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De Vietnam a Faluya

Negando las atrocidades

Fuentes: CounterPunch

Traducido para Rebelión por Germán Leyens

La reciente controversia por el anuncio de «Veteranos de las Patrulleras Swift» que pone en duda el historial de John Kerry en Vietnam y sus posteriores declaraciones como dirigente de los Veteranos de Vietnam contra la Guerra (VVAW, por sus siglas en inglés) ha conducido a las actitudes partidarias que eran de esperar. Los republicanos y su máquina de ataque mediático siguen insistiendo en que las medallas de Kerry son sospechosas y que sus actividades en la VVAW constituyen una traición. Kerry y los demócratas, por su parte, han encontrado más evidencia documentaria y relatos de testigos presenciales para apoyar su versión de los incidentes en Vietnam. En cuanto al testimonio de Kerry en 1971 sobre las atrocidades de EE.UU. en Vietnam, Kerry ha reiterado que sólo repetía informes de las Investigaciones de Winter Soldier. Además, trató anteriormente de desviar la crítica de sus posiciones en la VVAW afirmando que algunas de sus declaraciones fueron demasiado entusiastas y parte de la acalorada polémica de esa época. En efecto, la administración Bush y los republicanos han tratado de negar que haya habido atrocidades, mientras que Kerry y los demócratas han tratado de minimizarlas o de marginarlas.

Para los que han estudiado los antecedentes históricos de la conducción de la guerra en el Sudeste Asiático, ni republicanos ni demócratas han confrontado la medida real de esas atrocidades y lo que constituye su legado, especialmente en la guerra contra Irak. Mientras la mayor parte de los estudios sobre la guerra en el Sudeste Asiático reconoce que EE.UU. lanzó 4 veces el tonelaje de bombas sobre Vietnam, Camboya y Laos que el que utilizó EE.UU. en todos los teatros de operación durante la II Guerra Mundial, sólo unos pocos, como «The Perfect War: Technowar in Vietnam» de James William Gibson, analizan toda la envergadura de esos bombardeos. No sólo destruyeron totalmente miles de aldeas en Vietnam, sino mataron masivamente a civiles, cerca de 3 millones, como resultado en gran parte de bombardeos indiscriminados. Parte integral de esa estrategia de bombardeo fue el uso de armas que violaban el derecho internacional, como napalm y bombas de fragmentación antipersonales. Como resultado del establecimiento de zonas de libre fuego donde todos y todo podía ser atacado, incluyendo hospitales, las operaciones militares de EE.UU. llevaron al asesinato deliberado especialmente de civiles.

Mientras Rumsfeld y el Pentágono se han vanagloriado de las armas «limpias» utilizadas en Irak, el hecho es que las bombas de dispersión aérea y las zonas de libre fuego siguen formando parte de las operaciones militares. Localidades en todo Irak, de Hilla a Faluya, han soportado y soportan ataques de EE.UU. que provocan fuertes pérdidas civiles. Ocasionalmente, algunas críticas del tipo de munición utilizado en Irak, han aparecido en la prensa dominante, especialmente cuando submuniciones individuales parecidas a paquetes amarillos con alimentos reventaban en las manos de los niños o cuando armas de uranio empobrecido cayeron por error sobre soldados británicos. Sin embargo, las preguntas sobre la inmoralidad de la estrategia de bombardeo de «choque y espanto» han sido enterradas más profundo que cualquiera de las submuniciones.

En Vietnam, una táctica de guerra básica fue la misión de «búsqueda y destrucción» con sus exagerados recuentos de víctimas. Como Christian Appy ha demostrado convincentemente en «Working Class War: American Combat Soldiers and Vietnam», semejantes tácticas llevan con certeza a producir atrocidades. Toda narrativa personal de la guerra en Vietnam, como «Born on the Fourth of July» de Ron Kovi, subraya que esas atrocidades afectaron a civiles y a soldados de EE.UU., como Kovic. Por cierto, ciertas atrocidades prominentes, como My Lai, fueron destacadas en los medios (sin embargo, casi un año después de suceder). Pero My Lai fue visto más bien como una aberración y no como parte de campañas homicidas como el programa Phoenix con sus miles de asesinatos, o como el resultado de unas pocas manzanas podridas como un teniente Calley, que a pesar de todo sólo recibió un castigo menor por su comando de la masacre de cientos de mujeres y niños. Además como dice Tom Engelhardt en «The End of Victory Culture», «un 65% de los estadounidenses afirmaron que no los había afectado la masacre» (224). Por eso, no sorprende que Noam Chomsky haya afirmado durante ese período que EE.UU. tenía que pasar por algún tipo de proceso de desnazificación para recuperar alguna sensibilidad moral ante lo que la política bélica de EE.UU. había producido en Vietnam.

Desde luego, el racismo que condujo a que los militares vieran en cada «amarillo» en Vietnam a un Vietcong, también ha reaparecido en Irak. Según un comandante británico en Irak, los soldados estadounidenses a menudo veían a los iraquíes como «untermenschen», la expresión nazi para seres infrahumanos. Aunque los reporteros estadounidenses incrustados pocas veces dan una idea de esta mentalidad racista, Mark Franchetti del London Times citó a un soldado de EE.UU. diciendo que «los iraquíes son gente enferma y nosotros la quimioterapia». Y con la quimioterapia, si el enfermo muere fue sólo por el intento de ayudar a curar a la persona. Esto recuerda el infame dictamen de un oficial de EE.UU. sobre la destrucción de una aldea vietnamita durante la guerra en ese país asolado: «Tuvimos que destruir la aldea para salvarla».

Washington y el Pentágono no admiten que han cometido crímenes de guerra, ni en Vietnam ni en Irak. Sin embargo, en la guerra contra Irak, Rumsfeld aprobó evidentemente violaciones de las Convenciones de Ginebra sobre el uso de la tortura contra prisioneros iraquíes, especialmente en la prisión Abu Ghraib. Pero, como en Vietnam, se concentran en unos pocos soldados «renegados» y no en los que han decidido la política a seguir. También, los que disculpan semejantes crímenes de guerra, como Rush Limbaugh y sus seguidores, son una versión estadounidense de los negacionistas del holocausto, disculpando los antecedentes históricos de muerte y destrucción.

Desde luego, no son sólo los elementos reaccionarios en la sociedad de EE.UU. que tratan de usar la bandera como cobertura para el brutal impacto de la política imperial, sea en Vietnam o en Irak. La creencia profundamente arraigada de que EE.UU. se encuentra en una misión providencial no es algo inventado por George W. Bush y sus chalados fautores de políticas neoconservadores. La liberal Madeline Albright insistió en que EE.UU. es la nación «indispensable». Esto le permitió, con la administración Clinton, racionalizar la muerte de cientos de miles de iraquíes como consecuencia de las sanciones durante los años 90. Y hasta que haya un recuento total de la pérdida de vidas resultantes de tales políticas imperiales y un compromiso de una población movilizada e indignada de terminar con la lucha por un imperio de EE.UU., habrá una alarmante persistencia de la negación o de la minimización de las atrocidades.

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Fran Shor enseña en Wayne State University y es activista en varias organizaciones por la paz y la justicia. Su correo es [email protected]



http://www.counterpunch.org/schor08242004.html