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Líbano: La derrota no es huérfana, no

Fuentes: Insurgente

A mediados de agosto, uno que otro analista, uno que otro habitante del planeta se preguntaba si la recién establecida tregua entre Israel y el movimiento nacionalista, libertador, Hizbolá o Partido de Dios, que algunos se empecinan en calificar de islamita a secas, como para silenciar elementos de su multiforme ideología, prosperaría luego de 33 […]

A mediados de agosto, uno que otro analista, uno que otro habitante del planeta se preguntaba si la recién establecida tregua entre Israel y el movimiento nacionalista, libertador, Hizbolá o Partido de Dios, que algunos se empecinan en calificar de islamita a secas, como para silenciar elementos de su multiforme ideología, prosperaría luego de 33 días de combates que, a no dudarlo, estremecieron al mundo.

 

Los que respondían positivamente se fijaban en que, por primera vez en décadas, los soldados libaneses habían comenzado a desplegarse para hacerse con el control del sur del País de los Cedros. Y, en honor a la verdad, los despachos de agencia ofrecían pábulo para la esperanza. «Un contingente de unos dos mil 500 soldados ha cruzado el río Litani, a unos 30 kilómetros de la frontera con Israel, para tomar de manos del ejército israelí la responsabilidad de la zona. Su objetivo es evitar la presencia de milicianos de Hizbolá cerca de territorio israelí, aunque su capacidad para mantener a raya a la guerrilla es limitada. No obstante, Israel ya ha comenzado a transferir a los soldados de la ONU el control de algunas de las zonas conquistadas en las últimas semanas. Luego estos se lo cederán a los libaneses.»

 

Suena bien. Cómo no. Paz, tranquilidad, miel sobre hojuelas. Tanto así, que Hizbolá se mostraba ofendido ante la idílica imagen de efectivos libaneses y hebreos compartiendo una taza de te. Imagen que se rompió en mil pedazos cuando comandos sionistas aerotransportados incursionaron en el valle de la Bekaa (cerca de la frontera con Siria), con el fin de secuestrar a miembros del escurridizo Partido de Dios, para luego huir a campo abierto y ser rescatados por los mismos helicópteros en los que habían llegado. «Entre los campos de trigo segados y las plantaciones de tabaco, testigos de la lucha, aún pueden verse los restos de la batalla: sangre y munición», escribía una colega.

 

Menos de una semana después del cese de las hostilidades estipulado por la famosa resolución 1701 de la ONU, Israel ejecutaba una acción contraria a esta. Pero Israel no ha infringido nada, no. Vuelve a lavarse las manos -desteñidas las tendrá-, ahora con el sonsonete de que tiene derecho a actuar en defensa del principio del embargo de armas y «material anexo» al Líbano, dizque provenientes de Siria e Irán, obviando que la resolución de marras no le ha asignado la función de guardafrontera, en detrimento del gobierno de Beirut y de las tropas de Naciones Unidas.

 

La exégesis hebrea del texto viene a poner la calma en la misma situación que el cristal más frágil: siempre a punto de quebrarse al menor movimiento del aire, de la voz humana. Eso es lo que consideran quienes deploran el espaldarazo del Consejo de Seguridad -Resolución mediante- a la cohorte de gerifaltes sionistas. Y que conste: el examen de la letra del documento les da la razón a los ceñudos. Sí, porque, declarándose «profundamente preocupada por la continua escalada de las hostilidades entablada por el Líbano e Israel desde el ataque de Hizbolá a Israel el 12 de julio de 2006«, la ONU deja entrever que la resistencia es responsable de la campaña de terror y destrucción del Líbano, por apresar a dos soldados del Tsahal con el fin de conseguir la liberación de cientos de libaneses en cárceles judías.

 

¿Qué otra cosa pensar de un texto que ni siquiera plantea la desproporción de la «riposta»; que reclama «la liberación incondicional (y en el acto) de los (dos) soldados israelíes capturados» sin contraparte en la amnistía de los presos libaneses? Como alguien señalaba, la ONU permite olímpicamente que, al final de las operaciones «ofensivas» destinadas a conquistar toda la zona comprendida entre la frontera y el río Litani, Israel anuncie su sacra voluntad de permanecer algún tiempo para «limpiar» la zona conquistada.

 

Claro, sería pedirle peras al olmo, y quizás al ciprés, que las Naciones Unidas, Salomón redivivo y dimensionado, osen desplegar tropas en el impostado Estado de Israel, para neutralizar las veleidades bélicas de este, como se comenta en el sitio web Rebelión. ¿Para qué perder el tiempo? Resulta más fácil, menos engorroso, asentarlas en el sur del Líbano («precisamente en la parte que Israel va a limpiar antes de pasarle el relevo a la ONU»), para ayudar al Gobierno de Beirut a aplicar otra Resolución, la 1559, es decir, desarmar a la resistencia.

 

En fin, no andan descaminados quienes aprecian un tácito apoyo del Consejo de Seguridad -es lo que se infiere de su actuación- a la táctica imperialista de «impedir todas las operaciones de la resistencia libanesa contra Israel, dejando (de paso) completamente aislada a la resistencia palestina».

 

Sobre la calma pende algo así como la voluntad de «un niño que juega a los dados», para aseverarlo a la manera del clásico español. Pura suerte. O mejor: la resultante de fuerzas impredecibles. No en vano, la advertencia del ministro de Defensa del Líbano en el sentido de «modificar los planes del despliegue del ejército libanés en el sur del país» ante la flagrante violación del alto al fuego con la operación militar en el valle de la Bekaa. «Lo que hizo Israel fue un intento de que Hizbolá lance sus proyectiles contra Israel y así el ejército israelí podría atacar al ejército del Líbano». En consecuencia, Beirut sigue en sus trece: no desarmará a la milicia.

 

Pero el peligro de tormenta rehecha procede con más vigor del lado hebreo, y no precisamente porque Hassan Nasralá, el líder del Partido de Dios, haya proclamado que la organización chiita continuará atacando a los soldados israelíes mientras permanezcan en suelo libanés. Sucede que Tel Aviv no digerirá con facilidad al trago acerbo del fracaso en la liberación de sus dos militares. Y ¿qué decir en lo tocante al estruendoso fracaso en poner a la opinión pública libanesa en contra del movimiento chiita, y la consiguiente falta de abono del terreno para que Beirut meta en cintura férrea a la guerrilla contumaz? El analista M.A. Bastenier aseveraba, en el diario español El País, que Beirut celebraba la victoria de Hizbolá «porque el éxito político del movimiento chiita es imbatible en el islam árabe (…) Hizbolá es hoy la niña bonita de la opinión árabe, porque ha sido capaz de plantar cara a Israel y de lograr un alto al fuego, sin que el enemigo haya conseguido ninguno de sus objetivos militares».

 

La caída de un «ídolo»

Qué tiempos aquellos, ¿verdad, Olmert? El primer ministro sionista y la comparsa de halcones no cesarán de suspirar, nostálgicos. Israel había ganado la reputación de invencible potencia militar del Oriente Medio a raíz de sus victorias contra tres ejércitos árabes unidos, en 1967, y contra Egipto, en 1973.

 

Una relación proporcionada por Thalif Deen, de la agencia noticiosa IPS, nos impone de que solo «en la Guerra de los Seis Días, de 1967, Egipto perdió 264 aviones y 700 tanques; Jordania, 22 aviones y 125 tanques; y Siria, 58 aviones y 105 tanques. La única pérdida sufrida por Israel fue de 40 aviones y 100 tanques». Sin embargo, de acuerdo con el comentarista Carlos Dilitio (Rebelión), «un reporte diplomático confidencial norteamericano, cuyo contenido fue filtrado a misiones diplomáticas acreditadas en el Líbano por sus pares en Tel Aviv», reveló que las «perdidas del Estado sionista de Israel desde el 12 de julio hasta el 7 de agosto últimos sumaron 343 soldados muertos, 617 heridos de los diferentes componentes blindados, infantería y mecánica tanto en los frentes de guerra como en las líneas posteriores donde cayeron los misiles de Hizbolá». El documento devela también que ascendió a 118 la cifra de tanques Mercava -supuestamente los más poderosos del mundo- destruidos por los combatientes del Partido de Dios, mientras que 46 recibieron daños que dificultan su reparación.

 

Asimismo, fueron destruidos 96 excavadoras y jeeps militares, y las fuerzas invasoras consumieron el 90 por ciento de sus municiones. «Se indicó que el verdadero número de los soldados israelíes participantes en la agresión y concentrados en el norte de Israel llegó a 40 mil, de los cuales 15 mil son de las fuerzas de la reserva que fueron llamadas a apoyar al ejército…»

 

Estas estadísticas apuntalan la posición de quienes opinan que «sin la ayuda norteamericana, ni la economía israelí habría podido desarrollarse en lucha con unas condiciones ambientales extremas (hoy sería poco más que un destino turístico al estilo de Túnez) ni el ejército israelí habría sobrevivido a la ofensiva conjunta sirio-egipcia de 1973 (guerra del Yom Kippur). Baste decir que su aviación fue barrida del mapa en los dos primeros días del conflicto y que los Estados Unidos la reconstruyeron sobre la marcha enviando directamente desde los portaviones de la VI Flota sus propios aviones, a los que apresuradamente se les pintaba la estrella de David encima de la enseña estadounidense.»

 

O sea que, para el comentarista Migue Candel, el monstruo es menos fiero que la pintura que de él hacen. Algo confirmado por William S. Lind, quien proclama con todo desenfado que «hasta ahora, Israel ha sido derrotado». Y que parece haber perdido en todos los ámbitos: estratégico, operativo y táctico. «El poder aéreo fracasó, como siempre lo hace contra un enemigo que no tiene que maniobrar operacionalmente, o incluso moverse tácticamente en la mayor parte de los casos. Fracasaron los intentos de bloqueo del Líbano y de cortar así los suministros de Hizbolá (…) Peor todavía, el ataque terrestre dentro del Líbano fracasó. Israel capturó poco terreno y pagó caro cuanto logró».

 

Hizbolá mostrará ahora el camino a todo el mundo árabe y al amplio mundo islámico hacia un futuro en el que Israel puede ser vencido, considera el articulista, para quien el cese del fuego durará poco, porque ninguna de las partes lo ha aceptado genuinamente. Como posibles escenarios, Lind pergeña un reinado de las hostilidades, en las que Tel Aviv no tendrá más éxito que hasta ahora, y un desmembramiento del Líbano, con un colapso del débil Estado nacional y un retorno a la guerra civil, que siempre fue el resultado probable de la partida de Siria -inducida por los Estados Unidos-, y el consiguiente aumento de la influencia siria e iraní, acompañado de la caída de la influencia norteamericana.

 

El actual status quo coloca en la picota la cristalización de la teoría del «caos constructor», elaborada por los adeptos del filósofo Leo Strauss y «cuya rama mediática es conocida bajo la denominación de neoconservadores», nos señala el escritor y periodista Thierry Meyssan, según el cual los seguidores de esa línea, en Washington y Tel Aviv, estiman que «el verdadero poder no se ejerce en una situación de inmovilidad sino, por el contrario, mediante la destrucción de toda forma de resistencia». Y que «solo arrojando las masas al caos pueden aspirar las élites a la estabilidad de su propia posición». Ideal que rezuma en el stablishment sionista, que en 1996 se desnudó ante la opinión pública internacional con una «nueva estrategia», un amplio proyecto de colonización del Oriente Medio que estipulaba (estipula) la anulación de los acuerdos de paz de Oslo, la eliminación de Yasser Arafat, la anexión de los territorios palestinos, el derrocamiento de Saddam Hussein para desestabilizar en cadena a Siria y el Líbano, el desmembramiento de Iraq y la creación de un Estado palestino en territorio iraquí, así como la utilización de Israel como base complementaria del programa estadounidense de Guerra de las Galaxias. Se entiende cabalmente por qué EE.UU. defiende a capa y espada el «derecho de Israel a defenderse».

 

De acuerdo con diversos analistas, si Hizbolá hubiera mordido la arena en pocos días, los Estados Unidos habrían empujado a Israel a una nueva aventura militar contra Siria; luego, contra Irán.  Un protagonista inteligente mantendría en receso por un tiempo la búsqueda de la cristalización de la idea genital -porque de allí mismo brota- del Gran Oriente Medio configurado a la manera yanqui-sionista. Sin embargo, teniendo en cuenta toda una tradición de cálculos fallidos -en Corea, Playa Girón, Vietnam, Iraq-, de Washington hay que esperar cualquier actitud. No importa que, como resume magistralmente José Steinsleger en el diario mexicano La Jornada, Hizbolá haya cosechado rotundos triunfos en campos disímiles: político, porque se reveló como único factor de unidad capaz de garantizar la soberanía del Líbano; militar, porque puso en cuestionamiento el mito de la invencibilidad del rival; social, porque reforzó la inserción y representatividad entre las masas sufridas del Líbano; internacional, porque consiguió la condena de Israel en el Consejo de Derechos Humanos de la ONU; mediático, porque ridiculizó el uso arbitrario de términos como terrorismo o fanatismo.

 

Y en el plano histórico, asestó a los sionistas un golpe que antes nadie les había propinado; en el cultural, elevó la autoestima de la comunidad chiita; en el religioso, hizo trizas el espíritu sectario; en el académico, refrescó y actualizó nociones como las de pueblo, nación, soberanía, revolución, lucha de clases; en el psicológico, precipitó una profunda crisis ideológica, política y de autopercepción de los libaneses; en el moral, trasmitió un mensaje de esperanza a los pueblos oprimidos, en particular a los del islam y a Palestina.

 

Así las cosas, si bien la derrota se suele declarar huérfana, mientras la victoria se reclama a dentelladas y proclama a tambor batiente, resulta evidente que el descalabro de los sionistas en la guerra abierta contra Hizbolá, contra el Líbano, sí tiene padre, porque «adorna» los hasta hace poco relativamente faustos anales. Los anales de Israel. Sí, la derrota puede representarse con la imagen de un halcón digamos que tuerto, en cuyas desvaídas alas se asienta un símbolo famoso: la estrella de David.