Los Barghouti son una de las familias más antiguas y más numerosas de Palestina. Mundialmente son conocidos por uno de sus miembros, Marwam Barghouti, el líder de Fatah que se convirtió en una de las caras visibles de la resistencia armada durante la primera y la segunda Intifada, y que hoy cumple cinco condenas perpetuas […]
Los Barghouti son una de las familias más antiguas y más numerosas de Palestina. Mundialmente son conocidos por uno de sus miembros, Marwam Barghouti, el líder de Fatah que se convirtió en una de las caras visibles de la resistencia armada durante la primera y la segunda Intifada, y que hoy cumple cinco condenas perpetuas en una prisión israelí. Pero dentro de la sociedad palestina, hay más de un Barghouti famoso. Dos de ellos son Nael y Fakhri, dos primos que fueron detenidos con dos meses de diferencia en 1978 tras hacer explotar un bus israelí que pasaba cerca del asentamiento de Halamish, no muy lejos de su pueblo natal, Kobar, en el distrito de Ramala. Los dos pasaron 33 años tras las rejas por la muerte del conductor y fueron liberados con el último intercambio de prisioneros.
Ya pasaron casi dos semanas de su liberación, pero la casa de los Barghouti sigue recibiendo contingentes de familiares, amigos y vecinos que quieren saludar a Nael y Fakhri. En la entrada, las sillas están acomodadas prolijamente una al lado de la otra contra las paredes y al caer el sol, en apenas media hora, el lugar se abarrota: Barghoutis del pueblo, de los pueblos vecinos; primos, tíos, sobrinos, sobrinas, cuñadas; amigos y compañeros de lucha. La entrada se llena y el café, el té y las masas dulces empiezan a circular. El mayor del clan Barghouti, un hombre que supera los 90 años y se mueve muy lentamente con un bastón de madera y una paz que contagia, es uno de los últimos en llegar. Su hijo también fue liberado el 18 de octubre, pero las autoridades israelíes lo obligaron a exiliarse en la Franja de Gaza.
Unos minutos después, cruzan finalmente la puerta los dos hombres que se han convertido en el centro de atención del pueblo en las últimas dos semanas. Saludan calurosamente a cada uno de sus invitados. Nael se excusa y entra a la casa para dejar una bolsa. Fue a Ramala para renovar su guardarropa; al día siguiente tiene cita para firmar su contrato matrimonial. «Ella lo visitaba en la cárcel y ahora se van a casar», contó orgulloso uno de sus primos. Como la mayoría de los Barghouti presentes, él también conoce el interior de una celda israelí.
En medio del murmullo y los abrazos que no cesan, Nael y Fakhri se sientan uno al lado del otro, el primero con la mirada fijada en el piso, el segundo con la mirada perdida y las manos enterradas en los bolsillos de la campera. «Me siento como un ser humano rodeado por su gente», explicó con mucha síntesis Fakhri. Fahkri_y_Nael
Fakhri es de menos palabras que su primo Nael, aunque más amable. Saluda con un apretón de manos, esboza una sonrisa tímida y se define como un militante de Fatah. Recuerda su vida antes de la detención como la «vida de un simple campesino». Estaba casado, tenía un bebé de 11 meses y otro más en camino. Dentro de la cárcel los pudo ver cuando eran chicos, pero luego le suspendieron las visitas familiares durante casi siete años. Recién pudo volver a verlos cuando eran mayores e ingresaron como prisioneros a la prisión israelí de Ashkelon. Uno de ellos está con él ahora; el otro ya lleva ocho de los 27 años de condena que le dio una corte militar.
A su lado, Nael responde mucho más relajado, con una actitud más desafiante. No se define como militante de un partido, aunque reivindica la ideología islamista. En la casa familiar, donde él vive sus últimos días de soltería, pequeñas banderas de Hamas decoran la entrada que da a la calle. «Dentro de la prisión intentan matar el elemento humano, hacernos olvidar nuestra tierra y nuestra gente», sostuvo, mientras recordaba los años de visitas familiares prohibidas, los diarios y los libros censurados. «En la cárcel no se puede leer sobre las revoluciones latinoamericanas, en realidad, sobre cualquier revolución. Los libros sobre libertad y protesta están prohibidos», sintetizó.
Los dos niegan haber tenido problemas de salud grave dentro de la cárcel y evitan hablar de sus experiencias personales. «Algunos doctores golpeaban a los prisioneros con palos. Una vez se lo comunicamos a la Cruz Roja, pero no pasó nada. El doctor siguió siendo el doctor de la cárcel», recordó Nael.
Al veterano militante palestino no le gusta hablar de si mismo; prefiere concentrarse en las consignas políticas. «Somos parte del pueblo palestino y nuestra misión ahora es levantar la moral, el ánimo de la gente. Pero no queremos que nos vean como dinosaurios, sino como parte de la lucha», explicó Nael, con una seriedad marcial. «Estamos combatiendo contra la mayor fuerza racial del mundo. El sionismo sembró el odio y el Apartheid en Palestina, en la región y entre ellos mismos», agregó. Los dos juran mantenerse fieles a la lucha palestina, en todas sus formas. «Estamos muy orgullosos de nuestra gente, de cómo nos recibieron. Hoy la ocupación sigue y continúa persiguiendo a nuestra gente, así que nosotros seguiremos combatiéndola», concluyó Fakhri.
Los familiares y los amigos siguen llegando y los dos primos ya no pueden permanecer sentados, apartados. Se levantan de la silla y, nuevamente, los abrazos vuelven a multiplicarse entre la pequeña multitud que se amontona a su alrededor.