Omar es un pequeño de 14 años originario de Honduras. Salió de ahí dejando atrás a un padre enfermo y a dos hermanitos más pequeños. Nunca conoció a su mamá. La razón de su escape: la mara quería cooptarlo y la decisión familiar fue que saliera urgentemente de Honduras. Sin familia en Estados Unidos, se […]
Omar es un pequeño de 14 años originario de Honduras. Salió de ahí dejando atrás a un padre enfermo y a dos hermanitos más pequeños. Nunca conoció a su mamá. La razón de su escape: la mara quería cooptarlo y la decisión familiar fue que saliera urgentemente de Honduras. Sin familia en Estados Unidos, se aventuró al camino incierto del migrar pese a su corta vida. Viaja sólo con un amigo de su misma edad que pasó por lo mismo. Omar es la imagen representativa de las centenas de menores que integran el flujo migratorio semana tras semana, y que de manera significativa va en aumento.1
A su edad debería de estar estudiando, conviviendo plenamente en armonía y alegría con las personas de su comunidad. Pero el miedo y temor lo hicieron huir del que fuera su hogar, su país. Atravesó rumbos inciertos, expuesto a las variadas vejaciones que vive cualquier persona transmigrante por una ruta tan peligrosa como es la migratoria. No obstante, concluye que, en el mayor sentido de la palabra, vivir significa intentar ir hasta lo que ha escuchado como «el sueño americano». ¿Qué obliga a que una personita tan pequeña tenga que tomar tan determinante acción? El morir.2
Ser «invitado» por una mara a incorporarse a las clicas cobra otra dimensión. Saben que la violencia y el peligro serán su estilo de vida. Algunos optan por ese camino de «poder», pero quiénes como Omar prefieren evitar un futuro en un ambiente de amenazas, extorsiones, crímenes; balaceras que distan mucho de la paz y la serenidad, no queda más que migrar. Por otra parte, se sabe que si se rechaza la oferta no hay quien se libre del ajuste de cuentas, del costo de decir «no». A la mara no se le puede contrariar. En un contexto donde ellos «controlan todo», los balazos están a la orden del día para hacer saber que es «su territorio». Que tiene nombre y amo.
Detrás de las expresiones de extrema violencia en las calles siempre hay un origen. La pobreza, el desempleo, la falta de oportunidades para estudiar, «mano dura» y las políticas hostiles para la población más vulnerable, entre otros aspectos, agravan la ya tan frágil situación de los países centroamericanos. El nulo acceso a una forma de vida que permita sentirse satisfecho y feliz, merman la idea de futuro, ignorando todo tiempo y remitiendo la vida personal y familiar en el aquí y ahora. En la sobrevivencia entre morir de hambre o de un disparo. En el ¡sálvese quien pueda!
Se han escuchado cientos de testimonios de mujeres y hombres adultos provenientes de Centroamérica en los que narran horrores, duelos, pérdidas, agresiones en primera persona, en segunda, en tercera. Cobro de piso por derecho a tener un comercio o local, sin importar si es una tienda de reparación de bicicletas o un gimnasio en una colonia popular. El que no paga muere sin poder hacer mucho más. Hay un dominio criminal sobre los pueblos al que no se le puede escapar; la red es amplia «puedes moverte de provincia en provincia pero te tienes que seguir escondiendo, y aún así cuidando que no te vayas a encontrar con alguno de ellos, porque sino ahí te mueres», comparte un joven hondureño sobre lo que tuvo que pasar.
Cuando se escucha con detenimiento, es imposible no pensar que parecen historias de las que sólo se leen en cuentos de terror, para asustar a los niños. La diferencia es que no es producto de la imaginación, es lo que comen, respiran y viven las/os centroamericanos, en especial los grupos vulnerables como mujeres, ancianos y niños.
La pregunta obligada nos conduce a pensar ¿cómo se puede vivir con tanto miedo?, ¿cómo no sentir terror? ¿se puede seguir con la vida aceptando que en cualquier momento una bala perdida nos la quitará? Un menor, un niño de seis años que recuerda que su tío salió a la calle un día y no volvió jamás, que no conoció a su papá o que su mamá recientemente se fue a buscar más trabajo para darle de comer. En el mejor de los casos llegaron a conocer a sus madres y padres, otros están siendo criados por sus abuelos, por la abuela. Muchos padecieron la violencia reproducida al interior de las familias. Algunos de los pequeños crecen con la idea que se volvió leyenda: Migrar es la única posibilidad en un mundo desencantado. Algo mejor que lo que se vive, ¡cualquier cosa! Pero no sé puede estar más en un estado de quietud.
La migración infantil no es algo reciente, ocurre desde hace unos años. Lo que realmente alarmante es el aumento que se ha registrado y las condiciones tan dramáticas por las que tienen que pasar. Cifras oficiales indican que de octubre del 2013 a finales del 2014, serán cerca de 60 mil los menores que transitarán por México con destino a los Estados Unidos. Actualmente se ha reajustado la cifra hasta 90 mil, sin tomar en cuenta que la cifra negra puede ser mayor. Esta cantidad también contempla a las y los menores de origen mexicano. Los tres los países de mayor expulsión de menores son Honduras, seguido por El Salvador y Guatemala.
A finales del 2013 el Congreso Nacional hondureño aprobó implementar el Sistema Nacional de Protección de Derechos de la Infancia. Sin embargo, estos dos meses anteriores algunos albergues en Tegucigalpa y San Pedro Sula, que se acondicionaron frente a la llegada de centenas de menores, han visto rebasadas sus capacidades, ya que los menores llegan del interior del país o han sido repatriados desde México y Estados Unidos de Norteamérica. Y a pesar de esto no se han puesto en acción planes de emergencia frente a esta crisis humanitaria infantil.
La Convención Internacional sobre los derechos de las niñas y los niños, ratificada por todos los países de Centroamérica, en cuyo marco normativo señala que los menores tienen derecho a vivienda, alimentación, educación, a crecer en un contexto saludable y a otros tantos derechos dentro de los 54 artículos que componen este tratado internacional. Las y los menores son reconocidos como sujetos de derecho y por lo tanto, en este éxodo infantil sin freno, los derechos de menores y adolescentes son infringidos por los países de origen, de tránsito y destino. No migran por pobreza, migran por miedo a morir, es decir, es un desplazamiento obligado.
Lo anterior modifica la condición de migrante a la de refugiado, por lo que debería de aplicarse el artículo 22 relativo a la protección del menor, si éste se encontrara en una situación de extrema vulnerabilidad.
«1. Los Estados Partes adoptarán medidas adecuadas para lograr que el niño que trate de obtener el estatuto de refugiado o que sea considerado refugiado de conformidad con el derecho y los procedimientos internacionales o internos aplicables reciba, tanto si está solo como si está acompañado de sus padres o de cualquier otra persona, la protección y la asistencia humanitaria adecuadas para el disfrute de los derechos pertinentes enunciados en la presente Convención y en otros instrumentos internacionales de derechos humanos o de carácter humanitario en que dichos Estados sean partes. » (Convención Internacional sobre los derechos de las niñas y los niños)
A nivel internacional, los primeros en quebrantar estas leyes son los países de origen; ya que al no garantizar las condiciones para que los menores se puedan desarrollar, infringen la Convención en su artículo tercero, que establece que las instituciones y establecimientos encargados de la protección de los niños, deben cumplir con normas establecidas en materia de seguridad, sanidad y una supervisión adecuada.
Los países de tránsito no se quedan atrás, por criminalizar y acrecentar la situación de vulnerabilidad de los menores, cuando sus responsabilidades son proporcionar cuidados, atención y salvaguardar la dignidad del menor. Esto no aplica ya que durante todo el recorrido, niñas, niños y adolescentes (NNA) no acompañados son víctimas del crimen organizado y de las autoridades policíacas y migratorias. Entre las múltiples violencias a las que son sometidos, se encuentran la explotación sexual y laboral, tráfico de órganos, rapto, violencia física y verbal, por mencionar algunos.
Si bien es cierto que la salida masiva de Centroamérica representa un llamado de atención para las autoridades de sus gobiernos; también lo es para sus vecinos del norte como México y Estados Unidos quiénes no dejan de tener responsabilidades por desconocer instrumentos de carácter internacional, como la Convención de la infancia. Los niños/as que logran llegar a Estados Unidos de Norteamérica, después de ruda y larga travesía del terror, son sujetos a condiciones infrahumanas, hacinados en espacios a modo de campo de refugiados en los que no ven la luz del día. En reportes recientes se denuncia la violación sexual de al menos cien menores.
Junto a la creciente protesta por parte de diversos sectores de la población que han bloqueado los autobuses para trasladar a los menores, se ha inyectando una dosis de xenofobia y racismo reforzado por los fenotipos que refieren a las personas migrantes como focos de infecciones y enfermedades.
Sin lugar a duda, este fenómenos es un revés en la historia y un retroceso más en materia de derechos humanos. El momento vital de comprometerse con uno de los sectores más frágiles, más allá de su origen y nacimiento, está quedando en el registro del paso por la Tierra como una catástrofe humanitaria que podría detenerse si existiera un compromiso verdadero con las clases de abajo. Podría confirmarse que se lleva a cabo un muy posible plan de exterminio, en el que impere la ley del más fuerte. Mientras, el dolor de cientos de familias será una herida en el corredor centroamericano que se despobla bajo el nombre de megaproyectos y violencia estructural.
Únicamente nos queda apelar a la solidaridad desde abajo con los de abajo.
1 Distintas fuentes citaban desde octubre del 2013 el arribo a la frontera sur de EEUU de 60 mil niñas y niños menores. Datos oficiales del gobierno de Estados Unidos indican que la cifra puede llegar hasta 90 mil. Muchos de ellos sin ningún tipo de acompañamiento y con un muy reducido capital (50 a cien dólares como máximo para todo el recorrido). El informe del Catholic relief services «Niñez migrante – Detención y repatriación desde México de niños, niñas y adolescentes centroamericanos no acompañados publicado en el 2010 recoge desde ese año 757 testimonios de NNA (Niños Niñas y Adolescentes) no acompañados revela que el 42% del porcentaje de NNA entrevistados sufrieron alguna forma de abuso, ya sea físico o verbal.
2. Unicef denuncia el asesinato de 3,111 niñas/os en los últimos 5 años en Honduras como resultado de la violencia en el país.