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Episodios de terror cotidiano en Gaza

Mi mujer se va a morir en el coche

Fuentes: Haaretz

Traducido para Rebelión por LB

Soñaban con pasar juntos los últimos años de su vidas. Una pareja de ancianos, Fauziyah al-Darek, de 66 años, y su marido, Mahmoud Qab, de 70, aspiraban a seguir disfrutando de su única hija y de sus tres jóvenes nietos en su modesta casa de Dir al-Ghusun. Sin embargo, ahora Mahmoud es viudo y permanece sentado solo en una silla blanca de plástico en el centro del salón de su casa con una kefiya anudada alrededor de su huesudo rostro. Sobre la mesa reposa un retrato de su abuelo y de la pared cuelga una fotografía de su mujer, enmarcada en una orla negra y rodeada de coloridas imágenes de flores dispuestas en torno al retrato fúnebre.

Fauziyah murió a causa de la insensibilidad de los soldados israelíes que no permitieron que la llevaran urgentemente al hospital de Tul Karem tras sufrir un grave ataque cardíaco. Fauziyah estaba tendida en el asiento trasero del taxi (el ejército israelí prohibió que una ambulancia fuera a buscarla a su casa), respirando con dificultad y gimiendo de dolor mientras su esposo imploraba a los soldados israelíes tratando de convencerlos y de explicarles que su mujer estaba a punto de morir. Todo fue en vano. «Lárgate de aquí, nos importa un carajo que se muera tu mujer», le espetó uno de los soldados.

¿Cómo se sentirían esos soldados si hubiera sido su madre la que recibiera semejante trato? ¿Qué recuerdos arrastrarían consigo durante el resto de su vida? ¿Qué es lo que pasa por la cabeza de un joven soldado que ve cómo un anciano palestino le suplica por la vida de su esposa, ve el grave estado en que se encuentra la mujer en un taxi y persiste en su cruel actitud? Estas son preguntas que evidentemente no inquietaron a los soldados israelíes que impidieron que trasladaran a Fauziyah a un hospital. Disponían de varias excusas. Ellos impidieron su traslado, provocaron su muerte y al infierno con esas cuestiones superfluas.

Una antigua foto en blanco y negro: Fauziyah y Mahmoud cuando eran unos jóvenes exiliados en Kuwait, donde pasaron muchos años de su vida. Hace tres años Mahmoud mandó enmarcar esta foto y la colgó sobre la cabecera de su cama, la cama en la que murió Fauziyah.

Parte de la carretera que conduce a Dir al-Ghusun es de una belleza arrebatadora. Se atraviesa la encarcelada y agonizante Tul Karem, el centro urbano medio desierto donde ya no se aprecia apenas ningún signo de sus buenos días de antaño. Los campamentos de refugiados, Tul Karem y Nur al-Shams -luz del sol- parecen ciudades fantasma. Luego se atraviesan huertos de almendros en plena floración y olivares irisados bajo la luz primaveral, hasta llegar a Dir al-Ghusun, una ciudad de cerca de 15.000 habitantes.

Mahmoud abre la puerta. Es un hombre enjuto que trabajó durante años en Israel como fontanero. Habla con suavidad y propiedad. Su única hija, acompañada de sus hijos, está ahora con él, cuidando de su padre durante las difíciles jornadas de duelo. En su arrugado rostro se lee el dolor.

El miércoles 13 de febrero Mahmoud llevó a Fauziyah al hospital Doctor Thabet Thabet (llamado así en recuerdo de un médico asesinado por los israelíes) después de que su esposa sintiera una presión en su pecho. El hospital está situado en Tul Karem, a unos 15 minutos en coche de Dir al-Ghusun. Al día siguiente Fauziyah fue dada de alta en el hospital tras diagnosticársele un ligero ataque cardíaco. La pareja regresó a su domicilio en taxi sin demasiados problemas, aunque había por la zona más retenes militares que los habituales, debido a una alerta sobre un hombre bomba supuestamente en ruta hacia Israel.

El viernes 14 de febrero, a eso de las 11 de la mañana , llegaron a su casa. Poco después, el ejército israelí decretó el cierre total de todas las carreteras de la región a causa de la alerta. Los israelíes instalaron retenes en todas las esquinas. Durante las 12 horas siguientes todas las carreteras que van a Tul Karem permanecieron bloqueadas y millares de viajeros permanecieron hasta la medianoche atascados en las carreteras bajo una lluvia torrencial.

Fauziyah, apoyándose en el hombro de su marido, se apresuró a acostarse para descansar de la fatiga provocada por el viaje y su breve hospitalización. Pidió leche y Mahmoud le trajo un vaso lleno de leche caliente. Más tarde, se levantó para ir al baño y regresó al lecho exhausta. Diez minutos más tarde comenzó a experimentar dificultades para respirar. Inmediatamente Mahmoud llamó a su cuñado, el doctor Abdel Fatah, pero no obtuvo respuesta. Mahmoud llamó al 101 y pidió una ambulancia de la Media Luna Roja. Unos 10 minutos más tarde la Media Luna Roja le informó de que los israelíes habían interceptado la ambulancia en un puesto de control situado cerca del barrio de Shweike, en la salida norte de Tul Karm, y que los soldados israelíes no le permitían continuar su camino. La gente de la Media Luna Roja sugirió a Mahmoud que tratara de llevar él mismo a su mujer hasta el puesto de control que los israelíes habían instalado esa misma mañana en el barrio de Al-Jerushiya; tal vez la ambulancia consiguiera llegar hasta allí. Acto seguido Mahmoud llamó al pueblo para pedir un taxi. Fauziyah consiguió bajar a la calle por sus propios medios y se introdujo en el taxi.

Llegaron al puesto de control israelí. El conductor del taxi, Abdel Rahman Assad, contaría más tarde que adelantó una hilera de unos 40 vehículos que se encontraban aguardando en el puesto de control cerrado. Eran casi las 2 de la tarde. Fauziyah estaba tendida en el asiento de atrás, gimiendo. Mahmoud salió del taxi y se dirigió hacia un soldado israelí. «¿A dónde vas?» le preguntó el soldado. «Mi mujer va a morir en el coche», respondió Mahmoud en el hebreo que había aprendido durante sus años de fontanero en Israel. «Déjame llevarla al hospital.» El soldado israelí: «Está prohibido. Vuelve a tu casa.»

Mahmoud cuenta que imploró al soldado al menos en otras cinco ocasiones rogándole que al menos echara un vistazo al interior del automóvil para ver cómo sufría su esposa. «Por favor, mi mujer está en el coche. Déjanos ir al hospital». El soldado israelí se mantuvo inflexible: «Me importa un comino. Si muere, que muera. No me interesa». Los ruegos continuaron durante cerca de 15 minutos mientras que el estado de la mujer se iba deteriorando progresivamente. «Llevadme al hospital, salvadme», gritaba entre jadeos. Al cabo, cuenta Mahmoud, intentó agarrar el rostro del soldado y besarlo como gesto supremo de súplica, pero el soldado israelí lo apartó de sí con rudeza.

Impotente y terriblemente frustrado, Mahmoud regresó al taxi y le dijo al chofer que regresara al lugar de donde habían venido. Condujeron hasta Dir al-Ghusun, a casa del médico local, el doctor Azmi Zanibat, que vive en la entrada sur. Mahmoud entró en la casa y pidió al doctor Zanibat que saliera a ver a su mujer en el taxi. Equipado con un estetoscopio y un instrumento para medir la presión sanguínea -prácticamente todo su instrumental médico-, el doctor salió a donde estaba el taxi. Examinó a la paciente y descubrió que su presión sanguínea era solo de 40/20. Tenía el cuerpo empapado de sudor, el rostro macilento y presentaba cada vez mayores dificultades para respirar. Le inyectó Lasix (un diurético) para liberar el líquido acumulado en los pulmones. Sabía que Fauziyah estaba sufriendo un severo ataque cardíaco, pero no tenía medios para ayudarla. Fauziyah permanecía aún consciente.

En su informe médico el doctor Zanibat escribió lo siguiente: «La paciente llegó a mi domicilio cerca de las 14:30 horas con síntomas de agotamiento, dificultades respiratorias y transpiración excesiva. No era capaz de mantenerse en pie. La examiné y pensé que estaba sufriendo una acumulación de líquidos en los pulmones. Traté de prestarle los primeros auxilios y consideré que debía ser trasladada rápidamente al hospital para recibir oxígeno y primeros auxilios de urgencia. Si hubiera llegado a tiempo podría haber sido atendida. Su marido me explicó que los soldados israelíes les habían impedido ir al hospital. Pedí a su marido que tratara a toda costa de llevarla al hospital, pues de lo contrario sería imposible salvarla. Calculo que si la paciente hubiera llegado al hospital habría recibido tratamiento adecuado y se habría recuperado. Quince minutos después oí que había fallecido», escribió el doctor.

Hundido en la desesperación, Mahmoud regresó a casa en el taxi, junto con su mujer agonizante. Había pedido a su cuñado el doctor que fuera a su casa y allí lo encontró esperándolos a la entrada. El estado de Fauziyah se deterioraba a ojos vista. La llevaron a su lecho. Fueron los últimos instantes de su vida. El cuñado trató de resucitarla aplicándole un masaje pectoral pero fue inútil. Fauziyah se moría. Al cabo de unos minutos dejó de respirar. Esa misma tarde la enterraron en su aldea.

El chofer de la ambulancia de la Media Luna Roja, Hashem Khalil, relató al investigador de B’Tselem para la región de Tul Karem-Qalqilyah, Abd al-Karim Saadi, la secuencia de acontecimientos de los que fue testigo: «Recibí una llamada sobre de una mujer de Dir al-Ghusun víctima de un fallo cardíaco. A las 13:45 salí del puesto. En la entrada de Shweike me topé con una barrera militar. Los soldados nos ordenaron detenernos a una distancia de 30-40 metros y nos prohibieron avanzar más. Conecté el altavoz de la ambulancia para decirles que había una emergencia con un paciente con problemas de corazón en Dir al-Ghusun. Uno de los soldados me hizo gestos para que me diera media vuelta. Permanecí en el lugar y contacté con el oficial de tráfico de la Media Luna Roja para decirle que los israelíes nos estaban prohibiendo el paso. El oficial de tráfico contactó a la Cruz Roja Internacional y les pidió que coordinaran con los israelíes nuestro paso. Durante cerca de media permanecimos inmóviles frente a los israelíes aguardando instrucciones. A las 14:20 horas el oficial de tráfico llamó y me ordenó regresar al puesto. A eso de las 14:35 el oficial de tráfico me comunicó que la Cruz Roja le había informado de que se había coordinado el paso de la ambulancia.

«A las 14:40 regresé al puesto de control de Shweike. Encendí la sirena para que los soldados nos dejaran pasar el puesto de control sin demoras. Los soldados israelíes ignoraron la sirena y nos prohibieron pasar. Al cabo de unos minutos llegó un vehículo militar y nos llamó por el altavoz: ‘¡Lárgate de ahí!’. Repetí la frase en hebreo: ‘Tengo una emergencia con un paciente de Dir al-Ghusun con problemas cardíacos’. Los soldados no se preocuparon lo más mínimo. Seguí esperando hasta las 15:07 y entonces el oficial de tráfico me ordenó regresar porque la coordinación con la Cruz Roja no servía. No pudimos llevar a la paciente al hospital. Más tarde supe que la mujer murió aquél mismo día.»

A la hora de cierre seguimos aún sin recibir ninguna explicación por parte del portavoz del ejército israelí.

Fuente: http://www.haaretz.com/hasen/objects/pages/PrintArticleEn.jhtml?itemNo=959228