«Por eso, no debemos dar muerte a los de Dhrtarastra, nuestros parientes. ¿Cómo matando a nuestro pueblo, podríamos ser felices, oh hijo de Madhu? ¡Ah dolor! Un gran error estamos a punto de cometer, pues por deseo del reino y el placer nos disponemos a matar a nuestro pueblo. Habiendo hablado así, Arjuna en la […]
¡Ah dolor! Un gran error estamos a punto de cometer, pues por deseo del reino y el placer nos disponemos a matar a nuestro pueblo.
Habiendo hablado así, Arjuna en la batalla, se dejó caer en el fondo del carro, arrojando al suelo su arco y sus flechas, desgarrado el corazón de dolor.»
Bhagavad Gita [1]
Quiero referirme a quien es conocido como Matti Peled, aunque nacido Mattityahu Ifland, el 20 de julio de 1923, en el puerto de Haifa, en la Palestina del Mandato británico. El primer pasaporte que obtuvo señalaba su nacionalidad como «palestino».
Los avatares de una vida ejemplar, aún con sus virtudes y sus errores, propios estos últimos de su aceptación y adhesión a la ideología sionista, en la que creyó como el cumplimiento de un proyecto de recuperación de la inventada consigna «Tierra de Israel», y por lo que dio los mejores años de su vida, para la obtención de ese objetivo, logrado, quizá, en gran parte, gracias a sus capacidades de estratega militar y su entrega incondicional.
Los ideólogos sionistas, y muchos de los autores que escriben sobre la implantación del Estado de Israel, de las luchas internas entre los distintos grupos y sectores, todos ellos europeos kázaros y aventureros ávidos de poder, ignoran la presencia señorial de un palestino judío, a quien, seguramente, excluyen de sus narraciones, por su honorabilidad, su dignidad y su honestidad.
Me guío para ello con la documentación directa de su pensamiento, por las pocas citas que su hijo Miko Peled, en su libro El hijo del general, [2] recupera de sus intervenciones y sus discursos, luego de retirado del Tzahal y devenido en académico profesor del idioma árabe y la historia y la literatura de sus ancestros palestinos, que lo convirtieron en el paladín de la defensa del pueblo palestino, su propio pueblo, y de los derechos que le asistían y asisten a tener su propio Estado.
Como un homenaje a su memoria y mi respeto y admiración por su esposa Zika, palestina judía, nacida en Jerusalén, en la Palestina del Mandato británico, y sus hijos Nurit y Miko, quiero recuperar, aunque mínimamente, algunas de las ideas que su hijo recuerda, para reivindicar su memoria y la dignidad de su comportamiento, que lo convirtieron en un admirable ser humano, que logró elevarse a la altura de un visionario y, que, lamentablemente, no fue ni es aún reconocido por aquellos que viven en el Estado que Matti Peled ayudó a implantar, aunque sí, algunos políticos e intelectuales palestinos, como Issam Sartawi y Walid Khalidi, llegaron a conocerle y entablaron con él una amistad imperecedera y lo respetaron por el apoyo que les diera en su lucha por recuperar su patria usurpada, apelando a la metodología de la no-violencia.
Pero, para entender por qué mi admiración y respeto por su esposa Zika Katznelson, quiero rescatar el texto en el que Miko Peled refiere a su madre, Zika, con relación a un recuerdo que ella misma, según comenta, le repitió varias veces, y que, sin duda, me significó el primer paso hacia un intento de comprender más y mejor a esta familia de madre y padre palestinos judíos. Y que me conmovió profundamente, hasta las lágrimas.
«Durante la guerra mi madre y mi hermano mayor Yoav vivían en Jerusalén con mis abuelos maternos. Siendo la esposa de un oficial, le ofrecieron a mi madre una casa en Katamon, un vecindario palestino cuyos habitantes fueron obligados a huir como resultado de la guerra.
Los hogares de los palestinos, espaciosos y hermosos, fueron todos tomados por el ejército israelí y entregados a familias israelíes. Mi madre recuerda cómo los saqueadores se llevaron las cosas de estas casas que pertenecían a familias acomodadas,
«Conocía a las familias palestinas desde niña mientras crecía en Jerusalén,» decía, «Los domingos caminaba a través del vecindario y veía a las familias sentadas en sus balcones. Usualmente había un limonero en el frente y un jardín con árboles frutales en la parte de atrás.»
Rechazó tomar la casa de otra familia.
«¿Que yo tomara la casa de una familia que puede estar viviendo en un campamento de refugiados? ¿El hogar de otra madre? ¿Te imaginas cuánto deben extrañar su hogar?»
Me contó esta historia muchas veces cuando era niño, insistiendo en que escuchara el mensaje.
«Yo me negué y todos nos quedamos viviendo con Savta Sima, que no era fácil para ninguno de nosotros. Y ver a los israelíes yéndose con lo saqueado, alfombras hermosas y muebles. Sentía vergüenza por ellos; no sé cómo pudieron hacerlo.»
Al rechazar la casa de Katamon, resignó la oportunidad de tener una casa hermosa y espaciosa para su familia en un barrio selecto de Jerusalén, y sin costo alguno. No fue hasta varios años después que el sueldo militar de mi padre pudo solventar una casa confortable, y aún así fue con bastante sacrificio y con ayuda de mi abuela Sima.
Ojalá pudiera acordarme de la primera vez que mi madre me contó esta historia, pero no puedo. Pero sólo sé que la conozco desde que tengo uso de razón.» [3]
Zika Katznelson de Peled, era apenas una joven palestina, madre, y reaccionó con la dignidad de una mujer íntegra ante el ofrecimiento vil. Debieron haber quedado en su memoria muy profundamente arraigados aquellos acontecimientos que le relatara a su hijo, según comenta éste, varias veces. La vergüenza que sentía al ver a los terroristas saqueando las casas de sus vecinos palestinos, cristianos o musulmanes, y el relato repetido hace pensar el sufrimiento que experimentó en tales momentos, ya que aquellos vecinos, con los que, seguramente, había convivido fraternalmente, aunque no lo dice, dejaron en su corazón una huella que dolorosamente ha perdurado toda su vida.
Y la experiencia tremendamente trágica de su hija Nurit, a quien, unos jóvenes palestinos, suicide bombers, dos, se inmolaron frente a su pequeña hija, Smadar, de tan sólo 13 años, muriendo todos en la explosión que se produjo al hacer estallar las bombas que llevaban sujetas a sus cuerpos de adolescentes.
Y la reacción de esta mujer extraordinaria, ante el llamado de Benjamín Netanyahu, compañero de estudios en la Universidad, quien quiso solidarizarse con su tragedia y ofrecerle sus condolencias, no pudo sino conmoverme hasta las lágrimas, ya que ella, sacando fuerzas de una infinita compasión de su corazón roto en pedazos, y transformándose, no sólo en madre de Smadar, sino en madre de todos los niños nacidos en esa tierra, incluso los dos que se inmolaron, le acusó de ser él y el gobierno israelí los responsables de la muerte de su amada hija y de los jóvenes palestinos que se habían inmolado con ella, seguramente hastiados de una vida que ese Estado terrorista les hacía imposible continuar viviendo.
Quiero rescatar algunas de las declaraciones de Nurit Peled-Elhanan, que aparecen en una entrevista que le realizara Olga Rodriguez, las que nos permitirán tener una clara visión de lo que es el Estado de Israel, visto por una educadora cuya vida, como señalé antes , la hace digna de la mayor admiración y respeto. Y Nurit no deja de repetir, también, al igual que su madre, al recordar o cuando le recuerdan la muerte de su amada Smadar, de quiénes fueron los responsables de la misma. Y así se lo reitera a Olga Rodriguez: [4]
«Benjamin Netanyahu, por entonces -al igual que ahora- primer ministro israelí, telefoneó a Nurit para darle el pésame. Habían sido compañeros en el instituto. Ella le contestó de este modo:
«Ha sido tu política de ocupación la que ha matado a mi hija».
Y ella misma señala la influencia que su padre, Matti Peled, ejerció sobre ella y sus hermanos. Ante dos preguntas de la periodista, así respondió Nurit Peled.Elhanan:
«-Tu padre fue un hombre muy destacado de la sociedad israelí. ¿Cómo influyeron sus posturas políticas en tu modo de ver la vida?
Mi padre fue un representante importante del otro Israel, de esa otra sociedad que lucha por la justicia y la paz. Él llegó a tener un partido político; la mayoría de las personas que buscan la paz no lo tienen, militan desde organizaciones civiles, pero trabajan duro y espero que algún día sean mayoría en esta sociedad.
Mis hermanos y yo hemos heredado el espíritu dialogante de mi padre, su obsesión por buscar la paz, por rechazar el racismo, por aprender a escuchar a los otros. Mi padre me enseñó la importancia de la educación y por eso me dedico a educar. La escuela es muy importante, en ella enseñamos buena parte de los valores de nuestra sociedad, aunque lamentablemente en Israel hay otra escuela, el ejército, por la que pasan casi todos los jóvenes.»
-Y tus hijos, ¿han heredado la visión de su madre?
«Mis dos hijos mayores son objetores y miembros de la organización Combatientes por la paz. El pequeño tiene diecisiete años y medio y está viviendo una lucha interna porque esta sociedad rechaza de manera brutal a los que no van al Ejército, y los encarcela. Él tiene esa idea naif e inocente de que puede ir al Ejército y cambiarlo desde dentro, no dejar que los demás actúen como locos. Le queda un año para tomar la decisión.»
La muerte de su pequeña Smadar, le ha dado a esta mujer extraordinaria una profundidad en su mirada sobre la vida, que hace que cada una de sus reflexiones nos obliguen a pensar en qué medida cada uno de nosotros podemos colaborar con ella, para que ese Estado terrorista sea transformado en un Estado democrático y laico, donde puedan convivir fraternal y solidariamente todos sus habitantes, como ella lo anhela, ejerciendo desde su magistratura el rol ético que ha asumido dignamente, y desde el cual nos pide que la ayudemos porque «Se lo debemos a nuestros hijos».
La periodista continúa:
«La pasada semana Nurit escribió un artículo en el que condenaba las muertes de los últimos menores palestinos a manos del ejército israelí: Cuatro en tan solo unos días. Número insuficiente para convertirse en noticia en la prensa internacional.
«Sólo esos niños muertos -escribió Nurit- solo ellos, que se han unido a mi hija en el reino del subsuelo de los niños sobre el que este país de cemento es continuamente construido, (…) sólo ellos saben que los tanques y excavadoras y las leyes silenciadoras y racistas que aparecen a diario no harán desaparecer la sangre de nuestras manos….
-«La sociedad europea está preparada para el Tribunal Russell» -insiste antes de despedirnos- «Estados Unidos y Europa no pueden seguir ignorando los crímenes israelíes durante más tiempo. Ha llegado la hora de actuar. Se lo debemos a nuestros hijos.»
Su padre, Matti Peled, le enseñó y nos enseñó, a quienes hemos tenido la posibilidad de conocer a esta familia excepcional, a no dejar de comprometernos y acompañarlos en su dignísima tarea de esclarecerle a todos los habitantes de nuestra madre Tierra, lo que significa el Estado terrorista de Israel en su aventura absurda de querer convertirse en un Estado exclusivamente de judíos, intentando un etnocidio de aquellos palestinos, cristianos y musulmanes, que decidieron voluntaria y valientemente quedarse a vivir en él, y cuyo crecimiento demográfico es imposible detener.
Cuando recorría las páginas del libro de su hijo, Miko, me trajo el recuerdo del texto que incluyo como epígrafe de este ensayo, tomado del Bhagavad Gita, y que, significa, para mí, comprender lo que Miko descubre y nos relata en el final de su libro, el cambio profundo que se produjo en su padre y que él relata en el inicio del capítulo 15 del mismo, con esta pregunta:
«¿Qué hizo que tu padre cambiara?
La gente me pregunta constantemente qué fue lo que hizo que Matti Peled cambiara del general que era conocido por sus ideas conservadoras de «halcón» y que reclamaba la guerra en términos nada dubitativos, a un hombre decidido y dedicado su vida a lograr la paz.»
Miko Peled encontró en las propias respuestas de su padre, una respuesta a las preguntas que le formulaban y que él mismo, seguramente se formulaba.
Decía su padre y así lo relata Miko:
«Mi padre tenía su propia forma de contestar esa pregunta en entrevistas y artículos. «Cuando los objetivos estratégicos de Israel convocaban a la guerra, yo respaldé la guerra, y cuando la paz fue posible, yo pedí por la paz», solía decir con calma y luego agregaba, «No hay conflicto alguno aquí.» Era una respuesta racional típica de él.»
Yo mismo, en la lectura de casi todo el texto del libro, tenía otra respuesta. Y eso me llevó a pensar en Arjuna, al comando del ejército indio que debía luchar contra sus primos en la guerra que es relatada en el Mahabharata, del cual he rescatado el texto del Bhagavad Gita. [5] Debo confesar que mis estadías en la India, y mis estudios de la historia y, en especial, las religiones de ese país, así como el tiempo pasado en el ashram de Sevagram, y con Pyarelal Nayar, secretario de Mahatma Gandhi, en Nueva Delhi, dejaron en mí una impronta indeleble que me lleva, quizá con cierta ingenuidad, a tratar de comprender las dificultades que enfrentamos los seres humanos para poder convivir fraternalmente.
Y entonces busco en sus textos, leídos muchas veces, las respuestas que me permitan superar dificultades y encontrar, aplicando la metodología del satyagraha y la no-violencia, las causas profundas de los conflictos y la superación de los mismos.
Y, con Matti Peled, me pasó lo mismo. Y mi razonamiento comenzó al conocer que él era palestino judío, nacido en la Palestina del mandato británico, y que primó, en la primera etapa, su condición de judío, y seguramente, hombre digno y profundamente dolido por los acontecimientos de la segunda guerra mundial y el padecimiento de los europeos judíos, así como otros grupos humanos, lo habían llevado a compartir la ideología sionista con su intento de resolver lo que en la Europa racista y discriminadora se denominaba «el problema judío» o «la cuestión judía».
Y asumió ingenuamente la idea de que la implantación de un Estado judío, primariamente llamado «hogar nacional judío», en la Palestina histórica, era la solución del «problema judío» o «cuestión judía».
Y se unió al Palmach, grupo de europeos terroristas, y así como, según lo comenta su hijo, luchó contra los ingleses, por considerarlos invasores de la que en ese momento consideraba su patria, Palestina, entonces se convirtió en un guerrillero judío, cuyo objetivo era la implantación del «hogar nacional judío», luego devenido en el Estado de Israel.
Seguramente desconocía el Informe Campbell-Bannerman, proyecto inglés de 1907, cuyo objetivo era implantar un enclave colonial en Palestina, para evitar la independencia, unión y soberanía de los pueblos árabes, las que si eran logradas por esos pueblos impedirían la continuidad y perennidad del imperio británico, según lo habían indicado los expertos de los países, Inglaterra, Francia, Bélgica, Holanda, Italia, España y Portugal, reunidos para la redacción de ese documento, que el imperio británico mantuvo en secreto durante 100 años. [6]
Seguramente, como su hijo lo plantea, si hubiera seguido viviendo y observado lo que los gobernantes de ese Estado terrorista están haciendo, ¿habría seguido adhiriendo a la ideología sionista? Miko Peled lo duda, no lo dice, pero queda sin responder a la pregunta que él mismo se formula.
Yo sí, no tengo dudas: Matti Peled, palestino judío, habría renunciado a una ideología perversa y colonialista, y lo que Miko nos relata a partir de ese capítulo 15 de su libro, creo absolutamente, que habría renunciado.
Y ¿por qué pienso y digo esto?
Matti Peled, a través de su sufrimiento había aprendido que ninguna tierra nos pertenece, sino que nosotros pertenecemos a la tierra donde hemos nacido. Rechazó, seguramente, la falsa doctrina de dioses mezquinos e hipócritas, como Jhwh, que prometían donaciones a pueblos nómades, otorgándoles territorios como si ellos fueran los dueños de los mismos, y de ahí las absurdas creencias de «pueblos elegidos» y «tierras prometidas» [7] con las que los ideólogos judíos aún siguen difundiendo pretenciosamente como verdades dogmáticas, con una pátina de «mandato divino», establecidas por esas deidades militaristas y etnocidas.
Inventándoles sacralidad a sus textos, textos llenos de violaciones, crímenes y asesinatos, transformados en mandatos de esa deidad, a la que el padre Michael Prior, considerara militarista y genocida, y cuyas narrativas en los textos de la Torah, sólo exponen crímenes de guerra y crímenes de lesa humanidad, no prescriptibles, analizados con los estándares seculares modernos de los derechos humanos y políticos. [8]
Yo había aprendido en la India, esta sencilla y profunda verdad, «uno pertenece a la tierra donde ha nacido, y no que esa tierra nos pertenece», cuando una noche en Calcuta, donde pernocté en un templo, tuve un encuentro con el monje que cuidaba del mismo.
Aún recuerdo que en el anochecer de Calcuta, y luego de cenar, lo que me pareció un delicioso bolo de arroz, caminaba yo por los jardines del templo, cuando un leve sonido, como un silbido, me llamó desde lo alto de la terraza.
Subí las escaleras y allí, sentado y con las piernas cruzadas a la usanza india, iluminado por la luz de la luna, se encontraba un monje que, como todos los indios, se interesó por mí, transeúnte extranjero. Y surgió la pregunta, repetida y escuchada, una y cien veces en mis andanzas por los caminos de la India:
«¿Cómo se llama? ¿De dónde viene? ¿Cuántos años tiene?¿Quién es? ¿Qué estudió? ¿Dónde? ¿De qué lugar de la India viene? ¿A dónde va?…..¿Es usted un buscador de la Verdad?
Saad Chedid. Soy argentino, de América del sur. Estudiante. Filosofía. Vengo de Sevagram, del ashram de Aryanayakam. A Shantiniketan… Sí.»
Y la respuesta, que me marcó para toda mi vida, y que hasta hoy guía mis pasos en este universo poblado con miles de millones de galaxias, con millones de agujeros negros, compuesto también por materia oscura y antimateria y mundos paralelos, en su insondable profundidad que nos llena de asombro y nos hace asumir la mayor de las humildades posibles, para ser dignos de nuestra condición humana:
«Vuelva a la tierra en que nació. Usted ahora pertenece a esa tierra. Y allí encontrará las respuestas a sus preguntas.
Allí encontrará la Verdad que busca. Si Brahma ha querido que usted naciera en la Argentina, allí debe encontrar usted sus respuestas. No aquí .
Quizás ha regresado a la India porque en alguna encarnación anterior usted vivió aquí. Y por eso quiso volver a recorrer estos lugares. Pero ahora su lugar está en el lugar en que nació. Vuelva allí, a la Argentina, país en el que nació. Allí encontrará las respuestas que busca, porque allí pertenece ahora. No aquí.»
Matti Peled, luego de cumplido su cometido de implantación del Estado de Israel, encontró en el sufrimiento de los palestinos, sus propios compatriotas, a manos del ejército del Estado recién constituido, convertido en ejército de ocupación, como él lo había previsto, la motivación para recuperar su identidad originaria y luchó entonces con la misma voluntad de antes, pero esta vez con los instrumentos de la palabra y el corazón, rechazando entonces la recurrencia a las armas y a la violencia, con las que los invasores europeos sionistas habían luchado, para imponerse a los autóctonos habitantes.
La experiencia que luego relatará su hijo, quien encuentra entonces respuestas a las preguntas que él mismo se formulaba con respecto al cambio profundo que se había producido en su padre, el cual pasó de ser un ‘halcón’ del Tzahal a un hombre de diálogo con los palestinos y un defensor acérrimo del Estado palestino. Fue el primero de su generación en asumir la necesidad de la creación del Estado Palestino, y ello lo llevó a acusar a Yitzhak Rabin de no cumplir con los Acuerdos de Oslo, ya que Matti Peled, al igual que Edward W. Said había leído la letra chica del Acuerdo y descubierto la falsedad en el documento, y defendió la postura de Yasser Arafat, quien había sido acusado de ser el responsable del fracaso de las negociaciones.
Antes de analizar otros textos del libro de Miko, veamos su asombro al descubrir que a su padre, los palestinos de todas las aldeas y ciudades le llamaban Abu Salaam. Y cuando su amigo Nader, lo presenta en Nazaret, dice:
«¿Sabes quién es el padre de Miko? Matti Peled.
Sus rostros se iluminaron.
«Abu Salaam», dijeron. Padre de la Paz. «Por supuesto que conocemos a Abu Salaam». Nader mi mró radiante.
Esta fue la primera vez que escuché que llamaban a mi padre por ese nombre. Era consciente por supuesto, de que él había trabajado íntimamente con los palestinos en Israel, y era muy conocido entre la comunidad israelí-palestina. Pero no me dí cuenta hasta entonces de realmente cuánto impacto había tenido su participación. Por donde viajara, tanto dentro o fuera de Israel y en la Ribera Occidental, oía que se referían a mi padre como Abu Salaam mientras la gente me daba la mano con gran emoción. Escuché historias por primera vez de cómo él se opuso vehementemente a la confiscación masiva de tierras que los palestinos tenían que soportar, ayudaba a aquellos que tenían asuntos legales, y salió a hablar contra las injusticias cuando la gente era detenida o deportada. La verdad es que hasta ese momento, yo no conocía en plenitud lo que mi padre había hecho por la paz y lo que esto significaba para tanta gente.»
Y desde ese momento Miko Peled comienza un recorrido, que le permite conocer mejor la vida de su padre, ya dentro de las comunidades palestinas a las que les ha perdido el temor, y descubre un mundo nuevo, lleno de vidas y personalidades generosas que le muestran una realidad muy distinta de aquella que había aprendido, tanto en sus estudios, desde la primaria a la Universidad, y también en el Tzahal.
Su hermana Nurit Peled-Elhanan, en su conocido libro Palestina en los textos escolares del Estado de Israel, realiza un análisis exhaustivo de las tergiversaciones, inexactitudes y falsedades que se inculcan a los estudiantes israelíes con respecto a Palestina y a los palestinos.
Y comienza así el Prefacio del mismo:
«En Israel, los libros escolares son escritos para jóvenes que serán preparados para unirse al servicio militar compulsivo a los 18 años de edad y llevar a cabo la política de ocupación israelí en los Territorios Palestinos.» [9]
Pero sigamos el itinerario por el que nos lleva Miko Peled, para conocer mejor a un hombre cuya vida estuvo signada por una profunda vocación de servicio, pero fundamentada en principios éticos y de solidaridad.
«A menudo se me pregunta cómo había sido que él había desarrollado opiniones tan claras y avanzadas en este tema, y la única respuesta que se me ocurre es que era un hombre de principios irrenunciables. No aceptaba la doble moral de que nosotros, el pueblo judío, merecemos vivir en la misma tierra que los palestinos y al mismo tiempo despojarlos de sus derechos. También tenía serias preocupaciones por la naturaleza de la democracia judía, y sabía que la ocupación de otro pueblo destruiría la integridad moral de la sociedad y la de las FDI. No quería ver a las FDI convertidas en una fuerza brutal, acusadas de oprimir a una nación que con seguridad se levantaría para resistir la ocupación. Había otros sionistas, como el venerado profesor Yeshayahu Leibovitch y el periodista Uri Avneri, por nombrar sólo dos, que pensaban y hablaban como él. Pero cuando decía estas cosas, era particularmente problemático para la gente porque él era un militar, general de la generación de la Palmaj.»
Y Matti Peled, del mismo modo que había luchado en su juventud contra las fuerzas colonialistas inglesas por una Palestina libre, y luego apoyar y luchar por el proyecto sionista de implantar un Estado para los europeos judíos, ahora luchaba contra sus propios camaradas del Tzahal, que ocupaban los cargos en el gobierno, y los acusaba de traicionar los principios de la ética y los compromisos asumidos internacionalmente, al impedir intencional y voluntariamente la creación del Estado Palestino.
El Estado de Israel, Estado pergeñado por la potencia imperial británica en 1907, no había sido implantado para resolver el «problema judío» ni la «cuestión judía», sino para cumplir el rol de enclave colonial.
Los hombres como Matti Peled, como lo señala su hijo, y así lo reconocían los palestinos que lucharon contra la implantación de ese Estado terrorista, como lo veremos, con ideas y principios éticos, no pudieron soportar la hipocresía de esos dirigentes y terminaron enfrentándolos.
Y desde esta perspectiva es que rechazo absolutamente la ignominiosa actitud de un inmigrante ruso, Avigdor Lieberman, llegado al Estado de Israel, en 1987, que pretende, disfrazando su ambición personal con un supuesto y falso mandato de su deidad Jhwh, y apelando a esa absurda e infantil creencia de «pueblo elegido» y «tierra prometida», expulsar o exterminar a los autóctonos habitantes de Palestina, so pretexto de que esa tierra les pertenece a los judíos. Objetivo que, seguramente, pretenderá cumplir si llega a ser, como pareciera, primer ministro de ese Estado terrorista.
Y también quiero rescatar la vida de un palestino, quien luchó contra Matti Peled, y luego se convirtió, aunque no lo conoció, en su mayor defensor y así se lo relató a su hijo Miko, y éste lo narra en su libro.
Ese palestino, que no sé si vivirá aún, también debe ser recuperado históricamente, porque son los hombres como ellos los que merecen nuestro respeto y seguir sus ejemplos de dignidad y valentía.
Así comienza Miko la aventura que le permitirá, al fin conocer y saber por qué su padre cambió tanto:
«El fin de semana posterior a mi primera estadía en el campamento de refugiados de Deheishe para enseñar karate, lo llamé a Jamal para ver si estaba libre la semana siguiente. Dijo que había alguien a quien quería presentarme en persona -un hombre llamado Abu Ali Shahin. «Es el hombre que creó el orden que condujo nuestras vidas en prisión, era nuestro líder, y tiene mucho respeto por tu padre. En realidad, visitó la tumba de tu padre varias veces y quiere encontrarse contigo.»
El nombre no significaba nada para mì, pero tenía curiosidad por conocer a ese hombre. Así que al día siguiente tomé el autobús desde el este de Jerusalén a Ramallah, donde me encontré con Jamal. Fuimos juntos a buscar a unos amigos de él, todos hombres que habían pasado años en prisiones israelíes, cada uno con historias que podrían llenar volúmenes.
Llegamos a un departamento espacioso en Ramallah, donde un anciano diminuto de pelo blanco, anteojos y barba blanca nos recibió en la puerta con abrazos y besos y luego nos invitó a su estudio. Pregunté si se me permitía filmarlo. No estaba seguro de qué iba a decir, pero tenía la intuición de que era importante así que quería grabarlo. Dijo que estaba bien y salió del cuarto. Cuando volvió, tenía una keffiyeh a cuadros negros y blancos, el símbolo de Fatah, por encima de su hombro.
Éste era Abu Ali Shahin, comandante de Fatah y líder de los políticos palestinos prisioneros por más de dos décadas. «Ésta es la primera vez que hablo en hebreo desde 1982,» dijo con una sonrisa.
Y así comenzó una larga y cautivante historia contada por un hombre que en un momento era uno de los asistentes más cercanos de Yasser Arafat y en la lista más buscada de Israel. Pero más que eso, él sabía algo sobre mi padre que yo nunca había escuchado antes.»
Y he aquí lo que Abu Ali Shahin, le dice a Miko y son sus palabras las que quiero también rescatar, por lo que habré de plantear después:
«En 1948, durante la guerra, mataron a mi padre,» comenzó diciendo. Luego me enteré de que Abu Ali había nacido en enero de 1939, así que no tenía diez años cuando esto ocurrió. «Él comandaba las fuerzas que defendieron a nuestra aldea, Beshshit, y lo mataron en la batalla. Después de la batalla nuestra aldea fue destruida y terminamos en el campamento de refugiados de Rafah en la Franja de Gaza. Mi padre murió en la batalla, pero la guerra es la guerra, uno sabe que un hombre puede morir. Pero en 1967, apenas días después del final de la guerra de los seis días, los israelíes masacraron a mi familia entera, mataron a civiles, no combatientes.»
Abu Ali se paró de su silla y comenzó a servirnos café a todos nosotros. Se detuvo y me miró. «Así es cómo sé sobre tu padre.»
Estaba confundido. Mi padre no tuvo nada que ver con Gaza en 1967. «¿Cómo podía mi padre estar involucrado?
«Ya llegaré a eso en un momento. No había pasado más de una semana después de la guerra, cuando un oficial del ejército israelí apareció en nuestro vecindario en el campamento de refugiados de Rafah en Gaza, al mando de una compañía de soldados y de una topadora. Los soldados les dijeron a todos que salieran de sus hogares. El oficial inspeccionó a todos y luego envió a las mujeres y a los niños menores de 13 años de nuevo a sus casas. Tomó a todos los hombres y a los chicos de más de 13 años y los llevó hacia otra parte del campamento, lo suficientemente lejos para que las familias no pudieran ver. Luego los soldados alinearon a todos contra una pared y les dispararon a todos. Cuando terminaron, el oficial fue uno por uno y le disparó a cada persona en la cabeza.»
«¿Cuántas personas había ahí?»
«Más de 30, entre ellos un chico de 13 años y un anciano de 86. Después de que les disparó, los cuerpos fueron alineados en el piso y la topadora empezó a pasarles por encima, yendo de un lado a otro y de un lado a otro hasta que los cuerpos quedaron irreconocibles.»
«¿Cómo se enteró?»
«Fue a plena vista, mucha gente lo vio, vieron la topadora y vieron al oficial ir y dispararle a cada persona en la cabeza. Hay testigos oculares.
Mi madre salió corriendo cuando le llegó la noticia, y ella fue la primera en ver a los hombres y a los chicos que habían matado. Sólo pudo distinguir y decir quién era quién por la ropa que usaban.»
Yo apenas podía digerir todo esto y todavía no podía entender cómo mi padre podía estar conectado con nada de esto. «¿Usted estaba en Gaza entonces?»
«No, estaba en la Ribera Occidental trabajando encubierto. Un amigo vino un día y me dio la mala noticia.
Cuando se me confirmó que esto realmente pasó, sentí un dolor tan intenso que creí que mi corazón iba a explotar. Supe en ese momento que yo jamás podría hacer que alguien sintiera semejante dolor. No me importa si alguien es israelí o judío o lo que sea, este es un dolor que nadie jamás debe sufrir.»
«Abu Ali, todavía no veo de qué manera mi padre estuvo involucrado.»
«Estoy llegando a eso. Después me atraparon y fui interrogado y torturado durante cinco meses. Durante mi interrogatorio le dije a mi interrogador, un tipo que se llamaba Pinhas, ¿Por qué dices que somos asesinos? Ustedes son los asesinos, no nosotros. ¿Por qué matar a un hombre de 86 años? ¿Qué podía hacerles? ¿O a un chico de 13 años?»
A Pinhas le interesó lo que yo había dicho, y pidió detalles. Cuando volvió al día siguiente, escribió los nombres de las personas que habían matado. Y después Pinhas vino a verme con otro oficial y dijo, ¿Ves a este hombre?, él se va a asegurar de que alguien investigue la masacre de tus parientes.»
¿Realmente usó la palabra masacre? Yo dudaba, así que Abu Ali enfatizó: «¡Él usó la palabra ma-sa-cre!»
«No fue hasta muchos años después, en 1979, que me enteré que este oficial trabajaba con tu padre, y me enteré de lo que hizo tu padre. Yo estaba en la prisión de Shata en ese momento, y estaba hablando con un oficial del Shabak (el servicio de seguridad general o GSS por sus siglas en inglés), y él fue el primero en decirme que el general Peled se enteró de cómo había sido asesinada mi familia en Rafah y fue a constatarlo él mismo. Más tarde personas en Rafah me confirmaron esto. Matti Peled vino al campamento de refugiados en persona.
Todo el mundo en Rafah hablaba sobre el hecho de que Matti Peled, uno de los más grandes oficiales del ejército israelí, un general que era muy respetado, derecho como una flecha, el hombre que fue gobernador militar de Gaza, había venido en persona, hasta había manejado él mismo, y visitó las casas de las víctimas. Tu padre visitó la casa de mi familia, habló con los adultos y consoló a los niños.
La gente comentaba lo perturbado que estaba cuando lo llevaron a ver el lugar donde tuvo lugar la masacre. Tu padre también escribió un informe a Yitzhak Rabin y Haim Bar-Lev, pero no hicieron nada.»
«Lanzó un profundo suspiro. «Ahora tengo 72 años. Voy a cumplir 73 en 10 días. Todavía estoy pagando por lo que hice entonces, pero no me arrepiento de nada. No, soy un combatiente y un comandante, y dediqué mi vida a la lucha. Hice lo que me dictó la conciencia y estaba preparado para morir cada vez que iba a una misión.»
«Luego hizo una pausa, se enderezó en el asiento, y dijo en voz baja:
«Todos pertenecemos a esta tierra y necesitamos vivir juntos. Ningún Estado árabe, ningún Estado judío. El judaísmo es una religión, y yo estoy hablando de un Estado secular para todos sus ciudadanos. Ésa es la única manera de vivir aquí. Ser judío, musulmán o cristiano o ateo, esa es una elección personal, no es cuestión mía dictarla ni que me la dicten. No quiero un sacerdote, o un rabino o un shaij que gobierne mi vida. Nosotros pertenecemos a esta tierra y necesitamos vivir aquí como iguales.»
«Ésta no era la primera vez que yo había escuchado a alguien hablar de «un solo Estado democrático secular» como la solución correcta. Era parte del manifiesto de Fatah de crear una democracia secular en toda Palestina. En el pasado, no podía digerirlo, pero cuanto más gente impactante e inteligente como Abu Ali conocía, gente que se guiaba por principios, más creía que no tenía sentido, en realidad ningún futuro, el dividir a los pueblos y a la tierra. Sin mencionar que los asentamientos y la realidad sobre el terreno habían logrado eliminar a la Ribera Occidental como un área viable dentro de la cual pudiera establecerse un Estado palestino. Mi familia era toda sionista, y de hecho también lo era yo, pero se estaban abriendo grietas en mi convicción de que había una necesidad o siquiera una justificación para un Estado que fuera judío.
Luego, Abu Ali comenzó a hablar de mi padre de nuevo.
«Yo visité la tumba de tu padre nueve o 10 veces, y cada una de las veces llevé flores. La última vez fue a fines de 2003. Luego me sacaron el permiso para entrar a Israel así que ya no puedo salir fuera de la Ribera Occidental.»
«En ese instante uno de los otros en el cuarto preguntó, «Abu Ali, ¿por qué visitaste la tumba tantas veces? ¿No fue el general Peled también responsable de nuestro sufrimiento? Después de todo, él también fue un general israelí.» Abu Ali se paró. Lo miré y pensé, su pequeño cuerpo puede llevar a confusión porque cuando habla, escuchan en silencio hombres mucho más grandes que él.
«El general Peled no era un general común,» dijo, en un claro tono de reprimenda, él cambió como resultado de algo que vio, y nunca miró para atrás. Fue un gran hombre, y podría haber sido un miembro del gabinete o aún primer ministro si se quedaba y seguía la corriente. ¡Pero no! Siguió su conciencia y se mantuvo fiel a ella toda su vida. Nunca lo conocí, pero sentía y aún siento una verdadera afinidad con él.»
«Cuando volví a casa esa noche, le conté a mi madre esta historia. Ella inmediatamente respondió:
«Sí, yo recuerdo eso. Tu padre estaba tan disgustado que no pudo dormir durante semanas. Les escribió a Rabin y a Haim Bar-Lev sobre ello, pero no hicieron nada. Esto lo cambió por completo.»
La lectura de estos breves textos, y el profundo respeto que siento por hombres de esta talla, me hace indignar frente a tantas idioteces de algunos pocos dirigentes judíos, cristianos y musulmanes, porque tienen una prensa servil, quienes en nuestro país, sin saber nada de lo que pasó y pasa en Palestina, la Palestina ocupada y la devenida en Estado terrorista de Israel, hablan y escriben. Y quiero destacar específicamente a personajes como Marcos Aguinis, quien desde la comodidad de su casa pretende defender el accionar de los dirigentes de ese Estado terrorista, y lanza diatribas contra palestinos que ni siquiera conoce y nunca en su vida ha visto, y lo hace como si estuviera escribiendo una novela más, ignorando la realidad a la que se refiere, con una superficialidad lamentable, pero indignante.
Y también los dirigentes de la DAIA, la AMIA, y otras instituciones judías, quienes creen que hablando y escribiendo sobre el antisemitismo, palabra de la que ni siquiera conocen su significado, del holocausto, de la que tampoco saben qué quiere decir, pero repiten como marionetas teledirigidas. Porque así recibirán las felicitaciones de los jerarcas que gobiernan en el Estado de Israel, e invitaciones para visitar tumbas y museos necrofílicos, como los que pretenden crear en todo el mundo eludiendo así sus responsabilidades. Y todo ello, amparándose en las muertes y sufrimientos de europeos judíos que padecieron los horrores de la segunda guerra mundial, asesinados y torturados por el gobierno nazi, y negados y olvidados por los gobiernos de los países occidentales, que les impidieron sus entradas y nada hicieron para salvarlos del horror al que fueron sometidos.
Si hay algo que tengo claro es que sólo siguiendo el ejemplo de hombres como Matti Peled y Abu Ali Shahin, nosotros, desde la Argentina y desde cualquier otro país, podremos significativamente colaborar para que terminen en la Palestina histórica, en el actual Estado terrorista de Israel, los enfrentamientos inútiles y las muertes de niñas y niños palestinos e israelíes, inocentes, asesinados por soldados niños, e inmoladores niños, como los que relata Miko Peled, y de los cuales su sobrina Smadar Peled-Elhanan es un ejemplo paradigmático.
Aunque de ella conocemos su muerte pero nunca sabremos las de los miles de niñas y niños palestinos asesinados por soldades israelíes, entrenados para esos crímenes, como los que describe Gideon Levy en su «Carta a un soldado», quien le reprocha su crítica a esas prácticas del Tzahal: esto es el asesinato de niñas y niños palestinos de entre 4 y 10 años, con los que se quiere evitar el crecimiento demográfico del pueblo palestino.
Porque las guerras, todas las guerras, son inútiles, inmorales e injustas, y hay que deshonrarlas, porque sólo sirven para que personajes siniestros como Avigdor Lieberman, que no nació en esa tierra, que no conoce el amor que por ella sintieron hombres como Matti Peled, y Abu Ali Shahin, y que llegó a ella sólo como inmigrante ruso, pero que pretende ahora expulsar a los autóctonos habitantes: los palestinos.
Y que, seguramente, mañana querrá hacer lo mismo con Zika Peled y con su hija Nurit Peled-Elhanan y todos aquellos que se opongan a su pretendida «tierra prometida» por pertenecer al «pueblo elegido» de Jhwh, deidad cruel, militarista y genocida, a la que, por conveniencia geográfica y cultural, la transforman y la llaman, falseando su identidad y su nombre, «Dios» o «God», con lo que logran engañar a los pueblos en los que habitan, apelando a un supuesto e inexistente «monoteísmo».
Porque Jhwh, deidad de los judíos, no es ni Dios ni God, deidades cuyos nombres no pueden ser intercambiados por otros, y que, además, pertenecen a otros pueblos y a otras culturas.
[1] Bhagavad Gita. Introducción, traducción y notas de Franciso Rodriguez Adrados. EDHASA, Barcelona, 1988, pp. 68-69.
[2] Miko Peled. El hijo del general.El viaje de un israelí en Palestina. Editorial Canaán, Buenos Aires, 2013.
[3] Miko Peled, El hijo del general. Editorial Canaán, Buenos Aires, 2013, pp.
[4] Entrevista con Nurit Peled. Voces desde Israel. 05.04.2010 · Olga Rodríguez.
[5] Bhagavad Gita. Introducción, traducción y notas de Franciso Rodriguez Adrados. EDHASA, Barcelona, 1988.
[6] Ver Etienne Balibar y otros, Antisemitismo, el intolerable chantaje.Editorial Canaán, Buenos Aires, 2009. Ensayo de Saad Chedid, en pp. 95-172.
[7] Anthony D. Smith, Chosen peoples. Sacred Sources of National Identity. New York, Oxford University Pres, 2003.
[8] Michael Prior, La Biblia y el colonialismo. Una crítica moral. Editorial Canaán, Buenos Aires, 2005. Ver también Saad Chedid y Nur Masalha, La Biblia leída con los ojos de los cananeos. Editorial Canaán, Buenos Aires, 2012.
[9] Nurit Peled-Elhanan, Palestine in Israel School Books. Ideology and Propaganda in Education. I. B. Tauris & Co. Ltd., New York, 2012, p. VIII.
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