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Entrevista a Gustavo Duch, veterinario, escritor, ex-director de Veterinarios sin Fronteras

«Nos obligan a tragar, como si fuéramos ocas o patos con un embudo en la boca, pseudoalimentos o alimentos pseudoenvenenados»

Fuentes: Rebelión

Licenciado en Veterinaria, director de Veterinarios sin Fronteras desde 1991 hasta 2009, Gustavo Duch colabora con Vía Campesina y ha sido activista en campañas como «No te comas el mundo» o «Som lo que Sembrem». Duch escribe normalmente en medios como El Periódico, Público, Galixia Hoxe, El Correo Vasco, La Jornada y www.rebelion.org. Acaba de […]

Licenciado en Veterinaria, director de Veterinarios sin Fronteras desde 1991 hasta 2009, Gustavo Duch colabora con Vía Campesina y ha sido activista en campañas como «No te comas el mundo» o «Som lo que Sembrem». Duch escribe normalmente en medios como El Periódico, Público, Galixia Hoxe, El Correo Vasco, La Jornada y www.rebelion.org. Acaba de publicar en la editorial Los libros del lince, Lo que hay que tragar. Minienciclopedia de política y alimentación, con prólogo de Federico Mayor Zaragoza, libro en el que denuncia con nombre, apellidos y argumentación contrastada las prácticas de oligopolios como, entre muchos otros, Pescanova, Calvo, Monsanto y Danone.. Eduardo Galeano ha escrito en la contraportada del volumen: «El libro de Gustavo Duch retrata la maldición y la esperanza de este mundo cuyos amos están jugando a los dados. Sus páginas, siempre decidoras, nunca pesadas, cuentan muchas historias y contienen numerosa información desconocida, en un lenguaje milagrosamente capaz de convertir el plomo en pluma. Aquí hay horror y hay humor y amor. Porque esta denuncia implacable de los crímenes que el poder universal comete contra la naturaleza y la gente es también un entrañable homenaje a la tierra y a las manos que la trabajan». Vale la pena insistir: Lo que hay que tragar está escrito «en un lenguaje milagrosamente capaz de convertir el plomo en pluma».

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Tú nuevo libro, un entrañable homenaje a la tierra y a las manos que la trabajan, en acertadísimo comentario de Eduardo Galeano, apunta en el subtítulo que es una minienciclopedia de política y alimentación. ¿Qué tienen que ver la alimentación y la política? ¿No es mezclar peras y limones?

Seguro que has escuchado cuando algunas personas, en sus análisis, explican que el hambre no es un problema de falta de comida, que hay alimentos para todos y todas, y por lo tanto es un problema de distribución de ésta. ¿Necesitamos más camiones para distribuir comida o un sistema más distributivo? Es claramente un problema político: de hecho defiendo que cuánto más alimentos se producen, bajo este modelo político, más hambre se genera.

«Lo que hay que tragar» es su título. ¿Qué hay que tragar en tu opinión? ¿Qué no deberíamos ingerir?

Nos quieren hacer tragar embustes, imposiciones, delitos… Así que no queda otra que recuperar nuestra soberanía. Soberanía de los productores y productoras desplazados por el modelo agrícola global, y soberanía del consumidor y consumidora. Sufrimos un ‘apartheid’ del consumo y nos obligan a tragar, como si fuéramos ocas o patos con un embudo en la boca, pseudoalimentos o alimentos pseudoenvenenados. Habrá que rebelarse, ¿no?

También Eduardo Galeano, así reza en la contraportada, ha señalado que tu libro retrata la maldición y la esperanza de este mundo cuyos amos están jugando a los dados. ¿Quiénes son los amos de este mundo en tu opinión? ¿A qué juego están jugando?

A la ruleta rusa y vamos por el cuarto o quinto disparo. Como dice Mayor Zaragoza, al que agradezco el prólogo del libro, somos las fichas de una plutocracia. Los amos del mundo no se esconden y se anuncian en televisión: Carrefour, Danone, el Banco de Santander o Endesa, -y que me disculpen aquellas corporaciones que no cito-, que como una nuevo imperio ha sido el primero que ha conseguido el sueño de César o Hitler, colonizar todo el planeta. Sus soldados: cierta clase política; su estrategia: el neoliberalismo y el patriarcado; sus bombas: control del mercado, transgénicos, agrocombustibles, etc.

Lo que hay que tragar, en mi opinión, puede leerse como un manifiesto anticapitalista. Tú mismo afirmas que el capitalismo nos matará de hambre. ¿Qué razones fundamentan tu posición, tan opuesta a la civilización del capital?

Seguramente la agricultura globalizada de hoy es la mejor expresión del capitalismo: los bienes naturales disponibles para la producción de alimentos están privatizados, el mar, los ríos, las semillas, la tierra; la alimentación deja de ser un derecho para convertirse en una mercancía que beneficia al capital (hay fondos de inversión pujando por las cosechas de los próximos años o adquiriendo tierra cultivable); y los medios de producción están en manos de ese club elitista. El ejercicio de multiplicar el dinero nos ahogará, eso sí, en dinero.

Alguien, no es mi opinión desde luego, podría decir que tu libro es, en esencia, una reacción frente al progreso, frente a los avances científico-técnicos, un regreso al pasado. ¿Defiendes una agricultura no mecanizada, de trabajos duros, como los que realizaban nuestros padres y abuelos hace cincuenta años en España por ejemplo?

En agricultura no hay progreso sin regreso. O miramos atrás o caeremos por agotamiento. Los avances a los que te refieres serán brillantes tesis sobre el papel, pero sobre el campo es poner piedras en la mochila de nuestra andadura. Han significado la eliminación de muchos puestos de trabajo, han aumentado la capacidad de destrucción de los ecosistemas terrestres y marinos, son responsables de buena parte del calentamiento global y han empeorado dramáticamente la vida de millones de seres humanos que, sin ellos, podían alimentarse. Un peso muy difícil de cargar. Si miramos atrás recuperaremos saberes esenciales que podríamos adaptar a nuestros tiempos. Desde que los ángeles prohibieron a Lot mirar atrás, sólo Sara se atrevió.

¿Contra la tecnología? «Cuentan de una cooperante de una ONG que evaluó la situación de una comunidad de pesca artesanal. En la casa de aquellas familias entraba la pesca justita para su alimentación y vender en los pueblos vecinos, después de estar muchas veces faenando en la mar por más de 14 y 16 horas diarias. Había que cambiar la situación, se propuso la muchacha, y consiguió fondos para dotar de motores las barcas de pesca. Cuando volvió al cabo de medio año, aparentemente nada había cambiado. -¿No han aumentado sus capturas, no ganan ahora más dinero, no han progresado? -preguntó afligida. -Amiga, le reconfortaron los vecinos, estamos encantados con su ayuda. Desde que tenemos esos motores antes obtenemos la pesca que necesitamos. Pasa, anda, que jugaremos una partida de dominó»

¿Contra el progreso? Sí, contra el progreso capitalista, como decía Delibes en su discurso de ingreso en la Real Academia Española hace 45 años, «de dorada apariencia pero absolutamente irracional».

Una de tus bestias negras son los transgénicos. Los defensores dicen que vosotros los críticos no sabéis de qué habláis, que os negáis a los avances y que no usáis documentación contrastada, que sois irracionalistas o término afín y además, por si faltara algo, anticientíficos. ¿Puedes señalar algunos argumentos contrarios a los transgénicos que fundamenten tu posición crítica?

El argumento habitual de los críticos a los críticos, los anticríticos, es esgrimir que contribuyen contra el hambre, ¿no? Hay cuatro OGM cultivados masivamente: soja y colza toda para piensos animales, maíz mayoritariamente para lo mismo y el algodón que no se come. ¡Qué gran contribución contra el hambre! Como además son cultivos ‘a lo grande’, monocultivos, no han generado ningún beneficio a los agricultores y agricultoras. Disculpa por ofrecer argumentos tan simplones.

No hay nada que disculpar. Lo simple concentra verdades.

Ahora tenemos dos nuevas contribuciones también muy significativas. Dedicar la soja y el maíz a agrocombustibles y cultivar patatas transgénicas para uso industrial.

¿Puedo seguir? Aún no lo sabemos, pero los residuos de estos OGM y sus pesticidas asociados, que de alguna forma y a poquitos entran en nuestro organismo, no son inocuos.

Hermanas en varios momentos la teoría o la apuesta por el decrecimiento y la filosofía del buen vivir de las comunidades indígenas de los países andinos. ¿Dónde ves el aire de familia de estas concepciones distantes aunque acaso no muy distintas?

Son hermanos, el caracol y la caracola, que buscan alternativas al modelo del crecimiento perpetuo, al modelo del corre corre. El caracol no quiere acelerarse para ver la vida pasar disfrutando de ella. La caracola sabe que si crece más se estrangularía a sí misma.

En la cuarta sección de tu libro -«Dime que es»- dedicas unas páginas muy hermosas a «Vía Campesina». ¿Qué representa para ti Vía Campesina? ¿Son soñadores? ¿No están cayendo en las bellas aguas heladas de la utopía?

Mejor que soñadores, son soñahacedores y soñahacedoras. El mundo rural, las gentes de los pueblos campesinos e indígenas miran al mundo con respeto y solidaridad. Se saben parte de la naturaleza. Y La Vía Campesina es la agrupación donde ellas y ellos sueñan y hacen. Nos explican alternativas que podemos adoptar, luchan por ellas con fuerza y sin temor: antes que nadie señalaron al capitalismo como él error a combatir, a la globalización como él espejismo que romper. Y mientras, resisten. Cada campesino que no cierra su finca, cada mujer que sigue en el huerto produciendo alimento, cada nueva ocupación del MST es una enseñanza.

¿Qué papel juega la agricultura española, el campo español en general, en la economía de nuestro país? ¿Estamos suficientemente atentos a sus quehaceres y preocupaciones?

Como me explica mi amigo Eduardo Navarro, dirigente de la COAG, a los sindicatos agrarios, grandes luchadores frente al franquismo, la transición los olvidó. Se obvió este estamento cuando se firmaron los Pactos de la Moncloa y su representatividad quedó muy mermada. Años después, cuando España traspasó las puertas de la Unión Europea dejó fuera la agricultura a pequeña escala. Y así, ‘todo para yermos’ que canta Labordeta.

La Unión Europea ha puesto muchos recursos -normalmente más de la mitad del presupuesto anual- en la agricultura, consiguiendo asombrosamente que a más inversión, más despoblación, más desaparición de campesinas y campesinos, hasta quedarnos en porcentajes del 3-5% de la población activa. El saco del dinero tiene un agujero en el fondo.

¿Podrías citar alguna experiencia de algún país que te parezca razonable, positiva, que en tu opinión señale senderos que deben ser transitados con urgencia?

Puedo citar experiencias, que hay muchas, en diferentes países. Bolivia ha iniciado entiendo que decididamente un proceso de Reforma Agraria. Venezuela muestra ejemplos de formación en agroecología y en Cuba se practica. Varios países africanos han bloqueado la entrada a los OGM en la ayuda alimentaria, al igual que países europeos se han declarado libres de OGM. Ahora falta cocinar todo en la misma cazuela.

Déjeme que casi acabe con una cita, seguro que te suena. «El joven que presentó la conferencia lo explicó: «La agricultura moderna con el uso de tantos insumos es muy dañina para el planeta. Aunque se produzcan muchos alimentos, sólo las grandes corporaciones o los grandes terratenientes se benefician de ellos. Por eso, a la vez que en nuestras regiones los pueblos se han despoblado, en los países del Sur la pobreza y el hambre han aumentado gravemente y precisamente en el medio rural. La reforma agraria que nunca se dio es ahora más necesaria que nunca porque la propiedad de la tierra se concentra cada vez en menos manos. Y los pequeños productores o las mujeres campesinas que resisten en los campos no pueden vender sus productos por la competencia que suponen los alimentos que llegan subvencionados del extranjero». «Es necesario -continuaba diciendo- recuperar la agricultura de pequeña escala, como la que la practica nuestro invitado, basada en la diversidad de los cultivos y con técnicas adaptadas a cada pequeña realidad local, que no hay patrones universales para esto. Queremos aprender de su forma de entender y de su forma de hacer». ¿Cometió muchos errores este joven en su presentación?

Mmmm, no sé, ¿le vamos a dar un aprobado? No, creo que es una buena ponencia que seguramente no le dejaran repetirla en otras escuelas de agronomía o veterinaria donde sólo te explican cómo aumentar la producción, reduciendo costes de personal y aumentando costes ecológicos. El productivismo es un transgen que nos han insertado, así que el primer paso es depurar nuestras mentes.

Acabo ya. Abres el libro con un fragmento de «El niño yuntero» de Miguel Hernández. En este año del centenario, ¿qué te parece más destacable del autor de «El rayo que no cesa», del poeta campesino por excelencia?

Sabiendo poco de la obra de Miguel Hernández y menos de poesía, leer o escuchar sus versos me llevan de viaje por un campo que castigado y ninguneado, con niños y mujeres yunteras esclavizados, no cesa, no se rinde. Y brota la esencia necesaria de la reivindicación, de asumir en control. ‘Jaén, levántate brava’.

Sus versos son los imperecederos lemas de la Soberanía Alimentaria: Árboles que vuestro afán/ consagró al centro del día/ eran principio de un pan/ que sólo el otro comía.