Traducción para Rebelión de Loles Oliván
Un fantasma recorre Oriente Próximo: el de las revueltas populares contra los gobiernos autocráticos. Al escuchar los intensos cantos de los manifestantes de Argel a Saná para hacer valer sus reivindicaciones políticas y económicas, se hace evidente que para exorcizar a este fantasma se requiere algo más que un cambio de régimen político: lo que se está exigiendo es el cambio del sistema que ha producido la pobreza, el desempleo y las enormes disparidades de ingresos. Estos fenómenos no se producen de forma espontánea o como una etapa natural del desarrollo. Por el contrario, forman parte de los resultados de un modelo de política económica ampliamente adoptado en la región durante las últimas décadas y diseñado por el neoliberal Consenso de Washington por el que abogaron las instituciones de Bretton Woods (IBW), el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial.
Curiosamente, sin embargo, justo en el momento en que el neoliberalismo está siendo rechazado por amplios movimientos populares en la región y por la evolución de la economía mundial en otras partes, la Autoridad Nacional Palestina (AP) intensifica su programa neoliberal de construcción del Estado titulado «Acabar con la ocupación, establecer el Estado». El programa lo lanzó el primer ministro palestino Salam Fayyad en 2009 en medio de divisiones políticas internas sin precedentes y de una crisis de legitimidad histórica, de hecho, de supervivencia, del movimiento de liberación nacional. Si bien se compromete a construir instituciones de «buen gobierno» para obtener apoyo local e internacional al plan de estatalidad de la AP, una lectura más crítica revela que la AP se ha embarcado en una travesía que parece vender liberación nacional a cambio de neoliberalismo.
Cabe recordar que cuando surgió el movimiento de liberación nacional palestino en la década de 1960, su objetivo principal era liberar la tierra y el pueblo del colonialismo sionista. En sus inicios formaba parte integral de un combate más amplio contra el colonialismo y por el establecimiento de un orden mundial justo. Una vez en el poder, sin embargo, la mayoría de los movimientos asociados a estas luchas no cumplieron sus promesas y permitieron en cambio relaciones de producción e intercambio neocoloniales para reforzar su propio poder y garantizar privilegios a la burguesía nacional y a los «inversores internacionales».
Más recientemente, la dinámica de estas relaciones se ha complementado con la irresistible «lógica» del neoliberalismo y la globalización -ejemplos destacables son el del abrazo del Congreso Nacional Africano al neoliberalismo, y el de la ‘terapia de choque’ neoliberal con el surgimiento de la oligarquía en los países del antiguo bloque de la Unión Soviética. Entonces, como ahora, lo que siguió a la independencia formal o a la descolonización fue el neocolonialismo y el neoliberalismo, y es sobre esta base que el programa de un Estado palestino representa una idea absurda pues se enmarca en el logro de la condición de Estado a través de la construcción de instituciones neoliberales bajo ocupación, redefiniendo, por tanto, la lucha de la liberación de Palestina respecto a como se ha conocido hasta ahora.
En el plano regional al igual que internacionalmente, la hegemonía ejercida por el neoliberalismo está inextricablemente vinculada a los intereses económicos y políticos de Estados Unidos y de las IBW que aquél domina. En Oriente Próximo, la adopción de las políticas neoliberales por parte de gobiernos y élites se inició en la década de 1990, en primer lugar en los Estados del norte de África, como un antídoto que actuaría, según se les dijo, contra sus fracasadas estrategias de desarrollo «socialistas» o estatalistas. Estas ya se habían retirado desde que la política de «infitah» [apertura] de Sadat abrió la veda a finales de 1970. Egipto, y sobre todo Túnez, eran considerados hasta hace poco por las IBW como «los más grandes reformadores» debido a la velocidad y profundidad con que se han aplicaron las reformas neoliberales. En Jordania, la agenda neoliberal se inició con la firma del tratado de paz entre Israel y Jordania. A menudo, los países que han aplicado las reformas neoliberales han experimentado un aumento de las tasas de pobreza y desempleo. En la mayoría de estos países ello ha ido acompañado del surgimiento de una nueva clase social cuyas fortunas están directamente relacionadas con la privatización de empresas estatales y con la liberalización de la economía. Más recientemente, las extremas políticas neoliberales impuestas durante la ocupación estadounidense de Iraq, desde la eliminación de restricciones a la propiedad extranjera y la privatización masiva a un 5%, al régimen de tarifa única y algunos de los impuestos más bajos del mundo, se han descrito acertadamente como «construcción del Estado en sentido inverso».
El giro neoliberal de la AP ha de ser interpretado, por tanto, en el contexto de las viejas iniciativas para reconfigurar los Estados de Oriente Próximo, sus economías y la región en su conjunto. Es una respuesta al intento patrocinado por Estados Unidos de apuntalar a una dirección palestina «moderada», más flexible, de integrar a Israel en el conjunto de la región, y de gestionar (no resolver) el conflicto. Los intentos de hacer que la AP abrazase el neoliberalismo existieron ya incluso antes de su creación en 1994, en el contexto del papel ejercido por las IBW y por el pensamiento neoliberal emergente en el «grupo de trabajo sobre desarrollo económico regional» de las negociaciones multilaterales de Madrid previas a Oslo, en las que la OLP participó. En 1993, economistas de Harvard y el Banco Mundial [1], en asociación con varios economistas palestinos, entraron en la arena. Recomendaron un conjunto de políticas económicas bastante neoliberal para dirigir a la AP a través de lo que todavía se consideraba un periodo transitorio de cinco años hasta la independencia. En 1999, el Consejo de Relaciones Exteriores (también con la colaboración de expertos palestinos) argumentaba que la aplicación de reformas de buen gobierno, el Estado de Derecho, y las políticas que garantizasen un clima propicio para la inversión eran condiciones previas imprescindibles para la independencia palestina.
En consonancia con la política de pedigrí de sus arquitectos principales [2], el programa de estadidad de la AP está plagado de la seductora terminología del neoliberalismo: pluralidad, responsabilidad, igualdad, empoderamiento de los ciudadanos, protección de los derechos sociales, económicos y políticos, y prestación eficiente por parte del Estado de servicios y bienes públicos. No sin asombro, junto a la «calma» de los últimos cinco años, ello ha ejercido un poderoso atractivo para la clase media palestina y más. El programa, así como el Plan de Desarrollo y Reforma palestinos (PDRP) que aquel incorpora, se asienta en cuatro componentes interdependientes que se refuerzan mutuamente: la creación de instituciones de buen gobierno que emulan el modelo neoliberal, el crecimiento del sector privado, así como la prestación de servicios eficaces de vigilancia de la población palestina.
Como refleja la adopción por todas las partes involucradas del nexo entre seguridad y desarrollo, y la asignación de 228 millones de dólares para el Programa de Transformación y Reforma del Sector de la Seguridad en la Conferencia de donantes de París en 2007, es, sin duda, el componente de la seguridad el que se ha situado en el papel de vanguardia para la consecución de la estatalidad palestina. Vincular seguridad (israelí) con desarrollo (palestino) refuerza, obviamente, los desequilibrios de poder entre Israel y la AP y hace que toda «concesión» israelí -desde la eliminación de un puesto de control a permitir las exportaciones e importaciones palestinas- dependa de la colaboración de seguridad palestina. La propia evaluación de Israel acerca de esta colaboración de seguridad ha sido muy favorable. Su stablishment de seguridad ha elogiado la «profesionalidad» de la policía y de las unidades de seguridad palestinas apoyadas por la UE y celebró la graduación de nuevos hombres de la Fuerza de Seguridad Nacional entrenados por Estados Unidos al mando del teniente general Keith Dayton.
El nuevo clima de seguridad en Cisjordania ha dado lugar a una relajación selectiva, gradual y siempre reversible de algunas de las restricciones de Israel sobre la actividad económica palestina produciendo -con el impulso de una importante inyección de dinero de donantes- una reactivación del crecimiento del sector privado. La nueva clase capitalista palestina empoderada ha sido descrita como una elite depredadora cuya dominante posición oligárquica ha sido favorecida por el programa neoliberal que la AP ha hecho posible gracias a la colaboración en materia de seguridad con Israel.
El surgimiento de una oligarquía económica es, por supuesto, un fenómeno común a los regímenes neoliberales y no es ninguna sorpresa que haya sido objeto de la actual oleada de levantamientos populares árabes. La AP no es, pues, el primer gobierno que ha recurrido a la combinación de reformas neoliberales con un aparato de seguridad de mano dura -Chile, bajo Pinochet, fue un ejemplo ilustrativo de lo que se ha descrito como «neoliberalismo autoritario» usado para ejecutar reformas radicales del mercado y abrir la economía al capital extranjero. Dos partidarios de la estrategia señalaban recientemente en The Wall Street Journal que los esfuerzos de reforma de la seguridad de la AP son «la condición sine qua non para la expansión económica… y un modelo para el programa de construcción del Estado en general». Tal afirmación no sólo trastoca la experiencia del desarrollo económico sino que envía también un inquietante mensaje sobre el precio del crecimiento económico neoliberal.
Al tratar de ubicar la «existencia real» del neoliberalismo, la capacidad institucional y las limitaciones de la AP revelan una evidente contradicción. Por un lado, aunque la AP hubiera querido llevar a cabo una estrategia económica alternativa, dispone de poca capacidad institucional para hacerlo. La realidad estructural de la ocupación israelí, la influencia de las IBW y el dinero condicionado de los donantes han generado un espacio político mínimo, esto es, de libertad para determinar la política económica sin que haya restricciones externas de obligado cumplimiento. El acotado espacio político del que dispone supone asimismo que la AP se vea privada de los instrumentos políticos esenciales para aplicar efectivamente el paquete completo de políticas neoliberales convencionales.
Ello es válido no sólo para una política monetaria o de comercio que no existe, sino también para la ausencia de bienes públicos importantes susceptibles de ser privatizados después de que la OPL «vendiera» sus participaciones financieras más estratégicas según lo aconsejado por el FMI desde 2001, cuando se creó a tal efecto, el Fondo de Inversión Palestino. Además, la protección y la observancia de los bien definidos derechos de propiedad, otro prerrequisito para un clima de «inversión favorable» tal como lo concibe el neoliberalismo, están asimismo fuertemente reducidos por la realidad estructural de la ocupación israelí y por la expropiación de tierras en curso. Por otra parte, la AP intenta aprovechar cualquier espacio político disponible para avanzar en una agenda neoliberal. Cabe destacar, pues, que el plan de estadidad de la AP representa, como mucho, poco más que una estrategia para una ulterior aplicación de un marco neoliberal en la esfera política que hasta ahora está fuera de su alcance dentro de la configuración de la ocupación israelí.
El espacio disponible que la AP puede explotar de manera más factible para continuar la agenda neoliberal se encuentra principalmente en el ámbito de las políticas fiscales. La AP se ha comprometido a reducir su déficit presupuestario y la dependencia de la ayuda, lo que espera hacer realidad a través de una mezcla de congelación de los salarios del sector público, de las contrataciones y con despidos, así como introduciendo contadores de electricidad de prepago para obligar a los hogares a presupuestar sus recursos de modo aún más riguroso. La AP espera que el impacto negativo de tales medidas se vea compensado por una reactivación del sector privado palestino y su mayor contribución a la creación de empleo. Otra perspectiva para la reactivación del sector privado consiste en los parques industriales propuestos por la AP y financiados por donantes cerca de la frontera con Israel (a menudo en la zona de separación del muro) para evitar los cierres israelíes. La AP espera que tales parques industriales al estilo enclave, que siguen el conocido modelo neoliberal de desarrollo transfronterizo con capital internacional y mano de obra local barata, contribuyan a su estrategia de crecimiento impulsado por las exportaciones. La realización de un crecimiento continuo del sector privado, a su vez, depende de la capacidad de la AP de vigilar con eficacia al pueblo palestino y a su fuerza de trabajo en las zonas bajo su «jurisdicción».
En pocas palabras, como no tiene una estrategia evidente para hacer frente a los obstáculos reales «externos», la atención de la AP se ha desplazado a un rango de percepción de obstáculos a la estatalidad «internos», y su programa, en consecuencia, está destinado a erradicarlos. Visto desde este ángulo, entonces, el programa de la estadidad palestina debe integrar la teoría y la práctica del neoliberalismo en la sociedad palestina. Es aquí donde el concepto del imperio de la ley, tan central en la retórica neoliberal, demuestra su valor instrumental. Detrás de su vocabulario técnico y neutro se encuentra el deseo de escapar de la política y, de hecho, de la propia naturaleza política de la cuestión de Palestina. El programa de la estatalidad alienta la idea perversa de que quizá los ciudadanos tengan que aceptar la ocupación pero no se les negarán los beneficios de un tráfico rodado más calmado, un plan de estudios según el modelo liberal, instituciones favorables a los inversores, la prestación eficiente de servicios públicos y, para la clase media, el acceso a cadenas hoteleras de lujo y a actuaciones de giras teatrales.
El modelo de «Estado» previsto por la AP es precisamente el que ya ha destrozado economías soberanas en todo el mundo a través de las reformas neoliberales. Como era de esperar, las reformas que la AP ya ha aplicado persiguiendo ese modelo se han ganado el sello de aprobación de las IBW. Sin embargo, tanto el Banco Mundial como el FMI han recordado a la AP que el proceso de reforma debe continuar a pesar de que, como ambas instituciones reconocen, los numerosos obstáculos planteados por Israel socaven el proceso en todas sus etapas. Por el contrario, sin embargo, el enfoque obsesivo de la AP sobre la reforma podría servir simplemente para que la ocupación sea menos visible a los palestinos, menos costosa para Israel y los donantes, e incluso más eficaz en el proceso.
Ciertamente, este enfoque suena bien con la oferta israelí de «paz económica». La AP ha denunciado públicamente el concepto israelí de la paz económica y ha reconocido que la creación de instituciones no puede acabar por si sola con la ocupación. Pero el «Estado» neoliberal que la AP y sus partidarios internacionales están construyendo significa que hay que confiar en que Israel facilite la agenda de la estatalidad. A todos los efectos, se agrega a ello una cohabitación con la paz económica a través de la tolerancia efectiva y la cooperación con la potencia ocupante. El liderazgo palestino tiene que fijarse bien en lo que los pueblos de la región están reivindicando. Para el pueblo palestino, en el epicentro de una región que experimenta lo que aún puede llegar a ser una transformación revolucionaria, ello significa nada menos que un retorno a los objetivos fundamentales: liberar la tierra y al pueblo; no crear un enclave neoliberal anómalo dentro de la ocupación israelí.
Este artículo es una versión reducida de su original publicado por los autores en Journal of Palestine Studies, vol. XL, N º 2 (invierno, 2011), pp. 1-20. Puede verse en internet en: http://www.palestine-studies.
Fuente: http://www.jadaliyya.com/