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No perdáis de vista el Golfo

Fuentes: Asia Times Online

Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens

Imaginad un paraíso feudal, o neo-medieval, la antigua casa del legendario Simbad el Marino, con el gobierno absolutista de un septuagenario soltero, delgado, que toca el laúd, y prefiere vivir solo en su palacio; el paradigma de discreción del sultán Qabus bin Sa’id. Eso, en pocas palabras, es Omán.

Omán practica el Islam ibadí -ni suní ni chií- que también se encuentra en latitudes selectas en el norte y el este de África. No podía ser más diferente del wahabismo, o del fanatismo al estilo yihadista de al-Qaida. En términos omaníes, el Islam ibadí involucra el encuentro de la mezcla correcta entre la costumbre tribal y el aparato estatal (Qabus aprecia mucho las consultas con dirigentes tribales).

Washington -y Londres- adoran absolutamente a Qabus; graduado de la academia militar Sandhurst en Gran Bretaña, ama Mozart y Chopin y su acumen estratégico es comparable al del padre fundador de Singapur, Lee Kwan Yew. (Cuando fui a Omán me sentí realmente como si estuviera en un Singapur árabe. Contribuyó el hecho de que había vivido en Singapur. Todo en Omán es demasiado limpio, y también perfecto como en Disneylandia, como en Las mujeres perfectas al estilo singapurense)

Contribuye al amor estadounidense que el sultán haya ayudado considerablemente a George H W Bush durante la primera guerra del Golfo en 1991 contra Sadam Hussein de Iraq, y que extendiera el favor a George W Bush permitiendo que 20.000 soldados de EE.UU. permanecieran en Omán antes de las invasiones de Afganistán e Iraq. Para colmo, el área más profunda del excesivamente estratégico Estrecho de Ormuz -esencial para la navegación de superpetroleros en el Golfo Pérsico- se encuentra en territorio omaní.

Lamento entrometerme en vuestro idilio

Es posible que Qabus, en el poder desde 1970, todavía no sea objeto de revulsión en su paraíso del Golfo de Omán. Pero puede que se le esté acabando el tiempo -a él y a las elites de Omán- frente a la implacable gran revuelta árabe de 2011.

En el índice de lanzadores de zapatos de The Economist, Omán se encuentra nada menos que en sexto lugar, directamente después de Hosni Mubarak -depuesto en Egipto y mucho antes de Zine el-Abidine Ben Alí depuesto en Túnez y de Khalifa, en peligro en Bahréin. La mitad de la población, de menos de tres millones, es menor de 21 años. El desempleo abunda, especialmente entre jóvenes que tienen un diploma inútil. De un total de 40.000 graduados de secundaria al año, sólo unos pocos encuentran trabajo.

Esto sólo puede significar grandes problemas. Blogueros y twiteros de Omán subrayan que ha habido manifestaciones en el sur y en los puertos de crucial importancia estratégica de Salalah (en el sur, cerca de Yemen) y Sohar (donde la policía utilizó munición de guerra, matando a un muchacho de 15 años; la policía omaní -así como la Mukhabarat [policía secreta, N. del T.]- están entrenadas en Jordania). No menos de 3.000 manifestantes fueron atacados con gas lacrimógeno. La carretera de Sohar a al-Ayn -al otro lado de la frontera en los Emiratos Árabes Unidos (EAU)- se cerró.

Los manifestantes se quejan básicamente de salarios miserables, en comparación con una continua y creciente inflación; y de que la mayoría de los puestos de trabajo son ocupados por extranjeros (empleados por corporaciones extranjeras) o por omaníes de la capital Muscat.

Los manifestantes pacíficos dicen que no descansarán hasta que consigan mejores salarios. El sultán aumentó preventivamente el salario mínimo nacional de 316 dólares al mes a 520; los manifestantes «no quieren menos de 1.300 dólares». Y además: mejores pensiones; educación ulterior gratuita para todos los omaníes; e incluso la renuncia del gobierno. Durante el fin de semana, el sultán también hizo cambios ministeriales y el gobierno anunció 50.000 puestos de trabajo más, aparte de prestaciones por desempleo. La reacción de los manifestantes: «Puras palabras».

También es crucial que no se informa completamente sobre nada de esto en el Golfo. Al-Yazira mantiene un silencio inquietante. Al-Arabiyya -vocero de la Casa de Saud- también guarda silencio. Y ni hablar de las transmisiones en el propio Omán. Se ha criticado mucho a Al-Yazira en muchos sectores durante semanas por su negligente cobertura de Bahréin -en comparación con una guerra relámpago durante 24 horas cuando se trata de Egipto o Libia. Esto ha provocado muchas sospechas de que para el emir de Qatar, hay una «lucha por la democracia» (en el norte de África) y otra «lucha por la democracia» (en el Golfo).

Con la soga al cuello

Sohar -antiguo albergue de Simbad- a 80 kilómetros de la frontera de los EAU y a 200 km. de la capital Muscat, merece especial atención. Es el centro industrial de Omán, con uno de los mayores proyectos de desarrollo portuario del mundo más una refinería, un complejo petroquímico, una fundición de aluminio y una fábrica de acero. Los trabajadores del petróleo en Sohar se están convirtiendo en manifestantes. No es inverosímil que bloqueen las exportaciones por oleoducto como un medio para presionar al sultán. Omán bombea cerca de 860.000 barriles de petróleo diarios y exporta aproximadamente 750.000 barriles.

La economía global conoce el Golfo Pérsico como su principal centro petrolífero. La noción paranoica de que el Estrecho de Ormuz sería cerrado por Irán en una guerra contra EE.UU./Israel fue siempre una quimera fabricada por los neoconservadores. La realidad presenta ahora otro panorama: la intervención de la verdadera democracia en el «fanal de estabilidad» Omán.

Desde el punto de vista de la economía global, la lucha por la democracia podría convertirse en un panorama de pesadilla. Si tanto Libia como Omán desaparecieran del mercado, la economía global perdería 2,5 millones de barriles de petróleo diarios, un 3% de lo que consume. No existe evidencia de que Arabia Saudí pueda compensarlos sin llevar sus equipos e infraestructura al límite. Traducción: el petróleo podría llegar a más de 150 dólares por barril en cosa de días. Y esto sin incluir siquiera la posibilidad de manifestaciones en marzo en Arabia Saudí.

Omán no es exactamente un accidente de la historia como los territorios gobernados por jeques del Golfo, que fueron básicamente un «collar de perlas» en la carretera naval del imperio británico a lo largo del Océano Índico. No es sorprendente que el imperialista-en-jefe Lord Curzon los haya llamado «nimias jefaturas árabes» (se puede decir que esto no ha cambiado mucho bajo la administración imperial estadounidense). En lo que respecta a Washington, Omán sigue siendo el proverbial «aliado estable de EE.UU.» – con su armada altamente entrenada por EE.UU. y, de modo crucial, desplegada directamente a la salida del estratégico Estrecho de Ormuz.

Omán no es exactamente una reciente hacienda familiar establecida en el desierto como la Casa de Saud. La dinastía gobernante -al-Bu Sa’id- ha estado en el poder desde antes que EE.UU. llegara a ser un país.

Pero agreguemos un poco de zumo a toda esta «estabilidad». Omán ha tenido uno de los movimientos de oposición más sofisticados de todo el mundo árabe, encarnado en gran parte por el Frente Popular por la Liberación de Omán. Algunos de sus dirigentes fueron cooptados por el sultán, pero sigue existiendo el ímpetu progresista, modernizador.

Por mucho que el Departamento de Estado de EE.UU. se esfuerce por subrayar que Omán respeta los derechos humanos, los derechos políticos siguen siendo casi nulos. No hay prensa libre, ni libertad de expresión, ni libertad de reunión, ni libertad de religión. Puede que Omán no sea la ultra-represiva Arabia Saudí o el Yemen del Lejano Oeste, pero tampoco es Escandinavia (Sujetos de los think tanks de Washington insisten en comparar al sultán con los primeros ministros escandinavos).

La gran revuelta árabe de 2011 es, citando a Bob Dylan, «conducir a 150 kilómetros por hora por una calle sin salida» en Barein; está a punto de tomar un descanso en Arabia Saudí; y ya llegó a Omán. El septuagenario sultán tiene diabetes, no tiene herederos para su trono y ahora le desafían oficialmente los jóvenes desempleados y los trabajadores furiosos delante de su puerta. Cuidado con la posibilidad de que el imperialismo humanitario vuelva a surgir amenazadoramente en Libia. Pero todos los ojos deberían concentrarse en el Estrecho de Ormuz; en la costa omaní, no iraní.

Pepe Escobar es autor de Globalistan: How the Globalized World is Dissolving into Liquid War (Nimble Books, 2007) y Red Zone Blues: a snapshot of Baghdad during the surge. Su último libro es Obama does Globalistan (Nimble Books, 2009). Puede contactarse con él en: [email protected].

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Fuente: http://www.atimes.com/atimes/Middle_East/MC02Ak01.html

rCR