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Olvídense de la simbólica condición de Estado palestino, lo que el mundo debe reconocer es la existencia del apartheid israelí

Fuentes: Voces del Mundo [Foto: muro de separación construido en Cisjordania en territorio palestino]

La presión para reconocer un Estado palestino crea la ilusión de que se está actuando, pero retrasa las soluciones reales: sancionar y aislar al régimen de apartheid israelí.

Mi abuela tiene 90 años. Dos veces exiliada, primero por Israel durante la Nakba y luego por el régimen de Asad en Siria, su memoria ya no está intacta. De su vida actual en Suecia, sólo recuerda los últimos minutos. De sus largas décadas, sólo tiene recuerdos fugaces.

Sin embargo, su infancia en Kfar Sabt, un pueblo palestino de Galilea despoblado en 1948, permanece viva en su memoria. Sonríe, casi con picardía, al recordar cómo jugaba en los campos, corría con los otros niños y espiaba a un granjero judío cuya repentina llegada al pueblo —y el ruidoso tractor que lo acompañaba— despertó la curiosidad y la sospecha.

Nací refugiado, la familia de mi abuela era de Kfar Sabt y la de mi abuelo, del pueblo cercano de Lubya. Hoy, desde mi casa en Ramallah, me despierto cada mañana con la vista de una bandera israelí en el cercano asentamiento de Beit El, un claro recordatorio del régimen de apartheid que dicta todos los aspectos de mi vida.

Los judíos israelíes que viven allí votan a un gobierno que determina dónde puedo vivir, trabajar y viajar, cuánta agua recibo y qué conjunto de normas y leyes se me aplican y cuáles no. Al igual que millones de palestinos, desde Cisjordania hasta Gaza, estoy sometido a un sistema que sólo me ve como un obstáculo en el camino de su Estado étnico expansionista.

Esta es una realidad que se ha vuelto imposible de ignorar para millones de personas en todo el mundo, especialmente durante los últimos dos años. Sin embargo, en los últimos meses, en lugar de reconocer el apartheid israelí o tomar medidas significativas para detener las atrocidades en Gaza, un coro cada vez mayor de Estados ha decidido reconocer otra cosa: un Estado palestino.

El primer avance se produjo en mayo de 2024, cuando Noruega, España e Irlanda reconocieron el Estado de Palestina, siendo estos dos últimos dos de los críticos más abiertos de la guerra de Israel contra Gaza. Ahora está surgiendo una segunda oleada, liderada por una iniciativa de Francia y el Reino Unido en respuesta a los planes de Israel de prolongar la guerra, a la que pronto se sumaron Australia, Canadá, Portugal y Malta.

Aunque es indicativo del creciente aislamiento internacional de Israel, el teatro político mundial del «reconocimiento del Estado palestino» no puede tomarse al pie de la letra. Con Israel avanzando en la anexión de vastas extensiones de Cisjordania, y en medio de un genocidio en Gaza que ha causado la muerte de más de 60.000 palestinos, es absurdo seguir defendiendo la solución de dos Estados como un compromiso razonable o práctico.

Más extraño aún es insistir en que es la única respuesta posible a lo que, 77 años después de la Nakba, no aborda en absoluto el problema fundamental: un régimen agresivo y militarista que exige la supremacía nacional, jurídica y económica de un pueblo sobre otro.

No desperdiciemos otros 30 años de vidas palestinas en el paradigma de la partición, una «solución» colonial a un problema colonial. Israel ha dejado claro desde hace mucho tiempo que nunca aceptará un Estado palestino; aferrarse a la solución de dos Estados es un engaño a gran escala, y sólo nos ha traído desesperación.

Ahora, más que nunca, los gestos simbólicos son peores que inútiles, ya que ganan tiempo para el régimen que comete los crímenes y restan urgencia a las únicas soluciones que importan: poner fin al genocidio, sancionar al perpetrador, aislar el sistema de apartheid e insistir sin disculpas en la igualdad de derechos y el derecho al retorno. Esto no es extremismo. Es lo mínimo que exige la justicia.

Ya existe un Estado, y es un Estado de apartheid

Una «solución» que no es justa ni posible no es un plan de paz, sino una coartada para la inacción que permitirá a Israel continuar con sus masacres, acelerar su expansión y profundizar el régimen de apartheid. ¿Es así como castigamos a un régimen que ha cometido un genocidio? ¿Ofreciéndole un dominio completo sobre sus víctimas mientras les damos falsas esperanzas de que podrían obtener un Estado en menos del 23% de su patria ancestral?

¿Y dónde están los palestinos en todo esto? ¿Cuándo fue la última vez que fuimos representados democráticamente, o siquiera se nos preguntó qué solución aceptaríamos? Al igual que en 1947, cuando se elaboró el Plan de Partición de las Naciones Unidas sin nuestro consentimiento, el último impulso para una solución de dos Estados está siendo impulsado por las potencias europeas, sin tener en cuenta a las personas que vivirán o morirán según sus términos.

Foto: Jerosolimitanos judíos celebrando la decisión de la ONU sobre la partición de Palestina, montados en un coche blindado de la policía, Jerusalén, 30 de noviembre de 1947. (Hans Pinn/GPO)

Francia hace explícita su arrogancia: amenaza a Israel con el reconocimiento de un Estado palestino, pero insiste en que sea desmilitarizado, mientras sigue suministrando armas a Israel. Puedo soñar con un mundo libre de armas letales, pero no le corresponde a un traficante de armas decirles a las víctimas de un genocidio que depongan las armas.

Mientras tanto, Israel echa el hígado por la boca y condena los reconocimientos como un «premio al terrorismo» y los utiliza como pretexto para promulgar medidas aún más extremas. En julio, la Knesset aprobó una resolución en apoyo de la anexión de Cisjordania, y la expansión de los asentamientos continúa a buen ritmo, incluida la reciente aprobación del bloque E1, que, según advierten los expertos, haría imposible un Estado palestino contiguo.

Incluso si, por algún milagro, Israel acabara retirándose de Cisjordania y Gaza, ¿qué garantiza la seguridad de los palestinos en el nuevo Estado? ¿Cuándo ha protegido la condición de Estado a alguien de la agresión y el expansionismo israelíes? Líbano y Siria son Estados soberanos con fronteras reconocidas internacionalmente, pero han visto cómo sus tierras eran ocupadas y sus ciudades bombardeadas. Una bandera palestina en la ONU no detendrá el crecimiento de los asentamientos, no desmantelará el régimen militar ni pondrá fin a la guerra regional.

Si los países desean reconocer un Estado palestino, que así sea, pero no deben fingir que eso cambia la realidad. El cambio real comienza con el reconocimiento de la verdad: aquí ya hay un Estado, y es un Estado de apartheid. A partir de ahí, los países deben actuar legal, diplomática y económicamente hasta que el coste que supone para Israel mantener el apartheid supere sus beneficios. Hasta que mi familia vuelva a tener un lugar al que llamar hogar y hasta que cientos de comunidades palestinas desplazadas puedan volver a casa.

El sionismo ha fracasado, no sólo porque crear una patria judía en Palestina a expensas de los palestinos siempre fue injusto, sino porque la limpieza étnica y ahora el genocidio siempre fueron sus consecuencias lógicas, atrocidades que dejarán al Estado judío aislado y vilipendiado. Y a pesar de los mejores esfuerzos de Israel, el sionismo ha fracasado también porque los palestinos siguen insistiendo en permanecer en su patria.

Lo que perdura ahora es un grotesco sistema de apartheid, en el que un pueblo disfruta de plenos derechos y soberanía, mientras que los nativos son masacrados, divididos y sometidos. Es posible que acabe colapsando bajo el peso de su propia brutalidad, pero no lo hará en silencio, sino aferrándose a la vida con el tipo de violencia que ya vemos hoy en Gaza.

Foto: Un niño palestino camina entre los escombros en medio de los continuos ataques israelíes, en el campo de refugiados de Al-Bureij, en el centro de la Franja de Gaza, el 22 de julio de 2025. (Ali Hassan/Flash90)

El reconocimiento conlleva responsabilidades

Reconocer a Israel como un Estado de apartheid es el primer paso necesario hacia un futuro más allá del etnonacionalismo, basado en la igualdad, la justicia y la libertad para todos. Y no es algo simbólico: el apartheid es un crimen contra la humanidad según el derecho internacional.

El Estatuto de Roma de la Corte Penal Internacional lo define como tal, y la Convención Internacional de las Naciones Unidas sobre la Represión y el Castigo del Crimen de Apartheid de 1973 obliga a los Estados a promulgar medidas legislativas, judiciales y administrativas para prevenirlo y castigarlo. El verano pasado, la Corte Internacional de Justicia emitió una opinión consultiva histórica sobre el apartheid israelí, en la que concluía que la ocupación y anexión de los territorios palestinos por parte de Israel violan el derecho internacional y pedía reparaciones.

El reconocimiento oficial del sistema israelí como apartheid, aunque sea por parte de un puñado de Estados, pondría sobre la mesa estas obligaciones y haría que el apoyo militar y económico continuado a Israel fuera legal y políticamente indefendible. También abriría la puerta a sanciones, a la retirada de la representación diplomática y a la prohibición de viajar a los funcionarios que defiendan el sistema.

Además, cambiaría el discurso público, haciendo que la propia palabra «apartheid» fuera inevitable en las conversaciones habituales sobre Israel y presionando a las empresas, bajo la amenaza de boicot, vergüenza pública o revuelta de los accionistas, para que reconsideraran sus operaciones en Israel o con Israel. Existe un precedente: en el caso del apartheid en Sudáfrica, el activismo de base, combinado con la condena a nivel estatal, obligó gradualmente a las empresas a desinvertir, aunque muchas se resistieron durante años.

También cambiaría la forma en que se ve a los palestinos a nivel internacional. Hoy en día, se nos etiqueta como «apátridas» o ciudadanos de un «Estado de Palestina» nominal sin poder real para protegernos, y se nos niegan las herramientas diplomáticas y económicas que la mayoría de las naciones dan por sentadas. Reconocer a Israel como un régimen de apartheid nos replantea como víctimas de un crimen contra la humanidad, con derecho a protección, y obliga a rendir cuentas ante lo absurdo de un mundo en el que los israelíes viajan libremente mientras nosotros nos enfrentamos a barreras interminables para estudiar, trabajar o visitar a nuestra familia en el extranjero.

No será una solución mágica. Israel luchará más que Sudáfrica por mantener el apartheid, ya que está mucho más afianzado, alimentado por mitos religiosos y respaldado por el apoyo internacional. Pero el reconocimiento al menos nos pondría en el camino correcto, sustituyendo décadas de fantasías por una confrontación con la realidad. Esos años podrían dedicarse a desmantelar el sistema en lugar de reforzar las ilusiones.

Alaa Salama es el director de la sección de participación del público de +972 Magazine.

Texto en inglés: +972 Magazine, traducido por Sinfo Fernández.

Fuente: https://vocesdelmundoes.com/2025/09/02/olvidense-de-la-simbolica-condicion-de-estado-palestino-lo-que-el-mundo-debe-reconocer-es-la-existencia-del-apartheid-israeli/