Traducido para Rebelión por LB
Al reptar en dirección sur por el húmedo pasadizo de un metro de altura uno no tiene más remedio que confiar en que los soportes de madera resistan el peso de las gruesas capas de arcilla y arena que se amontonan sobre su cabeza e impidan que se desmoronen sobre uno. Quien haya estado alguna vez en la angosta galería de una mina de carbón encontrará familiar la leve sensación de claustrofobia que produce visitar los túneles de los contrabandistas de Gaza, en los que el mes pasado se ha producido un promedio de tres muertes por semana.
Para llegar a este túnel hay que bajar el pozo de acceso como un mono desgarbado, apoyando cautelosamente las manos y los pies sobre los desesperadamente estrechos listones empotrados en sus paredes de madera. Dada la dificultad del acceso y las condiciones de hacinamiento, produce sorpresa ver luces encendidas cuando se llega a la meta. Bienvenido al mundo subterráneo bajo la frontera de Gaza y Egipto.
Las bombillas están conectadas a largos cables enganchados a la red eléctrica municipal de Rafah, y bajo su luz «Félix», un alegre palestino negro de 27 años de edad, ha estado hablando por su intercomunicador con su socio egipcio situado al otro extremo de la túnel de un kilómetro de longitud. A su lado, el ronroneante motor eléctrico arrastra largos cables de acero que cargan bombonas de gas de cocina de fabricación egipcia. Tan sólo esta mañana ya han pasado doscientas. «Me pasé dos años haciendo un diploma en decoración«, dice Félix, «pero tengo cinco hijos que mantener y este es el único trabajo que he podido encontrar«.
Cada comerciante que adquiere una de las preciadas bombonas azules paga una prima de 20 euros por la difícil y peligrosa tarea que supone simplemente transportarlas, dice su jefe, Ahmed. Sin embargo, en Gaza, donde el gas de cocina ha sido prácticamente inasequible, los comerciantes recuperan sus gastos revendiendo cada bombona a más de 80 euros la pieza. «Todo lo que le falta a la gente de Gaza les llega a través de los túneles», explica.
Por los centenares de túneles se transporta todo tipo de productos de primera necesidad, desde combustible diesel, ropa, chocolate, cigarrillos y patatas fritas hasta ganado y motocicletas chinas. Y, al parecer, incluso ocasionalmente algún que otro paciente de hospital que ha ido a Egipto para recibir tratamiento y luego ha sido expedido de vuelta en un carrito, convenientemente drogado para evitar los ataques de pánico subterráneo.
Constituye una estimulante ironía saber que la red de túneles, que un informe de las Naciones Unidas ha definido esta misma semana como «hilo vital» y como «consecuencia directa» de un asedio diseñado por los israelíes para debilitar a Hamas, en estos momento está llenando de dinero las arcas de la facción islámica.
A unos cientos de metros a lo largo de lo que queda del muro de acero que voló Hamas el pasado mes de enero, Karim y Eyad supervisan la excavación de un nuevo y más profundo pozo de piedra y cemento. Igual que los demás, está protegido de las inclemencias del tiempo por una gran carpa. En cumplimiento de la nueva normativa, los dos hombres, ambos de 35 años, han pagado a la alcaldía de Rafah, controlada por Hamas, 2.100 euros para poder excavar su túnel.
Un escuálido y paciente caballo pardo eleva repetidamente un cubo de cuero repleto de barro desde el fondo del pozo, situado a 20 metros de profundidad, bajo la mirada vigilante de los soldados egipcios apostados en una torreta de vigilancia situada al otro lado de la frontera. Eyad explica las dificultades que entraña alinear correctamente los túneles para que al otro lado de la frontera escapen a la atención de las fuerzas egipcias, decididas a destruirlos.
«Utilizamos Google Earth para planificar el túnel«, dice. «Primero tenemos que encontrar un lugar oculto, una casa abandonada o algo así«. Manteniéndose constantemente en contacto por teléfono móvil con un trabajador egipcio al que pagan espléndidamente puesto que se arriesga a que lo metan en la cárcel si lo capturan, y usando una larga pértiga que puede sobresalir por encima del suelo, «hacemos una señal para indicar el lugar al que hemos llegado. Entonces él nos dice: ‘Sí, vais bien’, o ‘moveos a la derecha o a la izquierda’, o ‘continuad 50 metros más’«.
El Alcalde de Rafah, Issa al-Nashar, dice que tras la promulgación de las nuevas normas sobre los túneles elaboradas por Hamas ya se ha «registrado» (y abonado la correspondiente tasa) casi la mitad de los 400 túneles que hay aquí y en los que se calcula trabajan unas 6.000 personas. Funcionarios de Hamas comenzaron a inspeccionar los túneles durante el mes pasado y han ultimado un acuerdo por el cual los propietarios se comprometen a pagar una indemnización a los trabajadores que resulten heridos o mueran en ellos.
Los túneles constituyen una dolorosa fatalidad impuesta por el asedio israelí, dice el señor Nashar, y añade: «En el instante mismo en que los pasos fronterizos se abran los túneles serán desmantelados». Las mercancías que pasan de contrabando no están siendo gravadas por el gobierno de facto de Hamas, insiste, aunque admite que «puede que sí lo sean en el futuro«.
Lo cierto es que los túneles son un gran negocio. Karim, que solía trabajar en la construcción en Israel, dice que construir su túnel le costó aproximadamente 55.000 euros. «He vendido mi coche, el oro de mi esposa, todo para pagar el túnel«. Sin embargo; confía en ganar entre 8.000 y 40.000 euros al mes cuando el túnel funcione a pleno rendimiento las 24 horas al día, siete días a la semana. Con ese dinero tendrá que pagar a los 20 trabajadores que piensa contratar. Ahmed, el jefe de otro túnel, dice que los túneles que se está pagando hasta 80.000 euros por túneles que ya están en funcionamiento.
Si bien en el lado palestino la túneles pueden operar abiertamente, ninguno de los operadores nos revela su nombre completo. «Si vamos a Egipto nos podrían arrestar«, explica Karim. Israel está convencido de que Hamas ha estado introduciendo armas en Gaza a través de túneles más discretos controlados por la facción, pero Karim dice que no teme que nadie le pida pasar armas. «No hay mercado para las armas«, insiste. «Está vigente una tregua con Israel, no hay enfrentamientos entre Hamas y Fatah, y ya hay suficientes armas en Gaza «.
Karim, que antes de que estallara la segunda Intifada comenzó a hacer prácticas de médico en Rumania hasta que se quedó sin dinero, confiesa que preferiría estar haciendo otra cosa antes que un trabajo que ya se ha cobrado 40 vidas este año. Escrutando el fondo del pozo añade: «Quién sabe si no estaré cavando mi propia tumba«.
Fuente: http://www.independent.co.uk/news/world/middle-east/my-descent-into-gazas-smuggling-underworld-972788.html