Recomiendo:
0

Olvidar la Nakba

Fuentes: Rebelión

Los pueblos que olvidan su pasado se exponen a repetirlo. El siglo XX fue testigo de algunos de los crímenes más monstruosos de la historia. Saber hacia dónde se va implica, necesariamente, saber de dónde se viene. Por eso, resulta imperdonable olvidar -y mucho menos obviar- episodios como los crímenes del colonialismo, del estalinismo o […]

Los pueblos que olvidan su pasado se exponen a repetirlo. El siglo XX fue testigo de algunos de los crímenes más monstruosos de la historia. Saber hacia dónde se va implica, necesariamente, saber de dónde se viene. Por eso, resulta imperdonable olvidar -y mucho menos obviar- episodios como los crímenes del colonialismo, del estalinismo o del nazismo. El olvido muchas veces puede ser el mejor aliado de la infamia.

En la pasada cumbre de Annapolis, la ministra de Asuntos Exteriores israelí Tzipi Livni, pidió a los palestinos «borrar de su léxico la palabra Nakba», una vez que el Estado palestino sea establecido. Este vocablo, que en árabe significa «catástrofe», evoca para los palestinos la ocupación masiva de su tierra a partir de 1948, cuando la Asamblea General de Naciones Unidas dispuso la partición de Palestina. Aproximadamente 750.000 palestinos debieron huir, convirtiéndose en refugiados de por vida. Aun hoy, entre los 4.5 millones de palestinos, dispersos por los sesenta campos de refugiados en todo Medio Oriente, hay quienes conservan con extremo dolor las llaves de sus casas y propiedades, mismas que debieron dejar huyendo del terror sembrado por matanzas como la de Deir-Yassin, ocurrida el 9 de abril de ese año. Ese día, 254 hombres, mujeres y niños de esta aldea árabe, fueron masacrados por las organizaciones paramilitares sionistas Irgun Zvai Leumi y Lochamei Herut Yisrael.

Conscientemente la ministra le pide a los palestinos algo que resulta imposible. La Nakba no puede ser olvidada, porque el continuo despojo de sus tierras y la humillación de la ocupación militar se los recuerda cada día de sus vidas. En marzo de este año el relator especial de la ONU sobre la situación de los derechos humanos de los palestinos, John Dugard, afirmó que la ocupación israelí de los territorios palestinos «contiene muchos elementos de colonialismo y apartheid». Situación que también es denunciada con coraje por el ex presidente norteamericano Jimmy Carter en su libro «Palestina: paz no apartheid», recientemente publicado. Por su parte, Amnistía Internacional denuncia en su informe «Soportando la ocupación», que las restricciones que sufren los árabes son «desproporcionadas, discriminatorias y violan sus libertades básicas».

Cuatro décadas de ocupación militar israelí han tenido un efecto devastador sobre la población palestina. Sometidos al establecimiento de decenas de asentamientos judíos ilegales, a 562 puestos de control militar permanentes y 1610 móviles, los palestinos se ven imposibilitados para circular libremente en su propia tierra, lo cual les impide llegar a escuelas, sitios de trabajo e incluso, hospitales y servicios de emergencia, de ahí que casi 100 mujeres palestinas se han visto forzadas a dar a luz en puestos de control israelíes, lo que ha provocado que un tercio pierda a sus bebés, debido a la falta de atención médica. Casi 250 mil dunams (un dunam equivale a mil metros cuadrados) han sido confiscados para la construcción del muro del apartheid construido por Israel en Cisjordania y Jerusalén Este. Dicho muro, penetra hasta 25 km en el interior de Cisjordania, dejando a 60 mil palestinos separados de sus cultivos, familias y fuentes de agua. Precisamente, el recurso hídrico revela también las dimensiones de la confiscación: De los 936 millones de metros cúbicos de agua que se generan en Cisjordania, los palestinos tienen acceso, apenas, a 137 millones, mientras que 425 de sus pozos de agua han sido destruidos.

Casi 18 mil viviendas palestinas han sido demolidas como castigo por el Ejército de Israel, según el Comité Israelí contra la demolición de Viviendas; trece millones de árboles (especialmente de olivo) han sido arrasados; la tasa de pobreza llega al 70% y según el Programa Mundial de Alimentos, el 34% de los palestinos de Cisjordania y el 51% de Gaza no pueden garantizarse una alimentación equilibrada. En Rafah, cerca de la frontera con Egipto, el 70% de los niños de 2 años sufre anemia y 1 de cada 10 sufre de raquitismo.

El asedio a los 1.5 millones de palestinos de Gaza es el capítulo más ignominioso en la tragedia palestina. Desde hace seis meses, esta región fue declarada por Israel como «una entidad enemiga» y se han restringido las importaciones de ciertas medicinas, muebles y aparatos eléctricos, mientras que escasean los suministros de alimentos básicos como vegetales y productos lácteos. Hace varias semanas, el ministro de Defensa israelí Ehud Barak, decidió cortar el suministro de combustible y de electricidad, lo cual paraliza la economía (el desempleo en Gaza asciende ya al 85%) y amenaza con cerrar los hospitales. El sitio de Gaza, que convierte a esta diminuta franja de apenas 45 km de largo y 10 km de ancho en un verdadero campo de concentración, constituye un castigo colectivo que viola el Derecho Internacional Humanitario, específicamente la Convención de La Haya de 1907 y la Cuarta Convención de Ginebra.

Pedirle olvido a la víctima resulta muy fácil para el agresor, pero no constituye un buen cimiento para la reconciliación y la paz si no está acompañado de justicia. Ese es el triste pero necesario papel de la memoria histórica: recordar lo malo para no sufrirlo otra vez.