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Arbitrariedad y ensañamiento: dos armas israelíes para destruir a familias palestinas

No sin mi hija

Fuentes: Haaretz

Traducido para Rebelión por LB.

Nos encontramos por primera vez en Belén en el invierno de 1998. En aquella época Etaf Alyan había sido liberada de su detención administrativa varios meses después de haber cumplido una condena de 10 años de cárcel por preparar un coche bomba y atacar a un guardia de prisión. Era una heroína local: su huelga de hambre carcelaria de 40 días en protesta por su arresto sin juicio puso en pie de guerra a los territorios ocupados. Velada y carismática, la «Juana de Arco» palestina, como la llamaban entonces, contó su historia.

De joven fue comunista y cuando creció se convirtió en activista de la Jihad Islámica; a su hermano lo mataron a palos los soldados israelíes en 1976 y a su tío le dispararon y murió en los brazos de su padre en su remota aldea de Hulda en 1948. Valiéndose de su hebreo rápido y un tanto deslavazado, en aquella ocasión me habló con su fina voz, a través del velo, sobre su hombre, el prisionero israelí Hafez Kundus, de Jaffa, condenado por haber intentado asesinar a un árabe de Jaffa que había vendido a judíos tierra perteneciente al Waqf (el trust religioso musulmán).

Alyan y Kundus se vieron dos veces a lo largo de su vida: una vez, el día de su boda, que se celebró detrás de los barrotes, y la otra cuando a él lo trasladaron de su cárcel de Be’er Sheva para que convenciera a su amada de que interrumpiera su huelga de hambre. El resto del tiempo se comunicaban a gritos a través de los barrotes de la cárcel.

Después de eso nos vimos de nuevo en varias ocasiones, una vez en el pulcro jardín de infancia que había montado en el patio de su casa de Belén, el «Jardín de Infancia Jihad», y en otra ocasión en una exposición de trabajos de presos organizada por ella. Utiliza a menudo las expresiones «si Dios quiere» y «gracias a Dios», y me prometió risueña que se quitaría el velo si la llevaba a visitar Tel Aviv.

Pasaron los años. Esta semana estábamos sentados en Ramallah en la oficina de su flamante marido, Walid Hodali, liberado tras pasar 12 años en una cárcel israelí. Otro prisionero los presentó mediante cartas que enviaba a ambos desde la cárcel. Hodali y Alyan se casaron hace unos dos años y medio, y hace aproximadamente año y medio, cuando Alyan tenía 41 años, nació su hija Ayesha. Ahora Alyan está de nuevo en la cárcel: otra detención administrativa sin juicio que ha sido extendida ya por segunda vez. En esta ocasión, tras otra huelga de hambre de 16 días, consiguió que la autorizaran a tener consigo a su bebé.

Hodali tiene tres niños procedentes de un matrimonio anterior a los que no se le permite visitar, y ahora tiene una mujer y una hija encerradas en una cárcel israelí a las que tampoco puede ver. Sólo le queda la fotografía del salvapantallas de su ordenador: Ayesha cuando tenía 20 meses de edad, mirando a su padre.

Una telenovela palestina real como la vida misma.

Hodali dice que en la víspera de su matrimonio se juraron mutuamente no trabajar nunca más en ninguna organización, fuera Jihadista o Islamista, que pudiera volver a poner en riesgo su libertad. Trabaja las mañanas en el servicio de aguas de Ramallah y por las tardes en las oficinas de Beit al-Maqdes, una asociación literaria vinculada a la universidad de Bir Zeit. Desde las alturas de un moderno edificio situado en el centro de Ramallah, esta asociación publica docenas de libros de atractivo diseño para niños y adultos. Ahora trabajan en una traducción de «Señores de la Tierra: los colonos y el Estado de Israel«, de Idith Zertal y Akiva Eldar.

Hodali es escritor y lleva publicados siete libros, la mayoría de ellos sobre la vida carcelaria. Actualmente proyecta escribir un libro de relatos breves que está escribiendo bajo el nombre de su hija, Ayesha. Uno sobre cómo se siente cuando a su mamá la detienen; el segundo, sobre lo que significa mirar a mamá a través del cristal durante una visita a la cárcel; y el tercero, sobre mamá, cuya detención ha vuelto a ser prolongada. Todo ello narrado a través de los ojos de la pequeña observadora. «Quiero preguntar: ¿Qué clase de casa es ésa en la que falta mamá?», escribe Hodali. Explica que no se trata de historias políticas.

Ramallah rebosa de gente y se agita como no lo hacía desde hacía mucho tiempo. El trayecto entre Tel Aviv y la Muqata, el complejo del difunto Yassir Arafat en Ramallah, dura una hora, si no se atasca uno en algún retén.

En la tumba de Arafat, excavada en el patio de la Muqata, están construyendo un mausoleo; la entrada es gratuita y no hay controles de seguridad. Hasta que se termine el mausoleo sólo hay andamios en la zona, que no es sino un piso de cemento. Hay que preguntar a los trabajadores palestinos dónde se encuentra exactamente el lugar donde descansa el padre fundador.

Walid pasó los años 1990-2002 en una cárcel israelí. Tiene 46 años, nació en el campo de refugiados de Jilazoun, en las afueras de Ramallah. Estudió matemáticas en Ramallah. En la cárcel amplió su educación y profundizó en el estudio de la literatura árabe; también él escribió sus libros en la cárcel.

Su hijo de 14 años murió de una enfermedad mientras él estaba preso y los israelíes no le permitieron asistir al funeral. Sus otros tres hijos viven con su madre en Jordania y no se les permite entrar en los Territorios Ocupados. Tampoco le permiten a él ir a visitarlos, a menos que prometa no regresar. Sólo quedan el teléfono e Internet. Lleva seis años sin ver a sus hijos mayores, desde que lo visitaron en la cárcel por primera y última vez en Ashkelon. Afiliado primero a Fatah y luego al Movimiento Islámico, Hodali dice que hoy no pertenece a ninguna organización: por la mañana agua, y por la tarde literatura.

«Puedes trabajar igualmente por tu pueblo sin correr riesgos. Etaf y yo nos juramos que no retomaríamos ninguna actividad que nos volviera a llevar a la cárcel. ¿Por qué? Porque odio la cárcel con todas mis fuerzas«, explica Hodali.

La fama de Alyan se extendió por Cisjordania y llegó hasta él. Hombre cortés y tímido, sonríe embarazado cuando le pregunto por las circunstancias de su cita a ciegas con ella. En realidad no fue una cita a ciegas: Etaf lo había visto por televisión y él también la había visto en televisión, cubierta con un velo. Nidal Zalum, amigo de ambos y también preso, les rogó que se casaran; él pensó que hacían buena pareja. El casamentero de la cárcel les envió sendas cartas y el resto es ya casi historia.

Walid telefoneó a Etaf varias veces. Tuvieron tres o cuatro breves conversaciones y se enamoraron. Después, a ella la volvieron a arrestar durante un año, de modo que el amor tuvo que esperar. Cuando la soltaron, hace aproximadamente dos años y medio, él la telefoneó para felicitarla por su liberación. Entonces hizo acopio de todo su valor y se fue en coche hasta su casa para pedir su mano. Alyan se había separado de Hafez Kundus dos años antes. Walid afirma que en realidad no estaban casados sino solamente comprometidos.

La familia de ella dio su visto bueno a la unión. Dos días después se casaron y se fueron a vivir a la casa de él, en Ramallah. Alyan abrió en el centro de la ciudad un cibercafé exclusivamente para mujeres. Todavía lleva velo, pero su marido se opone a ello. En su opinión, una mujer musulmana tiene bastante con cubrir su cabello y su cuello; sin embargo, Walid respeta la decisión de su mujer. En 1989, ella me dijo: «He amado el velo desde que tenía 18 años, pero no podía llevarlo. En aquella época llevar ropa religiosa en Belén se consideraba extraño. La gente estaba distanciada de la religión. La gente te preguntaba: ¿por qué te vistes así?, y yo no deseaba pelarme por cosas antes de tiempo. No podía llevar velo, pero estaba en mi corazón llevarlo, y cuando sentí que había llegado el momento, me lo puse. Eso ocurrió en la cárcel, hacia 1989 o 1990, y desde entonces nunca me lo he quitado«.

El 29 de septiembre del 2005, aproximadamente un año después de su matrimonio, nació Ayesha. Su padre dice que su vida se divide entre lo que pasó antes del 29 de septiembre y lo que ocurrió después, igual que la vida en Estados Unidos se divide entre el antes y el después del 11/S. Alyan solía llevarse a Ayesha al trabajo todos los días; a veces la niña tiraba del velo de su madre y se lo quitaba por un instante. Él era escritor, ella era la propietaria de un café, nació Ayesha y la vida sonrió sobre ellos por un instante. Sólo por un instante.

La noche del 12 de diciembre del 2005, soldados israelíes rodearon su casa. Hodali pensó que la puerta iba a salirse de sus goznes bajo los golpes de los soldados. Estaba convencido de que venían a por él. Dice que todo el que ha pasado muchos años en la cárcel tiene pesadillas sobre ese momento. Tanto él como Alyan temían ese instante. Decenas de soldados, varones y hembras, entraron en la casa. Cuando Hodali vio a las mujeres soldado comprendió que habían venido a llevarse a su mujer, no a él. «Siempre bromeábamos diciendo que si venían a arrestarme les diríamos a los soldados que yo no estaba implicado en nada y que se la llevaran a ella. Pero cuando ocurrió realmente, recé para que me detuvieran a mí cien veces antes que a ella«.

Ayesha se despertó de su sueño, su mamá le dio un último abrazo y rompió a llorar. Alyan insistió en llevársela consigo, diciendo que la ley lo autorizaba, pero los soldados israelíes se negaron. Así separaron a la bebé de su madre. Al día siguiente vinieron los vecinos y se ofrecieron a cuidar de la chiquilla. Pero Hodali insistió en criarla sólo. Durante los meses que siguieron Ayesha se aferró a su padre -en agua y en literatura. En la cárcel, Alyan inició una huelga de hambre exigiendo que le trajeran a su hija. Tras 16 días de huelga las autoridades de la cárcel de Neveh Tirza cedieron y el abogado de Alyan se trajo a Ayesha a la cárcel. Hodali dice que habría preferido que la niña se quedara con él, «pero no podía decirle a ella que no. ¿Cómo iba a decirle eso después de una huelga de hambre de 16 días?».

Ahora Alyan pasa la mayor parte del tiempo con su madre en su celda de la cárcel. Tiempo de calidad. En la celda vecina residen otra madre palestina y su bebé. La semana pasada nació otra criatura, hija de una presa palestina; la madre dio a luz en el hospital con las manos atadas con esposas. Hodali ha tratado de enviar CDs a su hija, pero las autoridades de la cárcel no se lo han permitido. Sólo permiten al abogado visitar a Alyan. La han condenado a seis meses de detención administrativa, pena que en la sala se redujo a cuatro meses, que luego se extendieron a otros seis, que fueron acortados a cuatro. Todo ello sin que mediara juicio alguno, sin ninguna acusación, sin que nadie tenga ni idea de los cargos de que se acusa a la joven mamá.

Le pregunté a Hodali por qué detuvieron a su esposa y él me respondió: «Deben de tener algún informe de inteligencia basado en algún colaborador que informa sobre la gente a cambio de dinero. Estoy seguro de que no me ocultó nada y de que no estaba metida en ninguna actividad ilegal, pero con el historial que tiene es fácil acusar a Etaf falsamente«.

Ayesha nos sonríe también desde la librería de la oficina de Hodali. Hace unas semanas, cuando llevaron a Alyan a la cárcel de Ofer -a sólo tres kilómetros de distancia de donde estamos sentados en este momento- para discutir la prolongación de su detención administrativa, cayó presa de la exasperación: «Estoy a tres kilómetros de ellas y no puedo ver ni a mi mujer ni a mi hija«. Ni que decir tiene que hablar por teléfono con ellas está fuera de cuestión.

«No puedo comprender por qué mi hija está en la cárcel«, dice Hodali. «Por qué sueña sin un jardín y por qué tiene que despertarse a los gritos de ‘¡Recuento, recuento!’ y por qué se encuentra en aislamiento. No sé cómo va a poder sobrellevar todo eso«.

Está previsto que Alyan y Ayesha sean liberadas dentro de tres meses y una semana, a menos que vuelvan a extender su detención administrativa. Walid Hodali cuenta los días.

Texto original: http://www.haaretz.com/hasen/objects/pages/PrintArticleEn.jhtml?itemNo=715026