Recomiendo:
0

El mundo en el que vivimos

Los alimentos en la era del cambio climático

Fuentes: Rebelión

De la autosuficiencia a la dependencia   Hubo un tiempo en que Tenango de Doria, la región mexicana donde vivo actualmente, era autosuficiente en alimentos. De esto no hace mucho, quizás hasta hace unos 40 años la mayor parte de los alimentos que se consumían en la región se producían ahí mismo. Por supuesto que […]

De la autosuficiencia a la dependencia  

Hubo un tiempo en que Tenango de Doria, la región mexicana donde vivo actualmente, era autosuficiente en alimentos. De esto no hace mucho, quizás hasta hace unos 40 años la mayor parte de los alimentos que se consumían en la región se producían ahí mismo. Por supuesto que en aquel entonces la población era bastante menor; posiblemente no fuera ni la tercera parte de la actual. Y por supuesto también la dieta de la gente era bastante más sencilla, básicamente eran frijoles y tortillas, con quelite y epazote para darle algún sabor, y el día que había alguna mayordomía ahí estaba todo el pueblo y eran de las pocas ocasiones en las que tocaba comer carne.

Esta región siempre se mantuvo muy aislada del mundo exterior; la única vía de comunicación era el camino real, que era poco más que una vereda transitable solo a pie o en mula y frecuentada por poca gente. El comercio era mínimo. Incluso cuando se construyó la primera terracería, en abril de 1961, la región se siguió manteniendo aislada. Yo llegué a transitar por esa terracería en varias ocasiones a principios de los ochenta, y estaba en bastante mal estado; con cada época de lluvias se descomponía más y estaba llena de baches que parecían trincheras. De Metepec a Tenango se hacían tres horas de camino a vuelta de rueda, lo que ahora se hace en menos de una.

Todo eso cambió a fines de los ochenta, cuando finalmente se pavimentó la carretera, que se convirtió en la arteria vital de comunicación y en el principal agente de cambio de las condiciones de vida del pueblo. El cambio ha sido vertiginoso: en menos de 30 años el nivel de vida aumento espectacularmente, todo mundo que pudo se fue a trabajar al norte, de donde siguen mandando las remesas; los jóvenes descubrieron que no querían seguir trabajando la tierra y el caso es que ahora Tenango no produce ni el 10 o 15 por ciento de los alimentos que consume.

Actualmente Tenango está plenamente inserto en la red global de producción y distribución de alimentos; la autosuficiencia que se tuvo durante los siglos o milenios que está región ha sido habitada se desvaneció en un instante. Si por cualquier motivo el suministro de alimentos que nos llegan de fuera se viera interrumpido, Tenango descubriría que no tiene alimentos ni para un par de semanas. Esa disrupción en el suministro nos puede parecer hipotética en este momento pero uno nunca sabe; no podemos suponer que no vaya a suceder. Pueden ser causas naturales, como ciclones o deslaves; o un deterioro en las condiciones sociales; o lo más probable, una disminución que puede ser gradual o abrupta en la producción global de alimentos cuando el petróleo empiece realmente a escasear y el precio de esos alimentos que nos llegan de cientos o miles de kilómetros de aquí empiece a hacerse prohibitivo.

Como quiera que sea, esa dependencia es problemática. Los sistemas fallan. Nada es eterno. Con una población que se está duplicando cada 25 o 30 años es difícil ver cómo Tenango podría ser capaz de producir una proporción significativa de los alimentos que necesita. Y también está el hecho de que este escenario simplemente no se contempla; no hay políticas oficiales que promuevan la autosuficiencia de las comunidades.

Esta situación de dependencia no es por supuesto exclusiva de Tenango; se repite en miles y miles de comunidades a todo lo largo y ancho de México. Comunidades que durante siglos mal que bien producían sus propios alimentos antes de que existieran esas redes globales de distribución y que ahora no son capaces de hacerlo; al parecer la autosuficiencia alimenticia es de lo primero que se va por la ventana cuando el mentado progreso entra por la puerta. Pero últimamente la dependencia nos hace a todos más vulnerables.

Otro callejón sin salida  

Resulta que México tampoco es capaz de producir sus propios alimentos. Somos ya más de 120 millones de habitantes en este país, y aumentando más de un millón de personas cada año; la población se duplicó en los últimos 40 años y desde 1920, cuando estaba terminando la revolución, hasta la fecha la población se ha multiplicado casi por casi 10. La producción de alimentos simplemente no puede mantener el paso.

Mesoamérica es la cuna del maíz, donde se desarrollaron docenas de variedades que se convirtieron en la base de la dieta de la gente. Es el grano básico de nuestra alimentación. Ahora resulta que no somos capaces de producir la cantidad de maíz que necesitamos, y la tercera parte, sí, el 33 por ciento del maíz que consumimos lo tenemos que importar. No solo es el maíz; también el 55 por ciento del trigo, el 72 por ciento del arroz y el 95 por ciento de la soja, así como el 25 por ciento de la carne y el 12 por ciento de la leche. El 50 por ciento de los alimentos que se consumen en este país los compramos en el exterior.

México importa la mitad de sus alimentos y los compra con dinero de la exportación de petróleo. Pero con una producción de petróleo que cae en picada, es difícil ver cómo le vamos a hacer de aquí a unos cuantos años cuando no tengamos ni para pagar esos alimentos. El pico de producción de petróleo en México fue en 2004, con 3,8 millones de barriles diarios (mbd). En2010 la producción estaba en 2,5 mbd, una reducción del 35 por ciento. La producción cae, la demanda sube; en algún momento la oferta no podrá satisfacer a la demanda, y mucho menos lo podremos seguir exportando, y nos vamos a quedar colgados de la brocha incapaces siquiera de producir nuestros propios alimentos.

La mayor parte de esos alimentos se los compramos por supuesto a Estados Unidos. Esta situación de extrema dependencia no es casual, sino el producto de políticas específicas cuyo objetivo es mantenernos en un estado de dependencia. De hecho, uno de los pilares de la política exterior de Estados Unidos es acabar con la agricultura local de los países que caen bajo su influencia y obligarlos a depender por completo del modelo agroindustrial que resulta ser el monopolio de unas cuantas corporaciones trasnacionales. Es mucho dinero el que está de por medio. Pero no solo es dinero, es poder. Ellos ya aprendieron la lección, una lección que se viene transmitiendo desde hace 10.000años, cuando se originó la agricultura: el que controla la producción y el flujo de los alimentos es el que tiene las riendas en la mano, y el que impone sus condiciones. Y somos nosotros los que bailamos al son que ellos nos tocan.

Desde hace dos décadas, cuando se nos impuso el Tratado de Libre Comercio, más de un millón de campesinos han abandonado sus tierras porque ya no pueden seguir viviendo de ellas, para irse a trabajar al norte o a engrosar los cinturones de miseria de las grandes ciudades. Al eliminar las tarifas y los aranceles, Estados Unidos nos invadió con su excedente de alimentos, en una práctica conocida como dumping, y los campesinos y pequeños agricultores no pudieron hacerle frente a la avalancha y cayeron en crisis, incapaces de seguir manteniéndose con el trabajo de la tierra.

Y se nos quiere hacer creer que el modelo agroindustrial de producción de alimentos, basado en el uso masivo de combustibles fósiles, de pesticidas y fertilizantes químicos es la solución al problema del hambre en el mundo, cuando por el lado que se le vea es completamente insostenible y cuando de hecho genera más hambre de la que supuestamente está aliviando. No es más que otro callejón sin salida de nuestra sociedad industrial.

La primera línea de defensa  

El cambio climático ya se está manifestando a nuestro alrededor. Llevamos 250 años quemando combustibles fósiles a un ritmo cada vez mayor, y son millones y millones de toneladas de gases que hemos estado arrojando a la atmósfera. Quizás al principio los bosques y los océanos podían absorber una buena parte de esos gases pero en algún momento se llegó a un punto de saturación en el que no pueden seguir absorbiendo, y los gases simplemente se siguen acumulando en la atmósfera. Los océanos se están acidificando, los arrecifes de coral están desapareciendo y los bosques y las selvas los seguimos destruyendo a un ritmo de algo así como una hectárea cada segundo.

La temperatura media del planeta ya aumentó casi un grado centígrado en el último siglo, lo que es suficiente para que los glaciares y los casquetes polares ya se estén fundiendo, las sequías sean más prolongadas y los ciclones y tormentas tropicales sean cada vez más violentos. Los señores del IPCC ya nos dijeron que no habrá persona en el planeta que no sea afectada por el cambio climático, y también nos dicen que el objetivo que se tenía de limitar el aumento de temperatura global a otro par de grados centígrados parece que ya quedó demasiado irreal y que a estas alturas va a ser muy difícil evitar un aumento de por lo menos otros 4 ºC en el transcurso de este siglo.

Ni los gobiernos ni la sociedad en conjunto parecen haber entendido la gravedad de la situación en la que nos encontramos, o en la medida en la que se entiende nos rehusamos a tomar cualquier medida significativa al respecto, y seguimos arrojando alegremente esos millones de toneladas de CO2 a la atmósfera porque la continuidad de la sociedad tal como la conocemos o la imaginamos depende de seguir quemando esos combustibles fósiles. Somos completamente dependientes de ellos y no estamos dispuestos a hacer el menor sacrificio en aras de conceptos vagos como ‘un planeta habitable’.

El cambio climático va a afectar a cada región del planeta de una manera distinta. Si en un lado son sequías en otro pueden ser inundaciones; en la misma región extremos de calor en el verano pueden venir acompañados de extremos de frío en el invierno. Es territorio desconocido en el que nos estamos adentrando. Si ya estamos empezando a sentir los efectos, éstos no están más que comenzando. Los efectos son acumulativos y podemos suponer que con cada año o década que pase se van a dejar venir con más fuerza.

Y cada pueblo, comunidad o región va a tener que adaptarse a esos cambios, en la medida en que se pueda adaptar. Y la primera línea de defensa contra cualquier alteración producida por el cambio climático está en la producción local de alimentos. Cada pueblo y cada comunidad va a tener que hacerse autosuficiente en alimentos, en la medida en que lo pueda hacer, porque en algún momento esa red global de producción y distribución de alimentos dependiente del uso masivo de combustibles fósiles, pesticidas y fertilizantes químicos va a tronar como ejote, si no es por el agotamiento de los combustibles fósiles será por las perturbaciones causadas por el cambio climático, pero no puede durar indefinidamente.

La política oficial que ha sacrificado la autosuficiencia alimenticia y nos ha hecho completamente dependientes de un modelo ajeno cuyo único criterio de continuidad es la generación de enormes ganancias para unas cuantas corporaciones trasnacionales mientras millones de campesinos abandonan sus tierras es de una miopía que raya en lo inverosímil. Cada pueblo, comunidad y región va a descubrir que en el fin de la era de los combustibles fósiles y el comienzo de la era del cambio climático su mejor opción; la primera línea de defensa está es aprender de nuevo a producir los propios alimentos.

 

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.