Para la derecha y la ultraderecha españolas, el país caribeño solo es un barrio de la capital, otro lugar instrumental donde todo lo que sucede puede utilizarse contra del Gobierno de coalición.
El sueño de la ultraderecha y la derecha española con Venezuela produce monstruos. Que se lo pregunten si no a mi amigo Alberto Núñez Feijóo, que algo más debería saber y haber aprendido sobre cómo funcionan las cosas de la política por allí, tras más de una década trabajándose a conciencia el voto emigrante para alimentar su mayoría absoluta en la Xunta de Galicia. Don Manuel Fraga bien lo sabía y bien lo había aprendido, pues nunca dejó de visitar Cuba y abrazarse a aquel Fidel Castro que tanto excitaba a la derecha madrileña dijeran lo que le dijeran desde la capital del imperio aznarista.
Ya tenían en el Partido Popular la que creían era la pistola humeante, la prueba incontrovertible de que Pedro Sánchez es el auténtico master of puppets de todo cuanto acontece en Venezuela. Las imágenes y los testimonios que situaban al líder opositor, Edmundo González, acosado y presionado por el chavismo –encarnado en otro de sus demonios favoritos, Delcy Rodríguez– y nada menos que en el sacrosanto espacio de la residencia del embajador español suponían un punto sin retorno, el alegato final. Que eso coincidiera con otra valiente votación junto con las tres ultraderechas europeas en el Parlamento europeo, en defensa de la democracia y la libertad y reconociendo el triunfo legítimo de la oposición venezolana, sólo hacía sangrar aún más la herida.
Con su finura habitual, Esteban González Pons calificó al Gobierno español de “operador” necesario para el golpe de Nicolas Maduro y reclamaba la cabeza del ministro de Exteriores, José Manuel Albares. De gira por Roma para demostrarnos que es más lo que une que lo que separa a ese centrismo reformista que lleva en la sangre y al posfascismo que propugna Giorgia Meloni, el propio Núñez Feijóo denunciaba las mentiras del autócrata Sánchez con su mejor cara de denuncia muy grave en nombre de la democracia. Al atardecer, como en los buenos dramas, un comunicado de Edmundo González exculpando al gobierno rojosatánico desmontaba toda la operación, dejando al Partido Popular y a su líder con el lazo de cazar autócratas vacío y colgando flácido en el aire.
Hay tantas cosas que están mal en este relato del Partido Popular que cuesta trabajo decidir por dónde empezar. Lo primero que llama la atención es la falta de empatía con la situación de Edmundo González y su familia, a quien colocan en una posición imposible; o es un cobarde que firma lo que sea por salvar el cuello o es un cómplice del Gobierno de Pedro Sánchez que calla para que le den el asilo político. Tampoco deja de sorprender la bisoñez de los máximos cerebros del principal partido de la oposición al lanzarse a degüello sin haber confirmado antes la información con el principal protagonista y asegurarse de que no habría desmentido.
Aunque lo que más sorprende reside en la irremediable torpeza de una estrategia que, no solo refuerza el perfil del ejecutivo de Sánchez como el único interlocutor capaz en este momento de hablar con las dos partes y lograr resultados, sino que además supone un regalo de navidad adelantado para Nicolas Maduro quien, sin salir del plató de televisión y sin espíritu navideño alguno, ve amplificada su táctica de división de la oposición y legitimada su maniobra de señalar a España como el enemigo exterior que realmente debería preocupar a los venezolanos.
Tanta ceguera tiene su explicación. Para la derecha y la ultraderecha españolas, Venezuela solo es un barrio de Madrid, otro lugar instrumental donde todo lo que sucede puede ser utilizado en contra del Gobierno de coalición y como prueba de nuevo su maldad innata. Lo que sucede en la periferia se mide únicamente en virtud de su impacto potencial en la metrópoli. Les importa allí si les sirve aquí. La situación de Venezuela, los riesgos que puedan corren las venezolanas y los venezolanos, especialmente aquellos críticos, la ventura de miles de emigrantes, hijos y nietos de emigrantes españoles que allí viven o la salvaguarda de los millonarios intereses españoles que allí operan son contingentes. Lo único importante es Pedro Sánchez.