Traducido para Rebelión por J. M. y revisado por Caty R.
En una tranquila calle del distrito de Sheikh Jarrah, en Jerusalén Oriental, Rifka al-Kurd, de 88 años, explica cómo llegó a vivir en la casa que ella y su esposo construyeron siendo refugiados, en la década de 1950. Mientras habla, tres jóvenes judíos ortodoxos se pavonean afirmando su reclamo al frente del edificio, gritando «abuso» en hebreo y en su quebrado árabe «árabes animales», «cállate puta».
Hay un enfrentamiento físico momentáneo con la hija de Rifka cuando los colonos se atrincheran en las habitaciones que ocupan desde el invierno último. Esto ocurrió cuando finalmente lograron una orden judicial que les permitía expropiar el terreno de la familia Kurd con el argumento de que habían construido sin permiso. Un permiso que siempre se deniega a los palestinos de Jerusalén. Es una escena desagradable, la escalofriante arrogancia de los colonos se apoya en la certeza de que la policía y el ejército acudirán en su ayuda si es su voluntad.
Pero este despojo de casas palestinas en Sheikh Jarrah se ha convertido en habitual y en un foco de continuas protestas. Lo mismo ocurre en las cercanías de Silwan, lugar de residencia de más de 30.000 palestinos, próximo a la Ciudad vieja, donde 88 casas que albergan a 1.500 palestinos han sido declaradas para demolición para hacer un camino al parque temático Rey David y donde cientos de colonos están protegidos las 24 horas por guardias de seguridad de gatillo fácil.
A lo largo y ancho de las zonas habitadas por los árabes de Jerusalén, así como en Cisjordania, el gobierno está llevando adelante expropiaciones de tierras y demoliciones y construyendo colonias, haciendo cada vez más inviable el proyecto del Estado palestino. Más de un tercio de la tierra de Jerusalén Oriental ha sido expropiada, desde que fue ocupado en 1967, para hacer caminos para los colonos israelíes, en flagrante violación de las leyes internacionales.
Las últimas planificaciones de colonias «no ayudan», aventuró el presidente Obama el martes. Pero mientras las negociaciones israelíes-palestinas patrocinadas por los Estados Unidos están sin rumbo y la atención se centra en el brutal asedio de Gaza, la expansión colonial continúa. También se aceleraron más que nunca dentro del propio Israel las demoliciones de pueblos beduinos en la zona del desierto del Negev. Unos 87.000 beduinos viven en «pueblos no reconocidos», sin derecho a los servicios públicos básicos, porque las autoridades israelíes se niegan a reconocer sus reclamos de tierras. Todos tienen pendientes órdenes de demolición, mientras cientos de colonias judías se establecieron a lo largo de ese territorio.
El escritor israelí Amos Oz llama al Negev «el cronómetro de la bomba de relojería». El pueblo de Araqeeb fue destruido seis veces en los últimos meses y cada vez fue reconstruido por sus habitantes. El gobierno quiere lavarse las manos y ubicó a los pobladores en otros lugares designados. Aún así, las demoliciones se han transformado en algo rutinario. El fin de semana, una mezquita de la ciudad beduina de Rahat fue demolida por el ejército durante la noche. El domingo por la tarde los lugareños ya estaban listos para el trabajo de reconstrucción, mientras los cantos patrióticos a todo volumen provenían del sistema radial de la Autoridad Palestina y los activistas formaban un colérico gentío.
El despertar de los beduinos del desierto del Negev, muchos de los cuales solían mandar a sus hijos a pelear en el ejército israelí, refleja una amplia politización de los árabes ciudadanos de Israel. Desgajados de la mayoría de los palestinos después de 1948, trataron de encontrar una sintonía con el Estado cuya discriminación en su contra era, según palabras del primer ministro anterior Ehud Olmert, «profundamente arraigada e intolerable», desde el comienzo. Abandonaron el empeño. Los partidos árabes representados en el Parlamento israelí rechazan ahora cualquier idea de un Estado israelí definido étnicamente, demandando en cambio «un Estado para todos sus ciudadanos». El influyente movimiento islámico rechaza tomar parte en el sistema político israelí en su totalidad. Los palestinos del 48, que ahora representan el 20% de la población, van incrementando su forma de organizarse autónomamente y hacen causa común con sus compatriotas del otro lado de la Línea Verde.
La experiencia de los palestinos que viven dentro de Israel, que abarca desde la confiscación de tierras hasta la colonización y la segregación étnica, no es tan diferente, después de todo, de la que está ocurriendo en Jerusalén Oriental y Cisjordania. Después de 1948, los palestinos de Jaffa que sobrevivieron a la limpieza étnica fueron forzados a compartir sus casas con los colonos judíos -la misma situación que vive hoy Rifka en Jerusalén. La sensación de que constituyen un solo pueblo se va profundizando. Y esto se vio intensificado con los cada vez más agresivos intentos del gobierno de Netanhayu de llevar a los palestinos de Israel al abismo del infierno, incluyendo las demandas cada vez más fuertes de transferir a cientos de miles de ellos a una futura administración en Cisjordania. Un chorreo de nuevas leyes que tienen a la minoría palestina en la mira está en la gatera, incluyendo el proyecto de ley acordado por el gabinete en el último mes, que obliga a todos los nuevos ciudadanos no judíos a hacer una declaración jurada de lealtad a Israel como Estado judío.
La presión sobre la dirigencia palestina y las comunidades es cada vez más dura. Dos semanas atrás, más de mil soldados y policías estaban listos para proteger una marcha violenta de un grupo de fanáticos israelíes de extrema derecha por la ciudad palestina de Umm al-Fahm. El dirigente del movimiento islámico Ra’ed Salah está en prisión por haber escupido a un policía; la integrante del parlamento Haneen Zombi fue despojada de su inmunidad parlamentaria por integrar la flotilla que navegaba rumbo a Gaza, y el luchador por los derechos civiles Ameer Makhoul se enfrenta a una condena de hasta 10 años de prisión por el improbable cargo de espiar para Hizbulá.
Mientras tanto, Israel también demanda que la dirigencia palestina de Ramala reconozca a Israel como Estado judío como parte de cualquier acuerdo. Pocos fuera de la Autoridad palestina -e incluso dentro de ella- parecen creer que el «proceso de paz» esté encaminado a lograr algún acuerdo. Incluso los líderes de Fatah, como Nabil Sha’ath, creen ahora que los palestinos necesitan considerar un retorno a la resistencia armada, o un giro hacia el modelo de resistencia masiva popular sudafricano, también altamente considerado por prominentes palestinos del interior de Israel.
Así como el ganador de las últimas elecciones, Mahmud Ramahi, el secretario general de Hamás en el Parlamento palestino que fue encarcelado por los israelíes escasamente 24 horas después de las elecciones, justo cuando los dirigentes de los dos partidos se hallaban en conversaciones en Damasco, me recordó el lunes que los Estados Unidos continúan vetando una reconciliación con Fatah.
Así como el foco de la lucha en el conflicto palestino israelí giró en los últimos 40 años de Jordania al Líbano y ahora está en los territorios ocupados, con la solución de los dos Estados cercana al colapso, puede ocurrir que los palestinos de Israel deban ocupar el escenario final. Si así ocurre este conflicto, más que ningún otro, puede dar un giro completo.
Fuente: http://www.guardian.co.uk/