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Un paisaje habanero por erradicar

Monólogo de un basurero

Fuentes: IPS

Hoy cumplí diez años y sigo aquí, en el mismo lugar donde nací y continúo mis ciclos de vida: crecimiento y decrecimiento, como casi todos mis hermanos gemelos en la ciudad. En ocasiones crezco tanto que me vuelvo un gigante. Para eso me nutro de papeles, cartones, cáscaras de frutas y vegetales, restos de comidas, […]

Hoy cumplí diez años y sigo aquí, en el mismo lugar donde nací y continúo mis ciclos de vida: crecimiento y decrecimiento, como casi todos mis hermanos gemelos en la ciudad.

En ocasiones crezco tanto que me vuelvo un gigante. Para eso me nutro de papeles, cartones, cáscaras de frutas y vegetales, restos de comidas, pomos, latas, cristales, telas, ramas de árboles, mesas, sillas, ventanas, herramientas, escombros; piezas de autos, de computadoras, de cocinas, de refrigeradores, de teléfonos, de televisores; y todo lo imaginable.

Cuando adquiero grandes proporciones me extiendo en todas direcciones, tanto que a los autos y camiones les cuesta trabajo pasar por la calle porque la ocupo en una buena parte. Algunas personas pasan rápido, con la boca y la nariz tapadas. Parece que les doy asco. Otras no, ni siquiera me miran con desprecio.

Quienes más me visitan son las ratas, las cucarachas, las moscas, los gatos, los perros, y los buzos. De estos últimos hay varios tipos, pero se clasifican en dos grandes grupos: ocasionales y profesionales. Los primeros recogen, eventualmente, una mesa, una silla, una cabilla, un poco de arena, o un pedazo de ventana. Los segundos están divididos según su área de especialización: los que buscan latas de cervezas y refrescos, botellas, cartones; o los que buscan comida.

Los que bucean comida también forman dos grupos. El primero lo integran quienes pertenecen al último escalón de la pobreza, los indigentes; pero hay otros buzos de comida con otro rango: los criadores de cerdos.

Los buzos que crían cerdos recorren los basureros con una lata para echar la comida y una herramienta para hurgar en el contenedor. Algunos usan guantes y tapabocas para protegerse. En ocasiones van en parejas y aplican una división social del trabajo: uno sujeta la lata y el otro extrae y vierte el contenido.

Como la cría de cerdos es una ocupación rentable, ellos interpretan el buceo como un modus vivendi tan respetable como cualquier otro. Sin complejo alguno. Si a alguien se le ocurre llamarles la atención por el reguero que hacen, los criadores de cerdos se pueden tornar muy agresivos. En eso todos los buzos se parecen. Yo les digo: déjenlos tranquilos, no los molesten, para eso están los agentes del orden y ellos no les dicen nada.

Los buzos criadores de cerdos, generalmente, andan en bicicleta para poder moverse rápido de un lugar a otro y llegar primero. Yo he visto disputas entre buzos que reclaman su hegemonía, su derecho de buceo: nadie puede venir de otro barrio a escarbar en su zona antes que ellos.

En tanto tiempo que llevo en este lugar he podido conocer bien a la gente que viene a botar basura. Están los que siempre la echan en el contenedor (cuando no está repleto). Incluso, si está cerrado, lo abren para arrojarla dentro. Y están quienes les da lo mismo lanzarla donde quiera. No es su problema, dicen.

Otro grupo de visitantes cotidianos es el de los que vierten escombros. Llegan con sus carretillas y desparraman los desechos por todas partes. Luego, encima de los escombros, la gente deja tazas de baño, lavamos, cocinas, puertas, ramas, yerbas… y comienzo a crecer y crecer.

Cuando pasan los días y he crecido tanto que las ratas y las moscas están de fiesta por todas partes y los vecinos más cercanos se han cansado de protestar y de quejarse, entonces llegan los camiones de comunales. Vienen con una excavadora que lo recoge todo, pero que también destruye más la cerca del almacén que está al fondo, la acera, la calle… Y se profundiza y extiende más el hueco que se lo traga todo, el hoyo donde todo se hunde, donde me reproduzco de nuevo en otro ciclo, y otro, y otro.

Precisamente ayer vinieron los camiones, se llevaron una montaña de basura y me redujeron a la mínima expresión; además, dejaron tanques recolectores nuevos; pero sé que este orden no será por mucho tiempo. Los servicios comunales volverán a ausentarse por varios días y también comenzarán a desaparecer las ruedas de los tanques, estos quedarán inservibles, y la basura volverá a expandirse, a adueñarse del espacio.

He oído decir que en otras partes de la ciudad han tomado empeño en erradicar a mis hermanos, dicen que tiene que ver con un cumpleaños de La Habana, pero aquí no hay hoteles, no pasan turistas, no vive nadie importante, no le importo nada más que a los vecinos más cercanos. ¿Será que este barrio no forma parte de la capital?

¿Saben una cosa? No es agradable ser un basurero, no es placentero ser madriguera de ratas, moscas, cucarachas, tener este mal olor; saber que representamos la marginalidad, los malos hábitos, la indisciplina social, la insalubridad, la incultura; y ser despreciados por las personas educadas y de buenas costumbres. Es vergonzoso. Alguien debiera de poner fin a nuestra existencia para siempre. ¿Pero cuándo llegará ese momento?