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Los enredos de la coca en el Perú

Fuentes: Rebelión

Ahora resulta que para suscribir un acta de compromiso con los cultivadores de la hoja de coca en nuestro país, el gobierno peruano había tenido que pedirle permiso a la embajada de los Estados Unidos. Sin su visto bueno -el del honorable James Curtis Strubble- un alud de calamidades podría descolgarse sobre la cabeza de […]

Ahora resulta que para suscribir un acta de compromiso con los cultivadores de la hoja de coca en nuestro país, el gobierno peruano había tenido que pedirle permiso a la embajada de los Estados Unidos.

Sin su visto bueno -el del honorable James Curtis Strubble- un alud de calamidades podría descolgarse sobre la cabeza de los peruanos, siendo la más significativa el rechazo de la administración yanqui a la firma del Tratado de Libre Comercio actualmente encarpetado en el Capitolio.

Por lo menos así se deduce de las más recientes declaraciones del representante de la Casa Blanca en Lima, publicadas por la prensa peruana. El señor Strubble, en efecto, aseguró que «el acuerdo suscrito por el gobierno y los cocaleros de Tocache, el cual incluye la suspensión de la erradicación de cultivos ilegales de coca, ha causado preocupación entre un grupo importante de parlamentarios estadounidenses». Y es que ellos -dice a continuación- «han seguido con interés la lucha que el Perú emprende contra el narcotráfico y el terrorismo». Habría que haberles preguntado, entonces.

En realidad las cosas se han precipitado en el país desde que la tarde del jueves 15 de marzo los cultivadores de Coca de la localidad de Tocache, en el Alto Huallaga-arribaron a un acuerdo con el titular de agricultura, quien los visitó para imponerles un programa de erradicación forzada de cultivos, que finalmente dejó sin efecto.

El tema de la coca es ciertamente uno de los más complejos en el Perú de hoy. Y lo es, probablemente en casi toda la zona amazónica incluyendo la región de El Chapare Boliviano, los valles de Colombia y buena parte del Ecuador.

En toda el área, a los campesinos les resulta mucho más rentable cultivar sus tierras con hoja de coca, que con los denominados «productos alternativos», cuya comercialización después nadie alienta.

La hoja de coca no es, sin embargo, un cultivo nuevo. En el Perú fue sembrada desde los tiempos del incanato. Y nunca se convirtió en droga, salvo en las últimas décadas, cuando vinieron los yanquis.

Porque tampoco en los años de la colonia, el tema de la hoja de coca interesó en particular a nadie, ni su uso provocó escándalo alguno. En ese entonces, la coca era apenas «cosa de indios»
Los campesinos la usaron en realidad como un poderoso energizante en circunstancias en las que tenían que ganarse la vida cargando los bultos de los blancos en las grandes ciudades tanto en la Colonia como en la Repùblica. En esa circunstancia, «chacchaban» coca, es decir, la masticaban para extraerle con los dientes el líquido que les devolvía la fuerza.

Y así siguió la historia hasta que llegaron los yanquis.

Entonces, la coca se convirtió en cocaína y la cocaína en producto alucinógeno de alto poder consumido sobre todo por los jóvenes norteamericanos adictos al placer. Por eso los productos de la droga marchan preferentemente hacia la martirizada tierra de George Bush quien conoció muy de cerca también otra droga: el alcohol.

En los últimos años las autoridades peruanas impulsaron diversas tareas para enfrentar el tema de la hoja de coca. Crearon, por ejemplo, la Empresa Nacional de la Coca, la ENACO. Su tarea debía ser adquirir la producción de coca y administrarla de manera monopólica para impedir que fuera a la droga. Pero eso no fue posible en un país como el nuestro, en el que resulta un lugar común decir, por ejemplo, que el Jefe de la Unidad Antidrogas de la policía está vinculado al tráfico de estupefacientes.

Y es que buena parte de las autoridades de todos los gobiernos que se han sucedido en el país han estado metidos hasta el cuello en la fosa de maceración de la coca y en su comercialización.

Por eso hay que tomar con pinzas lo que se dice. Para algunos, en realidad, no existe política antidrogras en el país. Y para otros, ella existe, sólo que es errada, no resuelve el problema y agrava más bien la crisis existente. En el fondo, unos y otros tienen razón. Lo real es que ningún gobierno -y este tampoco-dan pie con bola en la materia.

Los medios de comunicación se ocupan en estos días ampliamente del tema. Y por ellos se sabe que, por ejemplo, del total de la hoja de coca que se produce, sólo el 8% va a ENACO o se orienta hacia cultivos de orden médico, u otros. El 92% restante se comercializa ilegalmente en beneficio del narcotráfico, pero también del usuario doméstico, que es ciertamente numeroso y activo.

Pero pocos recuerdan sin embargo, que la hoja de coca no se transforma en estupefaciente sola, por generación espontánea o efecto solar. Hay necesidad de usar una serie de insumos, muchos de los cuales son importados precisamente de los Estados Unidos.

Pero nunca las autoridades peruanas han prohibido la importación de los insumos. Ni han detenido a nadie por hacer ostentación de ellos. Tampoco ningún narcotraficante ha sido detenido en los Estados Unidos. Todos los peces han caído por éste lado del río.

Aunque se vanagloria de poseer los servicios más sofisticados de detección que podrían permitirle reconocer desde el espacio el color de la piel del gato en la cocina del Primer Ministro del gobierno de la Autoridad Palestina; lo real es que la «inteligencia» yanqui no ve tampoco cómo ingresan toneladas de droga en su país para consumo de sus jóvenes y descarga su ira entonces contra los campesinos peruanos cultivadores de la hora de coca.

Objetivamente, cuando las autoridades peruanas han querido «tomar el toro por las astas» y negociado con los cultivadores de la hoja de coca -satanizados siempre por la «prensa grande»- han terminado por ceder. Y llegar a la conclusión de José Salazar -el actual titular de Agricultura y suscriptor del «compromiso» que hoy se discute-: no se puede erradicar el cultivo de la hoja de coca sin antes cortar el envío de insumos y, sin antes también, empadronar a los «cocaleros» para saber a ciencia cierta quién trabaja para los narcos y quién para otros fines.

El enredo de la coca, tiene tantas vueltas como el cabezal de una tuerca ¿Cuántas vueltas podrá soportar?

(*) Colectivo de Dirección de Nuestra Bandera. www.nuestra-bandera.com