Traducido del inglés para Rebelión por J. M. y revisado por Caty R.
Hace tres meses, el ministro del Interior Eli Yishai deportó a varios centenares de familias de Israel al sur de Sudán, a pesar de las declaraciones inequívocas hechas por grupos de derechos humanos de que ese Estado dista mucho de ofrecer la seguridad que permita el regreso de estas familias. Ellos solicitaban extender al menos la deportación del grupo unos pocos meses más, pero Israel cuenta con un mecanismo que no niega ni otorga asilo. Aún así, la demanda fue ignorada. El equipaje de los deportados, las 14 toneladas que llevaban, se retrasó durante dos meses y se han mantenido en un depósito en Israel, sencillamente porque el Estado consideró que no podía ser molestado para cargar con los gastos de envío. En el equipaje había medicinas recogidas por las familias de los voluntarios israelíes de donantes israelíes; finalmente se envió el equipaje a Sudán del Sur hace una semana, pero no antes de que comenzaran a aparecer informes que afirmaban que los funcionarios de inmigración se estaban ayudando a sí mismos con las posesiones más preciadas del envío.
Quédese con esa imagen por un segundo: Familias hacinadas dentro de un transporte que los llevará a correr peligro, dejando atrás un montón de maletas y de ropa.
En una semana, los niños deportados -niños israelíes, ya sean nacidos o criados en Israel, que hablan mejor hebreo que la mayoría de los apologistas de este gobierno en los Estados Unidos- comenzaron a morir. Hasta el momento, al menos siete de ellos han sucumbido a la enfermedad. El fin de semana, uno de los voluntarios que ayudan a los solicitantes de asilo, Moran Mekamel, publicó la siguiente foto y la historia en su muro de Facebook:
«Me he quedado sin palabras, estoy sentado, escribiendo y borrando y escribiendo y borrando de nuevo…
La foto muestra a los hijos de Michael y Niakor, una pareja encantadora deportada junto con sus hijos. A la derecha está Noé, junto a él está Mahm, el mayor, que sostiene al pequeño Nian, y en el extremo izquierdo está Sunday.
La familia de Nian viajó ya hace un mes. El niño nació prematuramente, y su pequeño cuerpo no podía luchar contra la malaria durante mucho tiempo. El fin de semana me dieron la noticia de que Noé murió también. Noé nació con un defecto en el corazón, fue operado hace un año en un hospital israelí y estaba recibiendo tratamiento médico. Michael corrió con él de un examen médico a otro, pasando largos días en los hospitales. Cuando los preparativos para la deportación comenzaron, la familia presentó una solicitud para quedarse un poco más, hasta que Noé se estabilizara y mejorara sus posibilidades de supervivencia. Les quitaron su permiso de trabajo, el dinero se acabó y la familia ya no podía mantenerse con dignidad o sin ella. Esto es lo que llaman en Israel «salida voluntaria».
Encontraron un preaviso de 24 horas previo a su deportación, así que no había mucho tiempo para organizarse. La noche antes de salir fui a verlos, junto con una mujer maravillosa de Arad que había reunido gran cantidad de medicamentos y me preguntó a quién debería dárselos. Estaba claro para mí que debíamos ir a ver a Michael. Subí al piso alto donde residían y quedé impactado al ver que empacaban a la luz de la vela: les cortaron la electricidad un mes antes. Michael estaba haciendo las maletas y yo miraba a los tres hijos mayores para asegurarme de que no se quemase nada o se comieran los medicamentos que traje, que para ellos parecían caramelos. Volaron al día siguiente. Toda separación es dolorosa. Esta despedida fue horrible. Volaban a un país que sólo acaba de establecerse y carecía de cualquier capacidad para tratar casos médicos complejos.
Aquí estamos hoy, tres meses después, y en el último mes estos padres perdieron dos hijos y los otros dos están enfermos. Sunday ya está en el hospital con malaria, en estado grave, y Mahm está enfermo en casa. «Sólo me quedan dos hijos», me dijo Michael hoy por teléfono.
La familia no tiene dinero para tratar adecuadamente a los dos hijos que les quedan. Los hospitales están a tope y más gente los deja envueltos en sudarios que en pie. Te suplico que me ayudes a gritar la historia de estos niños y su destino, dictado por el gobierno sin corazón e inmoral de Israel.
Tengo la intención de recaudar fondos para esta familia. La voz de Michael resuena en mi cabeza: «Tengo que salvar a mis hijos», me dijo. Y prometí ayudar. Pueden encontrarme en [email protected].
A nivel sistémico, las muertes de estos niños son el producto de la política de inmigración de Israel, una de los más estrechas y rígidas de su tipo en cualquier país mínimamente democrático. A nivel cultural, su muerte y la complacencia pública por la deportación que conduce a ella para producir una cultura del miedo, que combina la hegemonía absoluta de la supervivencia, y hace que los seres humanos adultos piensen que una familia como ésta en realidad representa un riesgo para el futuro de este país.
Pero también existe la responsabilidad del personal involucrado aquí: Yishai utilizó su poder a discreción para ordenar la deportación de estos niños. Me resulta difícil señalar alguna otra razón que no sea el populismo. No había ninguna ley que le obligara a deportarlos, ni una necesidad apremiante financiera para hacerlo. Israel, que se enorgullece tanto de su situación económica relativamente fuerte, bien podría haber tolerado varios cientos de familias, la mayoría de ellas con trabajo y padres aptos, e incluso con la capacidad para hacerse cargo de unos pocos, como los difuntos Noé y Nian, que necesitaban atención médica. Y en todo caso, el aspecto económico de su predicamento apenas si entró en juego.
No tengo ni idea de cómo detenerlo, excepto para expresar apoyo a los compañeros israelíes que ya se comprometieron a esconder a los niños de la policía de inmigración, incluso en violación flagrante de la ley. Lo menos que puedo hacer es animarlos a ayudar a Moran a comprar medicinas para los niños sobrevivientes de esta familia. No van a cambiar la política «en sus grandes esquemas», y no les importa, pero el mundo sería totalmente diferente para ellos.
Dimi (Dmitry) Reider es un periodista israelí. Sus trabajos se han publicado en The New York Review of Books, The New York Times, The Guardian, Foreign Policy, Haaretz, Jerusalem Post e Index on Censorship.
Fuente: http://972mag.com/israeli-children-deported-to-south-sudan-succumb-to-malaria/57287/