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Entrevista con Rommel Díaz, Adriana Jasso y Harry Simón, militantes de Unión del Barrio

Mirando al sur desde el norte: trayectorias políticas (I)

Fuentes: Rebelión

Están siempre ahí. Saben que no es fácil, saben que trabajan para el futuro como el viejo topo de Marx, hozando sin prisa pero sin pausa, con la certeza de que en este tiempo acelerado, casi instantáneo, del cibercapitalismo financiero, la cualidad fundamental de la revolución debe ser la paciencia y la perseverancia. No les […]

Están siempre ahí. Saben que no es fácil, saben que trabajan para el futuro como el viejo topo de Marx, hozando sin prisa pero sin pausa, con la certeza de que en este tiempo acelerado, casi instantáneo, del cibercapitalismo financiero, la cualidad fundamental de la revolución debe ser la paciencia y la perseverancia. No les importa la popularidad ni el prestigio, no les importa salir en los medios, no entienden de egolatrías ni de modas, lo que quieren es durar… durar lo suficiente, acumular suficiente saber, suficiente fuerza para darle la vuelta a la historia y ver a su pueblo un poco más feliz sin esa frontera que pesa no sólo sobre la tierra sino los cuerpos exhaustos de trabajar y, a la vez, de ser acusados de no trabajar nunca.

La primera vez que vi a un militante de Unión del Barrio fue hace unos años en una de las marchas en defensa de la educación pública en el centro de San Diego. No recuerdo las palabras exactas, pero me llamó enseguida la atención que era un discurso potente, sin concesiones, radical, porque iba a la raíz de la cuestión de la educación pública sin perderse en reformismos absurdos; un discurso, además, en nombre de la «raza» como pueblo oprimido, pero sin perderse en los chantajes narcisistas del multiculturalismo liberal. Era «Kiki» Ochoa y hablaba en nombre de Unión y de los Educadores de la Raza (ARE). Después uno de mis estudiantes en la Universidad me dijo que en la Lincoln High, Kiki les llevaba a las cadenas de comida rápida y les decía: «¿por qué creen que todos los que trabajan en estos negocios son iguales a ustedes, el mismo color de piel, la misma lengua, los mismos barrios? ¿Creen que es una casualidad?»

Después supe por el compañero Harry Simón que eso era Unión del Barrio, una organización que educa, lucha y combate. Desde ese momento nunca dejé de ver a sus militantes allí donde la raza lucha y sueña con otro futuro, ese futuro que empezaron a arrebatarles con el robo de las tierras (Texas, California, Colorado, Nuevo México…) después de la ignominiosa firma del Tratado de Guadalupe Hidalgo (1848). Se podrán decir muchas cosas de Unión del Barrio, pero no que no estén, que no sean constantes en su compromiso por su pueblo y sus barrios: en la marcha zapatista, en las marchas en favor de la reforma migratoria, en el día de Chicano Park, en las reuniones para frenar la construcción del supermercado Walmart en el Barrio Sherman, defendiendo a su gente de la brutalidad policial en los barrios, en las asambleas de Occupy Wall Street, en las escuelas públicas del sur de San Diego… Con un pie dentro y otro fuera, mirando las luchas específicas de su pueblo, pero sin perder de vista el horizonte último de su liberación del yugo imperialista, sin ceder ni un milímetro a reformismos estériles. En esta época en la que no hay organización liberal o conservadora que no trate de cooptar latinos y latinas para utilizarlos como llamado electoral o para disimular la perpetuación de la opresión, las deportaciones y la segregación, es notable la resistencia de Unión del Barrio a las políticas asimilacionistas de la mayorías, la defensa de su dignidad como pueblo latinoamericano a este lado de la frontera.

De hecho, una de las cosas que distingue a Unión del Barrio de otras organizaciones es, no sólo haber logrado sobrevivir a la brutal represión desatada por el programa «Cointelpro» y a la descomposición del Movimiento Chicano de los años sesenta y setenta, sino haberlo hecho renovando el discurso político defendiendo, a contracorriente de los nuevos modos de organización política, la creación de un partido político como instrumento de organización colectiva. En estos días en que las primaveras árabes y los movimientos anti-sistémicos de los indignados en España hasta el movimiento Occupy en Estados Unidos parecen experimentar e imponer un nuevo «sentido común» de organización política basado en el asambleísmo y la democracia directa, sorprenderá encontrar una organización que decide tomar un camino notablemente diferente, inspirado en el «centralismo democrático» leninista y, de hecho, más conectado, salvando las distancias, con experiencias como la del MAS (Movimiento al Socialismo) en Bolivia o el PSUV (Partido Socialista Unido de Venezuela).

La comparación con el MAS y el PSUV no es inocente, pues otro de los rasgos significativos de Unión del Barrio es su vocación continental. Hasta donde yo tengo conocimiento, Unión del Barrio es la única organización de Latinas y Latinos en Estados Unidos con una visión claramente bolivariana, pues desde su fundación en 1981 los unionistas entendieron que su liberación estaba indisolublemente unida a la liberación de los pueblos al sur del Río Grande. Esta vocación bolivariana produce una praxis basada en el convencimiento de que la frontera no sólo para cuerpos, sino también, historia, imaginarios políticos, música y experiencias colectivas. Por eso, la verdadera lucha anti-imperialista dentro y fuera de las fronteras de los Estados Unidos sólo puede darse si uno se conecta con todo aquello que la frontera trata de segregar y cortar, sólo rompiendo en pedazos con la frontera se hace posible una verdadera orientación libertadora que aspira a conectar lo mejor del pensamiento anti-imperialista latinoamericano (El Che, Martí, Zapata, Digna Ochoa…) con lo mejor del pensamiento anti-imperialista chicano (Herman Baca, Ernesto Bustillos, Burt Corona, Magdalena Mora, Luisa Moreno, Emma Tenayuca, Enriqueta Vásquez, etc. ).

Con un pie en cada lado, con la mirada en Califaztlán y en América Latina hemos entrevistado a tres militantes de Unión del Barrio. Rommel Díaz, su secretario general, Adriana Jasso, su secretaria de organización y Harry Simón, uno de sus militantes más activos y antiguos y uno de los especialistas en comunicación de la organización. Sus trayectorias vitales y políticas, antes de unirse a Unión del Barrio y en su militancia, muestran los mimbres de los que está hecha esta organización política que aspira a durar, a pervivir, a innovar no por original sino por deseo de romper con las condiciones de vida deplorables a que está sometido el pueblo latinoamericano, la «raza», al norte de esa frontera que sigue siendo una «herida abierta».

La entrevista que se recoge aquí es el producto de tres intensas sesiones de discusión y diálogo. Este libro aspira desde el principio a romper con la mirada antropológica del que pregunta desde fuera. Después de las primeras horas de entrevista, el entrevistador se sintió tan impresionado con la trayectoria política y la coherencia de esta organización y sus militantes — ¡los había visto tantas veces levantando las banderas de lucha de la «raza»!– que no pudo evitar pedir ingreso en la organización, precisamente, porque uno debe luchar donde duerme y sueña, con los pies en la tierra, esta tierra, Aztlán, que sigue siendo saqueada por sus invasores. Mi norte también es el sur. [1]

Trayectorias políticas

Luis Martín-Cabrera: ¿De dónde vienen políticamente, personalmente, y cómo entran en Unión del Barrio?

Rommel Díaz : Yo soy chileno. Nací en los años 50 y me integro a la vida política en Chile por los años 67-68. Todo esto influenciado por mi padre, que era militante del Partido Comunista Chileno. Empieza su militancia en los años 30 y él es quien me llevaba a las reuniones, a los mítines, etc. En realidad la participación fuerte empieza por el Naranjazo, que es un evento político ocurrido en Chile en el año 64, cuando hay una elección extraordinaria del Parlamento. Y ocurre en mi provincia, en Curicó. Entonces se lleva un candidato de izquierdas, del Partido Socialista, que se apellidaba Naranjo, y obviamente otros candidatos de la derecha. Pero como esta es una elección extraordinaria, todo el mundo se va a Curicó, se superpobla de gente y de política, de acción. Hay un proselitismo enorme, con marchas, demostraciones, con apoyos, … Ahí conozco yo al grupo móvil de Carabineros de la policía chilena, que también lleva sus carros lanzagua, que los llaman guanacos en Chile, para contrarrestar todas estas manifestaciones, todas estas demostraciones de fuerza de la izquierda. Ese fue mi primer encontronazo con la policía, con mi padre, que me llevaba de la mano prácticamente, escondiéndonos detrás de los árboles, por el agua… Naranjo gana la elección del 64. Con eso se entrega la gran posibilidad de que Allende o un candidato de la coalición unitaria de izquierda ganara en el 70, cinco años más tarde. En el 64 pierde Allende la elección y gana Frei. Y en ese tiempo en Chile eran seis años de mandato. El Naranjazo marca un hito, y se llama así en la historia chilena por la importancia que tiene para el espectrum político no solamente de la provincia de Curicó, sino de Chile entero como país.

En el 68, cuando ya estaba un poco más crecido, ya tenía mis 13 años (ríe), empiezo a participar en política directamente. Así llego al 70, sale Allende y naturalmente de ahí salimos en apoyo a ese gobierno.

LMC: ¿Cuántos años tenías cuando gana Allende?

RD: Yo tenía exactamente 15 años. Ya estaba metido, ya tenía responsabilidades políticas, participé muy arduamente en la formación de los Comités Juveniles de la Unidad Popular.

LMC: ¿Desde el Partido Comunista?

RD: Sí, siempre desde el PC, desde la Juventud de hecho. En realidad, pensándolo bien, nunca milité en el PC, sino en las Juventudes. En el 73 viene el golpe. En el 73, el 74 y parte del 75 trabajo en la clandestinidad, en la recuperación de información para reconstruir lo destruido con el golpe.

LMC: ¿Tu padre se queda?

RD: Sí, mi padre se queda siempre en Chile, en la clandestinidad. Es detenido tres veces por la Dictadura, la última vez en septiembre del 75. En junio de ese año yo había salido a Argentina porque ya estaba demasiado quemado, como decíamos entonces, y había muchos signos y señales de que estaban a punto de tirarme el guante. Así que pido autorización para salir un tiempito a sacarme lo quemado a Argentina. Estuve allí hasta el 76, en febrero, muy poquito antes del golpe, y justamente regreso a Chile porque pienso que si voy a estar en Argentina con un golpe, voy a morir en Argentina, porque me van a agarrar. Entonces prefiero ir a morir a Chile.

Por ese motivo crucé la frontera semiclandestinamente. Obviamente yo no sabía hasta qué punto estaba individualizado por la policía secreta, la DINA, la Dirección de Inteligencia Nacional, que forma Pinochet en el 74. Pinochet pone a cargo de esta organización al General Contreras, que en ese tiempo era coronel, el cual está preso ahora en Chile pagando por sus daños. Entonces decido pasar en forma semiclandestina, como lo llamé yo. La cosa era hacerme contratar por un autobús para que fuera, como dicen allá, el pioneta, que va al lado del conductor y se encarga de subir y bajar equipajes. Al chofer del bus y al pioneta no los pasan por aduana, sino que los pasan por el lado, por así decirlo, porque tienen que cargar y descargar los equipajes. De esa manera pasé, porque me contraté en la terminal de autobuses de Mendoza.

LMC : ¿Te ayudaron compañeros?

RD: Algo los compañeros, y un poco tuve que buscarla yo mismo porque no resultaron muchas de las cosas que queríamos hacer. Y al final fuimos nomás a la terminal a buscar un chofer que necesitara pioneta. Podía viajar en el autobús sin él; el problema estaba en que en ese caso el chofer tenía que subir y bajar los bultos. Y como la flojera es la madre de todos los vicios (ríen), encontramos al chofer y encantado, caído del cielo. Yo no tenía dinero para pagar el pasaje, el trato era que me llevara gratis a Santiago, y además me pagaba.

Pasé sin problema. Llegué a Santiago en febrero del ’76. Yo no sabía cómo estaba mi situación política en Chile, así que no me moví a Curicó, estuve en Santiago tomando contacto con la gente. Estaba la situación muy difícil porque justamente en el ’76 comienza una gran campaña en contra del Partido Comunista por parte de la DINA y del ejército. Ya habían acabado un poco con el MIR. El gran tiro de Pinochet y su camarilla era terminar con el MIR y el Partido Socialista en el ’73 y el ’74. Se alargaron un poco los planes, pero hay que acordarse de que hubo esta famosa «caravana de la muerte» que viajaba hacia el norte justamente haciendo esto, eliminando a toda la dirigencia sindical y política de izquierdas que existiera y que estuviera detenida. Pero a finales del ’75, principios del ’76, empieza esa campaña fuerte en contra del Partido Comunista a lo largo de todo Chile. Y producto de eso, obviamente, estaba dificilísima la situación de atender a alguien que venía llegando, que necesitaba techo, comida. Finalmente me dijeron que tenía que irme al norte, hacia Antofagasta. Y yo pensé, y qué tal si me exilio. Y me dijeron que si hubiera la posibilidad, sería bueno que lo hiciera. Entonces empecé a manosear en la cosa del exilio. Y en junio del 76 viajo a EEUU exiliado.

LMC : ¿Como parte del programa de Kennedy?

RM: Como parte del programa de Kennedy y del programa que traía cuatrocientos titulares, cabezas de familia, que tuvieran problemas con la Dictadura y que no fueran comunistas ni fueran del MIR hacia EEUU. Yo hice todo el papeleo a través del CIME, un Comité de Inmigración Europea que estaba tratando este asunto del éxodo de chilenos, y usualmente ellos se dedicaban a sacar a gente de la cárcel.

LMC: ¿Por qué no Europa? ¿preferías ir a EEUU?

RM: Ese era el problema, que tú no elegías, simplemente ellos te decían. En mi caso tenía que salir lo más rápidamente posible, me dijeron que no hiciera llamadas telefónicas, que me cuidara, porque en realidad lo que habían encontrado es que sí estaba en los listados. Entonces ahí me preguntan, «¿cuál es tu preferencia?». Si estoy colgando de un hilito, la visa que primero venga, allí voy.

EEUU era muy astuto en su elección de gente. Preferían jóvenes y solteros, y yo tenía esos dos requisitos. La que entonces era mi polola era una muchacha de la Juventud también, y era mi correo entre partido y Juventud en la provincia. Había caído detenida en septiembre del 75 y fue liberada en la amnistía que hacían para Navidad en diciembre de ese año. Y ella ya tenía una visa a EEUU. Tuve una entrevista con tres elementos bastantes sospechosos para mí, decían que eran de migración, pero reunían el prototipo de otras agencias (ríen). La parte que yo considero más interesante de esa entrevista en el Consulado norteamericano en Chile es que se preocupaban mucho de que yo no fuera sindicalista ni comunista.

LMC : Y obviamente les dijiste que no…

RM: Yo les dije que de sindicalista no tenía nada porque nunca trabajé en Chile, ni fui miembro de una federación estudiantil ni nada de esto. Y que no era comunista. Entonces perfecto, no hubo problema. Carmen, mi ex mujer, viajó primero, y yo unos meses después, y nos encontramos en San Diego, California.

LMC: ¿Y por qué a San Diego?

RM: Porque lo que hacía EEUU era conseguir que las organizaciones non profit (sin ánimo de lucro) hicieran de sponsor, y el International Rescue Committee (Comité Internacional de Rescate), que tiene asentamiento aquí en San Diego, y aún existe, fue el nuestro. Por eso llegamos acá. Mi encargado social en ese tiempo fue Bob Montgomery, que es el director del IRC en la actualidad. Y, para ser precisos, vinimos a La Jolla. Teníamos una gran amiga, Cecilia Ubilla, que fue la co-sponsor: entregó su dirección, su nombre, y llegamos a su casa. Y aquí he estado estos treinta y tantos años de exilio.

Después de eso empezamos a trabajar acá, yo como asistente con el Distrito Unificado de San Diego. He pasado por una infinidad de empleos dentro del Distrito en todo este tiempo. Y con eso empecé a conocer gente, a participar. Obviamente formamos los Chile Democráticos, que se forman a nivel mundial donde hubiera un chileno o dos. Era un comité que trabajaba, en primera instancia, para denunciar las atrocidades de la Dictadura militar; y en segundo lugar, para juntar plata para las organizaciones que estaban trabajando en Chile en ese tiempo.

Allí estuvimos trabajando hasta el año 85-86 y en un momento empezamos a ver una serie de condiciones, hay que acordarse de que en el ’86 fue el atentado fallido contra Pinochet, una serie de hitos políticos que van llevando a la idea de que la dictadura iba a terminar, iba cayendo por su propio peso. Y los exiliados empezamos a pensar qué íbamos a hacer, porque los chilenos no clavaban ni un clavo en la pared para colgar la chaqueta porque se iban mañana (ríe). Era lo que se decía. En el ’89 ya decidimos que los chilenos que estábamos participando, políticamente hablando, en alguna entidad u organización teníamos que decidir si nos quedábamos o nos íbamos. Yo fui un ferviente defensor de los que se regresaban, y de que los que se quedaban, tenian que participar internamente, políticamente, en los países en los que estábamos. Muy pocos se regresaron, obviamente era un lío. Yo tenía las condiciones más pobres para poder irme a Chile porque no tenía trabajo, la situación económica ya estaba formada acá en los EEUU, ya eran muchos años de exilio,… Entonces decido quedarme y buscar una organización política en la cual participar. En el 91 la encuentro porque un compañero de cuarto, Filemón, mexicano, me habla de Unión del Barrio. Tomamos contacto en un evento en un bar-restaurant que estaba ubicado en el Downtown (Centro) de San Diego, El Gato Loco, bastante famoso entre los mexicanos. Fui a ese evento, Pablo me dio la entrada, que allí lo conocí, entramos, nos sentamos, y Filemón conocía a Juan Castellanos. Fuimos a hablar con él, muy receptor, y tal día nos invitó a una reunión. Allí había unas veinte personas que eran posibles miembros. De los veinte solamente lograron recuperar a dos, a Filemón y a mí.

¿Por qué me atrajo Unión del Barrio?, ¿por qué me convenció? Fue porque el primer panfleto que leí decía algo así como «organización independiente que sigue el centralismo democrático». Esas dos palabras me convencieron, porque el partido donde yo participaba en Chile se guiaba por el centralismo democrático. Conocía perfectamente cuál era la estructura y lo que significaba.

LMC: ¿Y sabías algo del movimiento chicano?

RD: Sí. Había tomado cursos en Colleges (colegios vocacionales) porque en todo este tiempo trabajaba y estudiaba. Tomé muchos cursos de Chicano Studies y fui aprendiendo un poco del movimiento chicano. De hecho en Chile, por cuestiones partidarias, había leído sobre el movimiento chicano de los 69-70, un poco de los 40, la problemática de la emigración, el éxodo económico de México hacia EEUU, los que quedaron acá después de 1848, etc. Tenía un poco de conocimiento acerca de la raza en el sur de California, en Los Ángeles principalmente. Y de ahí aprendí un poco más acerca de las incursiones políticas que realiza este movimiento en los ’70, de cómo es destruido en los ’70 mismo, las fallas que tenían y las críticas acerca de cómo se habían llevado las cosas.

LMC. ¿Quién quiere continuar?

Harry Simón: Yo sigo, pero lo voy a decir en inglés [2] . Mi familia era originalmente de México, pero crecí en Los Angeles. Mi madre y mi padrastro eran líderes sindicales. Mi madre era enlace sindical en una planta empacadora de verduras en Los Angeles y mi padrastro era el organizador sindical de esa fábrica. De hecho, se conocieron en un piquete de una huelga. Si hay algo que me haya marcado es justamente que los dos fueran sindicalistas, vengo de un hogar de sindicalistas, me acostumbraron a respetar los piquetes obreros desde pequeño, porque pasé mucho tiempo con mi padrastro Juan en los piquetes. Este hecho le dio a mi familia una formación más izquierdista que la de la típica familia del partido demócrata, nuestra militancia sindical era categórica. Una cosa que Juan me decía siempre es que los sindicatos podían no ser perfectos, pero había que respetarlos de todas maneras. Crecí con esa mentalidad, no le puedo llamar conciencia política, pero sí una cierta formación sociocultural y clasista.

Las primeras cosas radicales que escuché, mientras crecía en este tipo de casa, salieron de la escena rap en el secundario, tanto el «gangsta rap» de la Costa Oeste como el rap político de la Costa Este. A mí me influyó mucho Public Enemy, mis primeros años de formación política consistieron en escucharlos a ellos y seguir una vida «gangsta,» era medio un delincuente (risas). Fui un adolescente difícil, tuve muchas dificultades como joven mexicano creciendo en LA, pero nunca perdí el aprecio por mi gente y mi comunidad.

LMC. ¿Creciste en East LA?

HS. Crecí con un pie en East LA y el otro en el área de Long Beach, vivíamos en un barrio mexicano, pero cuando mi mamá dejó la planta empacadora de verduras abrió una tienda en East LA en el mercadito que está entre las calles First y Lorena. Ella estaba siempre viajando a México para surtir la tienda y eso fue algo muy formativo para mi identidad. Nunca tuve dudas sobre mi identidad, siempre supe que era mexicano, ni siquiera mexicano-americano, porque pasamos un montón de tiempo viajando por México. Llegué a conocer probablemente dos tercios de la república viajando con mi madre. En aquella época una mujer con un niño podía viajar por México con toda seguridad y estar con el pueblo.

LMC. ¿A qué escuela fuiste? 

HS. Me mandaban en autobús de mi barrio a una «magnet school» (escuelas especializadas) en Cerritos, un barrio rico de Los Angeles, en el Valle San Gabriel. Me mandaron porque mi hermana fue estudiante allá y había una especie de legado familiar. En esta escuela se esperaba que fuera a la universidad. Mis notas eran más o menos decentes; en ese tiempo tuve suerte de que no me abrieran un expediente criminal serio. En aquella época todavía existían los programas de «Acción Afirmativa», así que me aceptaron en la mayoría de los campus de la Universidad de California, incluida la Universidad de California, San Diego que fue a la que acabé asistiendo.

LMC. ¿Tú crees que la fase esta de delincuente tiene algo que ver con la rabia y los problemas asociados con crecer en Los Angeles siendo mexicano?

HS. Para mí creo que fue diferente, porque estaban las pandillas más duras de East LA, o las de mi barrio, como «HG» o la filipina «Satanás» que eran bien pesadas. Esos chavos se metieron con las armas inmediatamente. No se trataba ya de peleas, eran tiroteos y estamos hablando de los años noventa, la economía del narcotráfico estaba entrando fuerte en LA y yo era parte de esa economía. Yo venía de una familia con armas. Como organizador sindical mi padre siempre estaba armado ese era mi ambiente, pero no éramos parte de las pandillas más duras que tenían muchos más miembros y eran una parte fundamental de la economía del narcotráfico. No se trataba de algo que hicieran para su propio consumo, controlaban ciertas áreas de esa economía, era en parte un negocio y en parte una cuestión generacional. En mi caso era más que nada el tema de la mentalidad «gangster» de la Costa Oeste, el «gangsta rap». Nos influyeron mucho una serie de películas que salieron entonces como «Colors» que fue la primera película en la que aparecían pandillas mexicanas en la gran pantalla. Así fue como creamos nuestra propia pandilla «Calle 195». Duró cuatro o cinco años, cuando me marché de Los Angeles, había desaparecido. Todo el mundo estaba en otra o estaban en la cárcel o los mataron.

Pero no era sólo una cuestión del ambiente, era también la cultura la que influía en lo que nosotros hacíamos del ambiente, así que no era una cuestión puramente económica, porque, como te dije yo iba a una escuela que me sacaba de mi barrio en bus, y donde se esperaba que fueras a la universidad. De hecho, yo era probablemente uno de cuatro mexicanos en mi grupo de la escuela, no salíamos con gente de esa escuela; nuestra pandilla tenía buenas relaciones además con todas las otras pandillas, nos tenían aprecio, porque organizábamos las mejores fiestas de la zona (risas). No, pues, con DJs y todo era un negociazo eso de las fiestas, hasta los raperos de Los Angeles, NWA o incluso Snoop Dog antes de ser famoso venía a nuestras fiestas. Había negros, había mexicanos, había filipinos, se mezclaba ahí todo el mundo. Entonces, para ser más preciso, no, no es que tuviera bronca contra el sistema o mi ambiente social, porque no podía hacer otras cosas. Elegí ese camino, porque era divertido y porque me encantan los «low riders», los carros ruidosos, las chicas, las fiestas y el dinero, pero nunca me metí en suficientes líos, ni siquiera en mis peores fases cuando me estaba haciendo adicto y andaba metido en cosas malas, como para que me retiraran todas mis opciones.

LMC. ¿Cuándo decidiste venir a UC San Diego?

HS. Me aceptaron en varías de estas universidades y decidí venir a UC, San Diego por varias razones. Me aceptaron en la UCLA, pero Los Angeles no era una opción, tenía que marcharme de allí, porque casi no me gradúo de la prepa, me aceptaron condicionalmente en UC, San Diego, por mi record con la prepa. No fui a Berkeley, porque pensaba que estaba muy lleno de hippies, era demasiado extraño, no entendía esa cultura.

Lo que pasa es que todo el mundo sabía ubicarnos a nosotros, no éramos una pandilla peligrosa, pero la gente no se metía con nosotros. El «sheriff» y LAPD (la policía de Los Ángeles) tenía un policía asignado a nuestra prepa que sabía exactamente quiénes éramos y lo que hacíamos los fines de semana -ahora me doy cuenta de que estaba recopilando inteligencia–, pero en aquella época tenía buena onda con nosotros. Averiguaba lo que estábamos haciendo y lo que hacían los demás hablando con nosotros de manera amistosa, nos dejaba ir a almorzar fuera del campus, nos permitía hacer nuestras cosas, sabía que no éramos ni mala ni buena gente. Una vez mi madre me agarró saltándome una clase el último año de la prepa. Vino de la tienda en East LA y me encontró en casa, me pilló y me echó agua con la manguera, me llevó a la escuela y empezó un berrinche y preguntó al policía, Mr. Dennis se llamaba, «¿Qué hace mi hijo que no está en la escuela?», «Bueno, su hijo es un pandillero, vende drogas, se dedica a matar gente…», pero lo dijo de broma, en plan sarcástico, pero mi madre no era lo suficientemente sofisticada para entender, especialmente en inglés, el sarcasmo, así que empezó a gritar, tirándose de los pelos, corriendo por la oficina, montó un escándalo en la escuela.

Vivía, entonces, entre estos dos mundos. Al final me gradué y vine a UC San Diego en donde rápidamente me sentí atraído por Voz Fronteriza, el periódico chicano/a de UC San Diego, pero antes fui a una junta de MEChA (Movimiento Estudiantil Chican@ de Aztlán) y no me gustó, no lo sentí como propio. Es que tienes que entender que yo iba de gángster, tenía mi ropa de los «Raiders», mis pantalones de cholo, con las playeras blancas, todo planchado y esa onda, una vestimenta bien rara para la universidad. Otros me vieron la pinta de gángster y no estuvo bien con ellos. Desde aquel momento no regresé a una reunión de MEChA en UCSD.

Más adelante vi un póster que anunciaba Voz Fronteriza y me interesaron los mensajes sobre la migra y el trabajo en la comunidad, que me parecieron bien diferentes a los otros. En aquella época había tres periódicos alternativos en UC, San Diego: The New Indicator, el periódico radical de izquierdas, The people´s voice, de los negros y Voz Fronteriza, el de las y los chicanos. Fui para las oficinas de Voz Fronteriza y no hay nadie, voy a las reuniones que tenían anunciadas y no encuentro a nadie hasta que me encuentro con Gene Chavira, que era uno de los fundadores de Voz Fronteriza en 1991, había estado inactivo desde mitad de los años 80.

Gene Chavira era muy bueno y después de un par de clases en Estudios Chicanos me enganché, lo encontraba todo fascinante, yo nunca había escuchado qué chingados era un chicano hasta que llegué a UC San Diego; yo era mexicano, aluciné con el chicanismo. Después pensé que en el «Che café» iba a haber algo relacionado con el chicanismo, pero eran un montón de gente rara, nadie como yo, eran «Hare Krishna», hippies y mierda de esa. Nunca más volví al «Che café» (risas). Entonces empecé a escribir sobre música para «Voz Fronteriza» y «The New indicator». Hice entrevistas con los raperos de California que después se hicieron más famosos – a «Ice Cube», NWA, Cypress Hill y otro raperos y además aprendí a manejar bien las computadoras. Gene y yo nos hicimos muy buenos amigos y me enseñó toda la cuestión del diseño gráfico y la edición informática. En una de esas sesiones, acababa de salir de una de mis clases de Estudios Chicanos y le digo a Gene: «Tenemos que crear las Boinas Cafés (Brown Berets) otra vez, los necesitamos ahora mismo». Gene contesta – «De qué carajos estás hablando. Todavía existen».

-«¿¡Cómo?!»

-«Sí, tienes que salir de la pinche UCSD».

Se estaba riendo de mí y me dijo que tenía que hablar con David Rico. Hablé con él y me afilié a los Brown Berets como por dos meses. Fui a un a un par de eventos y eso, pero no era lo que esperaba. No quiero entrar en muchos detalles, pero yo no era un buen boina café. Cuando todavía era oficialmente un Boina Café, Voz Fronteriza me mandó a una junta de la Raza Rights Coalition (Coalición Pro-Derechos de la Raza). La Raza Rights Coalition era la organización de masas de Unión del Barrio. Empecé a ir a las juntas de la Raza Rights Coalition hasta que me hice amigo de Pablo y Pablo tenía la costumbre de tener siempre un compa nuevo al lado, agarraba a los miembros más jóvenes y se los llevaba a todas partes, a las juntas, a los eventos y les decía un montón de cosas para que fueran asimilando… después de varias conversaciones Pablo me dijo, ¿Por qué no te haces miembro de Unión del Barrio? Pero yo pensaba que ya era miembro, no tenía ni idea de la diferencia entre la Raza Rights Coalition y Unión. Acepté, pero le dije a Pablo que estaba con los Brown Berets y no sé qué conversaciones tendría Pablo con ellos, pero lo arreglaron todo con David Rico para que no se enojara conmigo y me hice miembro de Unión.

La primera reunión de Unión a la que fui éramos cuatro personas en tu casa, Rommel. Estabas tú, Juan Castellanos, Pablo, Ernesto Bustillos y…Sabrina, asi que éramos seis. Y ésa era la membresía de Unión del Barrio.

Rommel Díaz. Había algunos ausentes (risas).

Harry Simón. Había algunos ausentes, pero no estaban en San Diego. Me politicé mucho inmediatamente porque a Unión le interesaba mi capacidad para manejar computadoras y editar y, por eso, de alguna manera adquirí cierta «importancia», porque «La Verdad», el periódico de Unión del Barrio había pasado del formato magazine al formato periódico. Como Gene nunca se hizo unionista, me reclutaron a mí para encargarme de la edición de «La Verdad». El primer número que edité era el que llevaba un imagen de Fidel Castro en la portada. «La Verdad» fue mi escuela política, porque en los noventa tenía que editar el trabajo de todo el mundo, incluido el tuyo, Rommel. No era sólo diseño gráfico y edición informática, tenía que editar también, porque algunos camaradas, particularmente Ernesto Bustillos, que en su primer borrador dejaba muchos errores, y necesitaban debate y un editor.

En el verano del ’92 me marché de San Diego de vuelta a Los Ángeles y lo que realmente me radicalizó fueron los disturbios después del linchamiento de Rodney King. Estaba en una posición rara en mi barrio, porque cuando pasaron estas cosas ya era considerado una persona política, mucho más radical que la gente de mi calle, «volviste y ahora eres una pinche personalidad política», me decían. Entonces la política se hizo cool, era la cosa de moda, alrededor de lo político, aunque fuera mayoritariamente un fenómeno efímero, había toda una efervescencia cultural y de lucha. En aquel entonces trabajé mucho con Juan Parrino, editamos varias versiones del periódico y los repartimos por Los Ángeless en la época de los disturbios generados por los incidentes con Rodney King. Cuando volví a San Diego, empiezo a trabajar con Ernesto Bustillos, porque hasta entonces se había mantenido a distancia, supongo que era porque era el último chavo en llegar con 19 años.

Esa época fue la más productiva en «La Verdad», teníamos cuatro números al año, ediciones grandes, fundamos «La Verdad Publications», refundamos la «Asociación de Editoras Chicanas (Chicano Press Association), fundamos el proyecto de prisiones chicano/mexicano (Chicano Mexicano Prison Project CMPP), y fundamos la Asociación de Educadores de la Raza (ARE, Association of Raza Educators por sus siglas en inglés). Fue una época de hacer y mover muchas cosas.

LMC. ¿Cuál era la circulación de «La Verdad»?

HS. Las más pequeñas 3,000 y las más grandes hasta 8,000. Teníamos un truco; como yo era todavía el editor de «Voz fronteriza», podíamos imprimir copias de «La Verdad» con el presupuesto de «Voz Fronteriza». Cuando imprimes un periódico en realidad pagas por las primeras 2,000 copias, cada copia después de las primeras 2,000 cuesta 50 dólares, de modo que puedes tirar 10,000 copias después de las primeras 2,000 por 200 dólares. Lo que más cuesta es echar a andar las placas y el rotativo, una vez que el rotativo y las prensas están funcionando es super barato imprimir más copias. Entonces pagábamos el costo inicial y luego tirábamos muchas más copias. Por ejemplo, durante el levantamiento Zapatista, la primera traducción al inglés de la I Declaración de la Selva Lacandona la hizo Unión del Barrio a través de «Voz Fronteriza». Imprimimos 16,000 copias e inundamos San Diego, LoÁngeleses y el sur de California – estamos hablando del 10 de enero, nueve días después del levantamiento. Un montón de literatura, es lo que nosotros todavía llamamos propaganda y difusión.

LMC. Creo que te toca a ti Adriana, cuéntanos de dónde vienes y cómo entras en Unión del Barrio.

Adriana Jasso : Mi abuelo fue bracero en los 50 en estos territorios de California, trabajador agricultor, y esa realidad queda marcada. Sus viajes, que fueron varios, despiertan la curiosidad y la perspectiva de irse para el norte de la generación de mi abuelo, de mi padre y las que siguieron.

LMC: ¿De qué estado era tu abuelo?

AJ: Yo soy del bello rancho, en un pueblo llamado San Vicente Tunas Agrias, municipio de Rómita, Guanajuato, en México. Mi padre se casa a los 18 años, y matrimonio se traducía en ‘te vas pa’l norte, porque ahora tienes una familia’. Él se viene en el año 69-70 más o menos, después de que se casa con mi mamá, y en el 90 yo hago el viaje con mi hermana, mi hermano pequeño y mi papá, que va a por nosotros a Tijuana.

Cruzamos la frontera una madrugada de un fin de semana, fue un cruce muy pintoresco y memorable. No sabíamos a qué íbamos, porque yo tenía quince años, mi hermana era más pequeña y mi hermano cinco. Formamos un grupo como de veinte personas para hacer el intento de cruce. Había una estrategia: un grupo de unas veinticinco personas se encargaba de distraer a la Migra, como a las 2:30 de la mañana, en el área de playas entre Tijuana y San Diego, en lo que el grupo de los que íbamos a cruzar realmente nos echábamos a correr. Estuvimos dos horas corriendo, escondiéndonos, esperando,… Una vez que ya estábamos en un área del parque en territorio estadounidense, cada pequeña familia o grupo se fue por su cuenta. Mi papá había quedado con mi tío, que lo esperara manejando a la salida de uno de los baños del parque. Pero en esos momentos llega la Migra, y mi papá dice: «Yo me voy a meter al baño y ustedes se van a tener que meter al bote de basura». Él estaba documentado, lo cuestiona la Migra y nosotros en el bote de basura escuchamos la plática que están teniendo, en inglés y en español. Le preguntan si tiene mica, si tiene papeles, mi papá les muestra; le preguntan qué está haciendo allí, y les contesta que estaba paseando, que había ido a visitar a una familia, y que él vivía en Santa Ana. Entonces se van y nos saca del bote de basura, porque mi tío ya había llegado. Nos pone en el carro, y es así cómo llegamos a la ciudad de Santa Ana, donde ya vivía la mayoría de la familia de mi papá, hermanos y hermanas.

Aunque él ha sido trabajador del campo por cuarenta y tantos años, estuvo también en viveros en la ciudad de Santa Ana. Mi mamá ya estaba acá. Hubo una separación de más o menos año y medio entre que ella se vino a EEUU hasta que tuvieron suficiente dinero para traerse a toda la familia, incluyendo el paso fronterizo, que en ese tiempo hablamos de 300 dólares por persona por el brinco. Era mucho dinero para el salario de un trabajador del campo.

Nos reunimos como familia en el condado de Ventura, California, por el trabajo de mi papá como trabajador del apio, y ahí empezó la nueva vida. Fue en ese tiempo, más o menos en el 92, 93 y casi ya el 94, cuando en California se dan los ataques más feroces en contra de la comunidad migrante e indocumentada. Tenemos la golpiza de una mujer en el condado de Riverside, cerca del Checkpoint de Temécula, muy impactante. Era una persecución de alta velocidad de la Migra detrás de una camioneta, una Pick Up descubierta, con personas indocumentadas. Llega un momento en que se detiene el chofer y hay personas que empiezan a correr, huyendo de esta persecución. Una mujer trató de bajarse para seguir al grupo y huir, pero uno de los migras la golpea brutalmente. Eso se captó en cámara por un helicóptero que estaba grabando y salió a la luz, e indignó a todo el mundo. Porque esto sucede en medio de todos los ataques que se estaban produciendo con la iniciativa de la Ley 187 a nivel estatal.

Era brutal, migrar a un país donde te dicen que los que más trabajan, la inmigración ilegal, son los que saquean, son criminales, etc. Toda esa narrativa estaba en total contradicción con lo vivido. Entonces se da un proceso de concienciación profunda y radical en mi persona, además fundamentada en un profesor ejemplar que tuve en High School, Guillermo Terrazas, y muy sabio en la filosofía de Paulo Freire. El aspecto externo de la gran mentira de que hay saqueo, hay robo, etc., llega a conectarse con un espacio en la Preparatoria donde los conceptos libertarios y la pedagogía crítica y de transformación del entorno social fueron dinamita para mí como estudiante.

Todo esto inicia una aceleración de mi participación política y empiezo a liderar y organizar a los estudiantes en Oxnard. En noviembre del 93, a punto de celebrarse la elección donde se decidiría si la 187 iba a aprobarse o no, unos compañeros y yo, que estábamos ya muy metidos en el aspecto político – social, decidimos organizar walkouts (paros) en Oxnard, en todo el condado. Era como mi cuarto año aquí, el último de High School. Entonces creamos un plan estratégico de cómo movilizar a todas las preparatorias y los colegios comunitarios. Y lo logramos, tanto que se anunció en el LA Times que Oxnard era la ciudad con las walkouts más grandes en toda la nación. Al poder ejercer un plan tienes una discusión, y puedes implementar un plan de movilización. Fue una experiencia, y de gran importancia, porque cuando eso ocurrió había varias contradicciones con que yo pudiera continuar estudios o terminar la High School sin mayores problemas. El director me amenazó con una orden de restricción si no me calmaba, ellos sabían que yo estaba totalmente indocumentada.

LMC: Y aun así seguiste.

AJ: Y lo supieron porque el aspecto social y político me dio también un despertar académico, y mi rendimiento era magnífico, excelente. Por esa parte no podían entrarle al argumento. Pero precisamente los grados me dieron la oportunidad de una beca para viajar a Washington con una delegación de 75 estudiantes de EEUU y 75 de México. En ese tiempo ya había mucha preparación de terreno de lo que iba a ser el TLC, estaban preparando las bases en todos los ámbitos. Y una de ellas era este encuentro binacional. Una de las grandes expectativas era que quizás íbamos a conocer al presidente, a Bush padre, que íbamos a entrar a la Casa Blanca. Pero cuando llegamos empezaron a preguntar a todo el mundo por el número de Seguridad Social, y yo no tenía. Y ahí se dieron cuenta. Entró la delegación y los tres que quedamos fuera nos fuimos a caminar y a conocer la ciudad. En el momento sí me puso triste, pero después todo se conecta y se entiende el porqué. En ese momento me dio cierto coraje, pero también me dio más motivación para luchar con principios.

Yo estaba muy consciente de que lo necesario era una revolución, y cuando el Ejército Zapatista de Liberación Nacional dijo en el 94 que había una revolución en Chiapas, pues me fui para allá, porque yo andaba buscando eso. Estuve allá por dos o tres semanas sabiendo que volver iba a ser complicado, casi imposible. Estaba muy vigilada, allí la represión había sido sangrienta, terrible, no había acceso a las comunidades zapatistas, se habían ya replegado, y regresé acá.

Antes de ese tiempo, para el 93, ya había leído las posturas de Unión del Barrio. Yo era una abnegada lectora de los periódicos La verdad y Voz Fronteriza. A veces salíamos bien y a veces salíamos mal, a veces tenía desacuerdos, pero en su mayoría estaba muy de acuerdo con las posturas políticas, con los análisis. Entonces regreso y en el 95-96 continué organizando en Oxnard y tuve el gran honor de ser invitada a participar en Unión del Barrio por la trayectoria de encabezamiento del sector estudiantil en esos tiempos.

HS: Pero ustedes nos buscaron a nosotros.

AJ: Sí. Estaba muy enojada con Unión del Barrio, porque aparte de que yo lo había leído todo, escribí una carta al editor de La Verdad y les decía que quería estar suscrita como lectora, ¡y no me contestaron jamás! (ríen). Entonces vine a una conferencia acá, en San Diego, y dijeron que iba a haber un orador de Unión del Barrio. El distinguido orador era Harry Simón, pero estaba muy ocupado ese día, dio su discurso y se fue, no se esperó. Entonces con quien me conectó ese día con el compa Armando y fue con otro que se llama Brent, y fue así como después se me invitó a participar en Unión, acepté la integración y desde entonces estoy acá.

Notas:

[1] Transcripción de Olga de la Sota.

[2] Las respuestas del compañero Harry Simón que fueron proferidas originalmente en inglés han sido lamentablemente traducidas al español para facilitar la comprensión, pero pierden la riqueza y la fuidez de ese continuo transitar que entre el inglés y el castellano que es la lengua de la frontera.

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