Traducido para Rebelión por Paco Muñoz de Bustillo
Allá por los años cincuenta, los servicios de inteligencia de Estados Unidos acuñaron un término: «blowback»* para referirse a las consecuencias indeseadas de ciertas operaciones clandestinas que terminaban perjudicando a la propia causa que pretendían defender.
Cada vez son más las señales que indican que la fuerte campaña de desprestigio orquestada por el lobby israelí contra el líder de la oposición laborista en Reino Unido, Jeremy Corbyn, ha empezado a tener esas repercusiones contrarias a sus intereses.
Una campaña difamatoria
En los tres años transcurridos desde que fue elegido líder laborista, Corbyn ha tenido que hacer frente a continuas acusaciones de «antisemitismo endémico» para su partido, a pesar de las múltiples evidencias en sentido contrario. Últimamente, el propio Corbyn se ha convertido en blanco de dichas acusaciones.
El periódico Daily Mail ha encabezado un acoso a Corbyn en relación con los comentarios desdeñosos que realizó en 2013 sobre un pequeño grupo de fanáticos pro-Israel que pretendían interrumpir un encuentro de solidaridad con Palestina. El diario afirmaba que al denominarlos «sionistas», se estaba refiriendo a su condición de «judíos», por lo que sus comentarios eran antisemíticos.
La acumulación de pruebas, tanto en Reino Unido como en Estados Unidos, en donde se ha producido una escalada de ataques contra activistas pro-Palestina (muchas veces relacionados con el movimiento internacional de boicot, BDS), indican que el gobierno israelí esta adoptando un papel significativo, aunque encubierto, en la coordinación y dirección de tales iniciativas destinadas manchar la reputación de personalidades críticas con la política de Israel.
Los seguidores de Corbyn han contraatacado argumentando que su dirigente está siendo sometido a una campaña difamatoria destinada acabar con su liderazgo debido a su defensa pública de la causa palestina a lo largo de décadas.
El lobby israelí
La cadena Al-Jazeera consiguió infiltrarse en los lobbies israelíes en Reino Unido y Estados Unidos y ha producido dos series documentales que muestran como intervienen en la política interna de ambos países, probablemente violando las leyes locales. Hasta ahora, solo la serie sobre Reino Unido ha visto la luz.
En ella se mostraba como un funcionario de la embajada israelí, Shai Masot, conspiraba para «derribar» a un ministro conservador al que se consideraba demasiado próximo a la causa palestina y para colaborar en la creación de un frente anti-Corbyn en el seno del partido laborista.
Masot trabajaba en estrecha colaboración con dos destacados grupos pro-Israel del laborismo, el Jewish Labour Movement (Movimiento Laborista Judío) y el Labour Friends of Israel (Amigos Laboristas de Israel). Este último incluye a algunos exparlamentarios laboristas de los ochenta.
La emisión de la serie sobre el lobby israelí de Estados Unidos ha sido cancelada, según parece por presiones de ese mismo grupo.
Alain Gresh, antiguo editor de Le Monde Diplomatic, ha publicado algunos fragmentos significativos de dicho documental censurado, tras su visionado secreto en Dubai. Los objetivos y las prácticas del lobby estadounidense, según informa Gresh, son un fiel reflejo de lo ocurrido en Reino Unido con Corbyn, obligado a hacer frente a incesantes alegaciones de antisemitismo.
El documental sobre EE.UU. muestra que el ministro de asuntos estratégicos de Israel tiene un papel destacado en la dirección del lobby estadounidense. Según Gresh, sus altos cargos aparecen en escena admitiendo que han creado una red de espías para recabar información sobre los críticos más prominentes de Israel.
En los fragmentos transcritos por Gresh, Jacob Baime, director ejecutivo de la Campus Coalition (un grupo de organizaciones que combaten la campaña de BDS) afirma: «Cuando llegué aquí hace unos pocos años, el presupuesto con que contábamos era de 3.000 dólares. Hoy es algo así como un millón y medio [de dólares], o más, es descomunal».
«Se trata de una guerra psicológica», añade, señalando que la campaña de calumnias perjudica a grupos específicos: «Se ven obligados a retirarse o a dedicar el tiempo a investigar [las acusaciones contra ellos] en lugar de atacar a Israel. Es extremadamente efectivo».
David Hazony, un alto cargo de otro grupo de presión llamado The Israel Project explica que su objetivo más inmediato es frenar el discurso político contrario a Israel: «El mayor problema está en el Partido Demócrata, en la gente de Bernie Sanders, que atrae a todas las personas contrarias a Israel a las filas del Partido Demócrata. Apoyar a Israel no es depende solo del partido que gobierne, por lo que cada vez que cambia la Casa Blanca, cambian las políticas hacia Israel. Esto es algo muy peligroso para nosotros».
Sin debates
Estos fragmentos confirman muchas cosas que ya se sospechaban. Hace más de diez años, académicos como John Mearsheimer y Steven Walt escribieron un libro en el que analizaban la composición y el papel que ejercían los poderosos lobbies pro-Israel en EE.UU.
Pero hasta la retransmisión del documental de Al-Jazeera el año pasado, no se había realizado ningún otro esfuerzo comparable para sacar a la luz la situación en Reino Unido. De hecho, apenas existía debate alguno, ni siquiera conocimiento, del papel que ejerce el lobby israelí en la vida pública y política británica.
Esta situación está cambiando rápidamente. Tras sus ataques constantes a Corbyn, los activistas británicos ya no parecen tanto individuos dispares simpatizantes de Israel como un grupo de presión diferenciado, al estilo del estadounidense: bien organizado, centrado en mensajes bien escogidos y preparados para hacer valer su fuerza.
El lobby siempre ha estado ahí, por supuesto. Y, al igual que en Estados Unidos, abarca grupos de apoyo que van mucho más allá de las organizaciones judías derechistas, como el Consejo de Diputados y el Jewish Leadership Council, o cabilderos radicales como el Community Security Trust y BICOM (British Israel Communication and Research Centre).
Los primeros sionistas
Esto no debería sorprendernos: los primeros sionistas no eran judíos, sino cristianos fundamentalistas. En Estados Unidos, el grupo más numeroso de sionistas es, con diferencia, el de los cristianos evangélicos, que creen que el regreso de los judíos a la Tierra Prometida es fundamental para desbloquear la segunda llegada del Mesías y el apocalíptico fin del mundo. Aunque bien acogidos por Israel, muchos de estos fundamentalistas cristianos tenían ideas antisemitas.
En Gran Bretaña existe una herencia no reconocida de apoyo de los cristianos antisemitas al sionismo. Lord Balfour, un cristiano devoto que solía expresar intolerancia hacia los judíos, fue el individuo nombrado por el gobierno británico en 1917 para crear un hogar para los judíos en Palestina. Aquello puso en marcha el conflicto existente en la actualidad entre Israel y la población palestina nativa.
Además, muchos gentiles británicos, como otros europeos, conviven con un comprensible sentimiento de culpa por el Holocausto.
Uno de los mayores y más eficaces grupos en el partido de Corbyn es Labour Friends of Israel (LFI), cuyos miembros no son judíos en su mayoría. Este grupo suele invitar a los políticos más destacados del partido a visitar Israel con todos los gastos pagados y les agasaja mientras les somete a la propaganda israelí.
Docenas de parlamentarios laboristas han mantenido su lealtad al LFI cuando la organización se ha negado repetidamente a criticar a Israel por sus innegables crímenes de guerra.
Cuando los soldados israelíes ejecutaron a docenas de manifestantes desarmados en Gaza el pasado mes de mayo, el LFI recurrió a Twitter para culpar a Hamás por sus muertes. Cuando tuvieron que hacer frente a una masiva reacción negativa, LFI se limitó a borrar el tuit.
Doble contratiempo
Históricamente, el lobby israelí en Gran Bretaña ha podido permanecer inadvertido porque no necesitaba hacer frente a grandes problemas. Su papel era sobre todo el de imponer una política ortodoxa sobre Israel, en línea con el rol desempeñado por Reino Unido como socio menor de la política exterior de EE.UU. No parecía que ningún líder británico pudiera desviarse del consenso de Washington. Hasta que apareció Corbyn.
El lobby israelí en Reino Unido debe ahora hacer frente a un doble contratiempo.
En primer lugar, desde que Donald Trump ocupó la Casa Blanca, el primer ministro israelí Benjamin Netanyahu ha dejado de fingir que Israel está dispuesto a aceptar un Estado palestino, pase lo que pase. En vez de eso, Israel ha aislado diplomáticamente a la dirección palestina a la vez que aterrorizaba a la población palestina para lograr su absoluta sumisión.
Eso se ha hecho evidente a lo largo del verano, a medida que los francotiradores israelíes iban cargándose manifestantes cada semana en Gaza. Como resultado, el lobby israelí quedó más expuesto que nunca. Ya no puede ganar tiempo para el expansionismo israelí afirmando, como antes hacía, que Israel busca la paz.
En segundo lugar, a los partidarios de Israel en Reino Unido les cogió por sorpresa el inesperado ascenso de Corbyn que le sitúa con muchas posibilidades de ser el nuevo primer ministro. Mientras tanto, sus seguidores de las redes sociales han actuado de contrapeso en las redes sociales a la campaña de desprestigio amplificada por los medios de comunicación británicos.
Estos medios han colaborado gustosamente en la difamación de Corbyn porque tienen sus propios intereses en hacerle caer, ya que supone una amenaza para los intereses empresariales que ellos representan.
Pero ahora no solo el mensajero -el lobby israelí- ha sido puesto bajo escrutinio por primera vez, sino también su mensaje.
La ironía inglesa
El éxito del lobby dependía de su perfil discreto, pero se esperaba que reforzara un ambiente favorable a Israel sin llamar mucho la atención sobre lo que defendía, limitándose a colocar en los medios titulares rotundos. De ese modo podía ignorar por completo a quienes pagan el precio de conseguir la impunidad diplomática israelí: los palestinos.
La campaña contra Corbyn no solo ha forzado al lobby a salir a la luz, sino que las reacciones a su campaña le han obligado a definir por vez primera aquello en lo que cree y lo que está en juego.
El último escándalo sobre Corbyn se relaciona con un video de YouTube en el que se dirige a una audiencia pro-palestina en 2013, dos años antes de convertirse en el líder laborista. Los medios de comunicación han denunciado con fruición sus comentarios despectivos sobre un grupo de partidarios radicales de Israel bien conocidos por acudir a reventar ese tipo de reuniones.
Corbyn se refirió a ellos como «sionistas» y dio a entender que la reacción de este grupo concreto al discurso del embajador palestino había puesto de manifiesto su falta de apreciación de la «ironía inglesa».
El lobby israelí, del que se hicieron eco muchos periodistas liberales, ha sugerido que Corbyn utilizó la palabra «sionista» en el sentido de «judío», y que había dado a entender que todos los judíos -no el puñado de radicales pro-Israel que intentaban reventar el mitin- carecían de los rasgos ingleses.
Esto, afirmaban, es una muestra más de su antisemitismo.
Jonathan Sacks, antiguo gran rabino británico, declaró al New Statement que el comentario de Corbyn había sido «la afirmación más ofensiva pronunciada por un alto cargo político británico desde que Enoch Powell pronunció su discurso «Ríos de Sangre» en 1968″. En aquel famoso discurso, el político de derechas intentaba provocar el odio racial hacia los inmigrantes.
Tras llamar a Corbyn «antisemita», Sacks añadió: «Con ello desautoriza la existencia de todo un grupo de ciudadanos británicos al describirlos básicamente como extranjeros «.
Palabras traicioneras
Según un patrón ya conocido, Sacks se basa en la falsa premisa de que todo judío es sionista. Confunde una categoría religiosa o étnica con una ideología política. El líder laborista se ha mantenido firme en esta ocasión, señalando que había utilizado el término «en su precisa acepción política, y no como eufemismo para judío».
Otras personas han apuntado que quienes le acusaban -muchos de ellos periodistas experimentados- son quienes carecen de sentido de la ironía. Corbyn no estaba «otrorizando» a los judíos; estaba señalando una paradoja, no confirmando un prejuicio: que un pequeño grupo de británicos estaba tan inmerso en su causa partidista, Israel, que había perdido la capacidad de percibir la «ironía inglesa» empleada por un extranjero, el embajador de Palestina.
No obstante, los términos «antisemitismo» y «sionismo» usados contra Corbyn probablemente jugaran una mala pasadas al lobby. Como la controversia del antisemitismo se reinicia continuamente, cada vez se percibe más claramente la lógica implícita del lobby, tal y como ilustra el lenguaje hiperbólico, rayano en lo delirante, del rabino Sacks.
El argumento es más o menos así: Israel en el único refugio seguro para los judíos cuando hay problemas, y lo único que se interpone entre ellos y un futuro Holocausto. El movimiento que creó Israel es el sionismo. En la actualidad, la mayoría de los judíos son sionistas y creen que Israel es parte central de su identidad. Por tanto, si eres muy crítico con Israel o con el sionismo, deseas cosas malas para el pueblo judío. Eso te convierte en antisemita.
Premisas problemáticas
Probablemente no hace falta ser académico para darse cuenta de que este argumento se apoya en varias premisas muy problemáticas. Vamos a centrarnos en dos. La primera es que se basa en una cosmovisión según la cual se supone que los no judíos son antisemitas si no se demuestra lo contrario. Por esa razón, los judíos deben estar siempre en guardia y desconfiar de los que no son de su «tribu».
Aunque parezca sin sentido, no lo es. Eso es precisamente lo que se enseña a los niños en Israel desde el jardín de infancia, cuando se les habla del Holocausto.
Israel no extrae un mensaje universal del Holocausto. Sus escuelas no enseñan que debemos evitar estigmatizar a los otros y debemos oponernos a las identificaciones sectarias y tribales que alimentan los prejuicios y la intolerancia. ¿Cómo iba a hacerlo? Después de todo, la ideología fundamental de Israel, el sionismo político, se basa en la idea de la exclusividad tribal y sectaria: el «acogimiento de los exiliados» para crear un Estado judío.
En Israel, el Holocausto enseña una lección diferente: que los judíos están bajo la amenaza permanente de los no judíos y que su única defensa es buscar la protección colectiva que les proporciona un Estado muy militarizado, provisto de armamento nuclear.
La idea fue condensada en la famosa expresión utilizada por el fallecido general israelí Moshe Dayan: «Israel debe ser visto como un perro rabioso, demasiado peligroso como para molestarle».
Un «virus globalizado»
La inquietante e interesada lectura de la historia que hace Israel se ha ido extendiendo poco a poco al resto de judíos de Europa y Estados Unidos.
Hace quince años, el académico estadounidense Daniel J. Goldhagen publicó un influyente ensayo en el semanario judío Forward titulado «La globalización del antisemitismo». En él argumentaba que el antisemitismo era un virus que podía permanecer latente durante periodos pero siempre se las arreglaba para encontrar nuevas maneras de volver a infectar a sus huéspedes.
«El antisemitismo globalizado se ha convertido en parte de la subestructura del prejuicio en el mundo», escribió. Esta teoría también se conoce como «el nuevo antisemitismo», una forma de odio a los judíos mucho más difícil de identificar que el antisemitismo de derechas tradicional. Mediante la mutación, el nuevo antisemitismo ha ocultado su odio a los judíos centrándose en Israel y recubriéndose de ropas izquierdistas.
Por tanto no debe sorprender que también se parezca al argumento utilizado por el rabino Sacks en su ensayo de 2016 en el que escribe: «El antisemitismo es un virus que sobrevive mediante mutaciones».
En una muestra de cómo esta paranoia empieza a normalizarse en Europa, The Guardian publicaba este mes un artículo en el que una periodista británica explicaba su decisión de contar a su hija de tres años, al estilo israelí, la historia del Holocausto y del antisemitismo. Esperaba que, de ese modo, su hija estuviera preparada para el caso de que Corbyn llegara a asumir el cargo de primer ministro.
El aumento de la influencia de la doctrina tribalista israelí entre secciones de la comunidad judía británica -y la consiguiente utilización del «antisemitismo» como arma»- servirá para ilustrarnos acerca del tipo de Estado que los sionistas radicales guardan en el núcleo de su identidad.
Curiosamente, el nuevo antisemitismo invierte la situación y legitima el racismo judío contra los gentiles (en realidad, lo necesita). Así que no es que Corbyn estigmatice a los judíos, sino que el lobby proisraeli estigmatiza a los no judíos afirmando que todos ellos están manchados por el odio a lo judío, lo sepan o no.
Cuanta más histeria desata el lobby sobre el supuesto antisemitismo de Corbyn, más se evidencia que el lobby considera sospechoso a gran parte del público no judío.
La invisibilidad de los palestinos
La otra laguna de la lógica utilizada por el lobby es que solo funciona si eliminamos por completo a los palestinos de la historia del sionismo y de Israel. La idea de un sionismo inofensivo habría resultado creíble si fuera posible establecer el Estado judío en un trozo vacio de tierra, como los primeros sionistas decían que era Palestina. Pero lo cierto es que tenía una numerosa población nativa que había que desplazar de antemano.
La creación de Israel como Estado judío en 1948 solo era posible si el movimiento sionista asumía dos acciones que violan las nociones modernas de derechos humanos y práctica democrática liberal. En primer lugar, Israel tenía que realizar una limpieza étnica a gran escala, expulsando a más del 80 por ciento de la población palestina originaria fuera de las nuevas fronteras del Estado judío creado en tierra palestina.
Luego tenía que negar a la pequeña comunidad palestina superviviente en Israel los mismos derechos de los que disfrutaban los israelíes judíos, encerrarlos en guetos e impedir que trajeran de vuelta a sus hogares a sus familiares expulsados.
Estos dos hechos determinantes no fueron malas decisiones tomadas por políticos israelíes incompetentes. Eran absolutamente esenciales para el éxito de un proyecto sionista basado en la creación y sostén de un Estado judío. La limpieza étnica de 1948 y el racismo estructural del Estado judío fueron temas innombrables en los debates políticos «legítimos» sobre Israel hasta hace bien poco.
Eso ha ido cambiando poco a poco, entre otras cosas porque cada vez es más difícil ocultar qué tipo de Estado es Israel. Su comportamiento autodestructivo incluye la reciente decisión de afirmar explícitamente el racismo institucional del Estado, con la aprobación el mes de agosto de la Ley Básica del Estado-Nación, que otorga rango constitucional a la negación de la igualdad de derechos de una quinta parte de la población de Israel, los que son palestinos.
La reacción violenta contra Corbyn y otros activistas pro Palestina demuestra los miedos del lobby a no poder mantener su posición frente la creciente porción de público occidental consciente de que el éxito sionista tenía un precio.
Ese precio lo pagaron los palestinos, y todavía no se ha reconocido públicamente su sufrimiento. Al ocultar la historia, Israel y los sionistas han esquivado el proceso de verdad y reconciliación que consiguió acabar con el apartheid en Sudáfrica. El lobby prefiere que la versión judía del apartheid continúe.
Pérdida de orientación moral
Si hay un individuo que encarna la pérdida de orientación moral que supone la utilización del antisemitismo como arma contra Corbyn y los críticos de Israel, ese es el rabino Sacks.
Cuando el New Statement le preguntó su opinión sobre la nueva ley básica sobre el Estado-nación, el habitualmente erudito Sacks quedó mudo de repente y luego se evadió como pudo: «No soy un experto en esa cuestión. Mi hermano si lo es, pero yo no. Él me dice que no tiene nada que ver con el apartheid, sino que se trata solo de corregir una laguna legal… Tal y como yo lo veo, es un proceso técnico que no conlleva ninguna de las implicaciones que se han mencionado».
Tal parece que Sacks no sabe identificar el apartheid cuando lo tiene delante, siempre y cuando se disfrace de «judío». Del mismo modo, se muestra ciego ante la historia del sionismo y la expulsión masiva de palestinos de sus tierras en la Nakba de 1948.
Según declara al New Stateman, «los judíos no deseaban regresar a su tierra [Palestina] para que otros [los palestinos] sufrieran, y eso es algo que está dentro del corazón de los judíos». Aunque parece que no era así, ya que Sacks no puede identificar a quienes tenían que sufrir para que el «regreso» de los judíos fuera posible».
En la crítica al extenso estudio publicado por Sacks en 2016 sobre el antisemitismo, el analista judío liberal Peter Beinart señala que el rabino menciona por su nombre a «los palestinos» una sola vez.
Dicho autor reprende a Sacks por equiparar antisionismo y antisemitismo: «Al negar que los palestinos puedan tener alguna razón, que no sea el fanatismo, para tener aversión al sionismo, niega su experiencia histórica y les convierte en meros recipientes para albergar el odio a los judíos. Así, hace con los palestinos lo que el antisemitismo hace con los judíos: los deshumaniza».
Un mundo patas arriba
Si el mundo no estuviera patas arriba, serían Sacks y el lobby judío quienes estarían siendo reprendidos por su racismo. Sin embargo, es Corbyn el vilipendiado por un amplio espectro de la opinión supuestamente bien informada británica -judíos y no judíos-, por expresar solidaridad con los palestinos.
Son los palestinos, recuerden, las víctimas de más de un siglo de conspiración del colonialismo europeo y el sionismo, y que a día de hoy siguen estando oprimidos por un anacrónico Estado étnico, Israel, decidido a privilegiar a los judíos a cualquier precio.
El lobby y sus defensores no pretenden únicamente silenciar a Corbyn. También pretenden silenciar a los palestinos y al número creciente de personas que se solidarizan con los palestinos. Pero aunque el lobby pudiera conseguir, en sus propios términos limitados, dañar la reputación de Corbyn en los medios de comunicación mayoritarios, otros procesos más profundos están exponiéndolo y debilitándolo. Está tentando demasiado a la suerte.
Un lobby fuerte es aquel que permanece en gran parte invisible, aquel -como el sector financiero y el armamentístico- que no necesita exhibir su fuerza. Al hacer tanto ruido para perjudicar a Corbyn, el lobby israelí está siendo obligado por primera vez a exponer públicamente las premisas racistas que siempre sustentan sus argumentos.
Con el tiempo, esa exposición pública perjudicará a los apologistas de Israel sin aportarles nada positivo.
* Sería algo así como «tiro por la culata» (N.d.T.)
Jonathan Cook es un periodista residente en Nazaret desde 2001, autor de tres libros sobre el conflicto palestino-israelí. Mantiene un blog propio en www.jonathan-cook.net
Fuente: https://www.middleeasteye.net/columns/israel-lobby-s-non-stop-attacks-corbyn-will-backfire-7785563
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