En septiembre, en el primer día de clases en la ocupada Cisjordania, los estudiantes que viven en Tuba esperan a que los soldados israelíes los acompañen a la escuela.
Su ruta los lleva a través del asentamiento ilegal israelí de Havat Maon, construido en tierras palestinas entre Tuba y la aldea contigua de At-Tuwani. La escolta militar no solo es necesaria sino, a estas alturas, rutinaria.
La escuela más cercana a Tuba está en el pueblo de At-Tuwani. Cuando el asentamiento de colonos israelíes de Maon se expandió a principios de la década de 2000 para conectarse con un nuevo asentamiento, Tuba quedó aislada de la carretera que conduce a At-Tuwani y que continúa hasta la ciudad palestina más cercana, Yatta.
La distancia de Tuba a Yatta es de unos 20 minutos caminando. Sin embargo, desde que se estableció el asentamiento israelí, los palestinos deben rodear Havat Maon para evitar la violencia de los colonos. Un desvío que incrementa la distancia a 20 kilómetros. El desvío también afecta significativamente al acceso de los estudiantes a las instalaciones educativas en At-Tuwani.
En 2004, un grupo de voluntarios estadounidenses del Christian Peacemaker Team llegó a la región. Los voluntarios vieron el sufrimiento diario de los escolares y hablaron con sus padres y madres, quienes accedieron a que acompañaran a los estudiantes a través del asentamiento.
Sin embargo, durante la primera semana del semestre, niños y voluntarios fueron brutalmente atacados por colonos: cinco hombres enmascarados y armados con una cadena y un bate. Esto presionó al gobierno israelí para que abordara la violencia dirigida a los pequeños, que tan solo llevaban mochilas escolares llenas de lápices, cuadernos y pan caliente.
En lugar de eliminar el asentamiento, que viola incluso la ley israelí, se decidió asignar una patrulla del ejército para acompañar a los estudiantes que iban y venían de la escuela a pie. Irónicamente, los estudiantes dependen de las fuerzas israelíes: no pueden asistir a la escuela a menos que aparezca el ejército. Incluso con su presencia, los colonos ilegales amenazan a los niños.
Durante 17 años, esta extraña y moralmente cuestionable solución ha continuado.
Comencé primaria en 2004, con escolta del ejército, y estudié así durante 12 años. Recuerdo no poder ir a la escuela, o llegar tarde, porque mis amigos y yo teníamos que esperar a que llegara la escolta militar. Recuerdo haber sido atacado por colonos incluso con las fuerzas israelíes delante. Asistir a clases dependía del estado de ánimo de los soldados.
Todos los días, después de la escuela, esperaba durante horas en At-Tuwani hasta que apareciera el ejército para poder volver a casa. Para cuando llegábamos, el almuerzo nos esperaba, pero casi era la hora de cenar. Al amanecer y al atardecer caminábamos. Vivía en un estado permanente de movimiento y desorientación. Mi mente y mi cuerpo estaban consumidos por las caminatas diarias.
Crecer así me hizo plantearme constantes preguntas. ¿Por qué necesitamos escoltas militares para ir a la escuela? ¿Por qué me atacan estos colonos y en qué piensan cuando acosan a otras personas?
Todos los días me entraban ganas de decirles a los soldados: no elegí nacer aquí y vivir así. ¿Por qué soy diferente a otras personas que trabajan, juegan, estudian y aman sin ser objeto de violencia constantemente? ¿Soy menos digno? ¿Menos humano?
Recuerdo que un día, los vehículos militares comenzaron a acompañarnos mientras caminábamos por el asentamiento. Al pasar, vi a cientos de colonos bloqueando el camino de regreso a casa.
Los soldados decidieron meternos dentro de los vehículos militares con el conductor mientras formaban una barrera. Cuando atravesamos la masa de la manifestación, los colonos intentaron evitar que el jeep siguiera adelante. Algunos subieron a la parte delantera. Miré a mi alrededor y vi que los colonos estaban atacando el coche de las fuerzas israelíes.
Esto fue extraño para mí. Era la primera vez que veía a soldados israelíes lidiando con ellos. Mientras, cientos de colonos, escondidos entre los arbustos, nos arrojaban piedras, tanto a nosotros como a los soldados. Violaron leyes por las que los palestinos habrían sido arrestados.
Los ataques contra los niños y niñas de Tuba no se limitaron a mi época en la escuela. Terminé en 2016 y la violencia persiste hasta hoy. Otro primo mío, que aún no había nacido cuando comenzó el plan ‘escolta del ejército’, todavía vive con las mismas pesadillas.
En 2015, cuando mi prima Sujood tenía siete años, le llevó una botella de agua a su tío, que estaba pastando sus rebaños en los campos de la familia, a solo unos cientos de metros de Havat Maon. En su camino de regreso a casa, un grupo de adolescentes enmascarados la siguió, arrojándole piedras. Una de las piedras le hirió la pierna y se cayó. Mientras yacía en el suelo, un colono se acercó y le golpeó con una piedra en la cabeza.
Reducir el conflicto
El nuevo gobierno de Israel afirma que quiere «reducir el conflicto». Se podría suponer que esto significa reducir el conflicto aplicando la ley en los territorios ocupados, o dando prioridad a la represión de la violencia de los colonos; como mínimo, garantizando la plena protección de los niños pequeños que van a la escuela. Es importante destacar que los asuntos de un pueblo ocupado son responsabilidad de la potencia ocupante, especialmente en lo que respecta a la seguridad.
Pero en los últimos meses, activistas palestinos de la región de South Hebron Hills han documentado un aumento de la violencia de los colonos, incluyendo el lanzamiento de piedras a los residentes palestinos, la quema de los fardos de paja de mi familia que usamos para alimentar a nuestras ovejas y árboles de nuestra propiedad.
Los soldados de las fuerzas israelíes simplemente miran y se niegan a interferir.
Es inconcebible que el coste de ir a la escuela pueda significar volver a casa con el cuerpo magullado y perder todo el año escolar.
¿Por qué es así nuestra vida? Ahora, como adulto, todavía exijo respuestas.
Soy escritor y activista de derechos humanos, licenciado en literatura inglesa y espero comenzar un posgrado. Todos los días, ando con optimismo por los caminos que llevan a la escuela con los niños de mi pueblo. Mientras estudio, protesto y documento para conseguir un futuro diferente, mejor, más seguro y más justo para nosotros y para todos los palestinos.
Ali Awad es activista de derechos humanos, licenciado en literatura inglesa y escritor, originario de Tuba en South Hebron Hills en Cisjordania.