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Los ‘cinco de Cuba’ en su primera década de encierro

Fuentes: Diagonal

  En septiembre de 1998, cinco jóvenes cubanos infiltrados en el movimiento anticastrista en Miami fueron arrestados bajo la acusación de espionaje. Desde entonces, un amplio movimiento internacional no ha cesado de reclamar su inocencia y liberación. Ninguno de ellos salió del frío para realizar sofisticadas acciones de sabotaje y robo de secretos militares. Son […]

 

En septiembre de 1998, cinco jóvenes cubanos infiltrados en el movimiento anticastrista en Miami fueron arrestados bajo la acusación de espionaje. Desde entonces, un amplio movimiento internacional no ha cesado de reclamar su inocencia y liberación.

Ninguno de ellos salió del frío para realizar sofisticadas acciones de sabotaje y robo de secretos militares. Son apenas ligeramente distintos del común de los cubanos, aunque Antonio Guerrero escribe poemas y como ingeniero civil dirigió la ampliación de un aeropuerto. En EE UU, donde residieron durante varios años, los cinco consiguieron infiltrar a los grupos de exiliados cubanos que, amparados por las leyes de ese país (como la Cuban Democracy Act de 1992), realizan atentados mortales o acciones de sabotaje en Cuba.

Sembrados como topos en Miami y otras localidades, pudieron, por ejemplo, alertar a los servicios de seguridad del Estado cubano acerca de atentados con bombas. De esta suerte, Gerardo Hernández consiguió avisar en 1996 de que dos avionetas llenas de exiliados volarían a Cuba. Aunque no sabía que las aeronaves serían derribadas y que morirían cuatro personas, Hernández fue acusado sin evidencias de conspiración con los militares cubanos para «asesinar»… y luego condenado a dos cadenas perpetuas más 15 años, como si lo absurdo de la pena fuera ejemplar o racional en su inmensidad. Entre septiembre de 1998 y fines de 2001, cuando recibieron la sentencia, los cinco cubanos fueron una muestra más de la «guerra contra el terrorismo» que el menor de los Bush lleva adelante secuestrando personas en Irán para interrogarlas en Iraq, como expuso hace poco una investigación de Seymour Hersh, o defendiendo a los mercenarios que abusaron y humillaron a los detenidos en la prisión de Abu Ghraib. De todos modos no habría que ir muy lejos de América para entender qué es lo que hace prisioneros a cinco agentes cubanos en EE UU. Basta con recordar a otros dos cubanos. Amigos, y ex agentes de la CIA, Orlando Bosch y Luis Posada Carriles conspiraron para volar un avión de pasajeros cubano el 6 de octubre de 1976. Murieron 73 personas.

Ambos terroristas, en entrevistas con el New York Times, han confesado su autoría. Y entonces aún figuraban en la nómina de la agencia de inteligencia, cuyo director de entonces, George Bush padre, habría de perdonar y asilar a Bosch unos años más tarde, ya como presidente de los EE UU. Hoy, en el mismo Miami que condenó a los cinco, Bosch trabaja para conseguir el perdón de Bush (el hijo) para Posada Carriles, considerado un héroe por los cubanos exiliados. Los dos planificaron el asesinato en Washington de Orlando Letelier, colaborador del derrocado presidente chileno Salvador Allende. Posada, además, trabajó en El Salvador en el grupo paramilitar que desde ese país atacaba Nicaragua en los años ’80 y, para subvencionar sus «faenas», contrabandeó cocaína a California. Ninguno de estos casos, que originaron procesos judiciales, fue materia suficiente para condenar de nada a Posada o a Bosch. Lo que parece una historia de novela de pugnas entre agentes cubanos y la maquinaria estatal estadounidense es uno de los varios dramas que son materia común «de conocimiento» en América Latina. En este continente, si el sentimiento antigringo permea a la región es porque los EE UU invadieron y saquearon nuestros países unas 150 veces. Varios gobiernos han caído bajo su presión, por su intermedio.

Un caso sonado y reciente sería el de Hugo Chávez en Venezuela, sobre todo porque el golpe en su contra de 2002 fue un fracaso. Pero diversas agencias estadounidenses gastaron millones de dólares en él, financiando a la oposición y, en algunos casos, armándola. Por supuesto, la gente de George W. Bush negó todo… aun cuando hay decenas de documentos desclasificados de su Gobierno que explican los mecanismos de financiamiento y revelan que sabía de la conjura.

En cualquier caso, volviendo con los cinco, es ya evidente que el sistema judicial estadounidense se burla de ellos y de Cuba. Ha ratificado un juicio que fuera declarado parcial y nulo en 2005 y, con ello, sus delirantes condenas… teniendo inclusive declaraciones juradas de militares de alto rango que avalan dos cosas sabidas : que ni los agentes espiaban al Gobierno ni Cuba puede ser una amenaza militar para el imperio. ¿Por qué la necesidad de mencionarlo ? Porque el fiscal asignado al caso basó su alegato de acusación en dos «pruebas» alucinantes : una foto inmensa de Fidel Castro y la afirmación de que los cinco trabajaban para «destruir a los EE UU».

Quizá por eso no siempre es claro para qué seguir estrellando voluntad contra un sistema así, como sigue el Gobierno de Cuba denunciando que niegan visados de entrada a las esposas de los detenidos (nueve veces a una de ellas). Que el cinismo es marca de la casa en Miami y la Casa Blanca no lo revelan ya esas acciones. Pero quizá por eso mismo vale la pena entender y apoyar el caso de los cinco cubanos detenidos por defender su patria de los terroristas : la hipocresía de jueces y jurados en EE UU no hace sino mostrar que la dignidad y la soberanía siguen siendo motivo de defensa colectiva en cualquier parte.

Luis A. Gómez, periodista mexicano