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Una psiquiatra palestina señala los trastornos que causa la ocupación israelí en la salud mental de sus compatriotas

Ocupados, pero libres en nuestras mentes

Fuentes: www.aloufok.net

Traducido por Caty R.

Ahmad, un hombre de Ramala de 46 años, estaba bien hasta la última vez que lo detuvieron. Pero esta vez no pudo soportar el largo encierro en una celda minúscula donde no podía ver ni oír nada. Primero perdió el sentido del tiempo, luego se obsesionó con los movimientos de sus vísceras y empezó a creer que se estaba volviendo «artificial por dentro». Después desarrolló una paranoia, empezó a oír voces y ver gente en su celda de aislamiento. Actualmente Ahmad ha salido de la prisión, pero está encerrado en la idea de que todo el mundo le espía.

Fatima ha pasado varios años consultando a los médicos por una serie de graves enfermedades de cabeza y estómago asociadas con dolores y diversas dermatosis. No había nada que permitiese pensar en una razón orgánica. Finalmente Fatima se confió a nuestra clínica psiquiátrica y contó que todos los síntomas empezaron cuando vio el cráneo abierto de sus hijos asesinados en el suelo de su casa durante la incursión israelí en su pueblo de Beit Rama el 24 de octubre de 2001.

Son casos que he visto en mi clínica. Los traumáticos acontecimientos de la guerra siempre han sido una causa importante de trastornos psicológicos. En Palestina es necesario entender la naturaleza de la guerra para darse cuenta del impacto psicológico sobre esta población ocupada desde hace tanto tiempo. La guerra, crónica y constante, ha dominado totalmente la vida de al menos dos generaciones. Un estado extranjero étnica, religiosa y culturalmente, se enfrenta a una población civil apátrida. Además de la opresión y la explotación cotidianas la guerra también despliega operaciones militares periódicas de un alcance habitualmente limitado. Estas operaciones provocan de vez en cuando reacciones de facciones palestinas o de individuos aislados. A la gran mayoría de la población no se le consulta nunca sobre esas acciones y aunque su opinión no cuenta, es dicha población quien tiene que sufrir los ataques preventivos o los castigos colectivos de las represalias israelíes.

Los desplazados

Los factores demográficos complican el cuadro. Los habitantes de los territorios ocupados representan exactamente un tercio de los palestinos; el resto es una diáspora dispersa por toda la región, muchos en los campos de refugiados. Casi todas las familias palestinas han sufrido desplazamientos forzosos o importantes separaciones dolorosas. Incluso dentro de Palestina las personas son refugiados expulsados en 1948 y obligados a irse a vivir a los campos de refugiados. Este desplazamiento masivo del 70% de la población y la destrucción de más de 400 de sus pueblos representan para los palestinos la «Nakba» o catástrofe. Esta situación perdura en un traumatismo psicológico transgeneracional que marca la memoria colectiva palestina. A menudo encontramos jóvenes palestinos que se presentan a sí mismos como residentes de las ciudades y pueblos que sus abuelos tuvieron que abandonar. Muchas veces esos lugares ni siquiera se encuentran en el mapa, bien porque fueros totalmente arrasados o porque están habitados pos los israelíes.

Los palestinos saben que la guerra que les inflige Israel es un genocidio nacional y para defenderse tienen muchos hijos. La tasa de fertilidad de los palestinos es del 5,8, la más alta de la región. Esto conduce a una población muy joven (el 53% tiene menos de 17 años) y una gran mayoría de estos jóvenes es muy vulnerable en esa fase crucial de desarrollo físico y mental. El encarcelamiento geográfico de los palestinos en barrios muy pequeños, con el muro de separación y todo el sistema de puestos militares de control, favorece los matrimonios consanguíneos y en consecuencia una predisposición genética a las enfermedades mentales. El hecho de que estén amurallados entre amigos y vecinos opera un efecto muy dañino en la cohesión de la sociedad palestina.

Pero lo más nocivo para el equilibrio mental de los palestinos es el entorno de violencia en el que viven. La densidad de población, sobre todo en la Franja de Gaza -con 3.823 personas por kilómetro cuadrado- es muy elevada. Los altos índices de pobreza y desempleo -el 67 y el 40% respectivamente- socavan toda esperanza y alteran las personalidades. La guerra ha creado en nuestro país una comunidad de presos y ex prisioneros estimada en 650.000 personas, que suponen el 20% de la población. Las personas minusválidas y mutiladas representan un 6%. Los estudios recientes han revelado unos grados inquietantes de anemia y desnutrición, especialmente entre los más jóvenes y las mujeres. La intensa hostilidad emocional originada por los enfrentamientos con los soldados israelíes a la puerta de nuestras casas es un factor constante de estrés. Muchos niños palestinos viven en esta violencia diaria desde que nacieron. Para ellos el estruendo de un bombardeo es más familiar que el gorjeo de los pájaros.

Ceguera súbita

Durante mi formación como médico en diferentes hospitales y clínicas palestinos he visto a hombres quejarse de imprecisos dolores crónicos desde que perdieron su trabajo como obreros en los sectores israelíes; he visto a colegiales sufrir de incontinencia después de una noche terrorífica de bombardeos. Tengo en la memoria el recuerdo de una mujer que llegó a urgencias con una ceguera súbita producida por la visión de su hijo asesinado; una bala le entró por un ojo y salió de la cabeza por detrás. Este recuerdo también seguirá vivo siempre.

En Palestina estos casos no se consideran heridas de guerra y no se tratan de la forma adecuada. Esta realidad es la que me hizo especializarme en psiquiatría, que es una de las especialidades médicas menos desarrolladas en Palestina. Para una población de 3.800.000 habitantes, somos 15 psiquiatras y carecemos de personal cualificado como enfermeras, psicólogos y asistentes sociales. Sólo tenemos un 3% del personal que nos hace falta. Tenemos dos hospitales psiquiátricos, uno en Belén y otro en Gaza, pero es muy difícil llegar allí por los puestos de control. Hay siete centros de consulta psiquiátrica. En los países en vías de desarrollo como la Palestina ocupada, la psiquiatría es la especialidad médica más desprestigiada y peor remunerada económicamente. Los psiquiatras trabajan en casos desesperados y a los ojos de sus comunidades están muy lejos de recoger los laureles de las otras especialidades médicas. Lo que implica que los médicos competentes y bien dotados raramente eligen la psiquiatría.

Considero que la psiquiatría es una profesión que humaniza y honra, especialmente porque me ayuda a enfrentarme personalmente a la violencia y las frustraciones que me rodean. Voy de Ramala a Jericó para visitar a los enfermos psiquiátricos. En un día de trabajo visito entre 40 y 60 pacientes, 10 veces más de los que veía habitualmente durante mi formación en los centros de París. Observo el comportamiento trastornado de mis pacientes, escucho sus terribles historias y respondo con los medios de que dispongo: algunas palabras que les ayuden a ordenar sus ideas dispersas; algunas píldoras que pueden ayudarles a reorganizar su pensamiento, a calmar sus delirios y alucinaciones, o que les permitan dormir o relajarse. Pero las palabras y las píldoras no pueden devolver un niño asesinado a sus padres, un padre encarcelado a sus hijos, ni reconstruir un hogar demolido.

La verdadera solución para la psiquiatría en Palestina está en manos de los políticos, no de los psiquiatras. Por eso hasta que ellos hagan su trabajo nosotros, en las profesiones de la salud, seguimos administrando tratamientos sintomáticos y terapias paliativas y sensibilizando al mundo sobre lo que pasa en Palestina.

La resistencia

En la actualidad los palestinos sufren todo tipo de presiones para que se rindan de una vez por todas y reconozcan a Israel. Se nos insta a aceptar, a que renunciemos y bendigamos las violaciones de nuestras vidas por Israel. El hecho de que nuestra patria esté ocupada no significa, en sí mismo, que no seamos libres. Rechazamos la ocupación en nuestras mentes en la medida en que podemos enfrentarla; aprendemos cómo vivir a pesar de la ocupación y no a adaptarnos. Pero si reconociéramos a Israel entonces estaríamos ocupados mentalmente y eso, estoy segura, es incompatible con nuestro bienestar como individuos y como nación. La resistencia a la ocupación y la solidaridad nacional son muy importantes para nuestra salud mental. Ejercerlas puede protegernos de la depresión y la desesperación.

Israel perpetúa actos terribles sobre el terreno. Lo que nos queda de Palestina es un pensamiento, una idea que se ha convertido en la convicción de tener el derecho a vivir libremente y a una patria. Cuando se pide a los palestinos que reconozcan a Israel, se nos pide en realidad abandonar ese pensamiento y renunciar a todo lo que tenemos y a todo lo que somos. Esto no haría más que hundirnos más profundamente en una depresión colectiva para siempre.

Después de pasar varios años en París, a mi vuelta encontré un pueblo palestino cansado, hambriento, desgarrado por las luchas entre facciones tanto como por el muro de separación. Los palestinos sobre todo están desmoralizados por los enfrentamientos internos en las calles de Gaza, orquestados desde el exterior para poner en entredicho el resultado de las elecciones democráticas del año pasado. Efectivamente, los que bloquearon todas las ayudas económicas a Palestina nos envían fusiles en vez de pan. Animan a la gente empobrecida psicológica y espiritualmente a matar a sus vecinos, primos y antiguos compañeros de clase. Aunque las facciones se pusieran de acuerdo, la sociedad palestina seguiría teniendo un grave problema de cuentas pendientes entre las familias.

Triunfaremos

Es inevitable preguntarse si la intención específica de Israel con respecto a los palestinos no tiene el fin deliberado de crear una generación traumatizada, pasiva, confusa e incapaz de resistir. Sé bastante sobre la opresión para diagnosticar las heridas que no sangran y reconocer claramente las señales precursoras de la deformidad psicológica. Me angustia esta comunidad que se ve obligada a extraer vida de la muerte y paz de la guerra. Me desazonan los jóvenes que viven su vida en condiciones inhumanas y los bebés que abren los ojos en un mundo de sangre y armas. Me asusta el embotamiento inevitable que puede generar la exposición crónica a la violencia. También tengo miedo de esta mentalidad de venganza, del deseo instintivo de perpetuar sobre los opresores el daño que nos hacen.

Es necesario hacer un estudio epidemiológico global de los desórdenes psicológicos en Palestina. Y, a pesar de todo lo publicado sobre la psicopatología palestina relacionada con la guerra, mi impresión es que la enfermedad mental sigue siendo una excepción en Palestina. Resistir y enfrentarse todavía son la norma en nuestro pueblo. A pesar de todas las demoliciones de casas y la extrema pobreza, no será en Palestina donde se encuentre gente que duerma en las calles o rebusque en los cubos de basura para encontrar comida. Esta determinación se basa en los cimientos familiares, en la tenacidad social y en una convicción espiritual e ideológica.

Finalmente, también trabajamos con casos urgentes en psiquiatría. Algunos servicios están previstos (¿necesidades urgentes?) para la gente que sufre y tiene crisis, para que puedan recuperarse y recobrar la capacidad de seguir enfrentándose a la situación; esto es crucial si queremos que no se derrumben cuando al fin venga la paz, algo que se produce a menudo en los períodos de posguerra. No es un reducido número de personas afectadas, sino una sociedad entera herida la que necesita cuidados. Nuestro traumatismo es crónico y grave, pero si definimos nuestro sufrimiento y lo tratamos con confianza y compasión, triunfaremos.

Llamamiento

No al terrorismo del estado de Israel contra los pueblos palestino y libanés. Firme y difunda la petición en: http://www.aloufok.net/article.php3?id_article=32#sp32

Fuente: http://www.aloufok.net/article.php3?id_article=3879

Samah Jabr, escritora y psiquiatra palestina, pertenece a la Asociación Psiquiátrica Palestina y vive en Jerusalén Este (Palestina ocupada). En 1999 y 2000 fue columnista del The Palestine Report, su columna se titulaba «Fingerprintis» (Huellas digitales). Desde la Intifada colabora regularmente en Washington Report on Middle East Affairs y Palestine Times of London. Sus artículos se difunden en numerosas publicaciones.

Caty R. pertenece a los colectivos de Rebelión, Tlaxcala y Cubadebate. Esta traducción se puede reproducir libremente a condición de respetar su integridad y mencionar a la autora, la traductora y la fuente.