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Naksa palestina 1967

Los desaparecidos del río Jordán

Fuentes: Rebelión

En muchas guerras, dictaduras y conflictos a nivel mundial se ha aplicado nefasto método de la desaparición forzada con el fin de eliminar a los enemigos y sembrar el caos y el terror. Sólo tenemos que recordar lo acontecido durante las dictaduras de Chile, Argentina, Paraguay, Brasil o Uruguay en el siglo pasado que por […]

En muchas guerras, dictaduras y conflictos a nivel mundial se ha aplicado nefasto método de la desaparición forzada con el fin de eliminar a los enemigos y sembrar el caos y el terror. Sólo tenemos que recordar lo acontecido durante las dictaduras de Chile, Argentina, Paraguay, Brasil o Uruguay en el siglo pasado que por intermedio de sus servicios de seguridad se dedicaron a tiempo completo a la tortura y el exterminio de los «elementos subversivos».

En la historia criminal del sionismo no se ha estudiado a profundidad este capítulo de las desapariciones forzadas. En la Nakba 1948 y de la Naksa 1967 se dieron múltiples casos de masacres y matanzas contra el pueblo palestino cuyas víctimas fueron enterradas en fosas comunes o arrojadas a los ríos, al mar o incineradas para borrar toda huella que los incriminara.

Sus familiares desesperados intentaron denunciar su desaparición ante las autoridades correspondientes, es decir, el ejército de ocupación israelí que, como es de suponer, se disculparon aduciendo que no tenían información al respecto. Entonces, se dirigieron a los organismos internacionales de derechos humanos; a la Media Luna Roja o la ONU a ver si conseguían alguna respuesta favorable aunque todo fue inútil. Se los tragó la tierra.

Las autoridades israelíes tienen mucho que contar al respecto pero se niegan a abrir sus archivos secretos donde seguramente existen documentos, fotografías, películas que pueden dar pistas sobre estos luctuosos hechos. En todo caso nadie se atreve a declarar ni a cooperar en las investigaciones. Se impone la ley del silencio pues de lo contrario serían acusados de traidores a la patria. Ni mucho menos se pueden hacer prospecciones en la franja de seguridad de la frontera con Jordania hoy sembrada de miles y miles de minas antipersona. De ahí que prácticamente sea imposible abrir un proceso judicial o que la Corte Penal Internacional o la Justicia Universal tome cartas en el asunto como si se hizo en Chile, Argentina. El tema de los desaparecidos se mantiene al margen de las negociaciones de paz para no herir susceptibilidades. Sin duda alguna eternamente reinará la impunidad.

Tuvimos la ocasión de entrevistar a una persona que vivió en carne propia uno de estos terribles sucesos. Se trata del Dr. Rizeq Jaffal originario del pueblo de Abu Dis y que perdió a varios miembros de su familia cuando intentaban regresar a su pueblo atravesando la frontera del rio Jordán -cerca del puente Allemby- unas semanas después de que finalizara la Guerra de los Seis Días en 1967. Video: http://youtu.be/7KYCCa_Pzp4

Según nos explicó él en ese entonces la mayoría de los palestinos que huyeron aterrorizados (el recuerdo de la matanza de Deir Yassin seguía vigente) con dirección a Jordania -aproximadamente unos 400.000-se vieron obligados a engrosar los diferentes campamentos de refugiados que se levantaron para acogerlos y otros ya establecidos desde la Nakba 1948.

En 1967 el Consejo de Seguridad de la ONU aprobó la resolución 237 que instaba a Israel a dar luz verde a la repatriación de refugiados. Según el gobierno de Tel Aviv el derecho al retorno es una reivindicación inaceptable que aniquilaría el carácter sionista del estado de Israel poniendo en peligro su supervivencia. El argumento demográfico, económico y de seguridad es algo innegociable.

Sobra decirlo que antes de la Guerra de los Seis Días los palestinos eran ciudadanos jordanos pues el reino hachemita había conquistado Cisjordania en la guerra del 1948. Así que les unen poderosos lazos familiares, económicos y sociales hasta el punto que el gobierno jordano asume su tutela sin que tenga que intervenir la UNRWA (algo que en realidad no se cumple) Inclusive hasta hoy en día muchos palestinos tienen pasaportes jordanos y son considerados súbditos del rey Abdalá de Jordania.

El Dr. Rizeq Jaffal que en esa época tenía 9 años fue testigo directo del trágico episodio protagonizado por su padre, su hermano, hermana e hijos y varios vecinos de Abu Dis (en total 19 personas) que pretendían regresar a su pueblo clandestinamente aprovechando la oscuridad de la noche. Él se salvó pues fue elegido para pasar en el segundo grupo junto a su madre y otro hermano.

El ejército israelita tras la victoria en la guerra de los Seis Días debía afianzar el control en la frontera del rio Jordán ante las previsibles tentativas de infiltración por parte de los propios refugiados o los guerrilleros fedayines. En 1968 los hostigamientos llegaron a su punto álgido cuando Israel invade Jordania y ataca los campamentos de la resistencia palestina situados en el Karameh (donde Arafat tuvo su bautizo de fuego)

Por orden de Moshe Dayan, Ministro de Defensa, de Isaac Rabin, jefe del Estado Mayor del Ejército y del primer ministro Levi Eshkol se crearon comandos integrados por francotiradores y patrullas de los cuerpo de élite del Tzahal especializados en cazar a cualquiera que intentara entrar clandestinamente en los territorios ocupados. La única forma de impedir que regresaran los refugiados era escarmentándolos a punta de balas y bombazos.

Se tiene poca información sobre los cientos de casos de desapariciones forzadas porque fueron eliminados en acciones de «legítima defensa», según la jerga empleada por el gobierno israelí- pues venían previsiblemente a cometer atentados terroristas en el valle del Jordán, Wadi Araba o Eilat.

Además sus familiares impotentes prefieren guardar silencio pues no hay ninguna posibilidad de hacer justicia y se conforman con mantener viva su memoria colgando en las paredes de sus casas las fotos de los mártires para que al menos no queden sepultados en el olvido.

Los desterrados regresaban por amor a su patria pues allí habían dejado sus casas, sus campos de labor, sus familiares y amigos, allí estaban sus raíces y su identidad y así se comprende que arriesgaran sus vidas. Por eso no nos cansaremos de repetir que el derecho al retorno es la verdadera hoja de ruta hacia la paz.