El presidente de la Autoridad Palestina (AP), Mahmud Abás, intenta mantener su importancia mientras los acontecimientos en Gaza, Cisjordania y toda la región se suceden a un ritmo mucho más rápido del que el octogenario político es capaz de asumir.
Esta semana, en medio de un genocidio israelí que no cesa en Gaza desde hace 14 meses, las fuerzas de seguridad de Abbas mataron descaradamente a varios destacados combatientes de la resistencia en Yenín en un intento de apaciguar a los israelíes y a sus benefactores estadounidenses.
Cuando el entonces presidente de Estados Unidos, Donald Trump, anunció en enero de 2020 el llamado «acuerdo del siglo», una propuesta que se alineaba totalmente con Israel en todos los temas de discordia, Abás dijo: «Quiero decirle al dúo -Trump y [el primer ministro israelí, Benjamín] Netanyahu- que Jerusalén no está en venta, y todos nuestros derechos no están en venta ni en regateo. Vuestro trato, la conspiración, no sucederá… decimos mil veces no, no, no al trato del siglo».
Sin embargo, cuando Trump fue reelegido el 5 de noviembre, Abás le llamó para felicitarle y prometió trabajar con él en un acuerdo político que él mismo había rechazado de plano cinco años antes.
A esto siguió un acuerdo que los egipcios alcanzaron hace dos semanas entre Hamás y Fatah, la facción palestina encabezada por Abás. El acuerdo consistía en nombrar un comité independiente de palestinos destacados y profesionales en Gaza para gestionar sus asuntos y la reconstrucción tras la guerra.
Era una exigencia del régimen sionista y de la administración Biden para desalojar a Hamás de cualquier papel futuro en el gobierno de Gaza.
Sin embargo, el Fatah de Abbas se retractó rápidamente de tal aprobación cuando los israelíes rechazaron cualquier papel o aportación de Hamás en el futuro de Gaza. Parece que un acuerdo de este tipo no encajaría bien con el voto de Netanyahu de una «victoria total» sobre Hamás y la resistencia.
Entonces, ¿cuál es el objetivo final de Abás y hacia dónde se dirige en sus últimos años?
Un «líder» elegido a dedo
En su vigésimo año de mandato, Abás anunció a finales de noviembre, pocos días después de cumplir 89 años, su plan de sucesión.
Emitió un decreto que exigía el nombramiento del poco ambicioso, poco carismático y débil líder de Fatah, Rawhi Fattuh, como presidente interino después de Abás.
Fattuh, de 75 años, es actualmente presidente del Consejo Nacional Palestino, el parlamento de la Organización para la Liberación de Palestina (OLP) en el exilio.
En 28 años, el CNP sólo se reunió una vez en 2018.
Curiosamente, Fattuh es también la misma persona que ejerció de presidente interino tras la muerte del expresidente de la AP, Yaser Arafat, en noviembre de 2004, hasta que Abás fue elegido para sustituirle en enero de 2005.
Desde hace más de un año, Abás se encuentra bajo presiones estadounidenses para que nombre a un sucesor que sea tan dócil y complaciente con Israel y Estados Unidos como lo ha sido él durante su largo mandato.
Como recuerda en sus memorias de 2011, No Higher Honor, Condoleezza Rice, que fue asesora de seguridad nacional del presidente estadounidense George W. Bush, relató cómo en 2003 un puñado de personas, entre ellas ella, Bush, el director de la CIA George Tenet y Ariel Sharon, primer ministro israelí en aquel momento, eligieron a dedo a Abás para que se convirtiera en el líder del pueblo palestino.
Durante gran parte de 2002, Sharon se negó a tratar con Arafat, pero finalmente logró convencer a Bush de que dejara de lado al líder de la OLP en favor de Abás como líder de Al Fatah, más sumiso y dócil.
Antes de ser nombrado primer ministro en 2003 como resultado de las presiones estadounidenses y europeas, Abás fue ridiculizado públicamente por Arafat, que le llamaba el «Karzai de Palestina», en referencia a Hamid Karzai, expresidente afgano, considerado en el mundo árabe como un títere de Estados Unidos.
Abás, alias Abu Mazen, había ascendido a la dirección de Al Fatah y la OLP casi por defecto.
Aunque se le consideraba de la primera generación de fundadores de Fatah, ya que se unió al movimiento a principios de la década de 1960, no fue distinguido ni nombrado para ocupar altos cargos hasta décadas después.
Activo estratégico
No fue hasta que la mayoría de los primeros fundadores y altos dirigentes de Fatah y la OLP, como Jalil al-Wazir (Abu Yihad), Salah Jalaf (Abu Iyad), Sa’ad Sayel, Abu Yusuf al-Nayar y muchos otros, fueron asesinados por Israel entre los años setenta y principios de los noventa, cuando Abu Mazen empezó a ocupar puestos más significativos dentro de Fatah y la OLP.
Cuando la OLP adoptó su plan de 10 puntos en 1974, que allanaba el camino hacia un acuerdo político basado en el reconocimiento de Israel a cambio de un Estado palestino truncado, se sabía que Abás era partidario de abandonar cualquier forma de resistencia armada a la ocupación israelí.
En relación con esta ideología política, Abu Iyad, considerado el siguiente en la línea de sucesión del movimiento palestino tras Arafat antes de su asesinato en 1991 por el régimen sionista, bromeó: «Lo que más temo es que la traición se convierta un día en (normalizada como) una opinión».
Cuando Israel fracasó en su intento de aplastar la Primera Intifada (1987-1991), adoptó una vía política que preservara su política expansionista y de asentamientos. Esta vía culminó en los Acuerdos de Oslo de 1993.
Abás no sólo fue uno de los pocos interlocutores palestinos en este proceso, sino también la persona que firmó los acuerdos en el jardín de la Casa Blanca en nombre de los palestinos.
Huelga decir que el proceso de Oslo no fue sino un desastre condenado al fracaso desde el principio.
Los negociadores palestinos, encabezados por Arafat y Abás, renunciaron desde el principio a su principal y mayor baza, que fue el reconocimiento del régimen sionista sobre el 78% de la tierra histórica de Palestina.
A cambio, Israel sólo se comprometió a participar en un vano proceso político que debería haber concluido con un Estado palestino independiente en 1999, o eso pensaban los dirigentes de la OLP.
Sin embargo, más de tres décadas después de Oslo, el régimen sionista no solo ha dado al traste con la llamada solución de los dos Estados, sino que ha consolidado sus planes para un «Gran Israel», lo que incluye multiplicar por más de seis el número de colonos ilegales en Cisjordania, que han pasado de unos 115.000 en 1993 a más de 750.000 en la actualidad.
Según un informe del International Crisis Group de 2015, la mayoría de los funcionarios israelíes consideran a Abás su «activo estratégico» más importante.
La razón es bastante clara.
Ha sido principalmente a través de una filosofía política defendida por Abás que rechazaba décadas de resistencia palestina, lo que llevó a un experto a comentar: «Abás no adoptó ni una sola vez en su vida la resistencia armada, ni la apoyó».
A menudo se burlaba de cualquier idea de resistencia armada por parte de cualquier grupo, incluido el suyo, aunque Israel había matado a decenas de palestinos sin que mediara provocación alguna.
Fuerzas de seguridad brutales
Su estilo de liderazgo convirtió un movimiento nacional palestino relativamente vibrante en una subsidiaria de la ocupación israelí, a menudo calificada de «ocupación de cinco estrellas» por haber eximido al régimen sionista de aparecer como potencia ocupante, al tiempo que llevaba a cabo políticas coloniales de asentamientos agresivas y dominantes peores que el régimen de apartheid sudafricano.
Durante su mandato, abrazó el dictado estadounidense de cambiar la doctrina de seguridad de las fuerzas de seguridad palestinas, que pasaron de vigilar y proteger los centros de población palestinos a convertirse en una brutal fuerza de seguridad que actúa como primera línea de defensa de los asentamientos israelíes y del ejército de ocupación contra cualquier forma de resistencia, incluidas las formas populares pasivas.
Desde su ascenso a la dirección de la Autoridad Palestina en 2005, adoptó el plan estadounidense del teniente general Keith Dayton para entrenar a las fuerzas de seguridad de la AP, que se dedicaron a reprimir y silenciar la disidencia, así como a realizar detenciones ilegales y torturas, muchas veces con resultado de muerte, como en el caso de Nizar Banat en 2021.
En coordinación con Estados Unidos y el régimen sionista, Abás creó unas fuerzas de seguridad hinchadas cuya misión principal era la coordinación de la seguridad con el ejército israelí para frustrar cualquier resistencia u operación contra la ocupación.
Calificó esta misión de sagrada y durante décadas se negó a ponerle fin a pesar de que la opinión pública palestina la condena de forma abrumadora.
Decenas de organismos y facciones políticas palestinas le han pedido que ponga fin a tan vergonzosas prácticas.
Un detallado informe de 2017 reveló que el sector de la seguridad palestina empleaba a cerca de la mitad de todos los funcionarios públicos, representaba casi 1.000 millones de dólares del presupuesto de la AP y recibía alrededor del 30 por ciento del total de la ayuda internacional concedida a los palestinos, incluida la mayor parte de los fondos procedentes de Estados Unidos.
El estudio reveló además que el sector de la seguridad palestina gastaba más del presupuesto de la AP que los sectores de la educación, la sanidad y la agricultura juntos. Incluía a más de 80.000 personas, y la proporción entre el personal de seguridad y la población llegaba a ser de 1 a 48, una de las más altas del mundo.
En el primer encuentro de Abás con Donald Trump en 2017, el presidente estadounidense presumió de la continua coordinación de seguridad de la AP con Israel, mientras elogiaba su eficacia en la protección de la ocupación israelí, en la que dijo: «Se llevan increíblemente bien. De hecho, me quedé muy impresionado y algo sorprendido de lo bien que se llevaban. Trabajan juntos de maravilla».
Dictador de poca monta
Cuando Hamás ganó las elecciones legislativas de 2006, Abás se coordinó con estadounidenses e israelíes, como se expone detalladamente en el relato de Rice en su libro, para impedir que el gobierno dirigido por Hamás pudiera ejercer como partido elegido democráticamente.
De hecho, fueron las fuerzas de seguridad de Abás, de nuevo en coordinación con los estadounidenses, las que intentaron en 2007 derrocar al gobierno de Hamás en Gaza, pero se vieron superadas por Hamás, que se hizo con el control de Gaza, lo que dio lugar a dos gobiernos palestinos distintos.
David Wurmser, funcionario de la administración Bush en aquella época, comentó en un artículo de Vanity Fair en 2008 que la administración Bush estaba inmersa «en una guerra sucia en un esfuerzo por proporcionar la victoria a una dictadura corrupta [dirigida por Abás]».
Añadió que Hamás no tenía intención de tomar Gaza hasta que Al Fatah le obligara.
Wurmser observó además: «Me parece que lo que ocurrió no fue tanto un golpe de Hamás como un intento de golpe de Al Fatah que se adelantó antes de que pudiera producirse».
Desde esta contienda interna, Gaza vive bajo un asedio israelí paralizante con escasa interferencia de Abbas.
Con el apoyo de estadounidenses, israelíes y actores regionales, Abás se hizo con el control total de la vida política palestina. Empezó a dictar decretos unilateralmente como cualquier dictador de poca monta de una república bananera.
Sus decretos, inconstitucionales e ilegales, destituían gobiernos, instalaban primeros ministros, cancelaban elecciones, gastaban miles de millones, encubrían la corrupción de sus compinches, familiares e hijos, y nombraban un tribunal constitucional para destituir al consejo legislativo dirigido por Hamás.
Pero quizá el comportamiento que escandalizó a la mayoría de los palestinos fue el silencio ensordecedor de Abás durante los primeros días de la guerra genocida de Israel.
A medida que se intensificaba la guerra de exterminio israelí y la campaña de limpieza étnica, Abás expresaba su firme pero vacía oposición a la brutalidad israelí, por un lado, mientras seguía manteniendo la coordinación de la seguridad con el mismo vigor, como si no hubiera tenido lugar el genocidio en Gaza, los ataques diarios de los colonos en Cisjordania o las incursiones rutinarias en el complejo de Al Aqsa durante más de un año.
Con la guerra genocida israelí en Gaza entrando en su 15º mes sin final a la vista, y mientras Israel prepara su ocupación a largo plazo de Gaza, además de impulsar agresivamente su política de anexión efectiva del Área C en Cisjordania, parece que el actual gobierno fascista israelí está a punto de deshacerse de Abás en favor de un nuevo acuerdo de seguridad que favorecería a los colaboradores palestinos locales para gobernar las poblaciones palestinas.
Está claro que el actual régimen sionista, con su gran diseño de imponer el proyecto del Gran Israel, quiere resolver su problema demográfico palestino y acabar decisivamente con el conflicto palestino-israelí a su favor de una vez por todas.
De ahí que parte de la gran estrategia de Israel para realizar este objetivo no sea contentarse con prohibir la UNRWA, liquidar la solución de los dos Estados o establecer la hegemonía israelí en la región. Sino que, en esencia, se está moviendo agresivamente para rediseñar todas las instituciones palestinas y las fuentes de poder que han definido la lucha palestina durante décadas.
Independientemente del decreto de Abás o de lo que le ocurra a corto plazo cuando entre en el ocaso de su vida, Israel se asegurará de que sea el último dirigente palestino que reúna todos los títulos que definen las instituciones palestinas: presidente de la AP, presidente de la OLP, dirigente de Fatah y presidente del «Estado de Palestina».
Desde la perspectiva israelí, ha cumplido su propósito, y ahora es el momento de la solución final.
Sami Al-Arian es director del Centro para el Islam y Asuntos Globales (CIGA) de la Universidad Zaim de Estambul. Originario de Palestina, vivió en Estados Unidos durante cuatro décadas (1975-2015), donde fue académico titular, destacado orador y activista de derechos humanos antes de trasladarse a Turquía. Es autor de varios estudios y libros. Puede ponerse en contacto con él en: [email protected].
Texto original: Middle East Eye, traducido del inglés por Sinfo Fernández.