Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández.
Dos colonos israelíes entrenan a un perro pastor belga en el asentamiento de Tapuach, cerca de la ciudad de Nablus, en Cisjordania (Reuters)
El 50º aniversario de la ocupación por Israel de los territorios palestinos ha producido un conjunto de imágenes que trasladan la brutalidad opresora del Estado de apartheid.
Entre esas imágenes no es precisamente la menos destacada la del muro de separación que divide Cisjordania del ocupado Jerusalén Este, al igual que los muros carcelarios que rodean y atrapan a los dos millones de residentes en Gaza.
Cada uno de ellos restringe el acceso de los palestinos a la tierra, negándoles servicios fundamentales y ahogando cualquier desarrollo económico. Ambos muros, junto con los puestos de control militares, los tribunales militares, los centros de detención, los drones, los tanques y los aviones de combate, se han convertido todos ellos en sinónimo del injusto e inhumano proyecto colonial de Israel.
Pero hay otra imagen cognitiva que sirve como metáfora perfecta de las violaciones israelíes del derecho internacional y los derechos humanos: los perros de los colonos.
Los perros de los colonos, o «perros de la guerra», como los palestinos se refieren a ellos, tienen importancia porque los más de 600.000 ilegales colonos israelíes que residen en la Cisjordania ocupada siguen siendo uno de los muchos obstáculos considerables para la paz en este sempiterno conflicto.
En pocas palabras, si las presiones internaciones no consiguen devolver a los colonos a las fronteras anteriores a 1967, es inviable cualquier versión de una solución con dos Estados.
Vista general de las casas del asentamiento israelí de Efrat, en la Cisjordania ocupada, 7 feb. 2017 (Foto: Ammar Awad/Reuters)
Hechos sobre el terreno
Para quienes no están familiarizados con las onduladas colinas de Cisjordania, los asentamientos israelíes adoptan todas las formas y tamaños, desde ciudades pequeñas, como Maale Adumim, con centros comerciales y piscinas de tamaño olímpico, a los puestos de avanzada, que comprenden poco más que una docena de caravanas.
Sin embargo, es desde esos puestos de avanzada que los ilegales asentamientos se convierten en pueblos y ciudades altamente fortificados, pero aunque estos últimos están protegidos por el ejército israelí, los ocupantes de los primeros deben protegerse por sus propios medios. Es a partir de estos asentamientos cuando Israel transforma los «hechos sobre el terreno» en ventajas territoriales propias.
La construcción de puestos de avanzada para apoderarse y mantener el territorio fue una estrategia puesta en marcha por los padres fundadores de Israel en la década de 1930, apodándola enfoque de «torre y empalizada», siendo de nuevo aplicada tres décadas más tarde como estrategia para ocupar y colonizar Cisjordania inmediatamente después de que Israel se apropiara del territorio en 1967.
«Todo el mundo debería ponerse en marcha, correr y tomar más colinas», tronó una vez el ex primer ministro israelí Ariel Sharon, y eso es exactamente lo que han hecho decenas de miles de colonos durante gran parte de las últimas cinco décadas, apoderándose de una tierra que nos les pertenece ni a ellos ni a Israel, construyendo después casas improvisadas por toda Cisjordania.
Aquí es donde los perros de los colonos entran en escena.
La primera vez que visité un puesto de avanzada israelí, sus residentes me organizaron un recorrido por el complejo. Situado aproximadamente a treinta minutos de coche del centro de Jerusalén, la puerta de entrada a este particular puesto de avanzada parecía un intento de convertir un antiguo peaje de autopista en un puesto de control pseudomilitar, que aquel día estaba atendido por un muchacho judío fuertemente armado de 23 años nacido en Florida, EEUU.
Por detrás de él, un camino de grava suelta serpenteaba hasta llegar a la cresta de la colina.
Al llegar a lo alto, te encuentras con dos docenas de caravanas y remolques que albergan a los 50, más o menos, ocupantes del puesto de avanzada. En la distancia, y en todas direcciones, se pueden ver las inconfundibles líneas de tejados rojos de los grandes asentamientos israelíes estratégicamente ubicados en la cima de las colinas del territorio palestino.
Hacia el medio de la colina pueden verse una serie de cajas de madera unidas con cadenas, cada caja situada a aproximadamente 50 metros de la siguiente. Esas cajas de 1m x 1m marcan el perímetro completo del puesto de avanzada, y en cada vivienda hay dos perros guardianes permanentemente encadenados a ellas. Si un palestino se acerca al perímetro, los perros ladran, sirviendo de alarma para que los residentes echen mano de sus armas.
Activistas de izquierda sostienen pancartas durante una manifestación en muestra de solidaridad con los palestinos contra un nuevo asentamiento judío en Jerusalén Este, en la barriada de Ras al Amud, 27 de mayo de 2011. (Foto: Amir Cohen/Reuters)
Inhumana y bárbara
Esta escena es típica de todos los puestos de avanzada israelíes en la Cisjordania ocupada, y es todo lo inhumana y bárbara que pueda imaginarse. Esos perros están permanentemente atados a esas cajas, durante los días más tórridos del verano, cuando las temperaturas diarias superan los 38ºC, y en las noches más frías del invierno, cuando el mercurio roza a menudo los cero grados.
Sin un respiro. Sin un punto final para su atroz deber obligatorio. Les han puesto allí con un objetivo y sólo para un objetivo: atacar a los palestinos.
Para los colonos que disponen de ingresos razonables, hay programas de entrenamiento para esos perros. Uno de esos programas define el «problema» a que se enfrentan los ilegales colonos de esta manera:
«Cada vez más, el pueblo judío israelí que viven en Judea y Samaria, que es el nombre que nuestra Biblia da a esas zonas, están bajo ataque de los terroristas musulmanes árabes. La mayor parte del mundo llama a esas zonas Cisjordania. Desde luego, también se producen ataques terroristas en otras partes de Israel, pero especialmente allí. También de forma creciente, son los cuchillos el arma elegida para asesinar a los judíos.»
Después define la «solución» así: «Un perro de protección profesionalmente entrenado podría haber salvado a esa madre y convertido al terrorista en la víctima. Tengo un perro de protección en Israel y puedo decir con gran confianza que si ese terrorista entra en nuestra casa va a tener un problema muy serio.»
Otro programa para entrenar a los perros de los colonos alardeaba de que sus perros entrenados podían oler la diferencia entre un colono israelí y un «infiltrado árabe», afirmando: «Pueden detectar la adrenalina de los árabes. Los árabes tienen mucho miedo de los perros… No queremos que los perros maten árabes, sólo que los inmovilicen.»
Para los colonos que viven con medios más modestos, el «entrenamiento» del perro es mucho más primitivo. En algunos casos, se paga a un empobrecido palestino una pequeña tarifa para que le dé a un perro una paliza brutal, asegurando así que el perro sienta siempre temor de los palestinos, lo que garantiza una respuesta más feroz si en algún momento futuro un palestino pudiera acercarse al asentamiento.
Como cada vez hay un número mayor de israelíes ocupando ilegalmente Cisjordania, trayendo con ellos una cifra cada vez mayor de perros de ataque entrenados, no es de extrañar que los informes sobre palestinos atacados por los perros de los colonos estén también aumentando tanto en frecuencia como en ferocidad.
Niños palestinos de hasta cinco años de edad han sufrido horrendas heridas que les han dejado cicatrices de por vida a causa de los ataques de estos perros.
Estos ataques coinciden con un patrón de aumento generalizado de la violencia de los colonos contra los palestinos en Cisjordania; el número de ataques se incrementa en más de un 30% año tras año, según un informe publicado por el Parlamento Europeo.
Y lo que es peor, los perros no sólo están utilizándose para defender los puestos de avanzada israelíes, sino también con propósitos ofensivos: para atacar intencionadamente a los civiles palestinos. Amnistía Internacional ha observado estos ataques, con o sin utilización de perros, que en ocasiones se producen en «presencia de soldados y policías israelíes que se abstienen de intervenir».
Así pues, al igual que el muro de separación de Cisjordania y los muros de la prisión virtual de Gaza, los perros de los colonos son también emblemáticos de la sistemática política de Israel de segregación, desposesión y violencia colonial.
CJ Werleman is autor de «Crucifying America» (2013), «God Hates You. Hate Him Back» (2009) y «Koran Curious» (2011). Es también presentador de Foreign Object. Twitter: @cjwerleman
Fuente: http://www.middleeasteye.net/columns/settlers-dog-new-form-colonial-violence-309488730
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