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Nuestro convoy a Gaza

No te quejes, organiza

Fuentes: CounterPunch

Traducido para Rebelión por Germán Leyens

«¿Dónde está la ummah [nación en árabe]? ¿Dónde está ese mundo árabe del que nos hablan en la escuela?»

Esas palabras quedarán para siempre grabadas en mi cerebro. Fueron pronunciadas por una niña de 10 años en una ruina causada por las bombas israelíes en Gaza, en marzo. Había perdido a casi toda su familia en los 22 días de bombardeo israelí de este año. La segunda vez que habló, yo le daba la espalda. Tuve que partir; ¿qué respuesta le podía dar?

Mientras Hugo Chávez expulsaba al embajador israelí de Venezuela, los dirigentes de la Liga Árabe, con un puñado de excepciones, pasaron esas semanas asesinas en diciembre y enero invocando apenas la misma indignación sintética que tan a menudo ha acompañado anteriores episodios sangrientos de la tragedia palestina.

Pero no fue el caso con la opinión pública, no sólo en el mundo musulmán, sino movilizada en las calles de capitales occidentales. En Gran Bretaña, más de 100.000 personas salieron a las calles y noche tras noche bloqueamos la embajada israelí. Sobre todo, el ataque contra Gaza produjo en EE.UU. una exteriorización sin precedentes. Había habido, por cierto, protestas anteriormente, pero esta vez resultó ser más que una liberación efímera de rabia impotente. Algo está cambiando.

He comprendido cada vez más esa realidad durante los últimos dos meses cuando he hablado sobre Palestina en reuniones y recolecciones de fondos abarrotadas de gente en todo EE.UU. Los sondeos en enero mostraron una gran cantidad de estadounidenses opuestos al ataque israelí. Puede no haber sido una sorpresa para aquellos de entre nosotros que presenciamos la destrucción de Beirut por Sharon a fines del verano de 1982, pero la vista de fósforo blanco – que forma una nube gaseosa – utilizado contra civiles en Gaza conmocionó los sentidos de millones de personas que hasta ese momento habían sido llevadas a creer que de alguna manera eran los palestinos los que ocupaban tierra israelí en lugar de todo lo contrario.

Experimentados activistas de la causa palestina confirman que ahora existe una oportunidad para llevar este caso más allá del gueto y a la corriente dominante de la vida política – en EE.UU. y en Gran Bretaña, que tienen la mayor responsabilidad por el sufrimiento en Palestina: EE.UU. como el financiero de la colonización israelí; Gran Bretaña como el autor de la tragedia de 1917, cuando el dirigente de un pueblo, el secretario del interior Arthur Balfour (un antisemita), entregó a los pretendidos dirigentes de otro pueblo, el movimiento sionista, la tierra que pertenecía a un tercer pueblo, los palestinos. Y todo sin preguntar a ninguno de los pueblos, lo que incluso según los estándares del imperialismo británico ya es todo un triunfo.

¿Cómo entonces se puede integrar a la causa de Palestina el tipo de movimiento político que ayudó a destruir el apartheid, entre el martillo de la resistencia del Congreso Nacional Africano y el yunque de la solidaridad internacional? Es la pregunta que me ha llevado a volar de uno a otro lado del Atlántico, entre conferencias y recolecciones de fondos aquí, y el despliegue de una extraordinaria crisis política en casa. Fue la pregunta que nos preguntamos cuando pasábamos frente a la embajada israelí en esos fríos días de enero.

Las manifestaciones fueron importantes. Cualquiera que lo dude que escuche a los que viven sometidos al cerco, cuya capacidad de resistir fue fortalecida cada vez que veían esas protestas en Al Jazeera y Press TV. Pero no fueron suficientes, ni lo fueron los discursos, aunque también tienen su sitio. Son las acciones las que dicen más que las palabras. Por eso anuncié el 10 de enero en la gran manifestación en Londres que llevaría un convoy de ayuda humanitaria de Gran Bretaña a Gaza.

Decidimos partir sólo cinco semanas más tarde y que iríamos por una ruta difícil – hasta España, cruzaríamos a Marruecos y luego conduciríamos a través del Magreb. Esperábamos llevar algo como una docena de vehículos. Finalmente, partimos de Hyde Park el 14 de febrero con 107 vehículos, 255 personas y unos 2 millones de dólares en ayuda. Unos 23 días y 8.900 kilómetros después llegamos a Gaza. Y ahora, esperamos volver a hacer lo mismo, pero esta vez desde EE.UU.

El 4 de julio, el veterano de Vietnam Ron Kovic, yo y cientos de ciudadanos de EE.UU. volaremos del aeropuerto Kennedy al Cairo donde formaremos un convoy de cientos de vehículos con ayuda médica y nos dirigiremos a Gaza. Estaremos en Egipto exactamente un mes después del día en el que el presidente Obama pronunció su histórico discurso ofreciendo una nueva y más igualitaria relación entre EE.UU. y el mundo musulmán. Y ese discurso hace que sea tanto más imperativo que todos y cada uno se sumen a ese convoy.

Porque el discurso de Obama, así como su campaña electoral y su presidencia, pueden ser vistos de dos maneras. Fueron expresiones de apoyo general para Israel y de continuidad en la política exterior que sería ingenuo no esperar de cualquier presidente de EE.UU. Cuán fácil sería caer en el tipo de gruñido sabelotodo que ha sido una característica tan poco atractiva de una parte tan grande de la izquierda durante demasiado tiempo. Porque al mismo tiempo, su hábil llamado a un diálogo más respetuoso entre Oriente y Occidente abre muchos caminos para los amigos de la causa palestina y árabe. Si alguien duda de eso que vea la frenética reacción de la derecha israelí que, con su modesta manera de decir las cosas, compara la oposición al programa de asentamientos con el asesinato genocida.

Lo que decimos es que Obama tiene razón cuando señala que si EE.UU. quiere secar el pantano de odio en su contra, necesita un cambio radical en su política. El camino que delineó en el Cairo apunta en la dirección adecuada. Pero no fue suficientemente lejos. Literalmente. El camino lleva a unos cientos de polvorientos kilómetros por el desierto desde el Delta del Nilo, a través del Sinaí y hacia el cruce de Rafah hacia Gaza. Por ello, el convoy, cuyos objetivos son múltiples.

Primero, es llevar ayuda muy necesaria a un pueblo que subsiste bajo el sitio. Somos un eslabón en la cadena de aprovisionamiento que otros, que han enviado delegaciones de Gaza, han ayudado a establecer.

Segundo, es llevar gente – muchos estadounidenses. Nadie debe subestimar el impacto que tendrá en la gente de Palestina. Lo subrayaron nuestros anfitriones en marzo cuando dijeron que la presencia de tantos británicos era aún más valiosa que la ayuda que llevamos. Significaba que cientos de personas volverían como embajadores de Palestina en ciudades y pueblos en todo el país. Para la gente de la Franja de Gaza fue una prueba positiva, frente a sus propios ojos, de que no ha sido olvidada.

Tercero, es contribuir al poderoso proceso de cambiar la opinión pública de EE.UU. sobre este tema. Y cuando la opinión pública cambia, la política pública la sigue – incluso si el mecanismo es complejo y difícil. Los ocho tenebrosos años de la era de Bush causaron, en efecto, la criminalización de la solidaridad con la causa palestina. Organizaciones enteras, musulmanas y árabes, fueron clausuradas, sus dirigentes desaparecidos y deportados o encarcelados; lo atestigua el sobrecogedor juicio y veredicto de los organizadores de la Holy Land Foundation. Este convoy tiene que ver con el fin de todo eso. Queremos que una muestra representativa de la sociedad de EE.UU., incluyendo a destacadas personalidades, participe y demuestre que ya no se trata de un área prohibida; que Palestina es el tema y que nadie nos llevará a dar marcha atrás.

En Gaza, Ron Kovic entregará sillas de ruedas a amputados palestinos. Es la imagen que mostrarán los medios del mundo. Que los partidarios rabiosos del régimen Netanyahu-Lieberman eleven sus voces contra eso. Es una batalla de relaciones públicas que debemos valorar.

No tiene sentido lamentar pasivamente lo que esta presidencia pueda dejar de hacer. Si hacemos un impacto en julio y después podemos inclinar la balanza, colocando a la defensiva a los defensores de la agresión israelí y haciendo que al presidente Obama le resulte más atractivo desde el punto de vista político que avance por ese camino polvoriento.

En cierto sentido, George W Bush tenía una excusa para la violencia que desató: era un imbécil total y extremo. Barack Obama no tiene esa excusa. Es muy inteligente y culto. Encontró al tan profundamente extrañado Edward Said. No sólo sabe quién es el presidente de Pakistán, puede pronunciar el nombre del país.

Si se aviva el nuevo sentimiento por Palestina en EE.UU. y se hace políticamente efectivo, a nadie le quedará una excusa para no hacer lo correcto.

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Para información sobre el convoy de EE.UU. a Gaza abra: www.vivapalestina-us.org o llame al teléfono

773 226 2742

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George Galloway es miembro del Parlamento británico del Respect Party por Bethnal Green y Bow.

http://www.counterpunch.org/galloway06052009.html