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Mahmud Darwish: un gran palestino y un poeta universal

Fuentes: L’Humanité

Traducido por Caty R.

«Yo soy árabe.

El número de mi carné es el 50.000.

Número de hijos: ocho. El noveno llegará después del verano.

Sin apellidos.

Yo soy mi nombre.

Paciente infinito en un país donde todos viven sobre las brasas de la cólera»

(Mahmud Darwish, 1964)

El brillante trovador de su país perdido, Mahmud Darwish, ha muerto lejos de los olivares de su tierra natal, a la que nunca dejó de cantar en sus poemas.

Mahmud Darwish ha muerto, triste ironía del azar, lejos de su tierra palestina a la que siempre cantó en sus poemas La tierra en la que el poeta cultivó el amor y la nostalgia, tanto en los tiempos del exilio como en la época de su retorno imperfecto, incompleto y mutilado, que desde 1995 le hería como una ausencia. Esa tierra y su pueblo, que fueron su familia y su gran amor, y de la que las rocas, los olivares, el tomillo y las viñas le amasaron para hacer de él el poeta eterno de Palestina. Era su esencia lo que defendía, y durante los últimos años quiso que le reconocieran, sobre todo, como un poeta universal que cantaba también al amor de las mujeres, a la belleza y a la vida.

Poeta del exilio

Murió en Estados Unidos, como el otro insigne escritor y músico palestino que tardíamente se convirtió en su amigo, Edward Said. La última vez que vi a Darwish fue en París en la celebración de un homenaje en honor de Said. Leyó un texto en el que narraba el encuentro entre ambos. Allí. En el exilio.

Mahmud Darwish es un poeta del exilio, en la gran tradición de los que le precedieron, de Nazim Hikmet a Victor Hugo. Un poeta de los exilios, debería decir más exactamente. El primero fue a los siete años, el gran éxodo palestino de la Naqba (la catástrofe). Durante el establecimiento del Estado de Israel en 1948, su pueblo natal de Galilea, Al Birweh, fue arrasado, igual que muchos centenares más.

Su familia formó parte de los 800.000 refugiados arrojados a los caminos y huyó a Líbano. Una huida, no un exilio, ya que la familia regresó clandestinamente y el joven Darwish creció en una tierra que se había convertido en otro país: Israel.

Una amarga experiencia en la que se forjaron un espíritu a la vez solitario y solidario y una personalidad rebelde. Lo cuenta como un desafío en el poema que le dio a conocer, «Carta de identidad», de 1964. Escribió: «soy un árabe» y hablaba de «su pueblo desolado donde todos los hombres, en las calles y en los campos, querían el comunismo »

El doloroso retorno a Palestina

Fue su primera declaración de compromiso político, a la que siguió un año de estudios en Moscú. Todavía no había cumplido veinte años. Después llegaron los exilios sucesivos: El Cairo, Beirut, Túnez, París; luego, estos últimos años, Ammán, después de los acuerdos de Oslo que le enfrentaron con Yasser Arafat y la OLP , ya que los consideraba «injustos» y una encerrona para el pueblo palestino. Así, 1993 marcó el final de un compromiso político de más de treinta años en el Partido comunista y después en la OLP. En los diez años especialmente ricos y productivos que pasó en Beirut entre 1972 y 1982, el que decía «que no sabía cantar» conoció al gran compositor y cantante libanés Marcel Khalifé, quien puso música a los poemas de Darwish y los convirtió en un luminoso reguero de pólvora que recorrió todo el mundo árabe y mucho más.

Después del horror del asedio de Beirut, de Sabra y Chatila, comenzó otra serie de exilios más dolorosos, unos más desgarradores que otros, hasta el regreso a Ramala en 1995. Fue un sueño roto el retorno a una Palestina que apenas reconocía, dividida, erizada de barreras y alambre de púas, desfigurada por la ocupación militar y los colonos. Lo que más temía, me dijo en una entrevista en París durante la publicación de La cama del extranjero, era la deshumanización que la crueldad de la ocupación estaba infligiendo a su pueblo. Y le dolía como una herida personal y profunda que llegaba hasta el fondo de un corazón ya frágil.

Un hombre habitado por la duda

Hasta el último desgarro, el peor según él, que todavía comentaba hace pocas semanas con cólera y amargura, la guerra entre los suyos, Hamás y Fatah: «Hemos triunfado. Tenemos dos Estados, dos prisiones que no se saludan. Somos víctimas convertidas en verdugos»

En su último poema «El jugador de dados», mencionaba su frágil corazón, la «malformación de las arterias» que había heredado, decía, como su timidez enfermiza y la duda permanente que le habitaba, su estatuto de poeta, la permanencia de su obra:

«La inspiración es la oportunidad de los solitarios/ el poema es una jugada/ en el tablero de la oscuridad/resplandece o no resplandece/ ¿Quién soy yo para decirle/ lo que le digo?/ ¿Quién soy yo?»

La respuesta es obvia, Mahmud: un ser humano inmenso, un gran palestino y un poeta universal.

Original en francés: http://www.humanite.fr/2008-08-11_Cultures_Mahmoud-Darwich-un-grand-poete-et-un-grand-Palestinien

Françoise Germain-Robin, escritora y periodista, trabajó en la ORTF y France Cultura; es una gran reportera de L’Humanité, donde publica habitualmente reportajes y análisis sobre Palestina e Israel. Fue corresponsal de este diario en Argel de 1978 a 1982. Ha publicado varias obras sobre Argelia y el Islam. Ha vivido muchas temporadas en Palestina e Israel donde ha entrevistado a numerosas personalidades famosas y no famosas. Especialmente, ha publicado varias entrevistas con Yasser Arafat. Entre sus obras destacamos: Par-delà les murs: Un réfugié palestinien et un Israélien revisitent leur histoire, Actes Sud, 2005; L’Islam en questions, entrevistas con Alain Gresh y Tariq Ramadan, Sindbad/Actes Sud, 2000; Babel, 2002; y Femmes rebelles d’Algérie, L’Atelier-le Temps des cerises, 1996.También ha participado en varias obras colectivas sobre Argelia y la economía argelina. Caty R. pertenece a los colectivos de Rebelión, Cubadebate y Tlaxcala. Esta traducción se puede reproducir libremente a condición de respetar su integridad y mencionar a la autora, a la traductora y la fuente.