Traducido para Rebelión por J. M. y revisado por Caty R.
Hasta ahora la única contribución de Yair Lapid al folklore israelí es su discurso asegurando que no se uniría a una maniobra para bloquear a Binyamin Netanyahu, ya que esto significaría unir sus fuerzas a las de «los zuabis».
Esto requiere una explicación para el público extranjero. La familia Zuabi es una gran Hamula (familia extendida en árabe) de Nazaret y sus alrededores. Varios miembros de esta familia prestaron servicios en la Knesset en los primeros días de Israel, todos como miembros de partidos o facciones sionistas árabes vinculados a partidos sionistas.
El actual miembro de la Knesset que lleva ese distinguido nombre es la diputada Hanin Zuabi, de 44 años, representante del partido nacionalista árabe Balad. El fundador del partido, Azmi Bishara, abandonó Israel tras ser acusado de delitos contra la seguridad. Dijo que debido a su diabetes severa no podía permitirse el lujo de ir a la cárcel.
Hanin, sin embargo, es ampliamente odiada por propia cuenta. Tiene el don de meterse debajo de la piel de los judíos israelíes. Es intencionadamente provocativa, ríspida y exasperante. Una vez fue atacada físicamente por una de las soldados de asalto de Avigdor Lieberman mientras pronunciaba un discurso en la tribuna de la Knesset. Ni se inmutó.
Pero su principal acto de gloria (o de odio) fue la audaz decisión de ir a bordo del barco turco Mavi Marmara que intentaba romper el bloqueo y llevar suministros a Gaza. El incidente, en el que nueve activistas turcos fueron asesinados por comandos israelíes, levantó un terremoto de emociones en Israel. Hanin Zuabi fue calificada de traidora. Muchos ciudadanos árabes admiraron su coraje, pero eso no impidió que su partido perdiera un escaño en las últimas elecciones. Sin embargo, Zuabi mantuvo su escaño en la Knesset.
Ahora es objeto de odio. En un artículo reciente, un destacado periodista puso su foto junto a la de Sarah Netanyahu y dijo que eran las dos mujeres más odiadas en Israel, una de la izquierda y otra de la derecha.
Así que si Lapid solo se hubiera negado a cooperar con Hanin, pocos judíos israelíes lo habrían criticado. Lo que despertó una tormenta de protestas fue una sola letra. Lapid no se negó a cooperar con Hanin Zuabi sino con «los zuabis» en plural. Esto se entiende que incluye a todos los miembros de las tres facciones árabes de la Knesset.
«¡Racista!» se escuchó el grito desde muchos lados. «¡Inexcusable!», «¡intolerable!», «¡detestable!»
Los gritos podrían haber sonado convincentes salvo por un hecho: en todos los esfuerzos actuales para construir una nueva coalición de gobierno, ni siquiera se sugiere la incorporación de las facciones «árabes».
Hay tres facciones «árabes». («Árabe» entre comillas, porque uno de ellos, el comunista «Hadash», tiene un diputado judío, el popular Dov Hanin. Sin embargo, los votantes del partido son casi todos árabes. El número de sus votantes judíos disminuyó en este tiempo).
Los miembros de esas facciones viven prácticamente en un gueto parlamentario. Funcionan igual que otros miembros, tienen derechos completos, uno ellos es un vicepresidente y preside las sesiones, en teoría, puede incluso hacer sus discursos en árabe, aunque todos prefieren hablar en hebreo.
Sin embargo, hay una pared de cristal entre ellos y sus colegas. Hay un acuerdo tácito entre los miembros judíos de que no deben incluirlos en las coaliciones. Lo más cerca que estuvieron fue en 1993, cuando Yitzhak Rabin dependía de su apoyo, sin incluirlos en su coalición. Sin ellos el acuerdo de Oslo nunca habría existido ni Rabin habría muerto asesinado. La más feroz denuncia de su política era que no tenía «mayoría judía», que estaba regalando nuestra tierra entregada por Dios con la ayuda de las facciones árabes. Uno de los más encarnizados acusadores era Binyamin Netanyahu.
Uno puede preguntarse cómo entraron los árabes en la Knesset desde el principio.
Esta no era en absoluto una conclusión conocida de antemano. Después de todo, en la Declaración de Independencia de Israel, el nuevo Estado se definió como «judío». ¿Por qué se iba a permitir que los árabes participaran en la promulgación de las leyes del Estado judío? ¿Por habría que reconocerlos como ciudadas, después de todos?
Hubo un enérgico debate sobre este tema en las deliberaciones secretas de la fundación del Estado en 1948. Fue David Ben-Gurion quien tomó la decisión final. Estaba preocupado por la opinión pública mundial, especialmente en un momento en el que Israel luchaba para que lo admitieran en la ONU. Dado que Ben-Gurion era un político, era muy bueno en la combinación de los intereses nacionales con los suyos propios.
La primera Knesset fue elegida en enero de 1949 mientras todavía estaba en curso la guerra (me recuerdo votando cerca del campamento de convalecencia del ejército donde me recuperaba de mis heridas). En ese momento, los árabes que permanecieron en Israel después de la huida masiva y la expulsión fueron objeto de «régimen militar», lo que hizo que la vida de cada individuo árabe, hasta el más mínimo detalle, dependiera totalmente del gobernador militar.
Ben-Gurion se encargó de que los ciudadanos árabes, mientras disfrutaban de una votación libre, votaran a favor de su partido, el Mapai. A los jefes de las familias extendidas les dijeron que les harían la vida imposible si no se emitían el número prescrito de votos para el partido. A cada uno de ellos le dijeron cómo tenía que votar su gente, por el propio Mapai o por alguna de las facciones árabes establecidas por Mapai precisamente para este fin. Así que fue fácil comprobar que todas las familias habían votado.
Sin esos votos cautivos habría sido difícil para Ben-Gurion establecer sus coaliciones durante sus 15 años en el cargo.
Después de la Naqba de la guerra de 1948, los 200.000, más o menos, «árabes israelíes» que permanecieron, se encontraban en un estado de shock. No tenían los medios ni se atrevían a oponerse al gobierno de cualquier manera.
Las únicas excepciones fueron los comunistas. Durante la guerra de 1948, los dirigentes sionistas estaban estrechamente aliados con Stalin, quien nos proporcionaba casi todas nuestras armas. Esta alianza continuó durante algunos años, hasta que Israel estrechó lazos con Occidente y el montaje de la paranoia antisemita de Stalin le puso fin.
En ese tiempo, el partido comunista israelí había construido una sólida posición dentro de la comunidad árabe en Israel. Fue en la práctica un partido árabe, aunque Moscú determinó, por razones propias, que el Secretario General fuera judío. Las relaciones entre la dirigencia del partido y el gobierno estaban llenas de contradicciones, mientras el partido fue tolerado por Israel por las alianzas con Moscú, de vez en cuando era perseguido por el Shin Bet como una quinta columna.
Dado que ningún otro partido árabe (excepto los mencionados traidores árabes de Mapai) fue tolerado en absoluto, el partido comunista disfrutó de lo que prácticamente equivalía a un monopolio en el sector árabe. Su dominio sobre las ciudades y aldeas árabes en Israel se acercó al dominio que Mapai tenía hasta 1977 en la población judía. ¡Ay de los árabes que se atrevían a oponerse a él!
Después de que Ben-Gurion fuera expulsado por su propio partido en 1963, la actitud oficial hacia los ciudadanos árabes poco a poco se hizo más liberal. El gobierno militar se abolió oficialmente en 1966 (fue uno de mis primeros votos en la Knesset). Con el tiempo permitieron a los nuevos partidos árabes establecerse y entrar en la Knesset. Las relaciones entre los árabes y el Estado entraron en una nueva etapa muy difícil de definir.
Israel se define oficialmente como un «Estado judío y democrático». Algunos consideran esto un oxímoron: si es judío, no puede ser democrático, si es democrático no puede ser judío. La doctrina oficial dice que el carácter del Estado es judío pero que todos los ciudadanos disfrutan (o deberían disfrutar) de igualdad de derechos.
En la realidad, Israel nunca ha llegado realmente a dominar esta contradicción fundamental: ¿cuál es el estatus de una minoría nacional en unEestado que se identifica totalmente con la mayoría nacional? Es decir, ¿cómo pueden los ciudadanos árabes realmente ser iguales en un Estado que dice ser «el Estado-nación del pueblo judío»?
A partir de la Ley del Retorno, que se aplica sólo a los judíos y sus descendientes, pasando por la Ley de Ciudadanía, que hace una clara distinción entre judíos y no judíos, a decenas de leyes de menor importancia que conceden privilegios a las personas que se definen como «personas a las que podría aplicarse la Ley del Retorno», no existe una igualdad real. En la práctica la discriminación, manifiesta o encubierta, impregna la sociedad.
Muchos israelíes afirman que aborrecen la discriminación, pero afirman que otros países democráticos no tratan mejor a sus propias minorías nacionales.
Una tercera generación de «árabes israelíes» está creciendo. Ya no se siente intimidada por el gobierno, pero vive en un limbo mental. Con orgullo se definen como palestinos y apoyan la lucha del pueblo palestino en los territorios ocupados, pero también se están volviendo más y más israelíes. Otro Zuabi, Abd-al-Aziz, miembro de la Knesset hace muchos años, acuñó la frase: «Mi Estado está en guerra con mi gente». El diputado árabe más prominente de la Knesset en la actualidad, Ahmad Tibi, en un tiempo asesor cercano de Yasser Arafat, es en mi opinión el más israelí de todos los miembros de la Knesset, tanto en carácter como en comportamiento.
En realidad, los árabes están mucho más integrados en la sociedad israelí de lo que muchos creen. Pacientes judíos en los hospitales públicos no son conscientes del hecho de que el médico y el enfermero que los tratan son árabes. En los partidos de fútbol entre los equipos de judíos y árabes los hooligans judíos gritan «Muerte a los árabes» y sus pares árabes igualmente gritan, con el mismo entusiasmo: «¡Alá es grande!»
Hace unos años, Lieberman propuso que las ciudades y aldeas árabes ubicadas en Israel cerca de la frontera de Cisjordania deberían estar unidas al futuro Estado palestino a cambio de los asentamientos judíos en la Ribera Occidental en el otro lado de la frontera. Hubo una tormenta de protestas de la población árabe. Ni un solo portavoz árabe apoyó la idea.
Sin embargo, la amargura creciente de los ciudadanos árabes está impulsando a los diputados árabes a posiciones cada vez más extremas y expresiones estridentes, mientras los políticos judíos de derecha se vuelven cada vez más extremistas en su racismo anti-árabe. Así, la brecha entre los dos campos de la Knesset es cada vez más amplia.
Así que Lapid cortejó astutamente a la corriente principal cuando expresó su desprecio por los «zuabis». Hanin Zuabi, por supuesto, se sintió halagada.
Uri Avnery es escritor israelí y activista por la paz con Gush Shalom. Colaboró en el libro de CounterPunch The Politics of Anti-Semitism .
Fuente: http://zope.gush-shalom.org/home/en/channels/avnery/1360940477/