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Mujeres de todos los días

Fuentes: Rebelión

Gema es una mujer como muchas, que lleva consigo una historia de luchas, desengaños y recuerdos. Taxista ella, que sin poses ni palabras innecesarias, fue deshilando su historia que sin que lo diga es una lección de vida, de coraje y de dignidad… Mujer de cerca de 40 años con una carrera de sobrevivencia desde […]

Gema es una mujer como muchas, que lleva consigo una historia de luchas, desengaños y recuerdos. Taxista ella, que sin poses ni palabras innecesarias, fue deshilando su historia que sin que lo diga es una lección de vida, de coraje y de dignidad…

Mujer de cerca de 40 años con una carrera de sobrevivencia desde los 20, cuando quedo con una hija de 5 años y otra de 8 meses, y un marido que decidió desaparecer de la vida de las tres, así nomás.

Entonces la necesidad tocó su puerta, ella buscó apoyo en su madre quien le dijo que se buscara no más donde vivir, pues los vecinos la verían mal por tener una hija con hijas sin padre. No le quedó otra que acomodarse en el minibús abandonado por el desaparecido, para organizar su vida y empezó el periplo de buscar trabajo; sin prejuicio y con el hambre apretando a las niñas, entró a ser trabajadora del hogar y, finalmente, se animó a ser ayudante de albañilería en un edificio en el que estuvo 2 años aprendiendo este trabajo. Dejaba a sus niñas encerradas en el cuarto que tomó en alquiler, las dejaba con la comida preparada y envuelta, para que la niña de 5 años se sirviera sola y le diera la leche a la más pequeña, así fue pasando el tiempo entre madrugadas cocinando, días trabajando en el edificio y volviendo precipitadamente a su cuarto para encontrarse con sus hijas.

En una ocasión, vio a una señora manejando un minibús y eso hizo que le preste atención al viejo minibús que el marido desaparecido había abandonado en la casa de su madre. Decidida se puso en acción y durante varias jornadas se subía al transporte público para aprender mirando. Prontamente, pues la necesidad obliga, puso a punto el minibús y a conducirlo, tal era su emergencia y osadía que terminó volcando, por suerte sin consecuencias para ella y sus hijas a quienes las ponía como copilotos en los viajes de entrenamiento y luego a lo largo de toda su carrera de chofer.

Ya habiendo adquirido algunas pericias, inmediatamente se presentó en un sindicato de minibuses, que en definitiva siempre convocan a nuevos para tener más aportes sindicales. Fue admitida como única mujer en un sindicato que ya contaba con más de 100 choferes hombres, con gran sorpresa de unos y mucho repudio de la mayoría, porque la consideraban un mal ejemplo para el gremio. No tardaron en llegar las presiones para que se vaya y los acosadores que buscaban conquista fácil y para denigrarla por no cumplir el papel que «le tocaba como mujer» en su casa.

Muchas lágrimas corrieron, pero también más coraje se acumulaba en su vida; aprendió a responder las ofensas, así como a mostrar que conocía de derechos y leyes cuando buscaban atemorizarla, hasta lograr un espacio de respeto. Se convirtió en la chofer que tenía los dos lugares de adelante del minibús siempre ocupados por sus hijitas, que luego empezaron a ir a la escuela y a su turno en el minibús las recogía o les hacía hacer tareas mientras esperaba turno en la parada.

Han pasado 14 años, de experiencia y pelea cotidiana con los colegas y el público o los transeúntes que le gritaban y «corregían sobre su papel como mujer en la vida», y criticando su actuar como chofer. Se decía para sus adentros que los errores de los hombres siempre son perdonables y corregibles, pero los de las mujeres son repudiables y absolutamente sancionables por haber transgredido el deber ser…

Finalmente decidió vender el minibús y compró un auto ya viejito para convertirse en taxista desde hace 2 años. Pudo hacerlo porque ya sus hijas son grandes, la primera ya tiene 20 años y trabaja como operadora en la misma empresa de radio taxi; y la otra de 16 años está terminando el colegio, todo gracias a una vida de esfuerzo propio e inversión en lo que más ama.

El final no es simplemente feliz como nada lo es, Gema trabaja 4 días a la semana durante 10 horas, los fines de semana llega a trabajar 15 horas. Ella sigue pensando y está convencida que lo conseguido es por su esfuerzo y la autovaloración que le permitió pelear contra la discriminación. No necesitó pertenecer a nadie ni formar parte de una pareja tradicional, aprendió a valerse por sí misma, a valorarse y enfrentarse contra lo que creía injusto, excluyente y patriarcal.

Más allá de los discursos esta es la vida de todos los días de muchas mujeres que hacen senderos en las estructuras patriarcales, son luchas anónimas y demasiadas veces personales y solitarias; en verdad de ahí nacen las lideresas que hacen posibles los cambios cuando se suman voluntades, a los descontentos y enfrentan las resignaciones; de allí nacen los testimonios que hacen organizaciones.

La constatación del maltrato, de la exclusión y del enmarañado patriarcal de nuestras sociedades figura en las estadísticas y en los números, junto a la pobreza y la dependencia de nuestros países, y muchos países del primer mundo que asumen que la construcción de equidad es una transversal fundamental para la democracia, privilegian sus apoyos y recursos en torno a proyectos de apoyo a la construcción de equidad de género.

Quienes en definitiva han sido receptoras de este apoyo, han sido las ONG, fundaciones y agencias internacionales en las que no trabajan personas como Gema, sino las que pudieron estudiar, las que han sido parte de la tradicional clase media y que se empoderan en la sociedad con sus reclamos y demandas, discursos y documentos reivindicativos, que en el pasado han abierto causes a «su» equidad en los partidos o en espacios institucionales, y que todavía se visualizan en el propia institucionalidad del proceso de cambio, como expresión de la condición de «las mujeres» sin contemplar la condición de la clase a la que representan.

A no dudar que mujeres como Gema, que son la mayoría en nuestro país, son las que han puesto su esfuerzo y vida para hacer posible este proceso de Cambio y que se ha encontrado en organizaciones como las Bartolinas, las Amas de Casa de las minas, las Juana Azurduy y otras de base. Existen aún, sin embargo, una gran cantidad de mujeres populares y familias completas que ante su propia situación de pobreza y abandono en el campo y en barrios marginales de las ciudades; se han refugiado en las numerosas iglesias evangélicas que viven creando ilusiones e inventando esperanzas individuales.

Demasiadas veces estas acciones de las iglesias y sectas, se encuentran con los discursos individualistas de las ONG, que realizan acciones promocionales con grupos de mujeres y que lograr sus financiamientos hablando de números para convencer a los gobiernos y agencias internacionales, para que realicen más inversión en «ellas» y les permitan empoderarse a «ellas» (en realidad a las que trabajan en la ONG) como expresión de la equidad buscada. Mientras las Gemas siguen trabajando 10 a 15 horas por día para seguir viviendo y no se han enterado de que su situación es la preocupación teórica de muchos gobiernos extranjeros y que hay otras mujeres que hablan por ellas sin que su situación cambie de verdad…

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.