Recomiendo:
0

Nacionalizar la banca

Fuentes: Rebelión

El Estado ha puesto miles de recursos, captados de sus ciudadanos, para salvar a los bancos. Una inyección de capital, como pregonan los medios de comunicación, como si el dinero fuese algo que se introduce por vía intravenosa. Las fábricas de automóviles también van a llevarse un pellizco, aunque sea a base de bonificaciones indirectas. […]

El Estado ha puesto miles de recursos, captados de sus ciudadanos, para salvar a los bancos. Una inyección de capital, como pregonan los medios de comunicación, como si el dinero fuese algo que se introduce por vía intravenosa. Las fábricas de automóviles también van a llevarse un pellizco, aunque sea a base de bonificaciones indirectas. A los demás, poco o nada: deberemos afrontar solos la virulenta acometida de la crisis y, con un poco de suerte o imaginación, no caer en la bancarrota. Y es que no hay «pasta para todos». Esta es la regla de oro de la economía: la escasez de recursos. A veces me pregunto si, en lugar de dar el dinero directamente a los bancos, para que éstos actúen con plena libertad, no hubiese sido mejor imputarlo como pago de las deudas pendientes. Parece que de esta forma mataríamos dos pájaros de un tiro: los bancos cobrarían y nosotros nos salvaríamos de la asfixia, al menos durante un par de meses. Pero no ha sido así. Sus razones habrá. Lo cierto es que nadie se ha quejado y si lo ha hecho, su voz no ha hecho eco. Yo pienso que lo que pasa es que todos, incluyendo los sindicatos y la izquierda más radical, estamos «cogidos por los huevos» Es probable que el poder financiero haga callar a sus principales enemigos, con créditos blancos o fraudulentas condonaciones. Y qué decir de los medios de comunicación, que son los responsables de que las voces tengan eco. Así ha funcionado el poder por los siglos de los siglos: untando. Los bancos y el sector financiero en general, conforman el poder más invisible (y por ende, el más efectivo) de la historia. Pero este poder ha sufrido un grave cataclismo llamado crisis, y ante tal evento, se ha visto obligado a quitarse la careta de benefactor (que tanto éxito le ha dado) para levantar la palma de la mano y exigirle dinero al Estado, como Lucifer cuando se va a cobrar la deuda del que le vendió el alma.

Un poso de indignación ha calado en muchos. Indignación aderezada con la impotencia de saber que esto sucede ante nuestros ojos, sin que podamos evitarlo. Nuestro voto, el de cada uno, es una triste inmundicia que aplasta el engranaje bancario. No somos votantes. No somos ciudadanos. Ni tan siquiera somos hombres. Somos unidades productivas que gastan y que, especialmente, tienen uno o varios créditos que pagar. Nadie nos va a salvar de esta lacra de débitos, que se llevaran buena parte de nuestros ingresos (y de nuestra vida) y que arrastraremos, con un poco de suerte, hasta la jubilación. Sin embargo, los bancos, sí que disponen de un excelente balón de oxígeno llamado Estado. Y eso que ellos son los principales responsables de que nos encontremos en esta deplorable situación ¿Qué diríamos si, tras un crimen atroz (en analogía a la crisis), no tan solo diésemos libertad al asesino, sino además restableciésemos sus heridas con una fabulosa «inyección de capital»?

Nacionalizar la banca, doy como respuesta a quienes me preguntan por una solución. Y es al pronunciar tales palabras, cuando advierto espanto en sus rostros. Hombres que trabajan diez, quince horas y están empeñados hasta las cejas, y sólo tienen un ratito para tomar el cortado. ¿Nacionalización? ¡Estás loco! Supongo que entonces les acudirá a la mente la violenta impresión que destila el retrato barbudo de Marx, o el tenso perfil de Lenin con su puntiaguda perilla. No han pasado los años para según qué cosas, aunque entre Marx y nosotros haya transcurrido más de un siglo. Y es que la palabra nacionalizar, ya de por sí, espanta. ¿Por qué? ¿Qué sucedería si el Estado, creando instituciones autónomas e independientes, fuese el encargado de custodiar el dinero de sus ciudadanos y de darles créditos, aunque fuese siguiendo los mismos criterios de capital-riesgo que utilizan los bancos? ¿Qué pasaría si el Estado ganase dinero con los intereses de los créditos, y lo destinase a sufragar sus arcas en lugar de cobrar impuestos? ¿Qué pasaría si el ciudadano tuviese más flexibilidad para realizar los pagos? ¿No es cierto que el Estado sería el mejor garante para el dinero de los ciudadanos, en lugar de entidades privadas dispuestas a arriesgarlo todo por ampliar la cifra de los beneficios? A través de los bancos, el poder público dispondría de otro mecanismo para regular la política económica (el más efectivo) y no sucedería lo que pasa ahora, que los bancos no dan créditos, atemorizados por el riesgo. Sí, todo esto espanta: entender el crédito como una necesidad humana y no como una fuente de especulación. Aunque hay que preguntarse, a quién espanta de verdad. El ciudadano de a pie, el que bebe un cortado entre jornada y jornada de trabajo, más bien debería esperanzarse.

Miquel Casals Roma. Escritor y miembro de ANIM