Hassan no sabe si hoy podrá comer. Este paquistaní de 30 años lleva viviendo en Dubai, Emiratos Árabes Unidos, más de una década, trabajando en el sector de la construcción. Perdió su trabajo con la llegada de la pandemia de COVID-19. Sin un salario, ya no se puede permitir vivir en los Emiratos. Tampoco tiene dinero para regresar a su país.
«El sufrimiento es inmenso. Prácticamente no tenemos comida ni nadie que nos ayude. No tenemos dinero y no podemos irnos de aquí», lamenta: «En mi situación, ¿cómo podría permitirme un billete de avión?».
Hassan y 98 de sus compañeros de trabajo están abandonados a su suerte en un polvoriento campo de trabajo en las afueras de la ciudad, y prácticamente no tienen contacto con la empresa de construcción para la que trabajaban.
El edificio de tres pisos en forma de U con paredes de hormigón amarillo contiene docenas de dormitorios destartalados y con literas de metal. El espacio es tan reducido que resulta imposible cumplir con las medidas de distanciamiento físico para protegerse de la COVID-19. El complejo está cercado y vigilado por guardas de seguridad. Nadie utiliza la amplia cocina comunal, en la que tan solo hace seis meses había un gran bullicio. Sin comida no se puede cocinar.
En los Emiratos Árabes Unidos, la pandemia de COVID-19, sumada a la caída del precio del petróleo, ha provocado la pérdida de cientos de miles de puestos de trabajo. Los migrantes representan cerca del 90% de la mano de obra. Muchos migrantes sin trabajo se han quedado atrapados en un país que no ofrece una red de protección social a los extranjeros.
Al principio de la pandemia, el gobierno de los EAU exigió a las empresas que empleaban a trabajadores migrantes que siguieran proporcionándoles comida y alojamiento mientras permanecieran en el país, incluso si los habían despedido. Sin embargo, muchas empresas han incumplido la orden, dejando a los trabajadores a merced de donaciones de alimentos. El gobierno de Dubai no ha contestado a una solicitud de The Guardian en la que le pedía que comentara esta situación.
«De vez en cuando entran y salen personas y nos dan comida, pero cuando no viene nadie, pasamos hambre porque no tenemos nada que comer», lamenta Hassan.
Están muy necesitados. Algunos grupos de la comunidad están distribuyendo cientos de paquetes con comida todas las semanas.
«Estos hombres están atrapados en una situación muy desesperada», explica Claudia Pinto, miembro de The House of Om, una comunidad de meditación y yoga de Dubai, que recientemente se registró como organización benéfica para prestar ayuda a los migrantes hambrientos durante la pandemia. «Proporcionamos comidas ya cocinadas en lugar de paquetes de arroz y otros ingredientes para asegurarnos de que coman adecuadamente y no traten de vender estos alimentos. Todavía están bajo mucha presión para enviar dinero a sus familias. Pero es más importante que coman algo».
Los hombres entrevistados para este reportaje reconocieron que sus compromisos económicos son una gran fuente de estrés.
Hassan cobraba un salario de 2.000 dirhams (unos 460 euros) mensuales. Sin embargo, hace dos años se sometió a una operación de corazón y desde entonces su empleador le ha deducido el 75% de su salario en cuotas, ya que su seguro médico no cubría todo el coste de la operación. Ahora, corre el peligro de que su salud se deteriore.
«Desde que me operaron estoy obligado a tomar medicación. Antes tenía un seguro médico que me cubría las pastillas pero ahora ya no», explica: «Mi medicación cuesta unos 95 dirhams mensuales y no la puedo pagar».
La mayoría de trabajadores migrantes suelen enviar sus salarios a sus familias en sus países de origen, en forma de remesas. Por eso, la gran mayoría depende del finiquito que la empresa les entrega cuando finaliza el contrato, establecido por ley, para poder regresar a sus países.
Este finiquito suele ser el equivalente a un mes de salario por año trabajado.
Si bien algunos países han gestionado algunos vuelos para repatriar a los migrantes en esta situación, todos los hombres entrevistados por The Guardian han indicado que no se pueden ir hasta que las empresas les paguen lo que les deben.
«En los últimos dos meses, este tipo de situaciones se ha triplicado», explica Barney Almazar, abogado de Gulf Law que proporciona asesoramiento legal gratuito a los migrantes en unos encuentros mensuales en la embajada de Filipinas en Abu Dhabi y en el consulado de Dubai. «Es un problema muy grave, ya que muchas empresas no pueden pagar el alquiler y los gastos generales, lo que ha dado lugar a que algunas empresas cierren y no puedan pagar a los trabajadores».
A Ansar Abbas, de 39 años, de Punjab, Pakistán, le deben 10 meses de salario desde 2019 y ahora está en el paro. Está casado, tiene dos hijos de cuatro y 10 años y no puede volver a su país de origen con las manos vacías. «Ha pasado más de un año desde que mandé dinero a casa por última vez. Como me muero de hambre, no puedo enviar nada», dice. «Estamos hartos de este lugar y queremos irnos. Pero no puedo regresar a mi país sin nada».
Algunos de los hombres del complejo siguen técnicamente en nómina y van a trabajar a diario. Sin embargo, no se les paga. Shahadat, 28 años, de Bangladesh, sigue trabajando a pesar de que su empresa no le paga desde enero. Mantiene a sus padres, ya mayores, y le gustaría casarse y formar una familia. No lo podrá hacer hasta que tenga ingresos.
«Me gusta trabajar, quiero trabajar en Dubai», afirma. «Nadie nos hace caso. Nadie siente nuestro dolor. No piensan en nuestras familias, o en nuestras vidas, en nuestro futuro.»
Traducido por Emma Reverter