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Ni Dupin ni Holmes; la vida

Fuentes: Insurgente

Obviamente, no se precisa una desmesurada capacidad de análisis para concluir que el planeta atraviesa una aguda crisis alimentaria. Incluso si solo conociéramos que los precios de los renglones básicos -especialmente el maíz, el arroz y el trigo- se han duplicado en los últimos dos años, podríamos deducir devastadoras consecuencias para los tres mil millones […]

Obviamente, no se precisa una desmesurada capacidad de análisis para concluir que el planeta atraviesa una aguda crisis alimentaria. Incluso si solo conociéramos que los precios de los renglones básicos -especialmente el maíz, el arroz y el trigo- se han duplicado en los últimos dos años, podríamos deducir devastadoras consecuencias para los tres mil millones de seres -la mitad de la población mundial- que viven… más bien malviven, sobreviven, o mueren en vida con dos dólares diarios, y que hoy gastan el 80 por ciento de su ingreso en el prosaico yantar.

Y claro que sabemos más. Según el Fondo de Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO), en 2007 la cantidad de personas hambrientas aumentó en cerca de 50 millones, principalmente como consecuencia del mencionado encarecimiento, en los últimos 12 meses ascendente al 52 por ciento, nada menos. Mientras hace cuatro años la tonelada de leche en polvo se adquiría por unos dos mil 100 dólares, en julio pasado se cotizaba al estratosférico precio de cinco mil 200 dólares. Si en julio de 2007 el costo de importación de una tonelada de arroz ya se había elevado hasta 435 dólares, hoy este volumen exige mil 110 dólares. La tonelada de trigo saltó de 297 dólares a más de 409. Ahora, al parecer la luz escapa del intelecto de ciertos apoltronados analistas cuando de exponer las razones de la crisis se trata. Porque vienen como en manada, tan gregarios ellos, a tratar de convencernos de una lista que encabezan la demanda de China y la India, el alza del petróleo, las veleidades del clima, la depreciación del dólar y el despliegue de los biocombustibles, y que elude o ubica en lugar secundario a la especulación y otras características del neoliberalismo.

Pero vayamos por partes. A no dudarlo, la oferta continúa sobrepasando a la demanda. ¿Una prueba? Mientras que, desde 1961, la población del orbe se ha duplicado, la producción de cereales se ha triplicado, hasta alcanzar en 2007 los dos mil 300 millones de toneladas, un aumento de cuatro por ciento en relación con el año anterior. ¿Entonces? Para observadores de tino como Alejandro Nadal (La Jornada, de México), cargan el mayor peso de la culpa aquellos que, con productos harto subsidiados, inundan las naciones del Sur, forzando la apertura del mercado de tierras y la concentración de estas en pocas manos.

Entretanto, en las naciones esquilmadas se ha retirado el apoyo gubernamental al campesinado, en un contexto de línea macroeconómcia dictada por el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial, personeros del imperialismo, término que no ha caducado, como no ha caducado el fenómeno en su momento conceptuado por Vladimir Ilich Lenin.

En sentido general, se ha abandonado la soberanía alimentaria como objetivo y se ha congregado el poder económico en manos de unos cuantos, los grandes consorcios comercializadores y procesadores. Tengamos en cuenta que solo seis compañías controlan el 85 por ciento del trasiego planetario de granos, tres el 83 por ciento del de cacao, otras tantas el 80 por ciento del flujo de plátanos. Y tres -vaya número cabalístico- se arrogan el derecho de decidir totalmente qué parte de la cosecha de maíz va a la producción de etanol, edulcorantes, alimento para animales o para seres humanos.

A todas estas, la OMC haciendo la desentendida. En vez de impulsar un acuerdo mundial que contrarreste los nocivos efectos de los precios oligopólicos, ha desviado la vista hacia los ilusorios beneficios de la apertura comercial. Sí, del neoliberalismo, que tiende aquí su funesto manto de especulación. Porque, aunque algunos no osen reconocerlo, las crisis hipotecarias y financieras, la inestabilidad en los mercados de divisas, el complejo panorama de la economía estadounidense, han incitado a inversionistas y especuladores a un viaje a la semilla: otra vez las materias primas, los granos, los cereales.

Y especular con los granos, los cereales, representa apretar la cadena alimentaria desde la base, al decir de Paul Walter en el digital Economía Sur. Consiguientemente, provocar una crisis social y política. ¿Qué otra cosa puede levantar el que, conforme a la ONU, haya 854 millones de seres humanos mutilados por el hambre permanente? Mutilación que no ha logrado impedir ni la diligente FAO, cuyos programas, valorados en cerca de 24 mil millones de dólares, resultan «prohibitivos» para quienes se regodean en la desigualdad al extremo que la ayuda a la agricultura -principal medio de subsistencia del 70 por ciento de la población pobre del planeta- pasó de unos insuficientes ocho mil millones de dólares en 1984 a unos entecos tres mil 400 millones en 2004.

Algo así como una broma. Una macabra broma que podrían pagar muy caro aquellos que tratan de camuflar las causas principales de la crisis. Como si fuera necesaria la capacidad de deducción de un Dupin o un Holmes, paradigmas del detective literario, cuando basta el sentido común para descubrir razones y prever explosiones. ¿Me equivoco?