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Se cumplen 100 años del Mandato británico de Palestina

Mala fe, hipocresía y cinismo

Fuentes: Mondoweiss [Imagen: El ministro británico del Interior Winston Churchill (derecha) acompañado por el Alto Comisionado Herbert Samuel, en Jerusalén durante el periodo del Mandato Británico] Wikipedia

Traducido para Rebelión por Paco Muñoz de Bustillo

Otro festival de discursos en la Asamblea General de la ONU ha llegado a su fin. «Debates», así se llama la sesión de una semana de duración. Uno a uno, los líderes de los 193 Estados miembros de la ONU hacen declaraciones altisonantes sobre lo que debe o no debe hacer el órgano supremo de gobierno del mundo.

Resulta que la ronda de charlatanería de este año coincide con el centenario del nacimiento de una desafortunada situación de la que la ONU sigue siendo responsable y tiene la capacidad de resolver, una situación que creó uno de sus miembros fundadores; podría decirse que es el punto sin resolver más antiguo de la agenda de descolonización de la ONU, que tiene 78 años de antigüedad: el frustrado derecho del pueblo palestino a la autodeterminación, según lo dispuesto por la predecesora de la ONU, la Sociedad de Naciones.

El 29 de septiembre de 1923, hace justo un siglo, la Sociedad de Naciones asignó formalmente a Gran Bretaña el rol de Potencia Mandataria en Palestina. Su misión: guiar al pueblo palestino desde el colonialismo hasta la independencia.

En lugar de ello, en uno de los actos más flagrantes de mala fe, hipocresía y cinismo de la historia moderna, la principal potencia colonial del mundo entregó Palestina a los colonos europeos, desposeyendo a los nativos palestinos y sembrando las semillas de cien años de conflictos sangrientos y dolor.

El deber fiduciario de Gran Bretaña había quedado establecido en el Pacto de la Sociedad de Naciones de 1919. El artículo 22 del Pacto establecía: 

«Ciertas comunidades anteriormente pertenecientes al Imperio Turco han alcanzado una etapa de desarrollo en la que su existencia como naciones independientes puede ser reconocida provisionalmente, sujeta a la prestación de asesoramiento y asistencia administrativa por parte de un Mandatario, hasta el momento en que sean capaces de valerse por sí mismas. Los deseos de estas comunidades deben ser una consideración principal en la selección del Mandatario» [el resaltado es del autor].

Y añadía que:

 «A las colonias y territorios que, como consecuencia de la última guerra*, han dejado de estar bajo la soberanía de los Estados que antes los gobernaban y que están habitados por pueblos que aún no pueden valerse por sí mismos en las duras condiciones del mundo moderno, se les debe aplicar el principio de que el bienestar y el desarrollo de esos pueblos constituyen un deber sagrado de la civilización» [el resaltado es del autor].

¿Quiénes eran estos «pueblos» cuyo «bienestar y desarrollo» Gran Bretaña tenía instrucciones de custodiar como «deber sagrado»? Según un censo británico de 1917, el 92% de ellos eran «árabes» (musulmanes, cristianos y otras minorías no judías) y el 8% judíos (la mitad de ellos judíos árabes indígenas).

Plenamente consciente de estas cifras, Gran Bretaña abandonó su deber fiduciario de descolonizar Palestina y liberar a su pueblo. Su justificación es bien conocida: la Declaración Balfour. En noviembre de 1917, en una sola frase de 77 palabras, Gran Bretaña ya había declarado su intención de convertir Palestina en un «hogar nacional» para el 10% de su pueblo y el resto de los judíos del mundo, mientras se refería al 90% de la población de Palestina como lo que no eran:

«El Gobierno de Su Majestad ve con buenos ojos el establecimiento en Palestina de un hogar nacional para el pueblo judío, y hará todo lo posible para facilitar el logro de este propósito, quedando claramente entendido que no se hará nada que pueda perjudicar los derechos civiles y religiosos de las comunidades no judías existentes en Palestina, o los derechos y el estatus político de que gozan los judíos en cualquier otro país».

Pero Gran Bretaña tenía otras razones para trasgredir su compromiso.

«Gran Bretaña había decidido mucho antes de la Primera Guerra Mundial –mucho antes de que Jaim Weizmann* y los sionistas aparecieran y vendieran su proyecto al gabinete de guerra británico– que necesitaba controlar Palestina», según declaró el académico palestino Rashid Khalidi a Mondoweiss. «Palestina es la terminal terrestre de la ruta más corta entre el Golfo y el Mediterráneo y, por tanto, la ruta hacia la India. Así que para el Imperio Británico era absolutamente vital controlar estratégicamente Palestina».

Por supuesto, [el conde de] Balfour y sus colegas también eran antisemitas. La Ley de Extranjería británica de 1905 –redactada por el propio Balfour– había sido diseñada para rechazar a los judíos europeos. ¿Qué mejor lugar para enviarlos que Palestina, donde podrían ser útiles?

Mondoweiss conversó sobre esto con el historiador israelí Avi Shlaim. El primer ministro británico Lloyd George “tenía la percepción de que los judíos eran particularmente ricos en todo el mundo, tenían un poder encubierto y controlaban las finanzas internacionales”, afirma Shlaim. “Al alinear a Gran Bretaña, al Imperio Británico, con los sionistas en Oriente Próximo, Lloyd George estaba actuando sobre una percepción errónea; la percepción errónea del poder judío».

Así que Balfour, George, Churchill y otros dirigentes británicos no necesitaron ser convencidos cuando Jaim Weizmann llamó a su puerta. Aún así, entre la firma del compromiso y la redacción del Mandato Británico de Palestina (en Londres, París y San Remo), Weizmann movió cielo y tierra para conseguir que Balfour se incorporara al Mandato, confiriendo así estatus legal al proyecto sionista.

Y lo consiguió. Según los términos del mandato, vigente desde el 29 de septiembre de 1923, Gran Bretaña aseguraría la inmigración judía, la adquisición de nacionalidad para los judíos europeos, un fomento “intensivo” de lo judío e instituciones “autónomas” sionistas.

A los nativos de Palestina les arrojaron unos cuantos huesos: «derechos civiles y religiosos» [no políticos], y un sistema judicial para «asegurar a los extranjeros, así como a los nativos, una garantía completa de sus derechos».

¿Cuál era el verdadero objetivo de Gran Bretaña: la creación de un «hogar nacional» judío (significara eso lo que significara) o un verdadero Estado judío? ¿Y cómo se veían a sí mismos los sionistas: como colonos o como verdaderos nativos de Palestina?

«El hogar nacional era un concepto nuevo», dijo Avi Shlaim a Mondoweiss. «Así que nadie sabía muy bien lo que significaba».

«Pero los líderes sionistas tenían una idea muy clara de lo que querían decir; querían decir un Estado. No pedían un Estado judío porque eso habría sido pedir demasiado y habría enemistado inmediatamente a todos los árabes. Así que moderaron la reivindicación y solicitaron un hogar nacional. Y los británicos aceptaron».

Hipocresía y duplicidad

“Pero hay mucha hipocresía por la parte británica en todo esto”, dice Shlaim. “Los sionistas y los británicos sabían desde el principio lo que estaban haciendo: que estaban permitiendo la apropiación sistemática de Palestina por los sionistas a costa de los palestinos».

Auténtica hipocresía, y duplicidad. “Balfour, Churchill y Lloyd George dijeron a Weizmann en una cena privada algunos años después [del inicio del Mandato] que lo que querían decir mediante ese lenguaje confuso y opaco era un Estado judío”, comentó a Mondoweiss el historiador palestino Rashid Khalidi.

Según Rashid Khalidi, para los sionistas el colonialismo estaba de moda en aquella época. “En la década de los 20 o los 30 no había nada vergonzoso en ser un colono. Entendían perfectamente que ellos eran colonos europeos involucrados en la empresa colonizadora. Como muestra, el organismo que estaba comprando montones de tierras se denominaba Agencia Judía de Colonización”.

La jurista palestina Noura Erekat lo explica de otro modo. «El proyecto sionista nunca imaginó a los judíos como parte de Oriente Próximo. Sus fundadores veían Israel como una extensión de Europa y un lugar de asentamiento judío como Estado satélite, pero no como parte de Oriente Próximo desde el punto de vista cultural, étnico, lingüístico o político».

Como siempre, los sionistas jugaron a dos bandas. «Ussishkin y otros hablaban abiertamente de colonialismo –y de hecho pensaban que Gran Bretaña los vería como colonos similares a los colonos blancos de Rodesia–, pero a Ben-Gurion no le gustaba esa comparación», dijo el historiador y escritor israelí Ilan Pappe a Mondoweiss. «Decía que no, que no somos iguales. Somos el pueblo indígena que volvió a su hogar, un hogar usurpado por los forasteros, los extranjeros».

Según este historiador, Gran Bretaña sabía perfectamente quiénes eran los pueblos indígenas de Palestina. Funcionarios subalternos del gobierno británico se molestaron incluso por la duplicidad de la Administración. Al final, Gran Bretaña fue libre de hacer lo que quiso. «La Sociedad de Naciones era el organismo que supervisaba los estatutos del Mandato. Este organismo internacional estaba dominado por Gran Bretaña y Francia y, por lo tanto, eran ellos quienes realmente decidían si había una violación o no».

¿Por qué mirar atrás?

Entonces, ¿cuáles son las implicaciones prácticas de la mala fe y duplicidad británica hace un siglo? ¿Pueden corregirse los errores británicos?

«Creo que es importante revisar cada capítulo de esa historia de supresión con dos constataciones», afirma Ilan Pappe. «Una es que el sionismo –desde sus mismos inicios hasta hoy– no ha renunciado a la idea de tener la mayor parte posible de la Palestina histórica con el menor número posible de palestinos… Incluso el sionismo liberal no es contrario a ese objetivo. Sólo tiene ideas diferentes sobre cómo hacerlo. Así que esa es una constatación. Y por eso tenemos que estudiar esa historia. Y en segundo lugar, la coalición internacional occidental que permitió el inicio del proyecto […] sigue proporcionando hoy inmunidad a un Estado que Amnistía Internacional ya ha definido como un Estado de apartheid”.

“Bueno, si no miramos hacia atrás en este y otros aspectos de la historia, podemos ser propensos a creer los mitos y falsedades que han dominado la forma en que la gente ha visto esta parte del mundo», sostiene Rashid Khalidi. «Obviamente, los sionistas prefieren fingir que lo hicieron todo ellos mismos, gracias al trabajo duro y el sudor de los pioneros y su sacrificio… Pero sin el poderío del Imperio Británico, todo esto se habría quedado en nada o habría sido un proceso mucho, mucho más difícil”.

“Cien años no es tanto tiempo”, afirma Noura Erekat a Mondoweiss. «El hecho de reconocer los 100 años del Mandato de Palestina es colocar ese contexto en primer plano… Coloca la responsabilidad donde corresponde, principalmente a los pies de Gran Bretaña, pero también a los pies de la comunidad internacional, porque la Declaración Balfour se incorporó casi textualmente al Mandato de Palestina en el texto del preámbulo, donde a partir de entonces se convierte en una parte esencial del derecho internacional y, por lo tanto, ya no es sólo una prerrogativa británica, sino que se convierte en una obligación a la que debe adherirse la comunidad internacional».

Obligación legal internacional

En la jerga legal, las obligaciones de la comunidad internacional siguen “vivas”.

Según el artículo 80 de la Carta de la ONU, “nada será interpretado en el sentido de que modifique en manera alguna los derechos de cualesquiera Estados o pueblos, o los términos de los instrumentos internacionales vigentes en que sean partes Miembros de los Naciones Unidas”.

En pocas palabras, dice el experto canadiense en derecho Ardi Imseis, la obligación de la comunidad internacional de descolonizar Palestina y liberar a su pueblo, establecida en el artículo 22 del Pacto, no ha caducado. Esa obligación ha sido heredada por la actual ONU.  En apoyo de esta opinión, Imseis cita la sentencia del Tribunal Internacional de Justicia de 1971, “Consecuencias jurídicas para los Estados de la presencia continuada de Sudáfrica en Namibia”.

El párrafo 55 de dicha sentencia sobre Namibia afirmaba: «[A] la pregunta de si la continuación de un mandato estaba inseparablemente ligada a la existencia de la Sociedad [de Naciones], la respuesta debe ser que una institución establecida para el cumplimiento de un fideicomiso sagrado no puede presumirse que caduque antes de la consecución de su propósito».

¿Cumplirá por fin la comunidad internacional su sagrado deber con el pueblo palestino? No si los aliados de Israel tienen algo que decir. Estos insisten en que la resolución del «conflicto» debe lograrse mediante la negociación directa entre las «partes», sin ataduras al derecho internacional.

En línea con esta postura, Estados Unidos, Canadá y Gran Bretaña, entre otros, instan ahora al Tribunal Internacional de Justicia (TIJ) a que no emita una Opinión Consultiva sobre las dimensiones legales de la «prolongada» ocupación israelí de Cisjordania y Jerusalén Oriental (sorprendentemente paralela a la de Sudáfrica en Namibia), como solicitó la Asamblea General de la ONU el pasado diciembre. La participación del TIJ haría más difícil, si no imposible, el «establecimiento de la paz», argumentan, y el «proceso de paz» es competencia del Consejo de Seguridad de la ONU, no de la Asamblea General.

Cínicos como son, los aliados de Israel saben que eso no es así. Están familiarizados con el Artículo 80. El Tribunal Internacional de Justicia también. Es probable que su fallo, en algún momento de 2025, dé pie a otra ronda de charlatanería en la Asamblea General de la ONU, muchos de cuyos miembros fueron colonias británicas, indignados por la supervivencia del colonialismo británico-israelí, cien años después de su inicio.

Notas del traductor:

*Se refiere  la Primera Guerra Mundial (1914-1918)

**Jaim Ariel Weizmann fue un importante dirigente sionista británico que sería el primer presidente del Estado de Israel tras su creación en 1948.

Fuente: https://mondoweiss.net/2023/09/bad-faith-duplicity-and-cynicism-britains-palestine-mandate-100-years-ago/

El presente artículo puede reproducirse libremente siempre que se nombre a su autor, a su traductor y a Rebelión como fuente de la traducción.