«La paz está inextricablemente unida a la igualdad entre hombres y mujeres… el acceso pleno y la participación total de las mujeres en las estructuras de poder y su completa implicación en los esfuerzos para la prevención y la resolución de conflictos son esenciales para el mantenimiento y la promoción de la paz y la […]
En el año 2000 el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas adoptó la Resolución 1325 sobre mujeres, conflictos bélicos y procesos de construcción de paz. Esta resolución exhorta a todos los estados miembros, a tomar las medidas necesarias para proteger a las mujeres y niñas durante los conflictos bélicos y a promover la participación de las mujeres en los procesos de toma de decisiones en el ámbito de construcción de paz y reconstrucción post-bélica.
Desde que comenzaron las negociaciones de paz israelo-palestinas (por llamarlo de alguna forma, porque suena más a eufemismo que a otra cosa), sólo ha habido cinco mujeres, dos israelíes y tres palestinas, sentadas en las mesas de negociación durante las últimas dos décadas, lo cual no es sólo sintomático de la infra-representación de las mujeres en los procesos de paz y toma de decisiones, sino que nos hace pensar que falta alguna pieza del engranaje.
Por un lado tenemos a la omnipotente y omnipresente Organización de las Naciones Unidas, por otro lado, a su Consejo de Seguridad, el gran brazo de la ley y el orden internacional, y por otro a unas mujeres que necesitan protección, promoción e inclusión. Llegados a este punto, parece que el elemento discordante dentro de esta ecuación es la voluntad política de los estados miembros. Las resoluciones del Consejo de Seguridad, a diferencia de las de la Asamblea General, son vinculantes para todos los estados miembros, entonces, cabe preguntarse por qué transcurridos once años, parece que nada ha cambiado. Y esto se puede extrapolar a cualquier Resolución adoptada dentro del contexto israelo-palestino.
No creo que el problema estribe exclusivamente en la voluntad política de los Estados, sino que es el propio sistema internacional en el que se insertan, el que no funciona. Las Resoluciones hablan un lenguaje y las relaciones internacionales otro muy distinto. Hablar de ética, justicia e igualdad dentro de las relaciones internacionales es a mi entender, una perdida de tiempo, ya que el lenguaje que utilizan los estados para relacionarse entre sí y por ende las organizaciones internacionales a las que pertenecen, se compone de conceptos muy diferentes al de las Resoluciones, así hablamos de intereses económicos, geopolíticos y de seguridad, por lo que al final, las Resoluciones de Naciones Unidas se limitan a ser una mera declaración de intenciones, una envoltorio vistoso que esconde una realidad muy diferente, por lo que a la hora de poner en práctica el contenido, la pieza simplemente no encaja.
Tal vez esta aproximación resulte simplista para algunos y algunas, sin embargo cada día estoy más convencida de que Naciones Unidas es un gran engaño, y que como sociedad civil, tenemos la obligación de desconfiar de una organización que por un lado nos dice una cosa y por otro hace otra, una organización controlada por los poderosos que sirve única y exclusivamente a sus intereses, una organización basada en un sistema de cuotas donde el que paga más, decide, exige y manipula la realidad como mejor le conviene, siempre en aras de sus propios intereses.
Porque al final es lo de siempre, la mayoría vota y la minoría veta. Y esto es Naciones Unidas o United Nothing, como lo llaman por estos lares. Y la Resolución 1325, no es más que una bella declaración de intenciones, y las mujeres en pleno siglo XXI siguen invisibilizadas en las esferas de poder y han sido, son y seguramente serán, las principales víctimas en los conflictos bélicos, donde agresiones sexuales e impunidad van de la mano, donde las niñas son secuestradas para saciar los apetitos sexuales del «comandante» de turno… y yo me pregunto, ¿donde está Naciones Unidas?… emitiendo resoluciones.