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Los Clinton se ponen desagradables

Fuentes: Socialist Worker

¿Cuándo la victoria significa en verdad derrota? Cuando Barack Obama ganó las elecciones primarias del partido Demócrata en Carolina del Sur el pasado sábado 26 de enero. Obama venció a Hillary Clinton, su principal rival en el partido Demócrata en la carrera por la denominación para la presidencia, por un convincente 55 a 27 por […]

¿Cuándo la victoria significa en verdad derrota? Cuando Barack Obama ganó las elecciones primarias del partido Demócrata en Carolina del Sur el pasado sábado 26 de enero.

Obama venció a Hillary Clinton, su principal rival en el partido Demócrata en la carrera por la denominación para la presidencia, por un convincente 55 a 27 por ciento de los votos.

Pero, de acuerdo con la loca lógica de la política de EEUU, por el hecho de disponer en el estado del apoyo de alrededor del 80 por ciento de los votantes afro-americanos, Obama puede debilitarse ante la acusación de ser por encima de todo un candidato negro.

Esto es precisamente lo que el marido de Hillary Clinton, Bill, insinuó cuando apuntó, después del resultado, que el defensor de los derechos civiles Jesse Jackson ganó las primarias demócratas en Carolina del Sur en 1980 y 1984. La insinuación es que Obama no puede realizar la esperanza expresada por su último partidario, el senador Ted Kennedy, de «trascender la carrera».

Todo lo cual muestra la profunda penetración que el racismo aún tiene en la sociedad estadounidense.

Los Clinton componen un muy correoso y desagradable equipo político. Hillary arrastra su aureola de mujer respetada por encima de la refriega, mientras Bill lo hace bajo y sucio en los contactos diarios del toma y daca.

Es una táctica inteligente. Bill Clinton conserva la popularidad, y hubiera podido ganar, como sugieren las encuestas, un tercer mandato como presidente si la Constitución le hubiera permitido presentarse en el 2000.

Establishment

Él ha cultivado estrechas relaciones con el establisment afro-americano, y ha obtenido el absurdo título, concedido por la novelista Toni Morrison, de «primer presidente negro». Se sirve ahora de este capital político para llevar a Hillary a la Casa Blanca.

Es duro para Obama pagar con la misma moneda los ataques procedentes de un expresidente con gran ascendiente entre las bases demócratas.

Ahora la batalla por la nominación prosigue en la gran contienda del «super martes» próximo, 5 de febrero, en donde 22 estados tendrán primarias o «cáucuses». Lo que incluye campos de batalla clave como Nueva York, Nueva Jersey y California, de importancia fundamental para cualquier pretensión del partido Demócrata a la presidencia.

Mi conjetura es que la maquinaria Clinton tendrá ventaja en la próxima contienda. En parte a causa de su experiencia y crueldad, pero también por los lazos que han cultivado a lo largo de más de 30 años con cada elector potencial del partido Demócrata, primero para elegir a Bill y ahora a Hillary.

De este modo desde hace 15 días Clinton se hizo con los caucuses del partido Demócrata en otro estado importante, Nevada, gracias al apoyo de las mujeres y los latinos.

Su cuidadosamente cultivada imagen como la campeona del feminismo de los 70 también la ayudó a ganar las primarias anteriores de New Hampsire, una victoria que la mantuvo en la competición después de la victoria sorprendente de Obama en los caucuses de Iowa.

Algunos piensan que ésta es una situación sin posibilidad de perder. Como la escritora y blogger Patrice Evans dijo en el Guardian la semana pasada: «¡Un hombre negro!, ¡una mujer! ¡al mismo tiempo! No importa quien gane, será un momento épico».

Pero esto es política puramente simbólica. En efecto, el «cambio» que ambos candidatos proclaman estar buscando no es ningún cambio real.

Tanto Obama como Clinton quieren aplicar una tirita al descabellado e injusto sistema de seguro de enfermedad. Ambos piensan que el gobierno federal debería bombear algún dinero a la economía de EEUU para evitar una depresión. Uno y otro han rechazado comprometerse con la retirada de las tropas de EEUU de Irak durante lo que cada uno anhela que sea su primera etapa en el cargo.

En otras palabras, Clinton y Obama se están postulando como sirvientes leales del imperio de Estados Unidos, exactamente como cada candidato demócrata con posibilidades antes que ellos.

¿Cómo podría ser de otro modo, dada la llave maestra que las ricas empresas tienen sobre el sistema político de EEUU? Los demócratas quizás no consigan muchas aportaciones de los compinches en la industria petrolera de George Bush, pero las consiguen en abundancia de Wall Street, Silicon Valley y Hollywood.

La idea de que Obama o Clinton, de ser elegidos para la Casa Blanca, harían por mejorar significativamente la situación de la clase obrera, las mujeres y los negros en los EEUU, es más bien propia de gentes que viven en la luna. Cualquiera que desee realmente cambios en los EEUU deberá mirar hacia otro lado.

Alex Callinicos es miembro del Socialist Worker Party (SWP) británico, editor del semanario Socialist Worker (www.socialistworker.co.uk) y catedrático de Ciencias Políticas en la Universidad de York.

Traducción para www.sinpermiso.info : Daniel Raventós