producción de recursos cruciales, como el trigo. Aunque sea más costoso a corto plazo hay que considerarlo como una inversión comunitaria para un futuro diferente en el que la resistencia no se asocie automáticamente con la indigencia. Va más allá de un mero cambio de hábitos de consumo y tendrá que ir acompañado de un movimiento social y político que aspire a transformar las comunidades palestinas en núcleos resilientes de resistencia.
¿Qué tenía durante la Primera Intifada una modesta central lechera de 18 vacas en Beit Sahur para que llegara a convertirse en una amenaza para la ocupación hasta el punto de que no se escatimaron esfuerzos para cerrarla? ¿Qué ha pasado con las empresas lecheras palestinas de hoy que, con miles de vacas, no suscitan una respuesta similar? Esta es la cuestión clave que debemos descifrar.
El orden político de los últimos 30 años ha llegado a su fin y negarnos a reconocerlo no nos protegerá de sus repercusiones. Ni nos ha protegido ni nos ha ofrecido un futuro libre. Se entiende que una cómplice comunidad internacional siga vendiéndonos el espejismo de una ocupación temporal y dos Estados, pero otra cosa muy distinta es que nos engañemos a nosotros mismos. Debemos actuar en consecuencia y apoyar –por todos los medios disponibles– el retorno generalizado a la tierra como dinamizador para restablecer la economía de resistencia del pasado y desarrollarla para afrontar los retos del presente.
Los y las palestinas tenemos que trabajar para apoyar la infraestructura de la resistencia. O nos alimentarnos unos a otros como colectivo o morimos de hambre en nuestros hogares individuales.
Fathi Nemer, palestino, es investigador de Al Shabaka. Profesor en la Universidad de Birzeit y responsable de programas en el Centro de Estudios de Derechos Humanos de Ramala, es máster en Ciencias Políticas por la Universidad de Heidelberg y cofundador de DecolonizePalestine.com. Sus temas de investigación se centran en la soberanía alimentaria, la agroecología y la economía de resistencia en Palestina.
Texto original: MONDOWEISS. Traducción para viento sur de Loles Oliván Hijós.