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Historias de terror de la ocupación israelí

Noche de oración

Fuentes: Haaretz

Traducido para Rebelión por LB


Ali Jabarin no es sino una sombra de lo que era. Desde que los israelíes lo arrestaron y apalearon no trabaja, sufre frecuentes dolores de cabeza, mareos y pesadillas, y sus tímpanos desgarrados no le dan tregua. Todo a causa de los puñetazos de los agentes de la Policía de Fronteras que lo detuvieron cuando se dirigía al oficio religioso que conmemora Laylat al-Qadr, la noche en la que Mohammed recibió el Corán del cielo. Esa noche una lluvia de golpes y patadas cayó sobre el peregrino Jabarin, que vive a pocos minutos de Jerusalén, ciudad a la que los israelíes le prohíben la entrada incluso para realizar sus más devotas plegarias.

Hace unos meses, cuando su madre estaba ingresada en el hospital Makassed de Jerusalén oriental, Jabarin se infiltraba clandestinamente hasta allí a través de la tubería principal de alcantarillado de su ciudad. Se quitaba los pantalones para vadear las pestilentes aguas que le llegaban hasta las rodillas y salía a la superficie en el otro extremo de las tuberías de desagüe para desde allí llegar hasta la ciudad santa. Ahora también esa opción ha desaparecido: Israel ha sellado la tubería y ha clausurado la ruta que conduce desde la parte antigua de Beit Hanina -donde vive Ali Jabarin- hasta la parte nueva, situada dentro del término municipal de Jerusalén.

Beit Hanina, un suburbio de Jerusalén no exento por completo de prestigio, está dividido entre su parte antigua y su parte nueva. La parte antigua esta cortada de Jerusalén por la carretera 443, que la separa de la capital, aislando a sus habitantes de la ciudad que fue siempre el centro de sus vidas. En la parte antigua de Beit Hanina, igual que en los pueblos limítrofes de Biddu y Beit Iksa, cientos de apartamentos están vacíos, abandonados por sus propietarios a causa del muro de separación y de la carretera de apartheid 443, de uso exclusivo para israelíes. La autopista a Jerusalén actúa como otra barrera de separación. La próxima vez que conduzca usted por esa carretera recuerde que a causa de ella Ali Jabarin no pueden rezar en el lugar que es sagrado para él.

De 35 años de edad, padre de dos hijas y con dos niñas más en camino, Jabarin trabaja para una organización benéfica para huérfanos en Azzariyeh. Esta semana nos contó en su casa en Beit Hanina la historia de lo que le sucedió, demorándose en los detalles de cada puñetazo y de cada maldición que tuvo que soportar.

La mañana del 25 de septiembre, al final del mes sagrado del Ramadán, Jabarin llamó a un amigo que vive en la parte jerusalemita de Beit Hanina y le dijo que intentaría reunirse con él para ir juntos a la mezquita de Al Aqsa y orar allí durante toda la noche. Jabarin se dirigió al puesto de control israelí de Qalandiyah confiando en que le permitirían llegar a Jerusalén. Hasta ahí sus oraciones fueron atendidas. Dice que había allí una multitud de cientos de palestinos que habían conseguido franquear el puesto de control cuando los soldados israelíes allí apostados se vieron desbordados por la situación, y Jabarin se encontró entre ellos. Montó en un autobús palestino y se dirigió a la casa de su amigo de Beit Hanina.

Pocos minutos después de bajarse del autobús, mientras caminaba hacia la casa de su amigo, un jeep de la policía fronteriza se detuvo a su lado. El conductor le pidió su documento de identidad. El documento de identidad de Jabarin es el documento propio de los territorios ocupados y, en consecuencia, prohíbe a su titular estar en el lugar donde Jabarin se encontraba en aquel momento. Una mujer que pasó junto al grupo y espetó al agente de la policía fronteriza: «¿Qué quieres de él?«. El funcionario le respondió con una lluvia de maldiciones, y Jabarin le dijo: «Habla más educadamente. Estás hablando de un ser humano«. Fue entonces cuando se desataron la paliza y las injurias. A los agentes de la Policía de Fronteras no les gusta que les regañen por sus modales, y mucho menos que lo haga un palestino.

Tras negarse a montar en el jeep mientras siguieran dirigiéndose a él de forma grosera, los policías israelíes le metieron a la fuerza en el vehículo y se lo llevaron a un puesto de la Policía de Fronteras en Atarot. Lo hicieron bajar por unas escaleras hasta un gran recinto en el que se encontraban unos 70 palestinos detenidos. Algunos, como él, habían tratado de llegar al servicio religioso.

Esto ocurría durante los días del ayuno de Ramadán, de modo que los presos no habían comido ni bebido nada desde la noche anterior. También había entre ellos algunos niños y ancianos. Una cámara de seguridad los grababa sin cesar. Uno de los agentes de la Policía de Fronteras que los custodiaba los maldecía constantemente: «¡Nos vamos a follar a vuestras madres, nos vamos a follar a vuestras hermanas, os vamos a follar a todos¡«, y así sucesivamente. Cuando Jabarin repite las maldiciones baja la voz, avergonzado.

En algún momento los presos decidieron ignorar las maldiciones y uno de ellos comenzó a leer en voz alta un Corán que llevaba encima. El agente de la policía fronteriza le ordenó que se callara. El preso siguió leyendo. Las maldiciones y la lectura prosiguieron durante unas tres horas, hasta eso de las dos de la tarde. Entonces se presentó otro agente de la Policía Fronteriza, uno que hablaba árabe con fluidez, y también él comenzó a maldecir a los prisioneros, esta vez en árabe. Dirigió la mayoría de sus maldiciones al preso que seguía leyendo los versos del Corán. Una vez más Jabarin no pudo permanecer impasible, se levantó y le dijo algo a este oficial de la policía fronteriza acerca de sus imprecaciones. El oficial se le vino encima. Jabarin pensó que quería hablar con él. Jabarin dice que simplemente quería decirle que había niños y ancianos en el lugar y que no debía maldecirlos. Pero en lugar de palabras cayó sobre él una lluvia de puñetazos y de patadas. Los puñetazos se los propinaba en la cabeza y las patadas en el estómago.

Jabarin se desvaneció por efecto de los puñetazos que recibió en cara y oídos y se desplomó sobre el piso, aturdido. Sentía que echaba espuma por la boca. Cuando ahora evoca aquella situación, muchos días después de haber ocurrido, se le nota muy afectado. Lo que le duele no son solamente los golpes y las maldiciones que le propinó el guardia israelí, sino el hecho de que todo hubiera ocurrido ante los ojos de docenas de presos, incluidos niños y adolescentes. Aquella paliza no se la inflingieron solamente a su cuerpo, sino también a su dignidad. Al cabo de unos 10 minutos trató de ponerse en pie, pero no pudo. Estaba mareado, sentía náuseas y ganas de vomitar. Haciendo acopio de sus últimas energías subió a trompicones los escalones y pidió a los agentes de la Policía de Fronteras que estaban allí que llamaran a una ambulancia y a la policía. Además de recibir tratamiento médico Jabarin quería presentar una denuncia por la paliza.

Los israelíes hicieron caso omiso a su petición y le ordenaron que regresara a la sala de detención. Dice los oídos le dolían tanto que pensaba que le iban a estallar. Uno de los agentes de la Policía de Fronteras le preguntó quién lo había golpeado, añadiendo que quienquiera que hubiera sido no lo había golpeado lo suficiente: «Debería haberte matado«. En el ínterin se presentó un hombre vestido de paisano y armado con una pistola que se llevó a Jabarin a su oficina. Jabarin dice que le dijo que era intolerable que se hablara a los detenidos de forma tan soez, sobre todo durante el ayuno. Jabarin pidió saber el nombre del funcionario que lo había golpeado, pero el hombre de paisano no quiso revelarle el nombre del agente ni el suyo propio. Se volvieron a llevar a Jabarin a la sala de detención tras prometerle que pronto llegaría una ambulancia.

En lugar de la ambulancia llegó un hombre enfundado en un uniforme de la Policía de Fronteras que declaró ser médico. Jabarin le pidió que le enseñara su licencia de doctor pero el individuo se negó. El agente que lo golpeó dijo: «Tú me has molestado y mi problema es que te he golpeado delante de la cámara«. Jabarin le respondió que no necesita ninguna cámara, pues tenía a 70 testigos. El agente de la Policía de Fronteras preguntó a los detenidos si alguno había visto la paliza y estaba dispuesto a testificar No se levantó nadie. Jabarin preguntó quién de los jóvenes sabía leer hebreo, y cuando uno de ellos se levantó le pidió que leyera el nombre del funcionario que lo había apalizado, nombre que figuraba en su placa de identificación. El nombre del sujeto era Raad Malahala, «o algo así«. Jabarin dice que volvían a darle golpes y empellones cada vez que reclamaba la ambulancia. «¡No me digas que nunca antes te habían dado una paliza!«, le dijo sorprendido el agente que lo había golpeado.

A eso de las 6:30 PM, llegó la orden de liberar a los detenidos. Se les ordenó marchar en fila india, escoltados por un agente de la policía fronteriza, hasta el puesto de control de Qalandiyah. Para cuando fueron puestos en libertad los israelíes habían detenido ya a muchos más palestinos ilegales, mujeres y niños incluidos. Según cálculos de Jabarin, en el momento álgido había allí cerca de 100 detenidos. Al principio se negó a marcharse a pie y continuó reclamando una ambulancia, pero los israelíes se la negaron. Utilizó su teléfono celular para llamar a su primo, Karim Jubran, un investigador de B’tselem (el grupo de derechos humanos) para la zona de Jerusalén, y contarle lo que estaba pasando. No mucho antes, cuando llegó la hora de romper el ayuno, uno de los detenidos había exclamado «Allahu Akbar» para señalar el final del ayuno, y los agentes de la Policía de Fronteras también le dieron una paliza, según relata Jabarin.

Finalmente, partieron a pie hacia el puesto de control. Jabarin, que apenas podía tenerse en pie, se rezagaba, por lo que un agente de la policía fronteriza lo iba azuzando. Al cabo, lo montaron en un vehículo de la Policía de Fronteras y lo condujeron hasta el puesto de control. El amigo de Jabarin, activista de la organización de derechos humanos Al-Haq, lo recogió con su coche en el puesto de control y lo llevó directamente al hospital Jeque Zayed de Ramallah, donde le diagnosticaron rotura de tímpanos por efecto de los golpes recibidos. La organización B’tselem registró el testimonio de Jabarin y piensa presentar pronto una denuncia ante Departamento de Investigaciones policiales de Israel.

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Un portavoz de la policía fronteriza ha respondido esta semana: «No tenemos constancia de que se haya producido ningún incidente de esa naturaleza. Cuando se reciba la denuncia será investigada por el comandante del distrito del Gran Jerusalén. Simultáneamente, presentaremos una denuncia ante el Departamento de Investigación de la Policía en el marco de la política de tolerancia cero con respecto al uso no autorizado de la fuerza. No obstante, primero es preciso verificar si el incidente realmente ha tenido lugar«.

Fuente: http://www.haaretz.com/hasen/objects/pages/PrintArticleEn.jhtml?itemNo=1030950