Recomiendo:
0

Mientras en el parlamento israelí se vota una ley contra el boicot, el Festival de Literatura de Londres lo aprueba

Fuentes: Info-Palestine

Traducido para Rebelión por J. M. y revisado por Caty R.

«Cuando se deniegan las libertades básicas y las soluciones democráticas están bloqueadas, el boicot cultural de la sociedad civil global es una estrategia política viable y eficaz, en realidad, un imperativo moral».

Es posible que tu navegador no permita visualizar esta imagen.
En la víspera de la aprobación del proyecto de ley contra el boicot en el parlamento israelí por una mayoría de 47 votos contra 38, se llevó a cabo un debate sobre el boicot cultural durante el Festival de Literatura de Londres en el Southbank Centre (Centro Cultural de Londres), presidido por Naomi Foyle del grupo de escritores británicos en apoyo de Palestina (BWISP) (1).

El anuncio del debate decía «allí donde se niegan las libertades fundamentales y las soluciones democráticas están bloqueadas, el boicot cultural de la sociedad civil mundial es una estrategia política viable y eficaz, en realidad, un imperativo moral».

Apoyando la moción, Omar Barghouti, miembro fundador de la PACBI (Campaña Palestina para el Boicot Académico y Cultural a Israel, http://www.pacbi.org/) y Seneviratne Seni, poeta y actor británico de Sri Lanka; contra la moción: Jonathan Freedland, columnista de The Guardian y Jewish Chronicle, y Carol Gould, autora y cineasta estadounidense expatriada que considera que » las críticas sin fin de lo que denomina como antiamericanismo y antisemitismo creciente en Gran Bretaña».

Cuando la presidenta se refiere a la demanda palestina de boicot a Israel como un «modelo de boicot» el debate, en teoría, no era específico sobre Palestina. Seneviratne, que está muy bien informado acerca de la experiencia de Sudáfrica, abre el debate con un poema de Brecht, Quand l’iniquité vient comme la pluie qui tombe (cuando el pecado es como la lluvia que cae, N.de T.), porque allí se aborda la historia del boicot cultural, argumentando que son los pueblos oprimidos quienes deben decidir si pueden o no soportar la ocupación. Hizo hincapié en que la estrategia del Estado de Israel para cooptar a la cultura muestra que ese Estado entendió que el arte no es menor que la política, al igual que otros países han temido y asesinado a los intelectuales, y prohíbe el trabajo a quienes producen cultura. De lo contrario, el debate habría sido totalmente axial.

Como se puso en duda por quienes se oponen al movimiento, ha habido muchos intentos de desviación: «Vean qué ocurre en Siria, Sri Lanka, Arabia Saudí», se expresaron deformaciones: «Usted rechaza a los disidentes, a los artistas, a los escritores, a los académicos», y las groseras mentiras: «No hubo consenso alguno en la sociedad palestina para el BDS». Para corroborar los mitos de sionismo liberal estaba Freedland, que comenzó con aire de suficiencia, como si fuera la voz de la sensibilidad cultural, del diálogo y la convivencia, y concluyó, arrebatado por la cólera y a la defensiva frente a las corteses demandas de la otra parte de una coherencia moral y de que ningún Estado cometa los crímenes que comete Israel que «no es bienvenido al club de las democracias occidentales».

Freedland mantiene la necesaria la ilusión de que se trata de un conflicto entre dos naciones, y no un caso de colonialismo de asentamientos, no es de extrañar su retórica vacía. Sin embargo, habría sido deseable para su bando alguien de moral menos comprometedora. Barghouti afirmó que Carol Gould «judaizó el debate», hasta un grado de repulsión. Una declaración suya particularmente chocante era que la industria de Israel «se levantó de las cenizas del Holocausto» y concluyó con una defensa especial de la orden de la «paloma», el presidente israelí, Shimon Peres, para bombardear el edificio de las Naciones Unidas en Qana, Líbano, en 1996, donde se asesinó a más de un centenar de civiles.

Barghouti y Seneviratne constituyeron un sólido equipo fuerte y, aunque sus enfoques sobre el tema son diferentes, el mensaje era el mismo: «Nunca convalidaremos los privilegios que se otorga el amo colonial», y consideramos el boicot una táctica legítima. Los partidarios del boicot fueron mayoría esa velada, y la moción se aprobó con facilidad.

Entre la audiencia, se encontraba Tony Greenstein, y en su blog se puede leer un buen resumen del debate: Debate en el South Bank, a favor o en contra del boicot cultural a Israel (2). Habló justo después de Gould cuando se hizo hincapié en que «el boicot era una palabra venenosa en la historia judía», y después hizo una pirueta bizarra claramente agresiva según la cual ella «no tenía ningún resentimiento» contra sus supuestos enemigos, a diferencia de los que abogan por el boicot.

Greenstein hizo un desarrollo sobre la historia judía y el boicot:

«El único boicot durante el período nazi fue el boicot de los productos alemanes organizado por los sindicatos judíos y el movimiento obrero internacional. Quien llamó al boicot de negocios judíos el 1 de abril de 1933 fue la SA (las tropas de asalto nazis) y no tuvo nada de eso, sino que resultó ser un ataque armado, como sucedió en Gaza hace poco tiempo. Pero aún más relevante, la SA enfocó el «boicot» para que durase indefinidamente. Sin embargo, Hitler lo interrumpió un día después de que Goering y los capitalistas alemanes entraron en pánico por las consecuencias del boicot de los sindicatos judíos a los productos alemanes. A finales de marzo Goering convocó a los líderes judíos a un encuentro donde le dijeron que no tenían ninguna influencia. También convocó después de cierta presión a la Federación Sionista de Alemania, que se declaró abiertamente contra el boicot, ya que suponía una manera «no-sionista» de hacer las cosas. No llama la atención esta respuesta, ya que el movimiento sionista pretendía meter sus manos en los bolsillos de los ricos judíos alemanes (algo que se decía abiertamente). Los sionistas celebraron entonces el acuerdo Ha’avarah (25 de agosto de 1933, N. de T.), el Contrato de Transferencia, ¡un acuerdo entre la Alemania nazi y el Yishuv (los habitantes judíos de Palestina)! ¡El 60% de las inversiones en el Yishuv, entre 1933 y 1939, tuvieron su origen en la Alemania nazi! Pero lo que beneficiaba al sionismo no beneficiaba a los judíos. Los judíos que se beneficiaron de este acuerdo fueron los judíos ricos de Alemania que iban a partir de todos modos. Este acuerdo selló el destino de los judíos alemanes comunes y pobres para los cuales no se disponía de otras armas. Para los interesados, leer el libro de Edwin Negro, L’accord de transfert (1984)».

Notas:

(1) http://bwisp.wordpress.com/

(2) http://azvsas.blogspot.com/2011/07/why-boycott-culture.html

Fuente: http://www.info-palestine.net/article.php3?id_article=10887